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El cine en extinción (II)

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Me di cuenta rápidamente de que ese no era mi ambiente. Nos tocaron unas entradas para el sempiterno espectáculo teatral sobre Lorca, en este caso “Lorca en Nueva York”, interpretado, o chillado, o cantado pero sin cantar, por Alberto San Juan. El tipo me cae bien. Le he visto en primera linea de manifestaciones, de las de pelota de goma lanzada a los ojos por la policía no de las de mentira/festivas, y me parece un tío auténtico. Pero no tan auténtico es el público del teatro, entre el que me siento extraño. Es el público impostado, el complaciente, el estridente. Las entradas gratis para cualquier cosa es lo que tienen, casi que prefiero pagar que aguantar a la recua de invitados. La gente entraba como una marabunta en la sala sin mascarillas, en este tiempo de epidemia silenciada pero presente, vociferando como si fueran al fútbol, encantados de admirar a alguien que ni siquiera habrán leído aunque dicen que sí. Me encontré de cara con la política/médica Mónica García con su cara de encantada de conocerse. Hace unos días leí cosas que escribe en sus redes como “las granizadas en mayo no son casualidad”, refiriéndose al cambio climático como causa, y me dieron ganas de vomitar, ha pasado de médica de a pie a creerse una papisa más. Al terminar la respresentación se escuchó algún “bravo”, y algún “maravilloso”, cuando el montaje era aburridísimo y plano. Lorca se ha acartonado mucho más que cualquier otro poeta, gracias a la utilización y desgaste que hace de él su público vocinglero, teatrero e ideologicero. Suena ya a más gastado que Garcilaso de la Vega, que, a su lado, parece afterpunk. El teatro no es lo mío, prefiero el silencio en las salas de cine. Y a Alberto se le trababa la lengua a veces. La orquestilla de jazz fue lo mejor. Siempre el jazz, siempre acertarás lo pongas donde lo pongas. La mujer de al lado mío obligó a su marido a ponerse la mascarilla. Porque aquello parecía una ruleta rusa de Covid. Alberto San Juan también tiene que comer, y han sido tiempos de sequía en el espectáculo. Aquí él ha ido a lo efectivo, a lo fácil, a atraer con lo que los superegos se sienten más atraídos, que es el sentirse culto y comprometido. Lorca pasaría mucho de sus culos, seguro.

cinextincion2El cine es mucho más perfecto y agradable, sobretodo en esta época que corre en que se está muriendo. Llegas a la sala y no hay casi nadie. Nadie habla. Nadie se mueve. Eso sí que resulta maravilloso, ese vacío. Pero todavía quedan rescoldos de lo que fue, de lo bueno que fue, de nuestro mundo del pasado. Vejetaremos a gusto en las salas, hasta que se acaben... Fuimos a ver “Red rocket”, de Sean Baker. Este señor fue capaz de dirigir un monumento cinematográfico como “Florida Project” casi sin proponérselo, le salió aquello casi a balón parado. Recuerdo a esas dos niñas llorando mientras corren por la puerta de ese falso mundo que es Disneylandia, tan parecido al real en su cartón piedra. En “Red rocket” conserva cosas frescas de la anterior. Personajes salvajemente frustrados, escenarios aparentemente limpios pero mugrientos, luces y planos de anocheceres preciosos entre el polvo y la naturaleza salvaje invadida por lo industrial. Baker juega con el espectador presentándole a un tipo simpático y de cara guapa al que no te explicas cómo le ha ido tan mal. Le ha ido tan mal porque las apariencias engañan y es un pedazo de cabrón, pero un cabrón entrañable. Simon Rex está pero que muy bien interpretándolo, y el resto del reparto lo mismo. Pero la película no llega, ni de lejos, a las cotas de la anterior, porque es imposible. Sean Baker es un director pero que muy interesante al que seguir. No busca gustar, busca lo de debajo de la superficie de la piel, y eso ya es mucho pedir. Expresa muy bien lo sórdido de lo cotidiano. Quedan algunas personas interesantes dentro de este cine crepuscular que atravesamos. Baker parece un nuevo realizador, pero ya peina canas. El cine peina ya siempre canas.

