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Ahí arriba, ahí abajo

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Esta semana, de camino al trabajo, he vuelto a ver aves migratorias. Es un espectáculo que me conmueve hasta las lágrimas. Normalmente, me suele suceder mientras estoy trabajando el en campo. De repente, oigo lejanos graznidos provenientes del cielo y me pongo de inmediato a buscar bandadas en el firmamento. Se suele tratar de ocas o de grullas que sobrevuelan a altura variable nuestro territorio meseteño en los meses de octubre y febrero. En perfectas formaciones en V siguen lo que se supone es un instinto que las conduce a los remotos lugares donde se reproducen o encuentran un clima más clemente.

cerca4La vida sigue. La Tierra resiste.

Cada vez que tras un período de barbecho me afano en ventilar la tierra, descubro con gozo cómo los gusanos han ido horadándola y enriqueciéndola paulatinamente para hacerla aún mejor que cuando decidí darle descanso. Seguro que hay más 'gente' viviendo ahí abajo contribuyendo a que las patatas salgan todavía más ricas. No los veo pero seguro que están ahí.

Por arriba y por debajo la Tierra aguanta. A pesar de nosotros.

Porque, no nos engañemos, Homo Sapiens -mal que les pese a muchos- forma también parte de lo que se ha dado en llamar 'ecosistema'. Basta que nos detengamos a observar nuestro entorno, contemplándolo con ojos curiosos y espíritu dialogante, para comprender cómo todos los seres vivos estamos ligados entre nosotros y dependemos incluso de la materia inerte sobre la que flotamos en el Universo.

Y me pregunto: todo este pasaje que nos acompaña sobre el planeta del que siempre pretendimos enseñorearnos, esta nave en la que viajamos todos, ¿cómo nos ve? ¿cómo 'interpreta' nuestra ansia de poder y las transformaciones que por doquier acarrea?

A vista de pájaro hay, ahí abajo, inmensas extensiones hostiles en las que los bípedos erguidos se aman y se detestan, ensucian y esterilizan, construyen y derriban lo puesto en pie en un vórtice sin sentido.

A sensaciones de gusano, ahí arriba, gigantescos artefactos apisonan, abren y vuelven a compactar un suelo que ya no es sino un mero soporte sobre el que edificar los más insensatos sueños de progreso.

cerca2Acabo de escuchar atentamente a tres expertos ambientales sobre lo que aconsejan se haga y lo que prevén ocurra si se sigue imponiendo la estupidez entre los hombres para el 2050. Uno de ellos opina que, afortunadamente, para entonces, él ya estará muerto. Otra confía todavía en que la técnica nos pueda redimir. El tercero desea fervientemente que ocurra una gran catástrofe cuanto antes, una especie de shoah climática que nos hiciera reaccionar. Confía en esta reacción pero insiste en que debe acontecer más pronto que tarde pues, cuanto más se demore, peor será para todos, menos margen de maniobra nos quedará.

De hecho, pensándolo bien, ¿quiénes son los humanos que antes empezaron a pactar con su entorno? Precisamente los que primero comprendieron que, si no lo hacían, el entorno acabaría con ellos: los pobladores del hielo y los que viven en el desierto. Los de ahí arriba y los de ahí abajo.

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