Bonifacio Singh: Madrid Sumergida
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Homo Hijoputens Aspergerensis

hijoputens11

Madrid. Me levanto. Me asomo a la ventana. Son las doce y media de la mañana. Me han despertado los ruidos de la aspiradora de una nueva vecina al otro lado del tabique. Vecinos ruidosos en pisos de alquiler carísimo que no les deja margen casi ni para comer. Las paredes son de papel, de pan mascado. Se escuchan los eructos y las ventosidades. Se te escucha masturbarte. También a ella le escucho hacer ejercicios gimnásticos guiados por un programa de ordenador que regurgita órdenes con una voz chillona femenina y una música insoportable que juntas le ordenan que suba bien el chichi hacia arriba, “vamos, con ganas”, para que fortalezca el suelo pélvico, para que folle bien, para que abrace durante décadas bien las pollas con la vagina. Miro su nombre en el buzón. Pronto no habrá buzones, como ya no hay puestos de periódicos, los hijos de puta están ya a punto de matar los diarios de papel. En su momento ya acabaron con la revistas porno, pero eso nos ahorró toneladas de dinero mal gastado, aquello sí que fue útil, no ésto. La vecina sigue con lo suyo, ahora fortaleciendo tetas, “aprieta la pelota hasta que las sientas endurecerse”. La estalkeo en internet. Trabaja cuidando ancianos y escribe poesía sensible. Una editorial ha intentado timarla prometiéndo editarla a cambio de pagar los cien primeros ejemplares a un módico precio. Es vegetariana y cuelga fotos de sus plantas en Instragam. Cuenta en Feisbuk que no le gusta ir al médico porque cuando va el puto cabrón siempre le dice que todos sus males se deben a la mala alimentación. Puto médico carnívoro. Toso un par de veces. Tengo la boca pastosa. La Steinburg es veneno puro. En el bar de enfrente hay un cartel que dice “cerrado por vacaciones”, pero ya lleva mes y medio cerrado. De repente veo que el dueño asoma y quita el cartel. Cuelga otro que reza “Cierre por cese de negocio. Gracias a todos por estos 40 años”. Hace cuarenta años los vi llegar. Eran dos hermanos andaluces. El anterior dueño del bar tenía cáncer, se había quedado muy delgado, lo regentaba junto con su hermana. Traspasaban el negocio. Llegaron los dos hermanos, pagaron la cantidad estipulada, pintaron un poco el bar y a la semana siguiente lo cambiaron de nombre y reabrieron. Jugábamos en la máquina que tenían, costaba cinco duros. Teníamos mucha maña y la partida nos duraba media hijoputens2mañana o media tarde. Allí dentro, y dentro de otros bares, crecimos. Los primeros años no cerraban ni en agosto, trabajaban siete días a la semana trescientos sesenta y cinco al años, los bisiestos trescientos sesenta y seis. Por el bar pasaron borrachos, cuerdos, locos, extranjeros y españoles, ladrones, yonkis, okupas, gente corriente, locos, voceras, alcohólicos que no hacían eses. Hubo peleas en él cada cierto tiempo, gilipollas dándose de puñetazos de vez en cuando, salíamos a la ventana a ver cómo se derribaban unos a otros. De vez en cuando también les reventaban un cristal y entraban a robarles cuatro botellas y cuatro jamones. Tenían un menú barato y dicen que bueno, porque habría que ser gilipollas para comer en el bar de enfrente de tu casa en Madrid. Yo salía a la ventana en verano por la noche y veía cómo él se tiraba una hora hasta que reventaba el premio de su máquina tragaperras para que al día siguiente los ludópatas de turno no se lo llevaran. Era una de las tareas para ganar dinero en la suma de muchas pequeñas cantidades. Los del bar hicieron dinero, se compraron coches caros y pisos, pero todo el mundo decía que vaya oficio más cabrón, que no debían disfrutar la pasta porque no tenían tiempo, que había que tener muchos cojones para trabajar en aquello. De vez en cuando había ruido por la noche por culpa de los borrachos, pero nos acostumbramos a ellos tanto que nos sentimos raros sin escuchar de fondo esas voces roncas y descerebradas. Sus hijos trabajaron también temporadas en el bar, pero todos salieron huyendo de aquella esclavitud. Colocaron el cartel de cerrado por vacaciones pero sin poner fecha de vuelta como otras veces. Algo olía raro. Cambiaron el cartel por un decir adiós así, sin anestesiar. Paso por la puerta y algunos panchitos me preguntan si sé el teléfono de los dueños, que quieren alquilar el bar. Les digo que no. Lo tengo por ahí apuntado de pero les digo que no. Me levanto por la mañana y el bar está cerrado. Me despertaba el ruido de los desayunos, el berrido del camarero de detrás de la barra chillando “media barrita con tomate”. Los gitanos búlgaros ladrones de coches echarán de menos el bar, porque estos últimos años eran los reyes, se toman el vodka con RedBull allí que les sabía como si estuvieran a orillas del mar Negro.

Hace un par de meses fuimos al cine a ver una películita que han sacado sobre la matanza de Utoya. En ella Breivik, un demonio paranoico descendido a la tierra desde las profundidades de su propia mente, que en realidad es muy parecida a la tuya, asesinó a sangre fría a una multitud de niños y niñas que asistían a un campamento juvenil en Noruega. Toda aquella juventud a la que a cambio de escuchar discursos y dejarse lavar el cerebro dejaban follar en idílicos paisajes naturales se encontró con un loco armado hasta los dientes. En la película tratan de que sientas lo malo que es Breivik, que llores un poco, que te sientas mal si no lloras. Sí, él es un cabrón asesino, pero mi sentimiento va por otra parte, qué le vamos a hacer. No entiendo cómo un partido político puede organizar campamentos adoctrinadores para adolescentes, y encima llamarse laborista, y pretender un bien social. Lavando cerebros. Tú aquí, en Madrid, votas a la izquierda, sigues las elecciones como si fueran un partido de fútbol entre buenos y malos, resulta divertido. Protestas porque el hombre se está cargando el medio ambiente, me dices lo superguay que es la niña esta Greta, la de la cara de vegetal asperger. Llevas a tus hijos a un colegio concertado regentado por curas pederastas a varios kilómetros de tu casa en coche todas las mañanas parano mezclarlos con el lumpen proletariado salvaje inmigrante que habita en el colegio de enfrente de tu casa, con la excusa de que sean bilingües. Protestas contra Trump por su política migratoria, te parece un monstruo, pero te da miedo que tus retoños se mezclen con los panchitos y cabrones de los moros. Trabajas para una multinacional o para alguna de sus filiales y te vas a comprar un BMW eléctrico en cuanto puedas. Y te escandalizas cuando la marea sube en exceso y echas la culpa a los neoliberales neocons hijos de puta. Gilipollas. hijoputens3Que vale, que sí, que esos neocons son unos hijos de puta, lo mismo que tú, cabrón. Si pudieras le apagarías cigarrillos en la cara a Greta Thunberg, porque en realidad te da un asco que te cagas, pero tienes que decir en público que te cae bien porque es una pobre niña con asperger, la hija de puta desagradable.