cinextincion3Igual de interesante es Carla Simón. Su “Verano 1993” fue, es, una maravilla. Hace unas semanas estrenaron “Alcarrás”, con la que ha ganado el Oso de Oro del Festival de Berlín, nada menos. Un premio con solvencia y que tradicionalmente no se ha cargado de excesivo esnobismo. Leí un artículo sobre este galardón en una zona casi ilocalizable de un periódico. El cine en salas no vende ni les da clicks a los pesebreros de la prensa actual. Curiosamente, la sala en la que entramos a verla presentaba la mejor entrada que he visto en bastante tiempo en un cine no de palomitas. Daba un poco de yuyu, porque era uno de los primeros días en los que no había que llevar mascarilla, aunque nosotros llevábamos nuestra FPP2 de reglamento recién hurtada en unos grandes almacenes. Algo más de ruido y pesados de lo habitual, pero nada odiable como en el teatrín guay, todo tranquilo. Las espectativas creadas por “Verano 1993” se lo ponían difícil a esta película. Simón utiliza en “Alcarrás” otra vez la imagen de los niños, pero en este caso resultan menos naturales y eficaces que con las dos crías increíbles y preciosas de la anterior. Pero no están mal. Hay carne y hay hueso, se nota. El tema de los palleses aplastados, curiosamente, por el florecimiento de las energías supuestamente limpias resulta curioso, y la cosa funciona, sin estridencias y sin ser una obra maestra, pero Carla Simón vuelve a pintar un cuadro interesante enmarcando a unas gentes sencillas dentro de una acción y unos paisajes contidianamente creíbles, con sentido y con sentimientos, sin estridencias. Calor y cercanía es lo que transmite bajo su piel la autora, algo aparentemente tan habitual en el cine, pero que habitualmente suele naufragar aunque nos digan lo contrario, la naturalidad es lo que más se trata de impostar. Los árboles se arrancan para poner placas solares que den energía a vuestros enchufes, lo mismo que las salas se cierran para que vosotros os encerréis en casa a ver en vuestras enormes teles vuestras mierdas de series con tramas más vistas todas ya que el TBO. Salid de casa, coño, aunque os digan lo contrario, como fuera de casa no se está en ningún sitio.


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El cine en extinción

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Ver películas en la tele es como montar en bici eléctrica: un sucedáneo de la realidad, algo falso, una mierda inservible. Pero se están saliendo con la suya inventando esta nueva cosa que no es cine ni es nada que es quedarse en casa calentando el sillón. La agonía continúa, la pandemia no ha sido más que un trampolín para cargarse las salas. Nosotros seguimos resistiendo. Incluso nos favorece, porque nos gusta ir a la última sesión, y los hábitos han cambiado, ahora la gente que acude al cine ya no llena el último turno, sino el anterior, el de media tarde, dejando la noche para cuatro gatos que disfrutamos de esta soledad, que sin duda es pan para hoy y hambre para mañana.

Hace unas décadas asistí en la universidad a una asignatura sobre cine impartida por una pedante, y conocida, crítica de arte. Ella nos torturaba, y nos hacía reír por lo bajini, con sus chorradas sobre los géneros cinematográficos. Nos explicaba este tema como si fueran un corsé del que no se podía escapar. Tenía parte de razón. Y han nacido incluso nuevos, y absurdos, géneros. En España está, por ejemplo, el género insufrible de buenos y malos sobre la guerra civil. Me da ganas de vomitar su reiterado maniqueísmo. Y también existe aquí el de la comedieta bla bla bla, siempre intentando hacer chistes blancos y correctos de los que hay que reírse incluso dentro de temas serios. Apesta esa risa impostada. Es un mal patrio. Pero también existen nuevos géneros dentro del cine mundial. Y nos tocó las pasadas semanas “visitarlos”, como diría mi pedante profesora EdD.

