daniel

Las putitas de Operación Triunfo

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Recuerdo, hace unos cuantos años, que paseábamos por el mercadillo y mi padre vio a aquel profesor. Un falangista que había maltratado a todas esas generaciones de niños. Nos contó cómo disfrutaba torturándolos aquella sabandija. Nos lo contó mientras se aproximaba hacia él con intenciones poco amistosas. Colegios franquistas y sádicos reprimidos adoctrinando a las masas. Sólo quería preguntarle si lo recordaba y decirle que era un hijo de la gran puta. Vi sus ojos de niño-hombre heridos. Sus ojos de ese azul intenso de fondo de mar en verano. Nos lo contó con amargura y quitándose un peso de encima a la vez. Y sobre todo con toda esa ira. Le temblaba la voz de la mala ostia. Hombre-niño asustado. Niño-padre rabioso. Niño-hombre malherido. Tuvimos que emplearnos a fondo entre mi madre, mi hermano y yo para que no fuera a darle dos hostias. Padre-hombre encolerizado. Montamos una pequeña escenita aquel sábado por la tarde cuando, en lo más hondo de mi corazón, deseaba que después de preguntarle si lo recordaba le partiese también la cara.

Asesinos que ganan guerras y se llaman héroes.



María no hizo la huelga del ocho de marzo porque no puede perder su empleo. Trabaja doce horas diarias de camarera y tiene que pagar las facturas. Un abismo se abre entre su cruda realidad y esa hermosa prosa de folletín romántico de los comentaristas de La Sexta. El jefe ya ha advertido al personal femenino que quien quiera hacer huelga puede cogerse también las vacaciones después. Pero indefinidas.

Soy el único poeta vivo. Por lo menos en esta cafetería en la que pongo cafés y cara de que me interesan vuestras mierdas.

putitas2El pobre niño ese de Níjar lleva diez días perdido y sus padres salen por la tele en una concentración pidiendo que vuelva. Están en todos los canales. La presentadora de La Primera incluso se toma la licencia de romper a llorar mientras entrevista a esa madre destrozada con la mirada perdida. La presentadora de la Primera tendrá una bonita historia que contar durante la próxima cena que organice en su chalé de Valdebebas. Pero los padres del niño se quedarán solos cuando todo pase. Cuando ya ninguna cámara de televisión esté ahí. Cuando el niño desaparecido deje de ser noticia la presentadora pija de La Primera podrá seguir sintiéndose genial consigo misma por saber exteriorizar de forma tan fenomenal sus bellos sentimientos de compasión. Podrá seguir contándoselo a su carísimo psicoanalista argentino mientras los padres de Gabriel se hunden cada día un poco más en la desesperanza.

“Papá, soy un animal depredador, tengo garras y ataco a los niños malos que me quieren hacer pupas de sangre y no me dejan jugar”.

Acaban de descubrir que hay corrupción en las universidades españolas. Hay chocolate con churros. Hay niños que fuman chinos. Hay café para llevar. Hay yonkis en el piso de arriba. Hay putas a la vuelta de la esquina. Y al final del periódico. Sólo tienes que llamar por teléfono y gustosamente te atenderán. Hay cocaína a buen precio en ese bar de Coruña que tú y yo sabemos, donde te llevé un par de veces cuando estabas bastante disperso y acelerado. Entramos por la mañana haciendo una especie de santo y seña. Yo tenía poco más de treinta años. Tú no habías parado de tomar cervezas desde las nueve de la mañana de aquel día siguiente que nos llevó a un día menos de juventud, un día más hacia la tumba. Y entramos en aquella cervecería a las diez y, rodeados de ancianos, pedimos dos cubalibres haciendo una ostentación obscena de nuestra juventud. Yo estaba tremendamente delgado y era bastante guapo, aunque tú siempre fuiste bastante más guapo que yo. Y mucho más delgado. Hablábamos con aquel par de rubias de Schopenhauer y de Baudelaire y de todos los grandes. Sólo pretendíamos no encontrarnos reflejados en nadie. Inmortales. Estrellas de rock. Tocábamos cada fin de semana en sitios diferentes y las madrugadas eran eternas. Intentábamos prolongar la búsqueda de ese mundo perfecto que sospechábamos que jamás encontraríamos. Tapábamos con ruido atronador las soflamas de la muerte, con rock and roll. Alguna versión de Ramones, Cramps, Little Richard, Chuck Berry, pero siempre el protagonismo para nuestros temas propios y para esa catarsis colectiva que solo unos cuantos elegidos hemos sido capaces de crear. Chamanes del sonido, espíritus del mundo futuro. Podéis encontrarme en los posos de vuestro café, en el último sorbo del cubata, en el último cigarrillo que se acaba de apagar.



