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¿A quién le importa nuestra lengua?

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En la página 15 de la edición de Madrid del diario El País del pasado miércoles, 5 de febrero de 2014, M.F. (pues así se identifica) redacta un texto (que no sé si calificar de artículo o de reportaje) titulado: “La policía obvia los regalos a la hija de Aznar y los excluye de su informe”.

Vamos de mal en peor.

Y no lo digo sólo por aquello de lo que pudiera dar cuenta M.F. –más corrupción; en este caso, posiblemente, institucional- sino por la forma en que está expresado.

He de agradecer, dicho sea de paso, a M.F. el hecho de que me haya ahorrado sufrir una historia más de chorizos o prevaricadores puesto que me ha bastado descifrar lo que se cuenta a partir de la conjunción copulativa para deplorar un nuevo atropello lingüístico.

Pónganse Vds. por un momento en el lugar de un profesor de español para extranjeros a quien, con referencia a dicho titular, un alumno le pregunte: “¿Me puede decir Vd. por qué motivo, si “obvio” significa algo parecido a “patente”, “evidente”, alguien que se debe de estar ganando total o parcialmente la vida escribiendo emplea el verbo del que se ha derivado en sentido diametralmente opuesto?”

Al pobre docente no le queda ni siquiera el recurso de ganar tiempo respondiendo el consabido “Me alegra que me hagas esta pregunta, Bjorn.” Porque, en el fondo, no se alegra. En el fondo, se avergüenza de que en el periódico que se supone más internacional y de mayor nombradía de este Estado tenga cabida, con los honores tipográficos que merece un titular, tamaño asalto a la lógica (también lingüística).

Y el bochorno es aún mayor cuando sabe el profesor que El País no ha hecho sino agregarse al creciente rebaño de los maltratadores de nuestra lengua.

-         Tienes razón, Bjorn, esto es como si tomáramos, por ejemplo, la palabra “asesino” y construyéramos frases del tipo: “La Consejera de Sanidad de la Junta de Andalucía visita en el hospital Virgen de la Macarena a la sevillana que asesinó a cinco hijos en un parto sin dolor.” Y la noticia aparece ilustrada con abundante material videográfico donde aparecen las dos protagonistas, el marido de una de ellas y los cinco bebitos “muertitos y coleando” (ya que nos ponemos…)


Algunos me dirán que el español está plagado de antífrasis o de ironías como “¡El hijo de la gran puta se ha sacado dos carreras a la vez!”. Me reconocerán Vds. que estos empleos tienen no uno, sino más de un pase y enriquecen la opinión que del hispanohablante puedan tener los extranjeros.

Saben Vds. que no me refiero a eso.

Me refiero a que la lengua que debería unir a todos los españoles se encuentra cada vez más lacerada por aquéllos que más la deberían cuidar. Nuestra lengua, como la de todas las demás comunidades lingüísticas, no es tan sólo una herramienta para la comunicación simbólica sino que también es portadora de la huella de todo un pasado común, incluso de los tiempos en que no éramos todavía hispanohablantes.

La lengua puede y debe ser también una ventana a la que sus locutores se asomen para conocer mejor aquello de lo que provienen. El conocimiento del español debe consistir también en una invitación a la experiencia de todos los contenidos de civilización que nos han precedido.

¿De qué manera trascenderá el uso que se hace actualmente de la lengua española en el futuro? ¿Qué opinión dejaremos a aquéllos que vendrán y se interesarán por lo que aportaron los cuarenta primeros años de pretendida democracia?

Yo se lo voy a decir: concluirán que se trató, básicamente, de un período de simplificación, empobrecimiento y compulsiva laceración del idioma. Que fue una época en que lo que importaba era comunicar y no cómo se comunicaba. Que amplias capas de la población, aun siendo competentes en la ejecución del mecanismo de la lectura, no se enteraban de lo que leían. Que los lectores, en su mayoría, no eran capaces de sintetizar textos, ni tampoco de distinguir entre ideas principales y secundarias. Que el empleo de las formas del objeto de los pronombres personales acabó por asimilarse a una falsa idea de lo que es el género lingüístico. Que la razonable voluntad de feminización de determinados términos acabó por generalizarse ignorando competencias etimológicas básicas. Que las distintas lenguas peninsulares se contaminaron entre sí engendrando los peores usos por no haber sido convenientemente enseñadas y aprendidas. Que entre los profesionales de los grandes medios de comunicación había demasiados indigentes gramaticales.

Y que, ante todo este proceso degenerativo, la Real Academia de la Lengua Española no hacía sino acompañar el declive, aceptando cada vez más monstruosos empleos y promoviendo reformas tan esperadas como la de recomendar que a la “y griega” se la denomine “ye”.

Total, para lo que han quedado, a quién le importa quiénes son los griegos…

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