Ya no echan en la tele películas de Tarzán. Las nuevas ecologeneraciones no saben quién era Johny Weismuller, y se escandalizarían si vieran a la mona Chita hacer cucamonas mientras cabalgaba a lomos de Tántor el elefante aplastando negros sobre las faldas del Monte Mutia. Los gaboni eran unos cabrones simpáticos, pero siempre morían, y el puto Tarzán era racista, fascista y patriarcal, pero Llein no pensaba lo mismo cuando le metía dentro todo aquello que se adivinaba bajo la piel taparrabos de leopardo. Weismüller mataba rinocerontes blancos de verdad durante las películas, por deporte, y nadaba muy rápido el cabrón de él. Johny era el verdadero Tarzán, no todos esos maricones que pusieron luego a imitarle, incluído el exmarido de la zorra de Tita Cervera. Johny se comportaba con los negros como Breivik con los jóvenes del partido laborista noruego.

Homo Hijoputens
mantente en forma.
Sé bueno.
Estudia matemáticas
que sirven para contar
mierda.
Haz algo que te ayude a vivir
y a defecar.
Ejercicio cardiovascular de
follar.
Dormir.
Descansar.
Levantarse por la mañanahijoputens6
salir a hacer la compra
la puta compra
sobrevivir
o no sobrevivir
esa
es la cuestión.
Dejar que tu perro cague en la acera y
no recogerlo si no te ven.
Intentar no hablar con nadie ni
cruzar la mirada,
balbucear.
Saludar.
Babear.
Tumbarse
descansar
no hacer los deberes
ni las paces
joder por joder.
Preocuparse por
nada.
Ejercicio cardiovascular
de follar.
Por los siglos de los siglos.
Soy un personaje de Ken Loach
viviendo dentro del retrato de
Dorian Grey.
Golpea como una mosca
vuela como un elefante
antes de morir,
ya no reponen las películas de Tarzán
porque Johny Weissmuler era un puto racista
y se volvió loco en el
hospital y
no dejaba dormir a sus vecinos de cama
gritando uauauauauauuauauauauuauaua
el hijoputa
lo hacía aposta.
Pongo un disco a todo volumen en el que Robert
Plant
plagia a varios negros
lo pongo para joder a la vecina de al
lado.
Todos necesitamos el viento en la espalda
al menos de vez en cuando.
La selva
humana.
El paseo arbolado más bello del
mundo
está en los pasillos de Lidl o
de Mercadona.
Evacuar
sin Evacuol.
Descansar.
Descansar todavía más.
Descansar y descansar.
Descansa un poco
hijo de puta.
Volar a ras de suelo sobre
meados de perro
sin taparse la nariz,
Madrid huele a todo ese pis
reconcentrado,
llevar a los niños al colegio
a treinta kilómetros de distancia
y luego votar
a Podemos
un domingo cualquiera después de bajar
a por el pan y de
practicar la natación
mientras se te escapa un poquito
de meado
en la boca del vecino de la corchera de al lado
durante el saludable desarrollo de ese tan estimulante deporte.
Ejercicio cardiovascular de
follar.
Dormir y luego
contar tus sueños
a alguien que finje escucharte.
Relajarte en
las Bahamas
o en Bali,
o en Benidorm con tu
puta madre.
Luego, practicar alguna, otra, maravillosa y saludable
actividad.
Submarinismo
o follar con menores que dicen que son mayores
de edad.
No sé si soy una persona o
un perro
para tí.
Ejercicio cardiovascular
de follar
todas las noches
y las fiestas de guardarhijoputens8
o por lo menos insinuar
que lo haces.
Procrear.
Babear.
Abastecerse.
Soñar con matar a
Greta Thunberg.
Piratear Hbo y
sentirse mejor.
Imitar a Lleims Gandolfini
taponándose las arterías hasta explotar
y gritar
como Jonhy Weismuller en su
manicomio.
Despertar a los vecinos
haciendo mucho ruido.
Levantarse.
Hacer gimnasia hasta asfixiarse.
Hacer crossfit con la polla.
Caminar.
Llevar a tu hijo
chino
al colegio.
Llevar a tu marido o a tu mujer
al psicólogo
para que sea feliz.
Feliz de verdad.
Hijos de puta felices.
Descansar.
Abastecerse de recuerdos
que no has vivido.
Ejercicio cardio-
vascular
de follar
al menos en sueños.
Tu padre no era el papa de Roma
ni presidente del gobierno
ni nada de nada,
era un puto mierda
como los demás
por mucho que tú lo vieras gigante.
Tu padre era gilipollas.
Tu padre no era Pedro Sánchez
ni siquiera el hijoputa chepudo de Pablo Iglesias,
no llegaba ni siquiera a ser esa
puta mierda.
Soñar con que se muere
Íñigo Errejón.
Pronto te quitarás todo el peso
de
encima
para morir ya sólo te
queda
bailar salsa con jubilados
montar en globo y
que te den por el culo.
Bailes de salón con Johny
Weissmuller mientras
grita uauauaua. hijoputens9
Vacaciones en el monte Mutia
con una oenegé.
Submarinismo en el triángulo
de las Bermudas
para luego contarlo a alguien
que finge escucharte.
Enrrollarte con un gaboni
mientras te clava su lanza
de carne.
Descansar.
Un armario y tres cajones
con tu ropa
es todo lo que quedará por quemar de

dentro de poco.
Hombre aeróbico contra hombre anaeróbico.
Ejercicio cardiovascular de
follar
hasta reventar.
Gota fría que cae torrencial del cielo
gota caliente que sale de mis huevos.
Homo Hijoputens Aspergerensis.