cinegeneros2Ironías y contradicciones del destino. La premiada película “El acontecimiento”, de Audrey Diwan, me pareció un absoluto pestiño. El género es “el aborto”, del subgénero “clandestino”. El temita ya ha sido tocado en todas sus variantes. En esta caso deberían haber titulado la película “Aborto 1958”, al estilo de las películas “Aeropuerto”. En estar versión no falta ninguno de los ingredientes de estas películas: hombres cretinos, mujeres víctimas, represión sexual, sangre manchabragas, vísceras... el efectismo de las películas sobre el aborto por enésima vez. La película es aburrida y correctísma políticamente hablando, debe gustarte porque si no es que eres muy malo y no te impresiona el sufrimiento ajeno. Incluso se recurre al tópico de introducirse hierros por semejante parte para pinchar al feto, perdón por el espoiler, y se añade un plano fugaz directo al subconsciente, pero efectivo, de un cordón umbilical saliendo por la entrepierna de la protagonista. Yo fui a un colegio de curas y vi cómo se intentaba lavar el cerebro contra el aborto obligando a visionar documentales falsos en los que se podía ver a niños de ocho meses y medio siendo sacados de los pelos del interior de sus madres. Pues esta película, premiada con el León de oro en Venecia, se parece peligrosamente a esos infectos panfletos.

cinegeneros3La semana pasada nos dispusimos a contemplar, con serias dudas por mi parte, “A tiempo completo”, de Eric Gravel. Dudas porque el tema está ya más visto que el TBO: el alienante trabajo que azota a las estresadas masas urbanas de nuestra sociedad que habitan en el extrarradio, gentes que viven vidas aceleradas que no desean. Recuerdo películas maravillosas sobre esta temática, como “Riff raff” de Ken Loach, como “Lloviendo piedras, pero también otras muchas que ya cansan porque cuentan siempre lo mismo en un eterno retorno y día de la marmota proletario. Pero en este caso me sorprendí desde el principio. Es una película con crítica social, sí, vale, pero en la que prevalece una velocidad propia del thriller o de la mejor acción. La música electrónica, que normalmente detesto y me carga, aportaba ritmo a la trama. El argumento se desarrolla de forma trepidante, no deja un minuto de descanso al espectador, sin respiro. Laure Calamy está sensacional, humana y cálida en una película que huele a la lluvia invernal de París por los cuatro costados, a su aridez.

cinegeneros4Parece que nada puede ir peor, pero esta presión catastrofista no resulta tópica, ni pedante, ni cargante, ni politicamente correcta, porque los personas no son buenos ni malos estereotipados, y la realidad cruda del perro come perro brota en la cara como lanzada por una catapulta. Casi nadie va a ayudarte porque todos tratan de sobrevivir, hay que dejarse arrastrar por la corriente, pero sin ahogarse, y tus semejantes están, como tú, imbuidos por un síndrome de Estocolmo social que los convierte en partes de una máquina picadora de carne insensible. Para rematar, el autor juega con el espectador con un final aparentemente a la americana, pero agridulce. Queda la sensación como de poder sacar la cabeza del agua y respirar, pero que va a ser solamente por un rato, porque toda la opresión y la tristeza van a seguir ahí presentes esperando detrás del espejismo. A Kafka le hubiera gustado, de hecho Gravel bebe de él y muestra cómo el castillo humano de Franz sigue existiendo impertérrito y atemporal.

Salimos del cine con la madrugada ya encima, dentro de esa noche oscura de Madrid que me hace sentir bien. Meamos en unos servicios del cine desérticos de gente, fantasmales. Compramos comida para llevar en un Madrid nocturno que parece resucitar y decaer a partes iguales. Dimos un paseo por las calles vacías, esas que son parte de mi sangre y de mis huesos, como los cines. Nos sentimos afortunados de poder continuar disfrutando de todas estas cosas. Llegamos a casa, pusimos la tele y nos dormimos escuchando su run-run de fondo. El cine es el cine, la tele un somnífero. Como fuera de casa no se está en ningún sitio.


