Be Fest
Sí, ya sé que la mayoría de Vds. están hasta las mismísimas narices (quién lo iba a decir) de todo lo que ha dado de sí la última edición de lo que antes se conocía como Festival de la Canción de Benidorm. Así que, si no están dispuestos a leer nada más al respecto, cualquier colaboración de mis compañeros de Página les resultará mucho más edificante.
Yo he querido acercarme a lo acontecido porque me parece que se trata de un ejemplo muy ilustrativo de la politización a la que se ha visto abocada la actualidad española. Es cierto que, ya de por sí, se trata de un fenómeno muy nuestro. Sin embargo, considero que hemos llegado a un punto del que no se me ocurre cómo podemos retornar.
Lejos quedan esos certámenes musicales (sobre todo el de Eurovisión en tiempos de Franco) que constituían una ventana por la que asomarnos al mundo 'moderno' para ver medirnos con él. Por esos tiempos, sólo el Real Madrid y los rodajes holywoodianos nos ponían también en el mapa. Eurovisión solía concitar a toda la familia y se aguantaba hasta el final de las eternas y emocionantes votaciones que nos sirvieron para aprender cómo se daban los puntos en francés y en inglés.
Pues bien, todo esto pasó a mejor vida. Ahora, el Festival de Benidorm o Be Fest (ya se sabe, todo se tiene que enunciar de manera 'proactiva' y anglófona), lo han convertido en el trámite por el que seleccionar a la canción representante de la Corporación Radiotelevisión Española en Eurovisión. Una especia de Liga estatal que enviará a su campeón a la Copa de Campeones europea.
Participaron, en este nuevo formato, dieciséis canciones en una fase semifinal. Para la final, quedaron ocho. En ambas fases, el proceso de selección y postrera elección de la composición ganadora coincidió, en líneas generales, con el que sigue el propio Festival de Eurovisión para encumbrar a su ganador: los puntos atribuibles lo serían, en un 50% por un jurado de la Casa compuesto por especialistas patrios y extranjeros; en un 25% por un 'jurado demoscópico' (verbi gratia, indicado por estadísticas de representatividad sociográfica) y en un 25% por todos los telespectadores que se quisieran gastar un puñadito de euros en hacer la llamada correspondiente al número de teléfono asociado a su candidato.
A estas alturas, en España, a este sistema de elección se lo conocía como un compromiso entre 'lo que vota el pueblo' y lo que votan los entendidos. La organización tuvo a bien conceder que, en caso de empate, primaría el concursante que más 'voto popular' se hubiese granjeado.
Así que me puse a ver el Festival y ya me llamó la atención que buena parte de las canciones (6 de 8) defendiera una 'causa', quedando sólo dos temas del tipo de los que estábamos acostumbrados a escuchar en estas ocasiones. Dos temas que cantaban al amor.
A partir de ahí, empecé a sospechar, conociendo como creo conocer a mis compatriotas, que no íbamos a tener la fiesta en paz. Y que, como así acabaría sucediendo, por encima del valor global de cada producto musical, 'el voto popular' encauzaría el enardecido partido por unos u otros.
La calle de la llorería, reivindicaba el compromiso. A Dios rogando y con el mazo dando. Si luego resulta que no te sales con la tuya, no me des la brasa y vete a llorar tu impotencia a la calle de marras. Causa asumible por una generalidad de 'progres'.
Las Tanxugueiras quisieron, según corroboraron en una entrevista en plató, "llevar a Europa un mensaje inclusivo". Y aprovecharon la ocasión para dar las gracias a "todas, todos y todes". Esta canción contaba con el apoyo de Yolanda Díaz y Mónica Oltra. Es decir, defensores de las lenguas 'minorizadas' (a pesar de que no estuviese cantada íntegramente en gallego) y los primeros independentistas que se asomaran a un Festival de la canción española.
Varry Brava homenajeó a Raffaella Carrá. A mí me dió la impresión de que sería la apuesta de la comunidad homosexual, seguidora mayoritaria de este tipo de concursos de un tiempo a esta parte.
Chanel, cual Beyoncé o Jennifer Lo española, defendió un tema muy del gusto de la chavalería: "arreguetonado". La letra, de una insondable pobreza lingüística en la que convivían lo más chabacano del castellano y del inglés, reivindicaba extrañamente, la libertad y el poderío sexual de la fémina que lo interpretaba. Aposté que, a pesar de esta extemporaneidad, sería validada a muerte por toda la comunidad hispana.
Rigoberta Bandini interpretó un tema que reivindicaba la maternidad poniendo el foco en el simbolismo de la teta. Un feminismo ecuménico envuelto en una melodía que sería muy del gusto de los aragoneses de Amaral. Los podemitas ya habían hecho suyo este himno.
Blanca Paloma cantó Secreto de agua, por el que se pedía el esclarecimiento del asesinato de una mujer.
El combate estaba planteado. Le dije a mi madre que, para mí, la mejor canción (para la ocasión) era la de Varry Brava (¡qué quieren Vds.! Me pilro por lo italianizante...). A continuación, elegía a Roberta Bandini y Tanxugueiras, ex aequo. En cuarto lugar, una composición que hubiera firmado Alejandro Sanz, para acabar, por orden, con Blanca Paloma, Xeinn (la otra canción no comprometida) y La calle de la llorería.
Mientras que se daba tiempo al jurado y al 'pueblo' a votar, actuación de Pastora Soler (lo mejor de la noche), entrevistas a los concursantes y parlamentos de los presentadores. Nada espontáneos. Entre las perlas de la noche, Inés Hernand destiló (sic): "Las redes sociales están democratizando lo no normativo y lo disidente." Ahí queda eso. Me produjo el mismo efecto que cuando descubrí que, en México, el partido hegemónico por muchos años fue el PRI (Partido Revolucionario Institucional). Esta misma presentadora, le espetó a Rigoberta Bandini (sic): "Yo, además que me toco mucho las tetas, ¡me encanta!". Un prodigio de sutileza. Este era el nivel.
Sinceramente, no me esperaba que ganase Chanel. Eso sí, defiendo su entrega y la que creo fue la mejor coreografía.
Luego vino lo que todos Vds. ya saben: el mal perder de todos los que encontraron que se había asistido a un tongo. Para que se hagan Vds. una idea: el diario independentista gallego Nòs, que había escrito por primera vez este año en sus páginas la palabra 'española' en el prolijo desarrollo de todo lo referido a la participación de sus candidatas, se rasgaba las vestiduras con su derrota y apelaba a lo que me recordó las tan traídas 'conspiraciones judeomasónicas' contra las lenguas 'minorizadas' y los pueblos oprimidos. Días después, esta misma cabecera no se dió por enterada del vigésimoprimer grand slam del que es, por ahora, el mejor tenista de la historia y que resulta ser del país al que tanto querían que representasen sus favoritas. Podemos llegó, incluso, a llevar al Congreso de los Diputados una petición para que se anulase la votación y se le diera 'todo el poder al pueblo'. Eso sí, a condición de que ganase la canción de la teta. Sí, porque, por lo que se ve, los hombres les tenemos miedo. A las tetas, digo.