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X, Y, Z

¿Qué pensarían Vds. si se enteraran de que los hijos de los principales capitostes de las grandes empresas de Sillicon Valley estuvieran estudiando en colegios donde se ha desterrado de la enseñanza cualquier tipo de herramienta o soporte tecnológico? Bueno, tampoco se extrañarían demasiado pues sobran ejemplos análogos en cualquier ámbito y por supuesto que también en el mundo de la educación: la mayoría de nuestros políticos han tenido y tienen a sus descendientes instruyéndose en los colegios, facultades, escuelas e institutos privados más prestigiosos. Sin embargo, si una casi automática evidencia se impone a la hora de poder aspirar, del modo que sea, a Harvard o al M.I.T., no aparecen claras las razones por las que se pueda preferir formar a su progenie en una institución en la que no proliferen tabletas, ordenadores, pizarras y libros electrónicos y qué sé yo qué otros instrumentos interconectables.

Por lo que a mí respecta, no les puedo negar que las tecnologías de la información y la comunicación han revolucionado y facilitado mi día a día y mi trabajo de profesor. Me cuesta muy poco conseguir pretextos escritos, audio-orales o audiovisuales a partir de los cuales construir mis clases. Me comunico con rapidez, eficacia y discreción con mis alumnos, mis amigos y conocidos. Soy capaz de elegir mis fuentes de información con mayor autonomía y libertad. Puedo comprar bienes y servicios que no encuentro en mi entorno. Pero todo ello, lo he ido integrando en mi vida con parsimonia y tras cerciorarme de que no menoscababa un tipo de vida, una manera de estar en el mundo que ya estaba asentada y que tan sólo buscaba yo mejorar. Todos estos avances se han incorporado a lo que creo es un patrón de crecimiento personal preexistente.

xyz2Es preciso, sin embargo, reflexionar sobre el modo en que todo este tsunami tecnológico se precipita sobre los individuos en un proceso de construcción menos avanzado: las nuevas generaciones. Es, quizás, la primera vez en la historia de Occidente en que una novedad irrumpe con tanta fuerza e inmediatez en las aulas, sin tiempo para que podamos medir las consecuencias de esta especie de obscenidad. Como en tantos otros ámbitos de nuestra actualidad, responsables educativos y padres (por lo que creo son las mismas razones que llevan  a sumergir en regalos y caprichos a aquéllos a los que no podemos dedicar el tiempo suficiente) han sido los primeros en alinearse con las más comerciales y obvias intenciones de los grandes fabricantes de estos productos. ¿Cuánto tiempo tardaron en entrar en las aulas y con qué papel lo hicieron la radio y la televisión (dos de los grandes electrodomésticos de nuestro tiempo)?

Hoy día parece inevitable que todo deba pasar por la interconexión y la intercomunicación en la inmediatez. La cantidad de experiencias vivibles precede a su calidad. Lo urgente se lleva por delante a lo importante. La fugacidad de los estímulos los hace inasibles. Éste es el caldo de cultivo en el que podemos flotar cuales tropezones y en el que corremos el riesgo, si nos descuidamos, de disolvernos como azucarillos.

En la institución donde trabajo, los exámenes de fin de curso consisten en cuatro tipos de prueba: comprensión oral, comprensión escrita, expresión oral y expresión escrita. Desde siempre, la parte más accesible fue la comprensión escrita por razones que a la gente de mi generación y alrededores (por no hablar de los mayores) nos parecen palmarias : los pretextos están ahí, inmóviles ante la posibilidad de analizarlos y escrutarlos casi cuantas veces pueda apetecer. Por consiguiente, las preguntas referidas a tales documentos resultaban más fáciles de contestar. De un tiempo a esta parte, la comprensión escrita se ha vuelto un auténtico «hueso» para las últimas promociones. Hasta el punto de que ya hay alumnos que suspenden curso exclusivamente porque no han sido capaces de resolver este tipo de tareas. Cuando el profesor indaga los motivos y pregunta a los alumnos qué es lo que han encontrado difícil, cada vez en mayor número responden que, simplemente, no han tenido la paciencia o la capacidad de concentración para rescatar los contenidos deseados. En las pruebas de nivel que se organizan a principios de curso, esta situación alcanza su paroxismo. Demasiados aspirantes a estudiantes de lengua extranjera en nuestra Escuela deciden abandonar una prueba que no dura (en su parte escrita, la redacción) más de una hora. La proporción de abandono es mayor cuanto más joven sea el candidato.

