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Miércoles AM

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Los miércoles por la mañana, una serie de ocupaciones que no vienen al caso me conducen a Madrid ciudad. Así que, como de costumbre, el pasado miércoles desayuné a las siete, cogí el coche a las ocho y recorrí los primeros quince kilómetros por una carretera 'simple': dos carriles, uno en cada sentido, y peligrosa : largas rectas con frecuentes cambios de rasante. A esa hora, siempre los mismos coches y los mismos conductores temerarios: madres, más que padres, jugándose la vida, la de sus adolescentes que llevan al instituto y la de aquéllos como yo a los que ni les va ni les viene ocupar la pole en el semáforo, impepinablemente en rojo, con el que nos toparemos a la entrada del primer pueblo que atravesar. Es imposible que no acabe por ocurrir una fatalidad. Muy probablemente con un tractor que avance en sentido contrario. Espero que no ocurra en miércoles.

am2Llegado a mi primer destino, aparqué en el sitio habitual y me dirigí a pie a la estación de cercanías de una ciudad a 13 km al sur de la capital. Eran las nueve y diez y estaba a punto de convertirme en 'usuario invisible'. Quiero decir con ello que me subí en el wagón de un tren y pasé completamente desapercibido hasta la estación de Sol-Vodafone. Porque todo el mundo estaba pendiente de una pantalla. Cuando digo 'todo' no se pueden imaginar Vds. la impresión que produce comprobar que son, efectivamente, todos los viajeros de ese mismo wagón. Se trata, fundamentalmente, de pantallas de móviles 'inteligentes'. Algunos viajeros llevan, incluso, los cascos puestos. Quien los lleva aparatosos es que está escuchando música. Quien no, puede que se entregue al simple correlato de ruiditos y otros efectos de algún juego pasatiempos. En menor proporción están los que leen un libro electrónico y los que ya están de humor para guasapear. Yo, a lo mío: mirar por la ventanilla y observar a la gente. Disfrutar con esta especie de provocación gratuita consistente en desentonar por no hacer lo que absorbe a la mayoría. Claro que, para provocar, hay que saberse visto y, como ya he apuntado, no creo que mi presencia fuera advertida por mis conciudadanos.

Arribado a mi destino, el convoy se vació en su mitad y es curioso comprobar cómo casi todo el mundo prefiere esperar su turno para subir por las escaleras mecánicas y aun por su lado derecho (el izquierdo queda reservado para aquéllos que las quieren subir peldaño a peldaño). Debe de ser que hay que ir ahorrando fuerzas ante una jornada que no ha hecho sino comenzar.

am6La semana pasada, en una hora libre, aproveché la ocasión para  ir a comprar un manual de historia de España. Lo tenía fácil puesto que en la zona Centro es donde se concentra el mayor número de librerías. Como no disponía de mucho tiempo, mi intención fue preguntar en las dos mayores. Me habían aconsejado dos títulos de lo más conocido que se puede pedir según los entendidos: uno de Josep Fontana (la versión más progresista) y el otro de Tuñón de Lara (la más clásica). Agotados o descatalogados. Parece ser que los últimos volúmenes se vendieron en 2011.

No seguí buscando porque todavía tenía que ir a mi panadería favorita a por el pan para toda la semana. Pasé por delante de los escaparates de la sede de Telefónica. Cuatro ámbitos (cada uno de un distinto color ácido) en los que se promociona la venta de varios modelos de teléfonos inteligentes. En sentido Alcalá, estos eran sus mensajes en letras de bulto redondo:

Escaparate 1: "No sigo las tendencias. Sé lo que me gusta" (el acento lo he puesto yo).

Escaparate 2: "No soy de medias tintas. Me quedo hasta el amanecer".

Escaparate 3: "No hago selfies. Hago autorretratos".

Escaparate 4: "No practico jogging. Salgo a correr".

Compré el pan. Comí donde siempre. Cogí el cercanías. Dormimos todos.

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