Fuego gallego
Hace unos años, de viaje por Galicia, conocí a una votante del Bloque Nacionalista Galego que me dijo que ella era independentista porque España poco o nada había hecho por su tierra.
Desde ese verano, vuelvo siempre a Galicia, lar de mis antepasados maternos. He aprendido a amarla no sólo por sus obvios encantos (clima, paisaje, gastronomía, gentes) sino también por todas aquellas razones que me acercan aún más a todo y a todos los que sufren su actual coyuntura (paro, corrupción, especulación urbanística e incendios).
En esta última estancia, tuve ocasión de pulsar la opinión de un par de ingenieros de montes, gallegos que completaron su especialidad en Lugo y que me dieron su explicación a la proliferación de incendios en ese territorio noroccidental de la Península Ibérica. Según ellos, las causas por las que, sistemáticamente, arde el monte en Galicia son múltiples, algunas de ellas completamente nuevas para mí. Allá van:
. rayo: la más insignificante de todas. Estadísticamente residual.
. administrativa: la Xunta no sostiene a los emprendedores que quieren explotar de manera sostenible el monte (maderas nobles, castañas, etc.), paga unos jornales de miseria al personal empleado estacionalmente en las cuadrillas que se dedican a la extinción de los incendios y no premia a estos trabajadores por extensión no quemada sino por hectáreas calcinadas atendidas. Con la nueva legislación (de ámbito estatal) aprobada por el Partido Popular, la superficie quemada está antes disponible para la recalificación del suelo concernido.
. consuetudinaria: existe una cultura del fuego entre el paisanaje gallego. Se quema el monte para hacerlo más apto a la ganadería extensiva o para impedir que medren el lobo y el oso (que busca implantarse en más territorios desde Asturias, donde lo reintrodujeron, lo protegen y lo rentabilizan turísiticamente).
. criminal: se quema los bosques por venganza o como parte de litigios inter o intrafamiliares. Las mafias del narcotráfico le meten fuego al interior gallego para obligar a las fuerzas de seguridad a destinar buena parte de sus efectivos a las zonas que consumen las llamas. De esta manera, las zonas costeras se vuelven más aptas a la recepción de los alijos de droga.
Les puedo asegurar que Galicia no tiene porqué resignarse a esta fatalidad. No está, ni mucho menos, peor bendecida que otras regiones de España y de Europa para desarrollar proyectos sostenibles que la vuelvan una tierra aún más agradable de lo que es y permita que sus habitantes no se vean obligados a malvivir en las periferias urbanas o a emigrar a otras Comunidades o al extranjero.
Es cuestión de educación, de enseñar a amar Galicia. Y de ello, tal y como están las cosas, los gallegos son los primeros responsables.