Creo poder aportar alguna explicación a esta descorazonadora constatación.

Miren Vds., cualquier texto impreso, independientemente de su calidad, intención o código en el que esté escrito, constituye una unidad de comunicación, un pequeño universo ideológico con su propia historia. Esta historia comienza con la primera palabra y acaba con la última. Por lo tanto, dentro de este mundo simbólico, hay un pasado (lo que ya he expresado o interpretado), un presente (lo que estoy entendiendo o diciendo) y un futuro (lo que me queda por averiguar o contar). A nivel estrictamente lingüístico, las palabras del texto se relacionan en mayor o menor grado entre sí de manera horizontal de acuerdo con unas reglas que describe la Gramática (Morfología y Sintaxis). Cada palabra, por su parte, se encuentra en la encrucijada de posibilidades de todas aquellas palabras que podían haber figurado en el lugar que efectivamente ocupa (Lexicografía). La elección de cada término, se encuentra, pues, determinada por la necesaria intersección de dos competencias lingüísticas del individuo en un teórico eje de abscisas (x) y de ordenadas (y). Cada elemento de nuestro discurso se encuentra en la confluencia de un plano real (lo que efectivamente estoy plasmando o comprendiendo) y un plano virtual (lo que que hubiera podido plasmar o comprender en cada elección).

Como habrán podido comprobar, éste es un producto cultural de máxima carga simbólica que debe de constituir un auténtico reto para cualquier chaval que inicia su recorrido vital en este mundo. Este camino, difícil, conlleva, en contrapartida y como recompensa, la construcción y la consolidación de un tipo de pensamiento, el lógico-simbólico, indispensable para afirmarse con un mínimo de garantías de autonomía y libertad en la sociedad.

Los métodos de aprendizaje de los distintos contenidos socioculturales transitan, básicamente, desde la promoción del conocimiento a través del contacto directo con la realidad hasta la enseñanza fundada en el máximo nivel de abstracción que hemos descrito más arriba.
Éste ha sido el camino andado por la mayoría de los habitantes más afortunados del planeta hasta hace, más o menos, veinte años. Momento en que, al texto del que hemos hablado, las tecnologías de la información y la comunicación le añaden el concepto de ‘hipertexto’ (z) y las nuevas modalidades de comunicación verbal y escrita como interferencias posibles.

Estos dos añadidos, que pueden constituir (y constituyen en muchos casos, sin duda) un enriquecimiento para el productor y consumidor de textos suficientemente avezado (esencialmente, personas que habían cumplido quince años hace veinte años), comprometen seriamente el proceso de formación y consolidación del pensamiento simbólico apuntado con anterioridad.

La dimensión hipertextual (z) es aquélla que permite, haciendo clic sobre una determinada palabra, abandonar la historia y el universo (ideo)lógico de un primer texto, saltar a otro. Esta posibilidad es favorecida por el carácter curioso del ser humano y puede comprometer la necesaria fidelidad, el necesario compromiso con la integridad del texto (no dudo que, en muchos casos, heroico).

También es alta la posibilidad de que un mensaje dirigido al compositor o lector de textos en su relación con ellos a través de cualquier pantalla interfiera decisivamente en la tarea inicial del emisor o del receptor del texto. Otra amenaza para que se complete el proceso de configuración simbólica de marras.
Se podrán Vds. figurar qué capacidad de resistirse a esta dos tentaciones tiene un individuo en construcción y con cada vez menos resistencia a la frustración (al ‘no’, al aburrimiento, a cualquier tipo de disciplina, al sacrificio, etc.). Por otro lado, todo esto está ocurriendo en un momento en que nuestro niños y jóvenes pasan mucho tiempo solos o bajo la supervisión de ningún responsable (progenitor, profesor, monitor, vecino adulto, etc.).

El resultado es el de un aprendizaje fragmentario y fragmentado que produce seres absorbidos por su presente más apremiante y generalmente futil y cada vez menos armados para competir con los privilegiados que aprenden como aprendieron sus mayores.

Es la nueva y más sibilina antítesis del igualitarismo. En este caso, más (tecnología) es menos (individuo).

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