Hace veintitantos años fui a trabajar a una excavación prehistórica. Prehistórica es un decir, porque allí no había huesos humanos por ninguna parte, sólo restos de antiguos elefantes enterrados en el lodo, como si les hubiese caído un meteorito de repente o hubiesen muerto de aburrimiento. Elefantes muertos por todas partes. O antepasados de los elefantes a los que los paleontólogos ponen otros nombres más rimbombantes para justificar sus sueldos. Los que dirigían la excavación soñaban con encontrar huesos humanos que asociaran a todos aquellos animaluchos muertos con algún hijo de puta humano matándolos. Pero nada de nada. Nos levantábamos a las seis de la mañana para acarrear toneladas de tierra pero sólo salían elefantes. De vez en cuando algún gilipollas gritaba que había encontrado alguna piedra tallada. Normalmente eran una puta mierda, hijoputens4pero de aquellas cosas aquellos aficionados a las pajas mentales deducían toda la historia humana, adivinaban que los hombres eran muy buenos y trabajadores y que habían conseguido hasta nuestros días una gran evolución en el pensamiento. Ja. Los directores de mi excavación rivalizaban en presupuesto con otras, eso les jodía, porque en algunas otras habían encontrado los huesos de humanos de los que deducían teorías maravillosas sobre nuestros antepasados. Con ellos eran capaces incluso de saber cuántas pajas se hacían al día y se tenían almorranas internas o externas. Las teorías sobre linea evolutiva del llamado Homo Sapiens han cambiado tantas veces como pelos tiene en el pubis. Primero decían que el Neandertal era precursor del cabrón del Sapiens, pero luego que no, que ni habían coincidido, y poco más tarde dirían que follaban entre ellos, y se inventaron otras especies en cuanto era necesario para que aquello cuadrase y también para que el presupuesto de sus investigaciones no mermase. Cada año encuentran restos de especies nuevas que hay que encuadrar como sea en todo este rompecabezas absurdo. Los cabrones en realidad no saben nada, les gusta hacerse los sabios y los majetes, pero hace tiempo que se dieron cuenta de que no se sabe una puta mierda más que la que es resultado de unas cuantas pajas mentales y unos cuantos análisis de heces petrificadas y de huesos. Una y otra vez se encuentran con una hostia en toda la cara en contra de sus teorías. Lo único claro es que la verdadera especie que late dentro del hombre es el Homo Hijoputens Aspergerensis. Es un homínido hijo de puta que vive dentro de la mente de Greta Thunberg y de Anders Breivik por igual. En realidad son el mismo hijo de puta con diferente cara, desagradable cara. Se nos reconoce a todos por la cara común de cabrones que ha traspasado los siglos y los milenios imperturbable, del Australpitecus Pajillerus, pasando el testigo por el Homo Joputa Hábilis al Homo Heidelbergiesne Cabronis, y del Homo Neandertalis al Homo Hijoputens Aspergensis.

Cada uno tiene un plan hasta que recibe la primera hostia en la cara. Yo vi aquella noche el combate entre Tyson y el gordo “Buster” Douglas. El cementerio de canelones negro aquel le metió dos o tres hostias al bueno de Maik que lo dejó tieso. Pero es que el pobre exdelincuente y campeón del mundo estaba preocupado porque la zorra de Robin Givens y su madre le estaban esquilmando su fortuna y además no le dejaban follársela, y no podía concentrarse en dar de hostias a aquel puto gordo con tantos problemas sobre su lomo. Estaba mejor en el Bronx robando a punta de pistola en la calle que siendo millonario y aguantando a aquel par de putas. Su suegra le estaba jodiendo bien y era mejor parar el combate y volver a casa para hostiarlas a las dos, si era preciso las tiraría por la ventana, pero pum, de repente Lleims “buster” Douglas fue y le pegó dos hostias bien dadas como sólo las sabe dar un gordo acorralado, lo mandó la lona y ahí se fueron a la mierda todos los planes de Maik, que era un poco gilipollas, hasta él lo reconoce. Fue una noche de febrero del 90. Mirábamos por la ventana, hacía frío, derrotaron a Mahijoputens5ik el invencible. Visto y no visto, todo se fue a la mierda. Con el tiempo, tarde o temprano, todo se va a ir por el retrete, tenlo presente. Salgo otra vez a la ventana ahora. El bar sigue cerrado. No puedo evitar que me dé pena. El vecino de encima del bar en su primer piso podrá descansar un poco tranquilo hasta que llegue otro tabernero quién sabe desde dónde. Al vecino le dio hace poco un ictus, pero sobrevive, y su mujer tiene alzheimer y la pobre lleva peluca porque no le queda casi pelo. Ahora enfrente hay abierta una frutería que regenta una mora con velo negro hasta los pies esclava de su señor. También hay una peluquería que atiende un moro homosexual que corta el pelo a muchos moros, una carnicería halal a la que nunca entra ningún cliente, y una tienda de alimentación, preservativos, caramelos, patatas fritas y herramientas de los chinos. Se ven repartidores dominicanos y ecuatorianos trabajando a dos Euros la hora en bicicleta, unos Euros que luego invierten en apuestas en las casas de juego, y cuando pierden todo le quitan el bolso a las señoras, roban móviles o le arrancan los pendientes de oro a la carrera a alguna anciana. Y hay un puticlub barato con esclavas en cada esquina. Que venga Greta a decirles a todos ellos que no viajen en avión para salvar al hijo de puta de su planeta Tierra, planeta mierda, ese que los parió a todos por el culo. Se hace de noche como cada noche en Madrid. No pasa el tiempo o pasa como un misil a reacción. Se abren y cierran bares como si fueran quasares que marcan el imperturbable reloj cósmico. Todos somos igual de gilipollas, de cabrones y de hijos de puta en Madrid. Todos por igual. Igualdad y fraternidad en el hijoputismo. Madrid, siempre con problemas. Madrid cabrón, no utilices tus juegos conmigo. Madrid.


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Ejército yonqui (Madrid-Chernobyl)

