unlugar

Lozoya

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A finales de los años setenta del siglo pasado las gentes de la ciudad de Madrid que no eran gilipollas compraban coches utilitarios y salían los fines de semana con ellos a las tierras aledañas a desvirgarlas con su humo y sus basuras. Tiempos de inocencia y salvajismo. Pero recogíamos la basura en realidad, nunca tirábamos mierda en el campo. Era una generación de padres muy grunge y malolientes, Kurt Cobain fue un imitador barato de ellos, pero no se drogaban, solo bebían, y trataban de ensuciar lo menos posible. Los domingos en los que no hacía demasiado frío salíamos temprano con los maleteros cargados hasta arriba de comida y bebida hacia la sierra. Nos gustaba subir el Puerto de los Leones y girar hacia la izquierda hacia Peguerinos. El Vado del Burro, apropiado nombre para un río y sus pescadores, y para las gentes del lugar, que parecía el salvaje oeste pero con menos higiene. Allí mi padre y sus amigos se sentía como peces en el agua y esquilmaban algunos arroyos. Pero pronto descubrimos, algo aún mejor, que subiendo por la carretera de Burgos estaba el Lozoya, el río que daba, y da, de beber a Madrid y que es un paraíso en la tierra al alcance del neumático humano. Fue un amor a primera vista.

lozoya2Este maravilloso río recoge el agua de nieve de los riachuelos de toda la sierra lejos de las inmundicias humanas cercanas. Libre y limpio como la patena. Gracias a él nunca nos faltará el agua. Y en los años setenta y ochenta además soltaban allí truchas de repoblación. Había que pedir unos permisos para pescarlas, muy baratos, y te dejaban coger ocho o diez, y comértelas, o tirarlas. Naturalmente, mi padre nunca se llevaba un domingo menos de treinta o cuarenta para casa, era un concurso sin premio entre él y sus colegas para ver quien podía sacar más peces del río. Primero empezamos a ir a la zona del puente. Se bajaba allí por un camino que partía del bar del tío Isabelo. En realidad no era un bar, porque hacía mucho que no tenían bebida ni comida ninguna que vender, vivían quién sabe de qué. Simplemente colocaban una cadena en la bocana del camino y había que pagarles por dejarte pasar. Eran una pareja de ancianos semiabandonados, el tío Isabelo ya casi no podía andar ni hablar, y su mujer, una hembra con mala hostia, no se debía haber lavado desde los años cincuenta como poco. A ella se la veía de armas tomar a pesar de tener más de ochenta años. Le daban dinero y alguna cosa de la comida que llevábamos y abría el candado con una falsa sonrisa algo amenazadora.

Pronto dejamos de ir al puente. Metíamos los coches por otro camino hasta un antiguo refugio de ICONA, y luego bajábamos por una senda hasta el cauce, donde en tiempos pretéritos hubo un molino, porque aún hoy se puede ver el canal que se desviaba del río para darle fuerza. Una vez encontramos ocho cachorros de una perra que había parido en el canal seco, y ese verano, cada domingo, jugamos con ellos, hasta que se los llevaron. Y nos gustaba ir a buscar a nuestros padres por la ribera, por la que discurría una senda que conocíamos como la palma de nuestras manos. Nos dejaban en libertad total, y podríamos habernos ahogado o matado cayendo desde algún risco, o asesinado unos a otros, pero nunca pasaba nada, el río era amable y podías vadearlo prácticamente por casi todas partes con el agua hasta el cuello, y si nos pegábamos más nos valía ocultar las heridas, porque seríamos rematados en casa si se sospechaba que había violencia. No nos daba ningún miedo la corriente aunque no sabíamos nadar, era suave y fresca. Debajo de una roca en una poza vivía una familia de culebras de agua, que nos daban miedo por algún ancestral instinto oculto. Algunos ratos cogíamos un trozo de sedal y una veleta, le poníamos gusanos y picaba algún pez pequeño o incluso alguna trucha de vez en cuando. Guardábamos nuestras presas en cestas donde se quedaban morían retorciéndose y se quedaban secas muy rígidas. Genocidio sushi.

