Bonifacio Singh: Madrid Sumergida

Sol de medianoche

medianoche1

Madrid, más de tres millones de lobos con piel de cordero. Más de tres millones de islas amuralladas humanas. En Madrid no hay nadie bueno. En Madrid nadie pregunta si te ve caer al suelo. Madrid, donde “amor” y “amistad” son como los mapas antiguos, trazados con inexactitud por desconocimiento del terreno. Madrid, más de tres millones de robots corriendo arriba y abajo. Los robots pueden tocar una canción exactamente como la escuchan, sin esfuerzo, matemáticamente, sin pestañear ni sentir la fatiga, pero nunca podrán interpretarla cambiándola, ni lo más mínimo. Aprender a tocar la guitarra es como excavar un túnel con una cuchara para escapar de tu celda, y todos los días tienes que tapar el agujero con un poster de Raquel Welch para que no lo descubran los carceleros. Madrid, tres millones de burbujas aislantes de plástico. Más de tres millones de imágenes de sonrisas, de ocio, de sushi, de monumentos fotografiados en ciudades lejanas. Y, de fondo, detrás de todo, gritos, gritos que rechinan, gritos silenciosos, gritos que resuenan desde Altamira hasta el museo de arte moderno. Gritos que quieren ser escuchados y que yo puedo escuchar y posiblemente tú no, por mucho que te esfuerces o digas que puedes hacerlo tú no puedes ni podrás escucharlos.

Cada día necesito más a este bosque. Es mi bosque de asfalto. Tardé décadas en conseguir marcar mi surco. Camino por mi bosque de asfalto y siento placer. Mi selva, mi territorio. Este suelo y estás paredes son mis ríos y mis árboles. Cada día necesito más a este bosque y menos a los animales que andan sueltos por él. Caminando arriba y abajo. Caminando arriba y abajo. Caminando arriba y abajo. Intenta entenderlo, estos son mis árboles.

La tragedia del hombre moderno. Nace. Sus padres piensan, y gritan a los cuatro vientos, que su hijo es un genio, que se aburre en el colegio porque los profesores son un coñazo, porque los planes académicos son una mierda, porque sus compañeros son unos hijos de puta crueles. Resulta que la realidad es diferente, sucede que su hijo tiene cara de acelga con Asperger, y que su expresión atesora menos gracia que pegar a un progenitor con un calcetín sudao. Su hijo es un singracia, punto. Y su hijo crece y se convierte en una especie de perchero con ojos, uno de esos que todos los años, cada vez que nieva en la sierra, manda fotos por washap a sus amigos, siempre imágenes de los picos encanecidos de blanco hechas desde la ventana de su oficina, una y otra vez, como si fuera el día de la marmota, o el año de la marmota, el idiota. No les acosaban por ser listos, sino por ser orejudos o feos. Hacerles buling debería ser obligatorio, darles de hostias. La tragedia del hombre moderno: querer que sus hijos perduren cuando él no ha podido perdurar, desear con todas tus fuerzas que sus vástagos sean genios cuando en verdad son bobos sin gracia o gilipollas a secas. Muérete de una vez, hombre moderno, mujer moderna, tú también, moriros al unísono.

Un día me encontré a medio camino entre desear estar vivo y no desearlo.

medianoche66Amo, aunque amar suene a petimetre concepto cursi, los días de verano en los que en Madrid anochece a las diez y media de la noche. Son esas tardes luminosas eternas y polvorientas durante las que yo me siento verdaderamente atado a esta sucia tierra. Odio estos inviernos light en los que ya no nieva pero durante los cuales cada vez siento más el acartonamiento del reuma en las manos. Hay un grupo de gilipollas que predican un cambio de horario para adaptarlo a la referencia solar y así recortarnos una hora de ese sol de medianoche. Son esos habituales repelentes niños Vicente, esos que creen en el positivimo, en el humanismo y la relación estricta causa-efecto. La puta causalidad. La ciencia es esa mentira tan gorda en la que todos creéis. No debería hacer falta recalcar una vez más que me importa una mierda lo que le suceda al medio ambiente de vuestro planeta, sigo insistiendo en que vais a palmar, vamos a irnos al hoyo, mucho antes de que se produzca un cambio en la estúpida  mente de la especie o en en el lodo que cimenta el fondo de las charcas donde construís vuestros palafitos de lujo. Está muy bien visto que China legalice tener un segundo hijo, incluso un tercero, llegan con un pan debajo del brazo. No eres más gilipollas porque no te entrenas, eres el Messi de los gilipollas, el Cristiano Ronaldo de los mascachapas. Quieren llegar lo más pronto posible a los diez mil millones de humanos que vivan en paz y amor sobre la Tierra, porque las muchedumbres son una bendición. Paz, puto hermano Caín. Las hembras tienen que parir sin parar porque ese es su cometido metafísico dentro del universo de mierda, es vuestro ontológico invento, mujeres, así que apechugad con él, parid, parid, parid, en el quirófano o en vuestra puta casa, o en la bañera, parid, parid. Creced y multiplicaos. En el fondo todos somos un poco creyentes, por mucho que nos proclamemos ateos, esa es otra gran mentira, la de los ateos. Es necesario ser creyente. Está tan bien visto parir como el festejo del carnaval. No me gusta disfrazarme, me asquea toda esa muchedumbre intentando parecer que son felices y que se lo pasan bien. Atentaron en Bataclán pero no el carnaval, los hijos de puta descerebrados moros, cabrones. Sois tan gilipollas por no comer cerdo, moros. Iros todos a la mierda si queréis, muchachos, disfrazaros, pero no me lo contéis por washap. Irse a la mierda no es interesante si no soy yo el que emprende ese escatológico viaje hacia el inexorable destino. Cagarme en tu cara es el único sentido de toda esta historia, imagino que te habrás dado cuenta.