yonqui1

Madrid tiene síndrome de Diógenes. En Madrid el aire arde como en el desierto del Sahara. Cuando sopla del Sur te abrasa la cara. En las noches de verano buscas la más mínima brisa. A las doce de la noche el termómetro marca treinta y ocho grados. Cuando la temperatura supera a la de tu propio cuerpo la sensación es de no poder respirar, y entonces no sabes si la asfixia te la provoca el tiempo o el calor. Mis padres compraron dos colchones de muelles de ochenta de ancho. Dormíamos en dos camas mueble perpendiculares que recogíamos por las mañanas. Antes de los muelles descansábamos sobre goma espuma. Se hacía un hueco sobre ella como un sarcófago con la forma de nuestros cuerpos. Los muelles fueron una bendición, como dormir en la puta Zarzuela. Un colchón era más blando que otro y también se fue deformando como los antiguos, el mío. Te tumbabas sobre él y te hundías hasta el fondo abisal. Mi hermana se casó joven y heredé su cama perpendicular a la mía y su colchón, algo más duro. Cerramos una cama mueble para siempre. Los muelles del somier fueron cediendo con el tiempo. yonqui2Compramos unas lamas de madera que pegamos con cinta aislante atravesadas imitando a las láminas del somier de comfort que anunciaba en la Teletienda. Con los años el forro del colchón comenzó a ceder y a romperse, a salirse los muelles hacia fuera. Yo le hacía agujeros y le metía trapos para recuperar el mullido, pero al cabo de unos días los muelles volvían a brotar en plan hijoputa. Eran espirales rematadas en puntas como de aguja. Me despertaba por las mañanas con algún puntazo en las piernas o en el cuerpo, el colchón me atacaba, parecía un puercoespín. Pensaba muchas veces en comprar un colchón nuevo, pero me parecía un gasto demasiado grande, un dispendio económico, un lujo para mi puta pobreza. Veía anuncios en la tele que decían que si tu colchón tenía más de cinco años ya no tenías colchón, no añadían “hijo de puta” a la frase, pero se sobreentendía. Mi colchón tenía casi veinte años, y vida propia, me apuñalaba por la espalda por las noches. Nunca me había meado sobre él, aprendí a contener mis esfínteres desde muy pequeño, a cerrarlos a cal y canto ante las amenazas de entrada y de salida, pero el colchón se vengaba de mí lacerándome como a Jesucristo. Pero, a pesar de todo, al llegar a casa me tumbaba boca abajo, cogía la postura, y mi cama de pinchos era el puto paraíso. Ahí fuera estaba el infierno, pero sobre mi cama podía refugiarme de toda la mierda del mundo. Dí la vuelta la colchón, pero el paño estaba tan gastado que los muelles salían por todas partes. No podía resistir más. No tuve más remedio que comprar uno nuevo por internet, el más barato que encontré, de ochenta centímetros de ancho para que cupiera en el hueco de mi jaula. Llegó el nuevo. Esperé a la noche para bajar el viejo al contenedor de basura. Cuando bajas un colchón a la calle usado en Madrid todo el mundo va diciendo que te has meado, que por eso lo tiras. Lo dejé al lado de los cubos de basura, que olían a mierda podrida como siempre en Madrid, recé una breve oración por él y me subí a casa. Abrí una Steinburg y salí al balcón. Brindé por él, era un cabrón, pero había sido mi cabrón. No pasaron ni cinco minutos cuando apareció un rumano por la esquina, lo vió y se lo llevó al hombro. Me tumbé sobre mi flamante cama nueva. Ya no era lo mismo aquel jergón, pera bien y para mal. Pasó el tiempo, que todo lo jode y lo pudre, y mi cueva refugio se tornó en prisión, y ahora quiero salir de aquí pero no puedo, hay unos barrotes invisibles que me lo impiden. El colchón nuevo está ahí y, poco a poco, se está deformando, convirtiéndose en ataúd o en sepulcro antropomorfo. Y fuera hace un calor de perros, como siempre en Madrid por estas fechas. Salgo al balcón, pero no corre ni una brizna de aire seco. Sudo como una fuente sobre mi cama durante esas noches mágicas abrasadoras del Madrid del verano.

Madrid, tengo síndrome de Estocolmo de tus calles. En mi calle vivía una familia de carboneros. Vendían esa mierda que ardía para ganarse la vida. Pero llego el momento de su extinción. Empezaron a pasar hambre, ya nadie compraba carbón, las estufas comenzaron a ser eléctricas o de Butano, menuda modernidad. Quitaron el fogón de mi casa y pusieron una lavadora automática. Los carboneros se tuvieron que echar a la calle, a vender coca. Dos de los hijos de la carbonera vendían coca, el mayor y el pequeño. El pequeño jugaba muy bien al fútbol y era muy inteligente. Jugó un par de partidos con mi equipo y se aburrió. Regateaba muy bien. Cogían las armas y se iban a vender coca y hachís a Malasaña. El hermano mediano, El Palillo, se enganchó. Cuando yonqui3hicieron bastante dinero se marcharon. Robaban también por las casas y las tiendas. A mi padre también le robaron. Hicieron un agujero en el cierre y se llevaron las cosas justas para pasar las navidades. Eran simpáticos, e inteligentes. Robaban lo justo, vendían mucha coca por la ventana de su casa y por la calle. Cuando juntaron dinero suficiente se marcharon de Madrid, dicen que a Murcia. El hermano mediano estaba enganchado y se quedó aquí. Vendieron la casa y él se quedó okupándola. Empezó a robar por las casas y por las tiendas. Lo pillaban pero no le hacían nada, era El Palillo, no era mal tipo, pero necesitaba heroína y cocaína para sobrevivir. Se coló por entre las rejas de la ventana pescadería de lo flaco que estaba, robó un caja de salmonetes pero se le cayeron por el tejado al huir. Cuando ya no le quedaba nada por robar le dio por las puertas de aluminio de los portales. Las sacaba de los pernos y se las llevaba a la chatarrería de Marqués de Viana, donde las vendía al peso, y luego se las chutaba. Así hasta que sólo quedó la puerta de mi portal. Le sorprendieron varias veces intentado arrancarla, pero mi puerta tenía un enganche en la piedra del suelo de varios centímetros, y los yonkis son muy fuertes, como Supermán casi, pero muy vagos, y cuando la cosa lleva demasiado tiempo se marchan. La puerta sigue ahí, el palillo dicen que murió de SIDA en La Paz, dicen, porque yo creo que es inmortal y se habrá trasladado a Murcia con su familia, donde su hermano mediano seguirá siendo tan inteligente como era. No, creo que de su familia estarán casi todos muertos, y que El Palillo descansa en guerra, que no en paz, que sus cenizas seguramente fueron esparcidas por algún yonki por algún sucio parque de Madrid.

Madrid te hace padecer un permanente síndrome del puto Stendhal. El plaza era amigo de un amigo de mi padre. Trabajaba de paleta. Trabajaba de lo que podía. Se vino un par de veces de pesca con nosotros, pero no pescaba, sólo reía. Estábamos en un bar y entró un tío en pantalón corto. Él me dijo: “mira, una libélula”. Era gracioso, siendo gracioso se nace, no se hace uno. Mi padre le encargó la obra de nuestra tienda nueva. Mi padre se jugaba todo nuestro poco dinero. El Plaza le dio un presupuesto, llegó a nuestra casa y se lo dio, se sentó en el sillón del comedor y lo entregó solemnemente, pero yo le veía sudar bajo su seriedad impostada. Mi padre le dijo que no tenía tanto dinero. El Plaza hasta había pensado poner pegada en el centro del techo una concha enorme de una caracola que habíamos pescado en Galicia. El Plaza soñaba. Mi padre le dijo que bajase el presupuesto. El Plaza lo bajó. Mientras trabajaba estaba contento, siempre sonreía. De todo el mundo era sabido, era de dominio público, que el piso en el que vivía dos manzanas más arriba, un piso de cuatro habitaciones enorme en una finca con portero, se lo había comprado una señora veinte años mayor que él con la que se había liado con el consentimiento de su mujer. Isabel, su esposa, era simpática, y tenían un hijo también simpático, como su padre. El negocio de paleta pegó un bajón a principios de los noventa. El Plaza sólo tenía su piso, pero dinero casi ni para comer. Seguía sonriendo pero lo pasaba mal. Le propusieron un negocio. Llevar un paquete. Era un cubo. Llevar un cubo de un sitio a otro de Madrid, caminando, cinco kilos de cubo. Aceptó. A mitad de camino le paró la policía, El cubo iba lleno de coca o de heroína, qué más da. Lo metieron en prisión preventiva. Salió, por sorpresa, a los pocos meses, abochornado. Casi no salía de casa, todo el barrio murmuraba. Me caía cada vez más simpático. Me hubiera gustado ir a su piso y presentarle mis respetos, él se hubiera reído un rato, siempre reía, pero con risa de verdad. Vendieron el piso y se fueron los tres a vivir a la costa a un lugar indeterminado. Le habían hecho trabajar de señuelo en una entrega, bochornoso, pero luego le debieron pagar bien. Antes de marcharse mi padre me dijo que estuvo con él, que le contó lo mal que lo había pasado pareciendo gilipollas con el cubo, pero que no había otro remedio. Le dieron el parné y se marchó, ahí os quedáis, y me gustaría que siguiera vivo, pero no creo.