lozoya3En la ladera norte de la sierra están el puerto y el pueblo de Canencia. A finales de siglo unos compañeros de universidad alquilaron, muy ufanos, una casa allí a unos lugareños para vivir barato, fumar porros en un ambiente sano y luego bajar a clase en autobús de linea todos los días. Apenas duraron un par de meses, en cuanto llegó el invierno salieron escopetados corriendo hacia la ciudad, congelados, se podían escuchar las carcajadas de los viejos del pueblo al verlo. Mi padre tenía dos amigos, Los Hermanos, que eran del pueblo de Canencia. Habían montado un bar en Tetuán. Dos tipos duros cejijuntos pero cariñosos que no querían cobrarle cuando estaba de Rodríguez en verano y bajaba a su bar a comer. Un año fuimos a pescar ya entrado el otoño, casi era invierno. Íbamos varias familias en cuatro coches. Se puso a hacer un frío de cojones y decidieron que teníamos que marcharnos más pronto de lo habitual. El frío es una mierda, aunque lo aguantes bien. A uno se le ocurrió acortar subiendo Canencia por el norte y bajar hacia Miraflores, por si había atasco. En cuando pasamos el pueblo en la ladera comenzó a nevar. Había un cartel que ponía “con cadenas”. Pusimos las cadenas y seguimos hasta la cima. Mi padre maldecía cada vez que el coche patinaba. Se fumó por lo menos una cajetilla de ducados entera durante el largo y lento trayecto, encendiéndose un cigarro con otro. Apenas se veía a un metro del parabrisas, ni el coche de delante, el 850 de Pepo. Recuerdo el ruido la nieve rascando los bajos del coche, y a mi padre pegando volantazos y cagándose en Dios y en la puta virgen. Al llegar a Miraflores, en el cartel de allí a pie de montaña rezaba “Cerrado por nieve”. Nos bajamos en un bar y nos reímos mucho de la hazaña. Nadie murió, nadie se despeñó, los coches estaban asegurados a terceros.

Los chicos grunge eran rudos. Cada mano de mi padre era como las dos mías, y eso que las mías son anchas. Urbano pegaba a su mujer, que a veces aparecía con un ojo morado, y las mujeres le miraban con odio. Era bastante hijoputa, aunque generoso invitando. Mi madre decía que si un hombre la pegaba por más fuerte que fuera que ella no había cojones a hacerlo, porque cogería una sartén de hierro y por la espalda lo mataría a golpes en la cabeza hasta abrírsela como un melón, que a la mala leche nunca la puede parar la fuerza. La creo, es capaz, o lo fue. Mi padre era un tipo muy fuerte, pero jamás puso la mano encima a ningún hombre o animal. Y su amigo, Pepo, contaba sus peleas por los pueblos entre risas, podía él solo con al menos dos tíos, pero la condición para pelear era enfrentarse siempre a alguien al menos tan fuerte como él o a algún hijo de puta, que había antes tantos como ahora en el mundo y siempre es bueno medirle el lomo a alguno. Pepo era un tipo maravilloso y risueño al que nunca vi en bañador, porque vadeaba los ríos arremangándose el pantalón. Desmontaba los motores de los coches y los volvía a montar, y funcionaban. Fue camionero, matarife y casquero. No le gustaba nada la playa, solamente los ríos.

lozoya4Una vez vino al Lozoya con nosotros un chacutero guei que trajo el jamón más rico que nunca he probado en mi vida. Nos dejaron beber un poco de cerveza Mahou a los niños, algún culo de vaso, y el simpático choricero bigotudo LGTB había traído dos deliciosas paletillas de Jabugo que deglutimos como si fuera agua fresca del río. El hombre no tenía licencia de pesca ni permiso de ICONA pero mi padre y Pepo habían regalado botellas coñac Napoleón al guarda y hacía la vista gorda, posiblemente también por cierto miedo. Felipe el charcutero pescó solamente un par de truchas, pero le regalaron cuarenta y las vendió en su charcutería de Moratalaz el lunes.