Me importa una mierda la democracia.

Habían atropellado un topo en aquella curva cerrada a la entrada del monte. Su cuerpo quedó desparramado por el asfalto, descuartizado en trocitos rojos de forma obscena. Un cuadro expresionista sobre la carretera gris. A nadie le importaba aquel animal muerto, aquella pequeña carroña que iba perdiendo día a día su color. Se transformó rápidamente en una especie de masa negruzca. Los tonos carmesí desaparecían rápidamente. Pero a mí sí me importaba. Así que me bajé del coche y empujé sus restos hacia la cuneta, donde podría pudrirse con un poco más de dignidad. A lo mejor mi acto era un reflejo egoísta y antropocéntrico. A lo mejor debería haber enterrado con honores el cuerpo de aquel pequeño topito. A lo mejor debería haber dejado que simplemente la naturaleza siguiera su curso; las moscas inyectarían sus larvas en su carne pútrida y las pequeñas larvas blancas irían creciendo pizpiretas alimentándose de sus vasos sanguíneos, de sus músculos y demás materia organiza; luego saldrían aquellos gusanos grandes y lozanos de su cuerpo, horadándolo; los escarabajos y los pájaros se llevarían las zonas pequeñas endurecidas y, al final, los huesos acabarían deshaciéndose por el efecto del sol, la humedas, el frío, el calor, el viento y un largo etcétera de factores de erosión. O, a lo mejor, debería haberme comido allí mismo los restos del pobre topo en un acto casi ritual, en señal de veneración hacia ese animal fallecido, para apropiarme con todo respeto de su espíritu libre y ayudarlo en el tránsito hacia la otra orilla. O quizás debería haber interrumpido la circulación y convertir aquella nefasta curva en un centro de peregrinación, en un lugar de poder en el que veganos y animalistas de todo el mundo se concentrarían los últimos viernes de cada mes para hacerse unas mamadas.



La imaginación como coartada.

putitas3Entonces recordé todas aquellas tardes leyendo a Kafka y a Dostoievski y a Bukowski y aquellas otras de escritura automática. Allí, en aquella boda sentado fuera mientras los demás bailaban, pensé de nuevo en mi muerte. Y me pareció que ya me quedaba cada vez menos brillo en los ojos para cambiarlo todo, para joder la marrana al mundo. Fats Domino acababa de morir. Puse Blueberry Hill como no podía ser de otra forma. Prince y Bowie también estaban muertos. Y Chuck Berry también estaba muerto. Hasta Lemmy Kilmister estaba muerto. Solo nos queda Little Richard. Menos mal que todavía podemos poner a los Black Crowes y tirarnos por el suelo. “Ponme rock and roll, papá”, me dice Martín mientras me rasco el culo recién levantado. Entonces suena Lucille y hago que mi barriga se remueva al ritmo del diablo. Satán, aparta de mí ese caliz.

Mira en lo alto de las copas de los eucaliptos. Se esconden monstruos allí. Cada uno aferrado a un árbol. Te observan meciéndose por el viento mientras pasas por debajo con tu coche.