Hace poco leí que El Jaro era del Atleti. Lo leí en Twitter a un gilipollas amante del postureo del Frente Atlético, uno de esos que se va vanagloriando por las redes que mató al hincha del Depor tirándolo al río y al que la policía le hace la vista gorda. El Jaro era el jefe, o el más conocido, y El Becerril era su amigo inseparable de confianza, el tipo con el que cometió todos los robos/asesinatos/violaciones que perpetraron en los años setenta. Héroes ladrones y violadores de barrio. También estaba El Chércoles en la banda, y ese creo que sobrevive en una de esas calles del Tetuán profundo, que es como la Fosa de las Marianas pero con calles, profundidades donde sobreviven el Ictiosaurio y el Plesiosaurio y se aparean entre ellos aunque durante el cretácico fueron enemigos acérrimos. El Becerril era hijo de un héroe de Belgrado del Madrid. Eran del Madrid, gilipollas, hasta la médula. yonqui4El Becerril tenía una mano destrozada por un tiro, y siempre llevaba gorra porque decían que tenía otra marca de bala en la cabeza. Su padre jugó medio tiempo en Belgrado con un tobillo roto ante el Partizan en aquella eliminatoria que fue una encerrona que pasamos por los pelos. Eran todos del Madrid y de Madrid. Becerril padre murió en los ochenta y su hijo no mucho más tarde, dicen que de SIDA, siendo general de cuatro estrellas del ejército yonqui. El Patton de los yonquis hijo del héroe de Belgrado.

Veo en la tele que en el antiguo Barrio Belmonte un tío cuarentón empastillado a matado a otro cuarentón empastillado a la vuelta de una noche de empastillados. Dice en el periódico que uno a otro le dijo: “conmigo te has equivocado del todo” antes de apuñalarlo varias veces. Unos en el barrio dicen que el muerto era de una familia excelente, otros que se lo estaba buscando y que era un pirado, que el viernes había cobrado en la obra en la que trabajaba y que no había vuelto a casa, y que nunca más iba a volver a casa, que era domingo por la noche y no lo echaron de menos hasta que no llamó la policía contando el suceso. Íbamos a jugar al fútbol a un campo en Saconia los domingos por la mañana y atravesábamos el Barrio Belmonte, ahora lleno de viviendas unifamiliares de semilujo, antes de casas bajas, y veíamos a los yonkis hacer cola en la puerta de alguna de las casi chabolas esperando a que les vendieran algo. Ya éramos mayores y ellos ya no eran un ejército bien armado, ya no les teníamos miedo, porque de una hostia podías matar a varios de lo flacos que estaban. La heroína ya no les hacía efecto y perdieron los superpoderes de correr todo el día sin cansarse y pelear hasta la muerte sin sentir dolor físico, mental ni moral. Todos esos yonkis tienen ahora una madre anciana superviviente, que va contando cuántos hijos perdió por la droga al primero que se encuentra por la calle. Algunas perdieron incluso varios por la chuta, o eso dicen, para fardar. Madres de la droga.

Los pecados no se redimen en la iglesia
ni se redimen en casa.
Se redimen en las calles
y tú lo sabes.
Madrid síndrome de Diógenes
Madrid síndrome de Estocolmo o de Stendhal
heroinómano,
Madrid hola y adiós.
Ya no sabremos nunca
lo que hubiera pasado entre
nosotros
pero da lo mismo,
la razón es ciega
la lealtad es cobarde.
Madrid a cuarenta grados a
la
sombra.
Sorbiendo el aire
que abrasa congelado.
Madrid
verano
recuerdos casi podridos
años ochenta
Ejército yonqui bajo el puto
sol,
enfarlopados
enheroinados
porque
“puestos de caballo” suena a muy maricón.
Pilotos suicidas muy colgados
compitiendo en una Fórmula1
con coches robados,
santos hijos de puta que
no sentían
los terremotos
ni la ola
de
calor.
Ejército donde todos eran
generales,
Pattons, Zhukovs o Von Mansteins
yonkis,
brigada del chute que salvó al mundo
de la superpoblación.
yonqui6Los pecados no se redimen en la iglesia
Ni se redimen en casa.
Se redimen en las calles
y tú lo sabes.
Ejército yonqui
invadiendo
las Ardenas
en un genial movimiento de
chuta y de hoz,
metiéndose picos y
violando mujeres
sin remordimientos
como las
hordas mongolas del valiente Zhukov.
Ejército violento y revolucionario
de Robespierres sin guillotina
ni
cinturones de explosivos
ni tanques
ni submarinos
batallón de castigo
que mantuvo el orden desordenado en las calles,
gestapo añorada de la jeringuilla
infectada de SIDA
en tu cuello.
Los pecados no se redimen en la iglesia
ni se redimen en casa
se redimen en las calles
y tú lo sabes.
Debo convencerme de que
no eres transparente.
De que no soy un cuchillo
caliente
en tu mantequilla.
Debo pensar a la
fuerza
que todo lo hijoputamente humano
de lo que veo es sólo producto
de mi
imaginación
de cabrón.
Dar de comer a un pobre
o matarlo
en el fondo da lo mismo.
Los pasos de cebra ya no son de
cebra,
les quitaron el blanco para no resbalar.
La rueda gira y gira como una
apisonadora
sobre tí y sobre mí,
nunca sabremos lo que
pudimos ser
en
Madrid
Chernobyl.

