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Hirundo rústica

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Es por casualidad que vivo en el número 20 de la calle de las golondrinas pero no es por esto que a la finca que ocupo mi familia la llamó Las Golondrinas. Un panel de azulejos concebido y fabricado por un antiguo alumno lo ilustra. Y lo hace mostrando un par de golondrinas a punto de posarse en el vértice de su nido, del que asoman las cabecitas hambrientas de sus polluelos.

hirundo2Mi admiración por las golondrinas viene de lejos. Mi padre gustaba de sentarse en el porche a escuchar, encantado, el trinar de estas avecitas. Unos versos alegres, un chisporroteo en sube y baja que acaba siempre con una misma e idéntica frase en tono ascendente.

Vivir en el campo y, aún más, del campo representa una cura de humildad para el ser humano. En el mejor de los casos para nuestros intereses, se trata de una contínua tractación con el ecosistema, un andar proponiéndole nuestras apetencias a la espera de su placet. Es tomar conciencia de lo que representan los ciclos tanto en lo meteorológico como en lo vital.

La golondrina es un ave migratoria. Como la cigüeña otrora, encarna una especie de ex-libris en el volumen que nos toca leer cada temporada. Como todo el mundo sabe, la llegada a nuestros pagos de este pajarito de poco más de 34cm de envergadura y 20gr de peso nos indica la entrada de la primavera. Es cierto que muchas lenguas occidentales comparten el proverbio que dice que una golondrina no basta para anunciar la primavera pero los ornitólogos han averiguado que se trata de un animal tremendamente gregario en su comportamiento.

hirundo3Así, pues, lo lógico no es que veamos una primera golondrina sino que apercibamos unas cuantas. Siempre aisladas en un primer momento porque han de saber Vds. que, aunque muy fieles a sus parejas, los machos suelen presentarse en su habitual destino bastante días antes que sus respectivas hembras. Perdóneseme el micromachismo pero es como si ellas se quedaran en sus lugares de hibernación acabando de ordenar la casa para la vuelta en nuestro otoño mientras que ellos ya han emprendido el vuelo hacia el punto cierto de nidificación y comprobar que todo ha quedado más o menos como lo habían dejado unos meses atrás.

Tanto el macho como la hembra se guiarán en su larguísimo y extenuante viaje basándose, esencialmente, en referentes geográficos (cursos de agua, cadeñas montañosas). Y digo bien extenuante porque son miles los kilómetros los que nuestras golondrinas suelen cubrir desde su probable punto de partida africano: el ecuador o, incluso, el limbo austral. Allí, se agrupan por centenas, miles y hasta millones (según la amplitud del ecosistema) para medrar en carrizales o herbazales, zonas palustres donde encontrar en abundancia pequeños insectos. Los cazan y engullen sobre la marcha volando veloces a ras de espiga o ápice herbáceo en trazadas angulosas e impredecibles.

Es de mencionar que, una vez localizado su hogar entre nosotros, el macho tiene el detalle de no pasar la noche en el punto exacto donde anidará con su pareja. Por ejemplo, en mi caso, el macho nunca dormirá dentro del garaje. Espera a que llegue su hembra para hacerlo junto a ella. Y, cuando ésta haya arribado, hirundo4se concederán una especie de luna de miel durante unas semanas. Los primeros días los dedicarán a reponer fuerzas. A continuación, irán jugando, cortejándose y reparando o rehaciendo el nido elegido. Acto seguido se aparearán.

La fase constructiva por excelencia coincide con las lluvias de primavera. Se forman charcos aquí y allá, los barbechos están empapados. Y de ahí provendrán esas bolitas de barro, briznas vegetales y cualquier otro material filamentoso con lo que los picos de estos pajaritos irán minuciosamente pergeñando su pequeño hogar.

Llegarán los calores y las polladas (no muy numerosas por lo que he podido comprobar: no más de tres o cuatro individuos) podrán empezar a prosperar sin que uno de los dos mayores las tenga que cubrir. Se harán los polluelos cada vez más voraces y vendrá el momento en que se atrevan a saltar del nido revoloteando hasta una perca próxima. Para cuando llegue el otoño, se habrán fortalecido como para casi no poder ser distinguidos de sus progenitores y afrontar una odisea aérea hasta tierras africanas.

Sinceramente, no sabría decirles si los que vuelven cada año a casa son los padres o los hijos pero sí que son familia. Mi familia más fiel y viajera.


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