Con 39 años y estaba allí, en aquel local de orientación laboral del ayuntamiento. Con mi licenciatura y mi máster mirando los cuadros de barcos y marinas todos igual de aburridos. Folletos de promoción de FP, ofertas laborales de mierda colgadas en el corcho. Un sueldo de mil euros a jornada completa me parecía algo cojonudo. Hace unos pocos años me parecería una miseria. Menos mal que también nos queda, todavía, Jerry Lee Lewis. Que Dios salve a Jerry Lee y se lleve por delante a todos esos hipsters que dirán lo mucho que les gustaba Jerry Lee en cuanto muera. No saben una puta mierda de nada. Las bibliotecas vacías. Los bares llenos. Las mentes vacías. Malditos hijos de puta.

Como navajas a la plancha y se me resbala su baba por la comisura. Escucho a Jack White. Buena mierda como Jerry Lee, como los grandes. Amor en Cristo.

Cada día me escandaliza todo menos. Hace muchos años que no me sorprende nada. A lo mejor es que me he hecho viejo demasiado rápido. Necesitamos terrorismo. Terrorismo pero del de verdad, no a esos chavales que hacen raps sobre el rey. Necesitamos baños de sangre. El Renacimiento fue un fraude, que nos devuelvan todos esos siglos perdidos. El trap significa que todo ha sido en vano.



Tu mano en mi polla, el sabor a mar abierto de tu coño.

Me gustan esas putitas de OT. Quinceañeras transformadas en zorrones. En la Academia les enseñan a contonearse de puta madre, a las muy guarras. Las putitas de Operación Triunfo. Van pidiendo guerra. Quieren tema. Quieren rabo. Mis amigos son consultores en empresas internacionales, aprueban oposiciones, algunos hasta salen en la tele, tienen cargos importantísimos y a mi solo me importa poder llegar a fin de mes sin tener que pedirle dinero a mis padres. Quiero seguir siendo un gordo, no quiero adelgazar. No me sale de los cojones. Podrás morir más tarde que yo pero morirás de todas formas sin haber disfrutado ni la cuarta parte que yo.

putitas4El vendedor de rosas rumano manda a sus hijos al mismo colegio que va el mío. Tiene un coche mucho mejor que el mío y parece mucho más feliz que yo. Maldito hijo de puta.

María Montaña me mandó un mensaje en el que me contaba que le estaban preparando un homenaje a Don Enrique, el profesor de matemáticas que me había dado clase en EGB en el Santa Baia de Boiro. Le dije que no contaran conmigo ni de coña y que podían decírselo de mi parte al propio Don Enrique. Lo mejor de todo fue que tuvieron que suspender el homenaje porque nadie quiso participar. Ningún exalumno quiso saber nada de aquel psicópata hijo de puta. Solucionaba las cosas a bofetones. Nos tenía aterrorizados, aquel cabrón gordo con gafas y barba gris. Maldito hijo de perra. A lo mejor ya se ha muerto. Ojalá. Sacaba a la cachonda de la clase, Alicia, al encerado, siempre que llevaba minifalda. Era asqueroso ver cómo se relamía desnudándola con la mirada, el muy cerdo. Había conseguido implantar un régimen de terror y, cuando nos explicaban el nazismo, yo pensaba en sus clases. Íbamos acojonados al colegio. Seguro que hay excelentes profesores que saben inculcar el amor por las matemáticas a sus alumnos. Este payaso hacía todo lo contrario. Era tan inútil que media clase iba a clases particulares de matemáticas. Se entrometía en nuestros partidos de fútbol como árbitro, pitaba falta cuando alguno de nosotros gritaba un “pásala” o un “mía”. El muy gilipollas. Me gustaría que leyera estas líneas y que supiese que lo recordamos como la basura humana que es. Si es que sigue vivo.

Asesinos que pierden guerras y se llaman genocidas.


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