En verano apurábamos la luz del sol hasta casi las diez de la noche. No importaba la hora de vuelta porque sabíamos que habría un monumental atasco hasta San Agustín, donde comenzaba el doble carril de la autopista, y nos pasaríamos hasta la madrugada en el coche. A mitad de camino parábamos en un lugar que se llamaba “El chiringuito”, donde comíamos bocadillos de chorizo y los padres tomaban botellines que solamente les refrescaban, no les emborrachaban. Jugábamos al futbolín allí y éramos felices viendo a la gente reírse a carcajadas y contando las hazañas del día. Mi padre pescó una vez una arcoíris enorme que deberíamos haber disecado y colgado encima de la tele. Y una vez se durmió sobre una piedra, arrastró hacia abajo sin darse cuenta y casi se cae al río. A mi padre le gustaba sobre todas las cosas del mundo estar solo en el campo, donde hubiera poca gente, donde nadie molestase. Me lo dijo su amigo Genaro, el pollero de Manzanares, en su entierro. Me despertaba y veía brillar al fondo las luces de Madrid al fondo delante de todos los miles de luces de freno de los coches del atasco. Cuando llegábamos de madrugada nos subían casa en brazos y nos metían en la cama.

lozoya5El año pasado nos acercamos al río. La casa del tío Isabelo sigue en pie, han montado en ella un restaurante para que las gentes de la ciudad vayan allí a socializar y a comer carne mal hecha a precio de ministro. Cualquier día lo cambiarán por un restaurante de sushi en el que te venderán panga de piscifactoría que te sabrá delicioso. Casi no cabía un coche en el aparcamiento del lugar donde antes nunca había casi nadie. Mi padre y Pepo se deben revolver en sus tumbas al verlo a través de mis ojos, se deben cagar bien en Dios y en la virgen ante tal espectáculo. También la zona es muy frecuentada por posturistas de las motos que se hacen llamar moteros. Algunos de ellos van con estética de ángeles del infierno, en plan duro de palo, pero luego resulta que en realidad debajo del casco son gente con barba postiza que siguen con su mujer, sin follar hace años, solamente para que no los echen de casa y por no pagar la manutención y el colegio de sus hijos. Si bajas a pescar al río sin permiso se te cae el pelo, y la pesca ahora es sin muerte, tienes que devolver las truchas al agua tras pescarlas y humillarlas. Siempre que subo al Lozoya pienso en toda esa gente del pasado y, a continuación, me bajo la bragueta y meo desde la roca de la culebra, que sigue allí, cerca del antiguo molino, para que mi meado siga su cauce hasta tu grifo y después hasta tu boca, y lleves así parte de mí y de mis antepasados en tu interior, mi meado y los restos de semen que pueda haber en mi polla que arrastra el milagroso líquido amarillo. Una vez vi una nutria en el Lozoya. Yo tenía una granja en África, a los pies de las colinas de Ngong.

>>>Dedicado a Daniel Prieto, rata galega que no conoce el Lozoya<<<<

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Lisboa. Para que la vida pase por nosotros.

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Entramos a Lisboa cruzando el estuario del Tajo por el Puente 25 de Abril. Las efemérides son muy socorridas para poner nombre a las cosas monumentales. Me parece muy bien ese nombre para un puente, pero me gustaría más que lo hubieran llamado Puente de Los claveles; las fechas sugieren menos símbolo y más drama. La revolución de los claveles, 25 de abril de 1974, nos lleva directamente a pensar en la democracia de Portugal. Antes de los claveles lo denominaban Puente Salazar, por el señor que mandaba. Tiene que ser muy molesto que te cambien el símbolo de las cosas cuando eres parte de lo simbolizado.

