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"Soy escritor"

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“Soy escritor”, me dijo aquel tío mientras terminaba su chupito. Yo repasaba los cubiertos y lo escuchaba. "Me han ofrecido 300.000 euros por mi último libro. Es una maravilla. La gente llora al terminarlo, una verdadera pasada. Yo le pego a todo: historia, novela, relato. Me dieron un huevo de premios, mira en Internet, busca mis novelas..." Hablaba como un culo caga mierda: a borbotones, por espasmos. Se calmaba, luego volvía a la carga con más fuerza y después se relajaba de nuevo. Y lo que contaba era como mierda... peor que mierda. Era su ego que en vez de escapársele por el culo, por donde debería hacerlo, le salía por aquella boca porcina que redondeaba aquella cara de besugo, de idiota total. La mierda solo olía mal, pero aquellas palabras sin embargo penetraban en el cerebro de las personas que escuchaban, involuntariamente, y se quedaban allí un tiempo. Algo terrible. "He donado lo que gané con mis último libro a los pobres, me lo pidieron y lo hice encantado. Yo soy así. Mi padre fue diplomático y mi abuelo intelectual galleguista y a mí el dinero me sobra: tengo una empresa con siete empleados. Tengo dos coches y una moto. Vivo la vida a tope". Intentaba distraerme preparando algún café, aunque por desgracia el local estaba casi vacío a esa hora.

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El cielo se yergue sobre mi cabeza y abajo percibo el trino metálico de las ciudades. Doy una vuelta completa sobre mí mismo y me elevo más allá de lo azul sobre las nubes. Negror. Inmensidad. Pienso en ti con visión cósmica. Te quiero pero sé que es inútil en la inmensidad. Coños penetrados. Supernovas. Agujeros negros. Agujeros del culo. Dios observándolo todo, Dios observándote mientras te haces una paja. Esclavos que trabajamos en bares sin que a nadie le importe un cojón. Campos de concentración en polígonos industriales. Putas que se venden en todas partes y todos somos tan felices. Niñas violadas que son después cómodamente lapidadas acusadas de adulterio. Indigentes a los que les prenden fuego en cajeros.


escritor4“A mí es que se me ocurren unas ideas de la hostia. La gente me dice: «¿Pero cómo coño se te ocurren esas cosas?». Y yo les miro, sonrío y les contesto que por eso soy escritor”. ¿Cómo se podía ser tan gilipollas? Parecía que todo fomaba parte de un programa de cámara oculta en el que me estaban grabando. Aquel infra-ser representaba todo lo que yo despreciaba. Era feliz en su miseria, en su egoísmo que creía generosidad, en sus gilipolleces que consideraba geniales. Era un completo subnormal. Tenía varios libros publicados, había algunos tíos aún más subnorales que él que los compraban... e incluso algunos retrasados que los leían.

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Me meto en las cañerías por las noches, con las escolopendras y las arañas. Fosas comunes. Psicópatas que torturan a sus víctimas hasta la muerte. Homicidios y gente malvada por todas partes. ¿Cuántas niñas filipinas cuesta un Ferrari? Recetas de muffins de chocolate. Campañas contra las matanzas de gatitos. Niños del Isis matando de un tiro en la cabeza a su primera víctima arrodillada. Es la guerra, siempre es la guerra. Los actores del cine español, esos esnobs que se creen tan antisistema. Putos burgueses de mierda. Hablamos de revoluciones y libertad desde nuestras cómodas casitas. Y algunos gilipollas incluso se creen escritores.

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Las chicas de 'Femen' contra los toros

María De Cisneros era activista. Me encantaba aquel trabajo. La envidiaba: podía vivir tirándose el rollo de la tiranía masculina dando charlas para prevenir la violencia machista y todas esas gilipolleces... Habíamos sido compañeros de colegio en la infancia. Pero yo no tenía un papá que me pudiera mantener ni una organización que subvencionara mis sofisticados gustos veganos de intelectual del siglo XXI. María saltó al ruedo en top less acompañada de Cristina Sherivchenko, una poetisa tortillera ucraniana que también vivía de aquel asunto de denunciar la dictadura fálica asfixiante que nos rodea. Cristina tenía unas enormes y preciosas tetazas, de aureola oscura y pezón prominente... como a mí me gustan. Las dos heroínas del feminismo, en lucha permanente contra el turismo sexual y los puticlubs, corrían hacia el centro del coso. Las mujeres del público gritaban escandalizadas, los hombres sacaban fotos encantados con sus teléfonos. María tenía el pecho pequeño, feo y caído... como su espíritu. Las ubres en movimiento de Cristina, sin embargo, eran un verdadero espectáculo para la vista. La guiri parecía una chica muy maja. Me hubiera encantado intimar con aquel par de peras del Este.