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Pandemia de cine (IV)

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Nuestro amigo Fernando Ese Ele es un puto privilegiado que vive a apenas cien metros de los cines Ideal de Madrid. Algunas noches baja de su ático, también privilegiado, en el centro de Madrid y de mala gana camina cinco minutos escasos para poder entrar en una de las pocas salas de cine decentes que quedan en la ciudad. Pero no nos vayamos por las ramas. Fernando tiene unos gustos algo divergentes de los míos. He venido escuchando que le gustan cosas un tanto más limpias estéticamente hablando, del estilo del inaguantable . Respeto aún así sus gustos. Pero cuando llegó a mis oídos que le había gustado mucho “Belfast”, del infausto ególatra Kenneth Branagh, desconfié por completo.

pildorascine222Todo el mundo hablaba sobre las excelencias de esta película, que qué bonita y qué bien se sentían tras verla y todo eso, y casi nos vimos obligados a verla. Suele suceder y me doy asco de mí mismo por seguir la corriente. El señor Brannagh, lo llamo Bragas en la intimidad y no en tono positivo, nunca me ha gustado, seamos claros. Desde que estuvo de moda hace treinta años. Esa sarta de películas horribles que perpetró y que a las gentes de Dios les parecían tan maravillosas a mí me daban ganas de vomitar. Su cine me resulta superficial y barroco, sin sustancia en el fondo. Me gustó algo cuando trabajó para Woody Allen en “Celebrity”, pero la casi totalidad de su obra como director me parece insufrible. Belfast la catalogaría como su mejor película.

Su mejor película, pero un producto excesivamente limpio para el contexto que relata, autocomplaciente, y al salir de la sala me provocó una sensación de vacío y de cierta tomadura de pelo. Esos planos fijos panorámicos en homenaje a su ciudad resultan bonitos, vale, pero más vistos que el TBO. Para colmo ese blanco y negro adornado con algunos detalles de color pero no parecidos a los de “La ley de la calle”, que expresaban algo, sino copiados del efectismo melifluo de la “Lista de Schindler”. “Belfast” parece lanzar el guante al principio de que no hay buenos y malos, pero luego se le ve mucho el plumero. Todo resulta muy inocente cuando allí en realidad corrió durante mucho tiempo mucha sangre. Cuando alguien habla de ver algo “a través de los ojos de un niño” me recuerda automáticamente a Pedro Ruiz y sus entrevistas y me dan ganas de vomitar.

pildorascine223Se puede ser un poquitín autocomplaciente con tu obra, rendirte auto homenajes, y sin embargo rodar algo interesante. Paul Schrader es el contrapunto a Branagh. Schrader ha dado paladas de cal y de arena en el mundo del cine, pero ha dirigido y escrito guiones a modo de monumentos cinematográficos. “Taxi driver”, “Toro salvaje”, “Aflicción” o “La última tentación de Cristo” llevan su sello. “El contador de cartas” huele un poco a sus típicas historias de hombres atormentados buscando redención. Pero da lo mismo. Oscar Isaac da vida en ella a un personaje maniático, hermético y obsesionado que trata de lavar sus pecados del pasado. La historia engancha, resulta hipnótica. Esos personajes tan solitarios hay que reconocer que funcionan, y su sordidez también. Al final resulta que nunca hay un final ni una satisfacción, porque la vida es así de burlona.

pildorascine226Escuchamos por ahí también historias sobreciertas personas a las que les había gustado mucho “Drive my car”. Una película japonesa que dura tres horas me provoca alergia automáticamente. En su lugar accedí, porque me caen mucho mejor los franceses que los japoneses, aunque con ciertas reticencias porque era una comedia, a ver “El triunfo”, de Emmanuel Courcol. Entré a la sala un tanto obligado, porque en el trailer citaban como referencia para esta película la horrorosa “Bienvenidos al norte”. Como casi siempre, debía de tratarse de un iluminado de la productora intentando promocionar el producto ante el gran público de Hispañistán quien la había calificado así. La película es algo más que una comedia y toda ella recae sobre los hombros de Kad Merad, al que idolatramos desde que vimos la serie “Baron noir”. Merad es un actor que eleva lo que toca. El caso que cuenta es real, aunque trasladado a Francia. Con cierta gracia, pero también con una destacable humanidad, Courcol se luce haciéndome pasar un ratito agradable.