La noche anterior, Mj Parker y yo, habíamos dormido en Mérida con los romanos. Saltamos al mundo de Pessoa. Recordé su retrato -tantas veces reproducido- que Almada Negreiros había pintado en 1964. Entrábamos en otro estado mental.

lisboa3La tarde de Lisboa, tranquila y amable, se ofrecía abierta para pasear sin destino fijado; por aquí y por allá. Caminábamos por la Avenida da Liberdade, por el bulevar central. Edificios de arquitectura neoclásica, poco ruido, apenas rumor de ciudad tranquila; pocas personas, todas amables. Después de tomar algo fresco en una terraza cruzamos para caminar por la acera fijándonos en las fachadas y los portales. Nos llamó la atención un, digamos comercio, no sabíamos muy bien de qué tipo; podía parecer un restaurante, un club elitista, una tienda de ropa. En la entrada, un hombre joven nos sonreía con las manos cruzadas en la espalda.

—¿Les apetece entrar?, seguro que les gusta nuestro espacio.
—Gracias, solo estamos dando un paseo.
—Entren, por favor —insistió el hombre con amabilidad—. Entren sin compromiso.

lisboa7Decidimos entrar en lo que parecía un espacio cosmopolita y caro, fuera lo que fuera que vendieran dentro. Nos acompañó hasta dejarnos en manos de una señorita que nos recibió con modales suaves y voz apenas audible. Nos indicó, más o menos, dónde estaba qué en cada nivel ofreciéndonos su ayuda si necesitábamos algo y nos dejó a nuestro aire. El espacio magnífico; diferentes niveles, diferentes estancias con diferentes ambientes. Una pequeña barra de bar art decó perfectamente iluminada, vitrinas con ropa de mujer, ropa de hombre, zapatos y bolsos, restaurante; todo excesivo. Un capricho de una señora, hija de un señor de una familia riquísima. A ver qué ciudad no tiene una o dos familias riquísimas, o incluso tres. En fin, anduvimos arriba y abajo por aquel laberinto ordenado, tomamos un cóctel a la manera del barman acompañado de media docena de ostras y nos dispusimos a irnos.

—¿Desean una reserva para esta noche?
—Gracias, es usted muy amable, pero tenemos la cena comprometida.

La señorita de voz de iglesia nos entregó una tarjeta y nos acompañó hasta la puerta. Salimos de nuevo a pasear bajo los plátanos mientras caía la tarde.

lisboa6En el hotel habíamos preguntado por algún sitio recomendable para cenar a lo portugués. Nos recomendaron una taberna que no estaba lejos del hotel, se podía ir andando. Caminamos en paralelo a la Avenida da Liberdade entre pequeñas callejuelas. A los pocos minutos nos plantamos delante de la dirección indicada, el aspecto del sitio no nos produjo gran entusiasmo. Miramos a través de la puerta y de la cristalera, el local pequeño y poco iluminado parecía estar con todas las mesas ocupadas. Dudamos si era el sitio que nos habían recomendado; pero sí, era ese, «Taberna Anti-Dantas», en cualquier caso, estábamos dispuestos a marcharnos porque no parecía que pudieran darnos mesa. En estas estábamos cuando escuchamos la voz grave de un hombre que desde la acera de enfrente nos preguntaba si éramos españoles. El hombre, de edad avanzada y vestido de una manera desigual, fumaba un cigarro sentado en el bordillo.

—Me gusta mucho España, voy mucho —nos dijo el hombre—, tienen un gran rey; bueno los dos, el padre y el hijo, aunque a mí me gusta más Juan Carlos.

La conversación espontánea del hombre nos estaba interrumpiendo decidir si entrábamos a probar suerte o nos marchábamos. El hombre continuaba hablando de las bondades de España y la monarquía y no veíamos modo de cortar aquello.

—Ustedes son monárquicos, ¿verdad?

En ese momento vi la oportunidad de poner fin a la conversación que no nos llevaba a ninguna parte. Me incliné ligeramente hacia él, sin mover los pies, en un gesto de amable confidencialidad.

—Discúlpenos, pero evitamos hacer comentarios sobre los asuntos de familia; no es procedente.

