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Fueron dos

fuerondos1I

Es una noche fría y limpia. Un cielo azul cobalto dolorido de estrellas contempla el cansino caminar de una parca comitiva. Un hombre alto y fuerte la encabeza. Avanza apoyándose en un cayado y acompasando el paso con el de un pesado buey del que tira con la otra mano. A lomos de una mula los sigue una mujer que levanta un brazo como en un último esfuerzo. El hombre, que estaba pendiente de ella, se detiene y, con él, las bestias. Desata un odre con agua y un cacillo que envolvían el cuello del buey y se va para su compañera. La ayuda a bajar de la acémila y le da de beber. Los animales juntan sus cabezas.

- ¿Sabes adónde vamos, grandullón?
- Lo único que tengo claro es que huímos.
- O sea, que no tienes ni idea de cuánto nos queda todavía por delante...
- Pues, mira, no creo que sea mucho. Sobre todo porque tu amazona no está para muchos trotes...
- ¡Brrrr! Nunca mejor dicho.

fuerondos3Al buey le da por girar la testud para el otro lado. De repente, sus lánguidos ojazos se fijan en unas alteraciones geométricas en el horizonte. Sin apartar la vista de su descubrimiento prosigue con la conversación.

- Estamos de suerte, comadre. Que me afeiten si lo que tenemos allá a lo lejos no es una aldea.
- ¡Dame albricias, manso, que daría la vida por una gavilla de heno!
- Yo no estoy para caprichos. Me conformo con un chamizo para resguardarme y un poquito de paja en el piso sobre la que echarme.
- ¡Anda que no pides nada! Pero, en el fondo, tienes razón: cuando amanezca va a caer una pelona de las que hacen época.
- A propósito, te veo cada día más gorda. Al final acabarás teniendo razón...


II

Las sandalias de José se han cansado de hollar los blancos yesos de Judea. El carpintero les ha concedido un merecido descanso mientras, en un cobertizo, duerme abrazado a su esposa tapados los dos con toda la ropa que podrían llevar puesta. El buey ha encontrado lo que pedía en este lugar que se le antojó un espejismo nocturno al descubrirlo. Quisiera conciliar el sueño pero la mula, que no se despega de su lado, no está dispuesta a quedarse dándole vueltas a la última frase de su amigo.

fuerondos2- Pero que acabaré teniendo razón, ¿en qué?
- ¡Y vuelta la burra, digo la mula, al trigo! No sé por qué se me ocurriría volver a sacar el asunto...
- O sea que voy a acabar teniendo razón. No, si ya lo decía yo...
- Escúchame bien, a ver si me dejas en paz de una puñetera vez. Me rindo y reconozco que no me puedo explicar por qué estás engordando... como estás engordando.
- Lo que quiere decir...
- Lo que quiere decir que sí, que por muy descabellado y estrambótico que pueda parecer, sí: diría que estás... preñada. Que sí, que las mulas sois estériles y que posiblemente tengáis razón en quejaros de ello ante el Buen Dios pero, bueno, ¿y si contigo empezara a cambiar la cosa? ¿Y si el Buen Dios hubiera escuchado las preces de todas tus congéneres? Lo tuyo, por lo menos, empieza a no ofrecerme ningún género de dudas.
- ¡Ay! ¡Ése es mi mansito! ¡Cuánto tiempo he estado esperando a que me lo confirmaras! Si es que lo sabía. Te dije que ese humano con alas que visitó a la señora me miró de refilón antes de emprender el vuelo... Algo muy gordo habría venido a decirle...
- ¡Claro! Y tú pasabas por allí por casualidad...
- ¡Te lo juro! Tú ya sabes que no soy de andar cotilleando y ni mucho menos de ir con chismorreos por el campo...
- Mira, yo sólo sé que no es la primera vez que te sorprendo asomándote a las ventanas de la casa de los amos.

III

Un resplandor divino paira sobre nuestro cobertizo. María y José ya no saben cómo dar abasto a tanta gente de toda condición venida a visitar al Niño para colmarlo de dones. Cada vez que llega un personaje ilustre, los cinco posan como para inmortalizar la escena. Tan sólo un pollino, orejudo y blanco, se sale siempre del guión mordisqueándole la cola por detrás a su madre.fuerondos5

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