Los franceses me agradan. No puedo ocultarlo. Algunos de mis héroes, de los que están vivos, son oriundos de allí, como es el caso de Emmanuel Carrère. Este señor me parece un genio, sería largo de explicar. Me acompaña cada vez que escribe como si fuera una voz paralela a mi vida. Siempre me resulta interesante, incluso en aquel documental infumable que rodó hace años “Retorno a Kotelnich”, y que luego inspiró parte de sus obras, sobretodo “Una novela rusa”. De repente vimos que Carrère había rodado una película. La expectación era máxima para nosotros, aunque pensábamos que le iba a salir un churro. En su momento Paul Auster nos demostró cómo se podía ser un escritor interesante hasta que se te sube a la cabeza y te da hasta pildorascine224por hacer cine, cine horroroso. Además mi escepticismo se centraba también en que estaba protagonizada por Juliette Binoche, que comenzó gustándome mucho por ejemplo en “Azul”, pero que a lo largo del tiempo ha continuado su carrera interpretando a mujeres siempre insoportablemente dolientes que se hacen las buenas.

Pero salimos con una sonrisa del cine. Emmanuel había pasado el examen con una gran nota. Recordé la serie de artículos suyos recientemente recopilada “Calais”, y su forma de ver en la distancia los problemas y las desgracias, ver la realidad desde su único punto de vista con la menor carga de prejuicios y política correcta. Carrère traslada su alter ego a una mujer que recoge testimonios a pie de obra de la dureza de la vida y del trabajo de un determinado y duro sector de la sociedad, pero que al mismo tiempo no pertenece al lugar ni se termina por identificar del todo con él. Es una película fría, que produce dolor muscular y reuma. Binoche sufre, pero no en plan pobrecita. Su vida transcurre escribiendo sobre gente que en el fondo le es ajena, pero a la que aprecia desde muy cerca, pero al mismo tiempo desde la lejanía. Carrère siempre ha tenido una existencia holgada en lo económico y elitista en cuanto a lo cultura, pero se arrima sin prejuicios más que los que tiene hacia sí mismo a personas muy diferentes a él, y comparte sus dilemas vitales, empatiza, pero sin recibir ni impartir lecciones. Carrère es la antítesis del barroco, es la vida misma desnuda, ya sea la de los de arriba o la de los de abajo, todo en realidad se mezcla en el existir y el vivir.

pildorascine225Por desnudez contrapuesta al barroquismo también animaría a ver “Language lessons”, de Natalie Morales. Por los pocos recursos y la simpleza. Encuentro entre humanos, nada más, que también puede darse, aunque cause cierto asco a priori, a través de las redes y las nuevas tecnologías. Ya sé que esto suena muy mal, pero las sonrisas de Natalie Morales y de Mark Duplass hacen que ir al cine un ratito sea agradable, sin más pretensiones, presupuestos ni vestiduras. Con simpleza y calidez.

Al salir de ver todas estas películas compramos sushi en Nigiri, odio el sushi pero a ti te gusta, y un whoper y cuatro de patatas en el Burrikín, basura pura pero de sabor agradable, y nos marchamos a comérnoslas, y muy pronto será verano podremos hacerlo sobre el banco de marmol que hay bajo la estatua de doña Sancha, siempre después de salir de cine, ese sitio tan agrabale en el que pasamos un ratito exentos de las mierdas cotidianas. Y seguiremos viendo películas recomendadas por Fernando Ese Ele, porque aunque le atraiga lo puramente estético más que a mí él es un gran tipo y la vida es una cuestión de gustos.


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