El hombre nos miró con los ojos muy abiertos girando la cabeza alternativamente hacia Mj y hacia mí; no sin cierto desconcierto nos tomó suavemente por los codos aproximándonos hacia él para hablarnos casi susurrando.

—Por supuesto, por supuesto; lo comprendo. La intimidad de la familia es sagrada.

lisboa4Estábamos dispuestos a despedirnos cuando cambió a una actitud de entusiasmo proactivo.

—¿Pensaban cenar aquí? ¿Les gusta el pescado? —dijo el hombre—, ¡hacen la mejor sopa de pescado de Lisboa! No se preocupen, esperen un momento.

Entró en la taberna y comenzó a hablar con uno de los camareros. El camarero gesticulaba negativamente mientras el hombre con un ademán rotundo dio por acabada la conversación.

—Pasen, pasen; ahora mismo les preparan una mesa.

Tal como había aparecido desapareció. Sin darnos cuenta nos vimos sentados en una pequeña mesa pegada a otra pequeña mesa, codo con codo, con unas señoras portuguesas que mantenían una animada conversación.

Llegó el camarero con sendos platos coronados por una hogaza de pan de tamaño medio a la que le habían quitado toda la miga dejando solo las paredes de la corteza a modo de cuenco. Le agradecimos que nos hubiera dado mesa y la prontitud en atendernos. Nos explicó entre risas que el señor que estaba sentado en la acera era el propietario del negocio y que lo tenía arrendado a él mismo y a su compañero y socio. A continuación, trajo una enorme olla humeante con un cucharón metido adentro, ahí estaba la sopa de pescado. Sin instrucciones claras aquello resultaba enigmático. Las dos señoras portuguesas de al lado nos miraban sonriendo y una de ellas se decidió a explicarnos el asunto. Sencillamente teníamos que verter el cazo de sopa en el interior de la hogaza de pan y disfrutar de la cena. Posiblemente haya sido una de las mejores sopas de pescado que he tomado nunca, mi único temor se centraba en controlar cualquier fisura en la corteza por la que pudiera derramarse el caldo y ponerme perdidos los pantalones. No sucedió nada fatal, aunque poco a poco el pan se fue reblandeciendo y ya en la segunda vuelta, al verter más sopa y pescado la corteza parecía algo menos consistente; cosa muy agradable porque podías pellizcar los bordes de la hogaza a modo de acompañamiento.

La sala estaba empapelada con portadas de revistas de los años 70, francesas, portuguesas y algunas españolas; fotografías, carteles, recortes de periódico y lo que parecía la portada de un libro que decía: «Manifesto Anti-Dantas», firmado por José de Almada Negreiros. Caímos en la cuenta de que estaba firmado por el pintor del retrato de Pessoa y que el título daba nombre a la taberna. A los postres le preguntamos al camarero sobre el nombre del local y la portada del manifiesto colgada en la pared, y nos contó la historia.

lisboa5José de Almada Negreiros fue un artista circular. Ese tipo de artista que mira con ojos propios y ajenos, de los que acometen cualquier aspecto del Arte. No tenía muchas referencias de Almada Negreiros además de saber que fue poeta y el pintor que había retratado a Pessoa y fundador con él y Mário de Sá-Carneiro de la revista Orpheu. Pintor, poeta, ensayista, bailarín en París; diseñador, coreógrafo y dramaturgo, dibujante e ilustrador en Madrid que compartió tertulias en Pombo con Ramón Gómez de la Serna y la generación del 27. En fin, un modernista en toda regla y más allá, futurista seguidor de Marinetti.