Se fueron extinguiendo, poco a poco. Quedaban cuatro o cinco vivos. Peo fueron muriendo. Ya no eran lo que fueron ni daban miedo a nadie. No quedaba nada ya de aquellos temibles yonquis sentados en bancos. De aquel ejército yonqui. El ejército más potente que ha existido en la Tierra, más que Isis, más que los mongoles violadores de Zukov, más que Von Manstein en las Ardenas. Ejército yonqui en el que todos eran generales de cuatro estrellas. Me acuerdo de ellos cuando veo “Ladrón de bicicletas”, el final trucado por la censura de esta película, con la voz en off de un cura añadida que decía sin venir a cuento: “ahora se tienen el padre al hijo y el hijo al padre, dándose la mano como esperanza de un futuro de amor entre las personas con cristiana solidaridad”. Ellos también eran del ejército yonqui.

En la puerta de los Cines Renoir había un tipo yonqui. Formaba parte de esa especie ya en vías de extinción. Yo me hice protector de la especie. Al principio le gritaba cuando se ponía muy pesado, pero luego nos hicimos amigos. Me recordaba a ese otro yonqui barbudo que recorría la calle Bravo Murillo de arriba a abajo pidiendo “veinte duros para un litro” a todo el que se lo cruzaba, y a veces tenía éxito ante la gente a la que sorprendía, hasta que le dieron de hostias y desapareció quién sabe dónde. yonqui5Pues este otro chaval y yo desarrollamos una amistad extraña. Es a la única persona a la que he dado dinero, a la que yo no he robado. Él hacía su papel victimista, pero sabiendo que yo no le creía, y yo interpretaba al tipo que le creía, aunque él sabía que no. Nadie quería ni tocarlo, caminaba sucio, llevaba el pelo largo mal cortado como cortado con hoz, como yo, pero yo no escurría el bulto ante sus abrazos, me sabían bien, y le daba cincuenta céntimos o un Euro, una fortuna para mí. La gente a veces le compraba hamburguesas en el Burrikín, pero creo que no se las comía, él pedía para chutas y para abrazos, pero sobretodo para lo primero, a mí no podía engañarme. Me abrazaba una y otra vez cuando me veía por la calle, y yo le daba algo de dinero, yo que soy casi tan pobre como él, y eso nos hacía felices, y creo que él sigue vivo, pero ya sólo se pasa de vez en cuando por el lugar, por este Madrid nuestro que ahora se parece cada vez más a Chernobyl poco antes del accidente.

Me asomo a mi balcón a tomar el caluroso fresco. Una yonqui superviviente camina a toda velocidad por la calle. Casi cincuentona, desdentada al ritmo de Usain Bolt. A pleno sol. Va con una camiseta de hombreras y unos pantalones cortos raídos. El viento sur sopla que abrasa, cuarenta grados a la sombra. Son las tres y veinticinco de la tarde. Un tipo medio borracho descansa bajo la sombra de un toldo verde reseco, sobre la mesita de fuera de fumar de un bar, la ve y le dice “¿no tienes calor?”. Ella le responde a voces de yonqui, con garganta seca cazallera, sonriendo: “quiero ponerme morenita”. Lo repite tres veces, hablando a trompicones, mientras repta por el asfalto a toda velocidad. Él le contesta: “¿Quieres que te ponga crema?”. Descansando en la esquina, en cualquier esquina, con la maleta con todo lo que te queda en la vida en la mano. Descansando en una esquina o sobre un colchón de púas. Descansando sobre la espalda de Madrid. Madrid. Madrid Chernobyl.

<para Benny, para Gernika y para Suit Llein>


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Pesca con muerte (Chomolungma)

anatoli1

Madrid. Escucho en la radio un anuncio de Securitas Direct. Un tipo de dice a su mujer que a su cuñado le “han entrado en casa” durante el fin de semana que se han ido a La Manga del Mar Menor, y que se han quedado dentro. Que incluso han adoptado al gato que ya no les reconoce. Miro en internet y leo frases de Paulo Coelho, y veo fotos de comida que colgáis. Y paseo de arriba a abajo por Madrid cuyo suelo ya comienza a arder. Sopla un viento todavía algo fresco y seco. Y me acuerdo de aquella remontada al Rijeka en la que tirábamos cosas al campo e insultábamos al extremo Dejan Desnica, pero no nos escuchaba porque era sordo. Butragueño se tiró en el area, pitaron penalti, remontamos, y expulsaron a Desnica por protestar.

Practicábamos la pesca con muerte. Con mucha muerte. En semana santa íbamos a Vinuesa. Pescábamos en el río, cien o doscientas bogas cada uno que no servían para nada, a cubos. De vez en cuando picaba alguna trucha y la guardábamos, pero las bogas las tirábamos a la basura. Pescábamos una por minuto, grandes y pequeñas. Eran blanquecinas, puras, pero no sabían a nada, y las tirábamos a la basura. Odíabamos las procesiones, porque cuando anatoli12queríamos salir de los pueblos el tráfico estaba cortado, el sagrado corte de tráfico aquel, y no te dejaban moverte hasta que la puta cosa religiosa no terminara. Antes de viajar en coche por aquellas carreteras y caminos despoblados mi padre pudo ir a su pueblo en Vespa. Después compró el primer Seiscientos. Luego un Symca 1000, en el que dicen los de la canción que se follaba con dificultad. Viajábamos hasta Galicia atravesando El Padornelo y La Canda, y los recuerdo siempre incendiados o siempre lloviendo a mares. Un año viajamos con la familia de un amigo de mi padre. Íbamos a la playa pero este hombre, Pepo, nunca se bañaba, no tenía bañador. Se marchaba a pescar, con muerte, con mucha muerte, pescaba en Cabo Silleiro con caña o en Ramallosa centollos con reteles. Enormes centollos. Y no tenía bañador, le aburrían la playa y los bañistas. Le gustaba beber ribeiro con los marineros en los bares. Había trabajado de camionero y de casquero. Nos contaba sus peleas a puñetazos en los bares de carretera. Tenía un brazo como los dos míos. Mi madre caminaba un día por la calle y vio un tumulto. Un gentío rodeaba a alguien que se retorcía en el suelo con un ataque, moribundo. Era él. Mi madre lo vio morir. Hasta los más fuertes se muere. Mi padre había leído en un periódico usado algo sobre el monte de Santa Tecla, y lo primero que hicimos la primera vez que visitamos aquel país salvaje fue ir hacia el sur hasta la frontera y subir al monte y ver los putos petroglifos, que él no sabía lo que eran pero que le encantaba no sabía por qué. Viajábamos en aquellos destartalados coches sin cinturones de seguridad ni retrovisores y cuando había mucha nieve en los puertos poníamos las cadenas y los subíamos patinando, haciendo eses, hasta que la nieve era tan alta que no nos dejaba pasar, y entonces nos dábamos la vuelta de mal humor.