Es una cuestión de tiempo,
de tiempo
y desgana.
Una cuestión de tiempo,
de polvo al polvo.
Una cuestión del tiempo
que quieras perder
pensando
que tiene
sentido.

medianoche4Lo difícil en este mundo no es decir lo que ellos no quieren escuchar, decir eso es muy fácil, incluso placentero. Sí, puede que sea un poco puto hacerlo, pero se puede, sí, se puede, we can, porque el resto, los demás, al humano le importan una mierda. Lo realmente chungo es pasar esa linea divisoria para torpedear la nuestra de flotación, atravesar esa frontera hacia ese más allá inmundo de lo real y decirte a ti mismo lo que no quieres oír, tú a ti, esas vergüenzas tan de carne y hueso que tú y yo no conseguimos ocultar por mucho que vistamos nuestros genitales de farolillos hacia el exterior. Lo que no quieres escuchar, tu infierno particular, tu realismo, tu verdadero retrato hecho carne y palabra, toda esa mierda. Qué puto es decírtelo a ti mismo a la cara, ¿eh? Mientras tanto, para compensar la herida que me hago, jodo al resto un ratito cada día, les meto patadas en los huevos. Nos creemos que la vida es una cámara de fotos digital, con infinitas instantáneas  por lanzar, infinitas imágenes por captar, infinitos selfies de mierda por ejecutar, pero en realidad la vida es una película Kodak de extensión limitada  y a los demás no les gusta que les enseñes las fotos de tus vacaciones, aunque quieran disimular que sí, porque no les interesan nada de nada, ni tus selfies tampoco, se la sudan, y el carrete vas viendo que se acaba, que se acaba, que se acaba, y cuando las revelas y pasas las putas fotos al papel resulta que no te suele gustar ninguna de esas estampitas porque sales gordo y feo, porque no te ves bien, porque te imaginabas de otra manera muy distinta, no esa mierda que eres. Es mejor tirar las fotos a la basura, al contenedor y, al final, coges y te vas a hacerlas compañía tú también, al vertedero, haciendo el menor ruido posible. Vete y deja de joder, por favor.

Me resisto a dejar de ser lo que era. Exhalamos humo, pero ya sólo es vaho. Desapareces por donde has venido. Desapareces, desapareces, desapareces. Es como un caramelo de menta de esos que me gustan, va desapareciendo en mi estómago, esfumándose poco a poco, disolviéndose. Un caramelo de menta con sabor mezcla de ibuprofeno y de chorizo Joselito.

Tuvimos un amigo que vivía con una novia que padecía hipertiroidismo y anorexia. Ella lo acusaba de que compartían piso como dos compañeros, insinuando que coexistían sin roce genital, que él era un tío coñazo. Cociéndole, hay que reconocer que ella poseía cierta credibilidad en sus afirmaciones. Era evidente que necesitaba que se la intentaran follar, digo intentar porque ella no creo que en realidad lo permitiese, ni a punta de pistola ni de Prozac. Lo echó de casa con muy buenos modos, es muy educada, incluso se despidió con su sonrisa siempre falsa en la boca. Tiempo después, él la sustituyó por otra mujer, esta vez con hipotiroidismo, una hembra con unos muslos de diámetro superior, como dice el dicho madridista, a los de Chendo.

Si quieres adelgazar pésate después de cagar.