En paralelo, Júlio Dantas, academicista de la cultura portuguesa, escritor y ensayista, tuvo el atrevimiento de criticar la modernidad imparable que se reflejaba en las artes desde la revista Orpheu. Almada Negreiros no se lo pensó dos veces y escribió en 1916 el «Manifiesto Anti-Dantas» donde criticaba, o mejor atacaba de forma implacable, la ranciedad académica que se oponía a las vanguardias artísticas. Le dedicaba a Dantas cosas de este estilo:

«¡Una generación que consiente ser representada por un Dantas es una generación que nunca ha sido! ¡Es una reunión de lo pobre, de lo indigno y ciego! ¡Una horda de charlatanes y de los vendidos, los cuales valen menos que cero! ¡El Dantas nació para comprobar que no es porque uno pueda escribir, uno sabe cómo escribir! ¡El Dantas sabe la gramática, sabe la sintaxis, sabe medicina, sabe cómo preparar la cena para los cardenales, sabe todo salvo escribir, pero es lo único que hace!».

Negreiros también dijo cosas como: «Nosotros, los futuristas, no sabemos Historia, sólo sabemos de la Vida que pasa por Nosotros». Desde ese punto de vista, concluimos, Mj Parker y yo, que Lisboa es una ciudad en la que podríamos dejar pasar tranquilamente la vida.

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Barcelona añorada

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-¡Non acougo en cap lloc!

-¿Decías?

-Ay hijo, ya me lío con el gallego.

-Pero eso es catalán.

-También… y le digo a la tía: la Colau, lo que tú quieras, nena, pero donde esté una jurista de abolengo comunista… Dice que tengo un aire con la Carmena. Estos son indepes hasta las cachas, me sacan de mis casillas. Pero, bueno, es la madre del novio de Alicia. Durante la comida nos pasamos de vinitos y, al final, ya me lancé en tromba, y no dejé títere con cabeza.

-¿Y la señora?

-Pues muy tranquila. A la sobremesa, en el lago de Banyolas, tomando una ratafía la mar de bien, me dejé llevar, no quería bronca.

-Porque tú hablas perfectamente catalán…

-Sí, nen, pero me gusta más la barreja de llengües, queda más pluralista.

-¿Y hoy qué haces?

-Estoy reventada, cuqui, ayer estuve toda la tarde de zafarrancho, pero contraté una brigada para sacar tota la merda acumulada. Te mandé la Rumba de los Sesenta. Me da ganas de llorar: “Un matí de primavera del que aviat farà dotze anys, arribava a la ciutat per la porta que té al mar en un barco transatlàntic des d'un continent austral, un xicot viatger que duia una gran curiositat”.

barcelona2-El Gato Pérez…

-No me hables, ¡qué nostalgia! Esas se bailaban en el Zeleste cuando yo llegué a Barcelona. La ciudad bullía de libertad, había conexión…

-Sí, lo recuerdo.

-Y ahora, mira, quina merda. Nos lo pasábamos bomba, cuqui: todo oscurantismo. ¡Con la devoción que yo cantaba Al Vent!

-De Quevedo, Ariadna: Miré los muros de la patria mía, si un tiempo fuertes ya desmoronados, de la carrera de la edad cansados, por quien caduca ya su valentía.  

-No fotis tu amb Quevedo, nen…

-Vengo, ¡levanta ese ánimo!

-Escúchame bien, en el cole de la votación de Alicia no hubo ni polis, ni cargas, ni altercados, ni nada, todo muy tranquilo. Pudo hacer lo que ella quería, pudo votar sin porrazos. Tiene derecho a equivocarse, aunque a mí me repatea este referéndum. Yo también me he equivocado alguna vez… Y como es mi hija, yo la entiendo. ¿No te parece, cuqui?

-Esto ya es muy serio. Esto ya va de convivencia, de odio, ya ni siquiera disimulado, de perversión, de manipulación. El abismo y la separación son inmensos y ya hay mucha gente que se ha desconectado irreversiblemente, nen.

-Estoy triste, muy triste y, sobre todo, impotente y muy cabreada con los políticos, que no quieren y no saben parar esta esquizofrenia colectiva de mundos paralelos, irreales...

-Estoy de acuerdo contigo, Ariadna.

-Bueno, nos vemos en Ponfe cuando suba a Coruña.

-Adiós, cuqui.

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lanochemasoscura