En el segundo B, al lado de mi casa, vívía Adelita con su padre. Casi he olvidado sus caras, las ha borrado el tiempo. Él se parecía a Alfonso del Real, el actor, que también vivía en mi barrio. Mis dos vecinos creo que ya están muertos. De buenas a primeras dijeron que se cambiaban de casa. Era el final de los años setenta, Y llegó mi vecina. Era enfermera. Era algo más joven que mis padres. Estaba sola. Compró la casa. Trabajaba en La Paz, el hospital de toda la vida.Era extremeña. Vivía en una misteriosa soledad. Tomaba el sol en bikini en la azotea de la casa, se achicharraba allí. Tenía un amante que se llamaba Julio y mis padre le llamaban, algo despectivamente, Julito. Se escuchaba abrir y cerrar el cerrojo de su puerta de madrugada, cuando él se marchaba de su cama. Estaba muy mal visto aquello. Pero se veía que ella era activa sexualmente hablando. Tenía mi vecina un hermano y una hermana, pero nunca aparecían por mi barrio. Sólo la vistiba, de vez en cuando, su madre, que era un poco arpía. También algún sobrino. Una vez la visitó un sobrino, que era militar, se fue a un puticlub y le dieron burundanba. Despertó bajo la lluvia en un descampado de Pittis, lo habían abandonado sus captores. Él no conocía la ciudad y atravesó caminando el extraño paisaje de Madrid. Vio una comisaría y entró. Les contó la historia. Se rieron de él. Redactaron un atestado que él me dejó leer, el policía escribía, como al dictado: “escuchó voces en el duermevela que identificaba como de musulmanes”. Los hijos de puta de la policía, que no le dieron ni un vaso de agua, pidió agua y le dijeron que bebiera del grifo de los servicios del bar de enfrente. Llegó a casa empapado y aún bajo los efectos de la droga, me lo encontré y lo llevé al hospital. Finalmente él no denunció nada, por vergüenza y miedo. Era, es, un tío bragado que ha estado en cinco misiones en Afganistán y Bosnia, un hombre que ha visitado burdeles en tayikistán y fornicado con pranatoli3ostitutas rusas y kazajas, pero le dieron burundanga en Madrid y le quitaron los cincuenta Euros que llevaba, el DNI y un billete de metro con aún cinco viajes sin usar. La madre del sobrino de mi vecina murió de cirrosis, la trataban como a la borracha del pueblo, y su padre de cáncer de pulmón, como el mío, hace tres o cuatro meses. Mi vecina siguió trabajando en La Paz. Curioso nombre La Paz para un sitio tan lleno de sufrimiento y muerte. Mi vecina apenas compraba comida, sábanas, productos de limpieza o de higiene personal, porque todo lo traía de sobrantes de La Paz. Me enteré que había estado casada, que su marido murió un mes después de la boda en un accidente de moto. Me quedé flipado con la historia. Mi vecina siempre me decía que la vida para ella era un río de lágrimas. Me lo decía así, sin anestesiar y en crudo, cuando me enseñó la radiografía de mi padre en la que se veía que tenía un tumor en el pulmón izquierdo del tamaño de una manzana, la había conseguido sacar de La Paz y me la enseñó para que me enterara de por qué tosía tanto mi padre y para que anestesiara el susto que se iba a llevar mi madre al saberlo. Tuve que sentarme para no caerme redondo al ver la fotografía en blanco y negro de aquel enorme tumor. Mi vecina contrajo una enfermedad rara, una especie de tic facial que le impedía abrir casi los ojos. Su médico le hizo firmar consentimientos variados para un tratamiento, experimental en aquellos años, a base de toxina botulímica. Utilizaron a mi vecina como conejillo de indias con la toxina, y dio resultados, se inyectaba la cosa cada tres meses y su tic facial desaparecía por arte de magia. Como mi vecina no murió ni mutó en algún otro ser no humano, los médicos se dieron cuenta de que aquella sustancia engendro valía para aplicarla a personas y estirarlas la cara, y entonces eufemísticamente comenzaron a llamar Botox a aquello. La toxina. Y el tiempo pasó y como ya dije el hermano de mi vecina desarrolló un cáncer de pulmón y ella se jubiló de La Paz y se marchó a Alicante a atenderle. Era un hombre muy callado. Agonizó cinco años con su hermana al lado. Ellos y yo sabíamos que él iba a morirse y que cuanto más durara lo haría con mayor dolor. Mi padre murió el cabronazo de él muy rápido, en apenas dos meses se lo comió el cáncer y además la palmó sentado en una silla mientras desayunaba, se le paró el corazón por la presión del tumorazo. Cabronazo, me acuerdo y te echo de menos todos los días de mi vida, desde que me levanto hasta que me acuesto, vives en mí como un parásito y escucho tu voz, y te llevo en el asiento del copiloto echándome la bronca mientras conduzco, y ves por mis ojos. Y murió el hermano de mi vecina y ella se quedó a vivir en Alicante junto a sus sobrinos. El segundo B permanecía vacío. Su hermana empezó a venir de pascuas a ramos, para traer al médico a su marido y para ver musicales en la Gran Vía. Ponían la tele a tope porque él está un poco sordo, se escuchaba a través del tabique. Mi vecina una vez se compró un reloj de cuco, que también se oía desde mi casa, para que la hiciera compañía. Tocaba todas las horas, las medias, los cuartos y los menos cuartos, con un cucú cucú muy insoportable. Pensé incluso en colarme en su casa y joder el reloj. Pero el tiempo lo estropeó o se estropeó solo antes de que yo lo saboteara. Murió el hermano de mi vecina y ella nos llama por teléfono y nos dice que nos quiere, que somos como su familia, pero nunca ha vuelto por su casa. Su hermana vino hace poco y nos contó que tenía miedo de que entraran ocupas en la casa, que no paraba de escuchar noticias. Los anuncios de Securitas Direct acaban haciendo mella en las mentes pueblerinas. Yo la conté que en este barrio no hay okupas, que hay muy contados casos porque aquí no se llama a la policía, sino que se les echa a hostias, y eso retrae de ocupar. Que es más peligroso meter inquilinos, que te dejan en w.c siempre con olor a mierda cuando se van. Pero creo que ella no me creyó y van a alquilar el piso. Se despidieron de nosotros. Mi madre les dijo por lo bajini que les aconsejaba que mejor que no metieran en la casa moros ni dominicanos, que chinos quizás que sí, aunque que mejor españoles. Vino a recogerles su hijo en un coche y me contó que le daba miedo entrar en Madrid por si le multaban, que no sabía dónde aparcar. Mi vecina nos sigue llamando, cada vez menos, y nos repite una y otra vez que somos como su familia, pero sospecho que no volveremos a vernos nunca. La radiografía de mi padre y aquel tumor como una manzana golden.

