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Chalecos amarillos

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Francia se ha caracterizado en la Historia Contemporánea de Occidente por ser el suelo en el que germina cualquier movimiento cívico capaz de alterar el devenir de los pueblos. Sus revoluciones y revueltas anticipan lo que acabará ocurriendo allende sus fronteras. Podríamos decir que el pueblo francés es aquél que experimentará por vez primera las crisis (y sus posibles vías de encauzamiento) que atravesarán las demás democracias occidentales.

amarillos2En este sentido, no podemos negar que, una vez más, las convulsiones que vive nuestro país vecino anuncian todas aquéllas que ya se están produciendo o están a punto de producirse en la mayoría de los países occidentales. Intentaré ponerles en claro aquello de lo que ahora mismo se está tratando.

El movimiento de Los Chalecos Amarillos se gesta en las redes sociales como reacción a la fiscalidad que una parte de los contribuyentes franceses considera que se le impone de modo exactivo. El gobierno Macron necesita financiar la descarbonización de su sistema económico y productivo para cumplir con los compromisos asumidos en las distintas Cumbres climáticas. Para ello, necesita aumentar los ingresos fiscales y decide imponer una tasa (al carbono, nunca mejor dicho) a todos los contribuyentes que no reciben ningún tipo de subsidio: clase media y alta. El objetivo es disuadirlos, a medio y largo plazo, de depender de un vehículo y-o de un sistema de calefacción contaminantes para que opten por un modo de vida más sostenible.

amarillos3Ocurre que no todas las economías afectadas por dicha tasa se encuentran en disposición de asumir el cambio con la urgencia con que se les propone. Existe una clase media no acomodada (llamémosla media-baja) que considera que le da a la República mucho más de lo que recibe de ella. Un sector de la población al que se lo ha llegado a tasar con tipo del 47% sobre sus rentas y que comprueba como, año tras año, los servicios públicos de los que goza (educación, seguridad, sanidad) no dejan de empeorar. Para poder seguir disfrutando del estatus y la calidad de vida de otrora, muchos han abandonado el centro de las ciudades para desplazarse a sus periferias o, incluso, a zonas rurales. En estos proyectos vitales de autonomización (han pasado a vivir en unifamiliares a mucha mayor distancia de sus lugares de trabajo), dependen extraordinariamente de los combustibles fósiles (uno o dos coches por familia más las calderas de gasoil para calentar sus hogares). Esta dependencia genera unos gastos de funcionamiento permanentes que reducen su capacidad de gastar en calidad de vida. Y van comprobando cómo cada vez están más lejos de los estándares de bienestar alcanzados durante los famosos 30 Gloriosos (1950-1980).

Esto lo lleva especialmente mal una sociedad acostumbrada a echarse a la calle (eso sí, sólo los fines de semana) por cualquier cosa. Una sociedad eternamente enfadada por comprobar cómo su país cada vez se puede permitir menos los lujos de una gran potencia. Recordemos a este respecto que Francia es un país miembro del Consejo permanente de la ONU, potencia nuclear, con territorios y presencia militar en los cinco continentes. Un país que sufraga a razón de 250€ por chaval su semana blanca en los Alpes o los Pirineos.

amarillos4Casi simultáneamente, estos ciudadanos se enteran de que la recaudación por esta nueva tasa irá a tapar otros agujeros y no a estimular la transición energética de toda la sociedad y su economía. Y saben de sobra que la responsabilidad de Francia en el global de emisiones de gases de efecto invernadero sobrepasa apenas el 1% (recordemos, a este respecto, que Francia es el primer producto de energía eléctrica de origen nuclear). ¿Por qué expiar tan exageradamente una culpa tan relativamente pequeña?

Conforme van pasando los años desde que su porvenir pinta en bastos, se van creyendo las promesas de los unos y los otros, a los que les entregan sucesivas mayorías de gobierno. Sin embargo, presas de lo políticamente correcto (por abajo) y de lo estratégicamente inasumible (por arriba), la derecha y la izquierda moderada incumplen su compromiso. Saltan por los aires lo partidos gaullistas (Chirac y Sarkozy) como también el socialista (reducido a una actual intención de voto del 4%) y se entregan al macronismo (La República En Marcha), que no es ni siquiera un partido, sino más bien un movimiento puesto en pie en tiempo récord para cerrarle el paso a la derecha radical de la mano de un liberalismo social.

Los partidos radicales de izquierdas (La Francia Insumisa) y de derechas (el Frente Nacional), se frotan las manos. Los sindicatos también. Será una oportunidad única para revitalizar sus discursos. Pero se equivocan: la desconfianza de Los Chalecos Amarillos para con los políticos es tal que no se dejan captar por ninguna estructura y ni siquiera están dispuestos a avalar a nadie que tome la palabra en su nombre y que surja de sus propias filas.

amarillos5Hoy por hoy, Los Chalecos Amarillos son un movimiento desestructurado y muy fragmentario no sólo en cuanto a la orientación ideológica de sus partidarios sino, incluso, al contenido de todas aquellas reclamaciones que excedan el pretexto de la tasa carbono. Su vocación asamblearia local impide la toma de decisiones prácticas en tiempo oportuno. Las autoridades no saben ni tienen con quién hablar. Ellos, en principio, se niegan a involucrarse en política o a tomar responsabilidades pues reconocen no entender de las cuestiones de fondo relacionadas con sus reivindicaciones. Lo único que los une es su testarudez en la queja y en el rechazo de todos los violentos que, en su nombre, desacreditan su legitimidad.

Eligieron ponerse chalecos amarillos para que se los viera. Y ahora que se los ha visto, ahora que los medios han puesto el foco en ellos, toca, porque no hay más remedio, vertebrarse políticamente. Un país de 67 millones de habitantes no se puede gobernar como se gobierna una tribu. Llegó la hora de la verdad.

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