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Rubén

Allí estábamos. Sentados los tres en aquella cafetería de mierda hacia la que mirábamos con desdén desde fuera cuando íbamos al instituto. Allí dentro solo veíamos humo de tabaco, hombres grises con futuros grises y pesar. Ahora estaba prohibido fumar y solo se veía gente gris, futuros grises y pesar. La fatalidad se asomaba en cada pequeño detalle: las moscas revoloteando alrededor de las bombillas de luz tenue, las otras mosquitas más pequeñas posadas en los azulejos, el camarero desquiciado y medio sordo que se había pasado tras aquella barra media vida, los carteles sucios de cocacola con mensajes optimistas, el meadero antiguo en el que había que orinar de pie y desde el que era casi imposible cagar y acertar en el agujero, la tortilla verdosa de las tapas en el plato de cristal transparente... Éramos tres hombres viejos ya, sin curiosidad por nada, sin ganas de hacer demasiadas gilipolleces, hacía tiempo que habíamos renunciado incluso a ser estrellas de rock. Tres capullos en paro, tres tontos a las tres, sin oficio ni beneficio. Y, de repente, entró Rubén con un viejo en el local. Hacía dos años que no lo veíamos.

Rubén había sido una pieza fundamental de aquella revista clandestina en la que volcábamos toda nuestra mala ostia juvenil, en ella poníamos a parir al ayuntamiento y dejábamos testimonio escrito de los trapos sucios del politiqueo local. Hablábamos de las corruptelas a cara descubierta, con dos cojones, poniendo nombre a los concejaluchos ladrones con los que nos cruzábamos a diario. También desnudábamos nuestra alma para consumar literatura, belleza y lirismo. Pero eso ya había quedado atrás. El viejo con el que venía se quedó en la barra pidiendo dos cafés y él se acercó a nuestra mesa. Estuve a punto de levantarme para darle a un abrazo y gastarle alguna broma cuando empezó a hablar.

- Hola, ¿qué tal? Llegué hoy de Madrid, que estoy currando allí dando clases en dos institutos. Me quedo aquí todo el finde. Ahora vine con este cliente de la empresa en la que empecé hace unos meses, venimos aquí a tomar algo para ver si cerramos un trato. ¿Y vosotros qué tal? ¿Bien, no? Joder, me alegro mogollón de veros, de verdad. Hacía mucho que no nos veíamos. Bueno, os dejo que después me tengo que marchar que me están esperando y ya llego tarde. ¡Venga, nos vemos!

 

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¿La más zorra?

La más zorra

Las niñas ya no quieren ser princesas, quieren ser zorras. Existe una fiebre competitiva entre las adolescentes por ser la más guarra de todas. Ahora mismo la número uno es Miley Cirus, una especie de actriz y cantante prefabricada que pasó de hacer series para niños a chupar pollas. Esta chica de 21 años, que se contonea semidesnuda en sus videoclips, protagoniza los sueños húmedos de muchos de los niñatos a los que hace poco entretenía con inocencia virginal en el canal infantil de Walt Disney. Es un símbolo del triunfo, un billete de cien millones de dólares viviente. También representa lo guay y lo moderno, elementos que hoy están indisolublemente unidos a la ordinariez. Y es que la buena de Miley pretende ser sugerente y se pone a agitar el culo o a relamerse los labios como una estúpida… ¡ya le gustaría hacerlo como una vulgar ramera!

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Cabezas cortadas

cabezas cortadas

Abrí con ansia el sobre. Contenía el esperado catálogo. Se trataba de la colección del segundo trimestre del año. Soberbia. La había empezado a coordinar Strüngerson, el anticuario alemán más reputado del momento y sus innovacciones prometían. Editada en grueso papel mate, contenía todo lujo de detalles. Deliciosa. Por un instante, todos mis problemas se esfumaron. Pasaba las enormes hojas como mirando de soslayo la publicación, para no leer nada todavía, para degustarla placenteramente después. No quería consumir aquel tesoro de inmediato, iba a saborearlo lentamente.

Las fotografías, donde el rojo cobraba un protagonismo increíble, eran espectaculares, a tamaño real. Las cabezas aparecían decapitadas en todo su esplendor. Reparé en la expresión de terror de un aborigen australiano, cuyo rostro surcaba una gruesa cicatriz de la comisura derecha hasta la oreja. Era un ejemplar excepcional, muy dinámico. También parecía de los más caros, pero aquellos ojos saliéndose de las órbitas bien lo merecían. Se notaba el trabajo sobresaliente del artista germano: había pasión en cada detalle, dedicación en cada corte... lo sublime hecho cabeza.

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lanochemasoscura