Funcionarios
Escribió José Luis Sucasas* que funcionario es toda aquella persona que funciona como preámbulo a un artículo de opinión sobre tal condición profesional. Pues, bien, don José Luis, ya le digo yo que, de entrada, Vd. se equivoca. El sufijo -ario es pasivizante de la misma manera que el sufijo -ador es activante, por así decirlo.
Por consiguiente, un funcionario es aquella persona depositaria de una función de la misma manera que un mandatario es aquélla que recibe un mandato o un comisario un encargo.
Ocurre también que, en nuestro Estado, llamamos comúnmente funcionario al depositario de una función de administración pública. No solemos asociar el término a los trabajadores de las empresas privadas.
Se puede, entonces, entender casi automáticamente que esta atribución de funciones implique una gran responsabilidad. Pagamos a los funcionarios con nuestros impuestos para que ellos administren la cosa pública en el mayor respeto de las normas de las que nos hemos dotado y con la mayor flexibilidad permitida con arreglo a cada situación en la que deban intervenir.
A este respecto, como funcionario que soy desde hace casi treinta años, debo decir que la práctica en el ejercicio de mis responsabilidades es lo único que me ha servido para aprender a ser flexible en la aplicación de la norma y el servicio al administrado. Estableciendo un paralelismo con lo que acontece en la administración de la justicia, el mejor funcionario es aquél que mejor conoce la jurisprudencia o, incluso, el que es capaz, en algún momento, de sentarla.
Para acceder a la función pública hay que pasar por un proceso de selección que puede consistir en la superación de un conjunto de pruebas de competencias (conocidas como oposiciones) y-o la participación en un concurso de méritos acumulados. Queda, pues, palmariamente claro que, a priori, la condición de funcionario y la de cooptado son contrarias. Lo que garantiza un mínimo de calidad en los servicios prestados por las Administraciones.
Desafortunadamente, como se trata de cargos desempeñados por seres humanos, hay muchos funcionarios (algunos pensarán que demasiados) que no prestigian su condición: funcionarios vagos, funcionarios corruptos y funcionarios que prevarican. Desde mi punto de vista, la Ley de la Función Pública (como tantas otras de las que nos hemos dotado) es muy garantista y protectora del estatus de estos profesionales y resulta muy difícil expulsar de la empresa pública a aquéllos que la deshonran. Esto ocurre también porque, a mi modo de ver, los Servicios de Inspección no cumplen con su cometido de descubrir, denunciar y propiciar que los malos funcionarios dejen de serlo.
Con todo, ¿se imaginan Vds. un Estado como el nuesro sin funcionarios? Mis compañeros son una garantía de permanencia y estabilidad en la gestión de la cosa pública en unos tiempos cada vez más convulsos.
Por encima de los funcionarios, que constituyen una especie de ejército administrativo con sus jerarquías y escalafones, hay un número excesivo de cargos políticos que pueden tomar decisiones que impidan temporalmente que los funcionarios puedan desarrollar su labor con eficacia. Políticos que entienden que deben compensar de alguna manera a aquéllos que los han aupado a su poltrona y capacidad de mando. Así, encuentro que nos podríamos ahorrar el sueldo de miles de asesores y de burócratas que engordan inútilmente la Administración.
Cada vez que he tenido algún problema con un compañero porque haya percibido que está estafando a los ciudadanos que le pagan su sueldo, le he hecho siempre la misma observación: " ¿Te has fijado en las banderas por debajo de las que pasas cada vez que llegas al Centro? Te recuerdan tu vocación de servicio y deberían representar una fuerza coercitiva suficiente para que cumplieras con tu misión. "
(*) Papá, que cousa é un funcionario? vieiros.com (19/07/2010).