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African Tour

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Si la tarea de escribir ya se me antoja difícil, imposible y fuera de alcance me resulta la de componer. Es por ello por lo que admiro infinitamente a aquéllos tocados por la gracia y que son capaces de encauzarla sobre un mudo papel o una blanca partitura.

Lo más parecido a la poesía clásica, que no sólo se declamaba sino que se entonaba con arreglo a unas claves que ya no somos capaces de interpretar, lo más parecido a esas composiciones griegas y latinas, digo, son nuestras canciones.

Una buena canción es una obra de arte efímera que podemos resucitar con medios técnicos o a través de nuestra propia memoria. Me maravillan, entre todas ellas, aquéllas que parece que ya existieran y no estuvieran sino a la espera de que un privilegiado habitado por el duende las tomara de la mano y la condujera a la escena de este nuestro gran teatro del mundo.

african2No es frecuente dar con una gran canción, de esas que asociarán Vds. para siempre a un determinado momento de sus vidas, que los capturan y parece que los retuvieran en suspenso durante el tiempo en que se producen. Como mi regalo de Navidad ha consistido en el resto de la discografía de don Francis Cabrel que todavía yo no tenía, era inevitable que acabara por acontecer el fenómeno que les he descrito. Y como yo me lo auguraba, decidí aprovechar la tranquilidad y el silencio de una tarde meseteña junto a un buen fuego para prepararme a tal advenimiento.

En el penúltimo álbum de Cabrel, Des roses et des orties, el francés nos regala una de sus mejores obras para mi gusto. Se trata de ponerse en la piel de los subsaharianos que pasan las de Caín para llegar a las verjas de nuestras llamadas plazas de soberanía. Cuando se topan con el obstáculo, se ponen en manos de Alá e insisten en no estar dispuestos a dar marcha atrás. Por desgracia, desde el mero punto de vista argumental, nada nuevo en el horizonte. Ahora bien, ¿porqué me ha emocionado hasta las lágrimas? ¿Por qué ese tema me ha partido el corazón?

El relato avanza rítmicamente como a lomos de camello al punto que, más que de unos emigrantes, parece que se tratara de los mismísimos Reyes Magos de Oriente. Los acordes de las guitarras españolas en segundo plano y un fondo de orquesta de violines contribuyen a resaltar lo que de epopeya tiene esa humilde y mil veces repetida heroicidad de los que huyen de la nada. Las nasales en los finales de verso, gran regalo que la lengua francesa le hace a la canción, resuenan casi indefinidamente para que nos entren bien adentro palabras como bien y rien, también antitéticas. Me gusta, en fin, la manera tan bonita en que los franceses del Mediodía pronuncian el nombre de mi país, incluso en hora mala.

Pero ya saben Vds. que de nada sirve intentar explicar lo que encontramos bello y entrañable porque es precisamente la grandeza del arte la que nos debería dejar sin palabras para contarlo y tan sólo sintiendo que, una vez más, alguien obró un pequeño milagro.

Escuchen African tour y ojalá sucumban ante ella como yo lo he hecho.


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