mercado

El jilguero

La vida se va escribiendo muchas veces desde la casualidad. Y fue hojeando El País hace ya unas semanas cuando mis ojos dieron con El Jilguero, el cuadro que titula la última novela de Donna Tartt (Estados Unidos, 1963). No les hablaré de la novela porque no he leído ni siquiera el primer capítulo descargable gratuitamente. Trataré del cuadro, sobre el que he indagado y que retuvo mi atención para fascinarme desde el primer momento.

He averiguado que se trata de una de las obras más conocidas de Carel Fabritius (Holanda, 1622-1654), discípulo de Rembrandt. Este óleo sobre tabla de reducidas proporciones (22,8cm X 33,5cm), pintado por su autor poco antes de fallecer trágicamente en la explosión del polvorín de Delft, se encuentra actualmente expuesto en el Mauritshuis (La Haya). Técnicamente, estaba destinado a provocar la sensación conocida por trampantojo pues se preveía exhibirlo a una altura superior a la del ojo humano de modo que, a primera vista (es decir, de abajo a arriba), pareciera que el animalito estuviera instalado sobre el posadero inferior y, conforme la altura de la mirada fuera alcanzando la de la tabla, el pajarito 'saltase' al posadero superior, sobre el que efectivamente reposa.

Esta licencia pictórica era la máxima movilidad que Fabritius estaba en condiciones de otorgarle a su jilguero porque, si se fijan bien (cosa de la que yo no me percaté al principio) nuestra avecita está encadenada. Arriba, abajo, comer (la cajita es un comedero) y cantar. En la didascalia del Mauritishuis nos informan de que, en aquellos tiempos, los jilgueros eran animales de compañía muy populares y que, incluso, eran amaestrados para agarrar con su pico un dedal, llevarlo hasta un vaso de agua, llenarlo y beber embrocándoselo hacia el gaznate. Todo un prodigio. Me pregunto si, para tales habilidades, permanecían encadenados o este numerito lo efectuaban dentro de una jaula.

En cualquier caso, confieso que me he quedado prendado del cuadro por la dicotomía que presenta. Por un lado, un ave que me está mirando con esa dignidad fundada en la ignorancia de la libertad (probablemente nunca conocida). Por otro, como representante que soy de la especie humana, la mala conciencia que me genera la atadura. La cadena me resulta una condena aún peor que la jaula porque aborta el vuelo en origen. ¿Dónde es más cruel el grillete, en la lúgubre celda o en medio de la Puerta del Sol?

Visto lo que el ser humano es capaz de infligir a sus congéneres no debería extrañarme la vileza con la que suele tratar a los animales.

Sinceramente, no sé si esta voz es la que nos quiso hacer llegar Fabritius, pero lo que sí sé es que la percibo y me avergüenza en lo más profundo de mi ser: "¡Canta y come, pajarito!".

¿Les suena a algo?

Imprimir

lanochemasoscura