Multado por ensoñación
No importan las crisis económicas ni las guerras nucleares porque siempre habrá dinero para seminarios de poesía en primavera. Los niños muertos no tienen importancia cuando un pichafloja de Harvard te está explicando la importancia del "yo" en el universo del poeta. Siempre habrá algún idiota dispuesto a explicar un poema. Siempre habrá muchos retrasados que lo escuchen, asintiendo con la cabeza. Culos, tetas y coños, en eso se resume prácticamente toda la creación litetaria. Follad mientras podáis, insensatos. La injusticia y la barbarie humanas están ahí para que el intelectual, con gesto afectado, pueda divertirnos con sus ocurrencias, desde la comodidad de su casita limpia, segura y calentita. El intelectual incluso puede estar haciéndose una paja a la vez que divaga sobre la miseria humana, mantenido por fondos estatales. Haz pajas a Dios. Habría que erradicar todas las subvenciones, todas las ayudas. Habría que exterminar a los intelectuales.
Es verano. Regreso de Coruña. Bajo el Puente Pasaje a toda ostia. 'Your pretty face is going to hell' atronando mis oídos. La ventanilla bajada. El aire cálido golpeándome en la cara. Miro las luces de Santa Cristina, los nenones del puticlub La Riviera y, más allá, el horizonte del Burgo perdiéndose entre la oscuridad. Todas esas vidas en cada receptáculo de hormigón, un alma en cada una de aquellas minúsculas motas luminosas. Pienso en ti, esperándome en casa. Seguro que me has comprado regalices o alguna otra chuchería. Pienso en cuándo podríamos dejar de ser esclavos y me imagino que al fin puedo dedicarme a la música. Veo los estadios repletos de fans con la camiseta de nuestra banda. Entonces una pareja de la Guardia Civil me da el alto.
- ¿Iba usted fantaseando sobre su existencia?
- Sí. ¿Cómo lo sabe? ¿Acaso está prohibido?
- Lamento informarle de que sí, caballero. Está usted multado por ensoñación.
Y atropellé aquella hoja seca de otoño que llegó volando y se puso delante del coche. Crujió bajo las ruedas y se fragmentó en muchos trozos, desde los que aquella persona malvada dejó de existir. Su alma, que aún se aferraba a la vida en esa hoja muerta, ya no podía percibir el mundo desde tantos minúsculos puntos de vista. No le quedó más remedio que desaparecer. Para siempre.
Pepe era una de esas personas que un día salió a por tabaco y apareció dos meses después casado. Podría haber sido uno de los Burning en su época dorada. Tocaba la guitarra y cantaba con más personalidad que la mayoría de los gilipollas que salen por la tele. Grababa cedés de música con sus propias canciones que le regalaba a la familia y a los amigos. Transmitía paz y buen rollo a raudales. Siempre con una sonrisa en la boca. Era tan libre que no podría haber tocado jamás en un grupo. Murió esta semana. Recuerdo aquella vez que me dijeron que se había ido a vivir con su pareja a Coruña porque estaba muy enfermo. Su operación había salido por la tele en aquel famoso programa del doctor nosequé de hace un montón de años. Al parecer estaba aquí de prestado. Tenía tajantemente prohibido fumar y beber. Y debía seguir una dieta bastante estricta. Un día que pasaba por Los Castros apurado escuché su voz que me llamaba. Allí estaba, sentando en un banco al lado de una parada de autobús viendo la vida pasar. Con gorra y gafas de sol, fumaba mientras daba pequeños sorbos a una lata de cerveza. La imagen misma de la felicidad. Jesucristo o Buda habrían dado algo por tener algo de su carisma. Me dijo algo sobre su guitarra eléctrica mientras hablaba como si el único tiempo que importaba fuese el de aquella mañana soleada de invierno en aquel banco de madera. Y así era.