femen2Las chicas pertenecían a Femen y llevaban escritas varias frases en su cuerpo: "Los toros no son arte, son tortura"; "Toreros asesinos"; "Stop genocidio animal"; "Tauromaquia es falocracia" y otras en esta misma línea. Al llegar al centro de la arena se pusieron a gritar con el brazo en alto. Reinó la confusión. El público las abucheaba y les aplaudía a la vez. Hacia ellas salieron corriendo dos agentes y varios banderilleros, así como el propio torero. En ese mismo instante saltó al ruedo Gallardo, un bravo toro de lidia de casi media tonelada. Entonces embistió a las dos mujeres, que no supieron de la salida del animal hasta que ya era demasiado tarde. Ni las fuerzas de seguridad ni los hombres del ruedo pudieron evitarlo. María quedó tendida en el suelo, inconsciente, tras volar por los aires como una muñeca de trapo. Cristina se levantó enseguida y se puso a correr en círculos aturdida, con el rostro y el torso ensangrentados. Los hombres intentaron distraer al animal, que comenzó a ensañarse con María, a la que corneó y pisoteó para horror de los asistentes. Zarandeada, era un trozo de carne inerte con el que el animal fue trazando un siniestro reguero carmesí sobre la arena, un dibujo expresionista que hacía presagiar lo peor. Todo fue cuestión de segundos. Jugándose su vida, el torero fue el único de los presentes que reunió el valor suficiente para acercarse junto al fiero animal. Lo golpeó con el estoque, provocando que desgraciadamente se dirigiera hacia Cristina, que seguía corriendo en círculos bamboleando aquellas tetazas. La plaza enmudeció. El astado tomó un poco de carrerilla, sin inmutarse por los desesperados aspavientos de los banderilleros, mientras los policías tomaban posiciones para dispararle. En una fugaz acometida, Gallardo ensartó a la voluminosa mujer por un costado. Uno de los cuernos le traspasó una teta, justo aquella que llevaba pintada la frase “Toros libres”.

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Todos los imbéciles van a Londres

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Todos los imbéciles van a Londres. Lo hacen sin saber explicar del todo el motivo. Son esa clase de gente que se cree libre de alguna u otra manera. No se les puede pedir más. Son ese tipo de individuos que presumen de seguir determinada ideología que creen muy definida, ese tipo de gente que participaría fácilmente en linchamientos. Podían meteros el Big Ben por el culo. Presumen de lo guais que son sus gustos y sus intereses y pregonan que se sienten muy realizados. Se pegarían un tiro si fuesen conscientes por un momento de lo fácilmente manipulables que son. Escriben ingeniosas frases por Internet, ese campo de concentración virtual, y les encanta dictar sentencia. No saben que simplemente son borregos que siguen un estilo de vida perfectamente planificado por unos cuantos para llevarse su pasta. Compran vinilos supercool en Candem Town... o sea, megafasion, te lo juro. Gastan dinerales en billetes de avión, tofu, ropita para imbéciles y guías de viajes. Suelen ser veganos o vegetarianos. O son muy sanos y apenas se drogan o son unos fumetas que se creen antisistema por llevar rastas. Suelen decir gilipolleces del tipo de "todas las opiniones son respetables" o "hay que ser solidario con las culturas ajenas". Lo tienen todo clarísimo. Se comportan como si supieran algo que todos los demás ignoramos. Creen que sus opiniones filosóficas estilo Paulo Coelho son muy profundas para que el resto de los mortales las comprendamos.

londres2Todos los imbéciles que van a Londres se comportan como si el rumbo de la historia dependiese de su estado de ánimo y piensan que Dios escucha atentamente las cosas importantísimas que les preocupan. Leen a Ken Follet. Podían meteros sus libros por el culo. Aceptan trabajos de mierda que suenan exóticos en inglés. Aquí rechazan los mismos trabajos basura porque tienen mierda en el cerebro. No serían imbéciles si no se desplazaran cientos de kilómetros, abandonando a sus familias, para tener el mismo trabajo que podrían tener en el bar de debajo de su casa. Los curros en los restaurantes de Londres están copados por estos imbéciles. Todos estudian Filología inglesa, Literatura inglesa, Mampostería inglesa o hacen cursillos de inglés aunque apenas sepan hablar y escribir con propiedad en castellano. Ven Juego de tronos en versión original. También podían metérsela por el culo en versión original. El dinero que ganan como imbéciles lo gastan en asquerosa comida inglesa y en cuartuchos infectos en los que pernoctan. Y en viajar a otros lugares para imbéciles como Roma, París, Berlín o Egipto. Jamás han estado en El Escorial o en el Museo del Prado pero pierden el culo por visitar el palacio de Buckingham o el Museo británico. Todos los imbéciles van a Londres a engordar la economía británica. Mientras, silenciosamente, un ejército de sosos británicos va asentándose en España y desempeñando los trabajos que los imbéciles han desechado; compran las casas que van quedando vacías en lugares mil veces mejores que Londres; hasta compran aldeas enteras que adecentan y alquilan a los parientes de esos imbéciles que se han ido a Londres. Y es que hay que ser muy imbécil para cambiar la tortilla por el fish and chips o la cafetería de Paco por el Starbucks. Pero vosotros, imbéciles de gafas de pasta con discos de Coldplay bajo el brazo, vais a Londres. Podían meteros Londres por el culo.

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