Todas las navidades llegaba un sobre de esa gente que pinta christmas, o como se diga, con los pies. Venían sin franquear, los dejaba en el buzón un tipo al que pagaban por la entrega. El cartero de los que pintan con los pies. Luego, tas pasar las fiestas, se pasaban a o bien recoger el sobre entero o a cobrar por las tarjetas postales utilizadas. Como el sobre había ido a la basura o no lo encontrabas por ninguna parte, y quedaba feo apropiarse de cosas de gente que no tenía manos y que tenía que ganarse la vida pintando con los pies, pagabas y santas pascuas. Al año siguiente volvían. Y al otro. La misma operación. anatoli4Mi vecina siempre les compraba los christmas aunque no tenía a quién enviárselos, y mi madre también, y muchos más. Un año dieron trabajo de entrega y recogida a un amigo mío del colegio. Al tío se le daba bien. Nos contaba que si alguien se le resistía le decía que su hermano no tenía manos y que era uno de los que pintaba. Él no tenía más que una hermana, y no era manca, era fea de cojones, pero no manca. El chaval ponía carita de cordero degollado y la gente, por vergüenza, pagaba por aquellas horribles postales. Dentro del sobre venía un panfleto con fotos de un tío que pintaba con los pies, pero nadie nunca supo si era verdad. Luego me fui de vacaciones y se vino un amigo conmigo, mis padres le invitaron a venirse a la playa porque les daba pena, y cuando nos emborrachábamos hasta caer de culo por las noches éste otro amigo se iba a una cabina telefónica de por allí y llamaba a casa del que vendía las postales supuestamente pintadas con los pies, llamaba a las tres de la mañana y aguantaba el chaparrón de insultos sin decir nada. Todas las putas noches. Estas navidades llegaron de nuevo las postales de los mancos. Conseguí ocultarlas antes de que mi madre las viera, porque es muy capaz de pagar por ellas aunque ya no le queda casi nadie vivo a quien mandarlas. Las tiré a la basura. Mi madre ya casi solamente puede escribir a muertos. Cada vez nos quedan menos vivos. A tí, a mi y a los que supuestamente pintan christmas con los pies. Es imposible no querer a algún hijo de puta que otro. Son irresistibles. Son mis hijos de puta, y punto. Unos nacen, otro se hacen. Todos llevamos uno dentro luchando por salir.

Mundo Securitas Direct.
La pesca con muerte da placer.
Mundo Paulo Coelho.
Lecciones de autoayuda.
Cuervo blanco.
Hijos de puta.
unos nacen
otros se hacen.
Imposible no querer
a alguno,
a algún que otro
hijo de puta.
Anatoli Bukréyev dejando morir
a sus clientes
congelados en el Chomolungma.
Eric Clapton se folló a la mujer del gilipollas de George Harrison.anatoli2
Las chicas buenas
me ponen malo.
Desean en el fondo que
se las folle
Giannis Antetokoumnpo,
o mojan las bragas pensando en Don
Draper.
Real Madrid-Rijeka
no parábamos de insultar a
Desnika
pero él era sordomudo
o se lo hacía.
Lo expulsaron por
protestar.
Anatoli murió
poco tiempo después en el
Annapurna aunque
nunca
encontraron su cuerpo.
Petroglifos en Santa Tecla.
Martín y Roque
abriendo el cielo.
La cirrosis te sienta
tan bien.

Mundo Securitas Direct.
La pesca con muerte da placer.
Mundo Paulo Coelho.
Lecciones de autoayuda.
Cuervo blanco.
Está ahí afuera
en las calles.
Pero nunca podrás encontrarlo.
Pelear a puñetazos contra
el viento.
Estrellas fugaces de
papel
pegadas en el techo
es el único cielo
posible.
La fe no mueve montañas,
cuando quise no pude
cuando pude no quise.
Vivir es lo mismo que creer.
Creer es lo mismo que cagar.
Mierda verde.
Silogismo disyuntivo luego
vivir es lo mismo que cagar,
dormir hasta que el agua
cayendo
te deshace.
Vida cisterna.
Eric Clapton se folló a la mujer del gilipollas de George Harrison.
En Seattle llueve
siempre
mierda
día y noche.
Seattle.
Petroglifos en Santa Tecla.
Martín y Roque
abriendo el cielo.
La cirrosis te sienta
tan bien.

Mundo Securitas Direct.
La pesca con muerte da placer.
Mundo Paulo Coelho.
Lecciones de autoayuda.
Mantenerse erguido.
Golpea lo más fuerte que puedas
y después corre como el sucio
viento.
Siempre preparado para
dar una patada en los huevos para que ellos
lleguen hasta el cielo.
O para dar una patada en el coño
que lance hasta las estrellas.
Eric Clapton se folló a la mujer del gilipollas de George Harrison.anatoli5
Bestias con ganas eternas de decir
la última palabra.
Vas a llegar
tarde
como siempre
tarde a tu propio
funeral.
Petroglifos en Santa Tecla.
Martín y Roque
abriendo el cielo.
La cirrosis te sienta
tan bien.

Mundo Securitas Direct.
La pesca con muerte da placer.
Mundo Paulo Coelho.
Lecciones de autoayuda.
Esas calles siempre
van a estar ahí.
Frías y calientes.
Y nunca van a decirte
aunque supliques
por dónde tienes que
ir.
Son ciegas y sordas
esas calles
no te escuchan cuando
gritas que
tienes miedo.
Giannis Antetokoumnpo
follándote el culo.
Don Draper
monjándote las bragas.
Eric Clapton se folló a la mujer del gilipollas de George Harrison.
Anatoli Bukréyev dejándote
morir congelado en.
el Chomolugnma
que arde en
en llamas
congeladas.
Petroglifos en Santa Tecla.
Martín y Roque
abriendo el cielo.
La cirrosis te sienta
tan bien.

¿Acaso no lo sabes? ¿Es que no lo has oído? Madrid es eterno, sus calles lo son, nunca se fatigan ni se cansan. Su entendimiento es inescrutable. Madrid da fuerzas al fatigado y al que no tiene ninguna le aumenta el vigor. Los hombres se fatigan y se cansan, los jóvenes tropiezan y vacilan, pero los que resisten en Madrid renovarán sus fuerzas, remontarán con alas, correrán y no se cansarán, caminarán por Madrid debajo de su tierra tras la muerte, Madrid escucha sus plegarias. Aunque camine hacia ese valle oscuro no vacilaré porque estoy en las entrañas de Madrid y nada me falta. Madrid.

<Para Martín y Roque>


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