Noviembre de 2015. Gregoria tiene ochenta y ocho años. Vive en una casa de cinco habitaciones y dos baños junto a una ancha avenida madrileña, ella sola. Tiene tres hijos. Una de sus hijas es jipi, también su nieta, el retoño de ésta. Su hijo menor es de esas personas a las que aparentemente la vida les ha hecho que todo les dé igual, de esos para los que la cama es el último refugio. Por su parte, el mayor, el otro varón, es un santo angelical al que todas las amigas de su madre adoran. Bajo esa piel de cordero se esconde un hijo de puta, pero esa ya es otra historia más complicada, porque todos tenemos un hijoputa luchando por salir de dentro. Gregoria cumplió los ochenta y nueve años el 2 de enero de 2016 pero, cuatro días antes, el día de los inocentes, se fue a vivir a una residencia de ancianos. Era lo mejor para todos. Ella se había encargado de llamar putas a sus nueras previamente, para que se negasen a acogerla. Las habitaciones de la residencia son como camaretas de un campamento juvenil, donde las paredes de separación entre cuarto y cuarto no llegan hasta el techo, de esas que no logran salvar a sus ocupantes de ronquidos y pedos ajenos. Estos habitáculos están amueblados mediante una cama, un armario bajo y una mesita sin silla adyacente, y no tienen teléfono, para atender las escasas llamadas hay que tener móvil o bajar a recepción. Opcionalmente se pude colgar un crucifijo sobre la cabecera de la cama, pero no se permiten más agujeros en la pared. Allí todo el mundo tiene su andador propio, es obligatorio caminar con andador para evitar caídas y fracturas. medianoche5La tele está en un cuarto común, donde los huéspedes descansan con los cuellos retorcidos en escorzo imposible sobre sí mismo mientras babean. Nada más llegar, a Gregoria le dijeron que todos los huéspedes debían llevar pañal, tuvieran incontinencia urinaria o no. El treinta de diciembre la nieta jipi de Gregoria la llamó por teléfono para pedirle las llaves de la casa de cinco habitaciones para “ir con el novio y unos amigos” a pasar allí la fiesta de nochevieja. Gregoria se negó. Gregoria ha tenido tiempo en el pasado de llamar puta a la cara también a su nieta. Gregoria no es que sea tampoco una santa bajada del cielo. Greogria se quedó viuda hace veinticinco años. El 4 de enero una ambulancia se llevó a Gregoria al hospital de La Paz porque había tomado una de sus pastillas por duplicado sin darse cuenta, una pastilla tranquilizante. Durante dos días no pudo ponerse de pie, pero sobrevivió y siguió en la residencia. Dice que algún fin de semana volverá a su casa de cinco dormitorios. El 10 de enero Gregoria se cayó de la cama durante la noche, se la encontraron en el suelo tirada boca abajo. Pasó tres días más en el hospital, pero sobrevivió, regresó a la residencia. El 23 de enero se repitió la jugada, se tropezó en el baño y cayó contra el lavabo. La ingresaron en el hospital con un fuerte golpe en la cabeza. El 25 de enero dejó de reconocer a sus hijos. Murió el 27 de enero de 2016.

Me resisto a dejar de ser lo que era. Exhalamos humo, pero sólo es vaho. Es de noche y ya no hace frío como antes lo hacía. Inspirar a fondo para conseguir respirar hasta los tuétanos el olor del ozono de las tormentas.

Si sigues la calle de Gregoria, que está muy cerca de la mía, hay nueve Fruterías en el espacio de quinientos metros y tres tiendas de hacer manicuras de los chinos. Imagino que si te pones pesado cuando acabas de hacerte la manicura puedes hacer que te la succionen, a tu elección, un hombre o una mujer. Los chinos y las chinas, cuando cumplen la edad reglamentaria de procrear, los catorce, dejan de cumplir años y se transforman en seres sin edad definida a simple vista, todos parecen entre los dieciocho y los sesenta.  Mucha gente se creía omnipotente porque habían alquilado sus locales a bancos, ellos nunca dejarían de pagar el alquiler. Sin embargo, los hijoputas usureros se marcharon y dejaron sus instalaciones para ser ocupadas por tenderos chinos y fruteros moros. Fruterías, manicuras, peluquerías y “compro oro”, los negocios del presente en Madrid. Incluso florece ya alguna carnicería halal donde se follan a los corderos y luego los matan mirando a La Meca. En los comercios chinos pueden hacerte una felación si te pones un plasta, en las tiendas de los moros lo dudo mucho, sus mujeres imposible, con ellos tendrías más posibilidades.

Menudo viaje, menudo puto viaje....Me resisto a dejar de ser lo que era. El tiempo es limitado y eso genera urgencia. Es un viaje sólo de ida. El agua sube poco a poco y nadie va a quitar el tapón. Más se perdió en la guerra y volvieron cantando.

Mi madre se cayó en el autobús. El conductor pegó un frenazo y ella se pegó un costalazo de culo tropezando sus costillas sobre el borde de un asiento. Siempre las costillas. Sus amigas le decían que pidiera una indemnización, que jodieran al hijoputa del conductor. Los golpes en las costillas duelen al acostarte, sobretodo. Golpes en las costillas. Para dormir y sortear los dolores, el médico le recetó el bendito Diazepan, ese Dios maravilloso. Compramos una caja. Si al finalizar el tratamiento de Diazepan, si logras abandonarlo, puedes vender las pastillas sobrantes a algún yonki en el parque. Mi madre todavía toma un trocito de pastillas todas las noches, tras haber despotricado sistemáticamente a lo largo de su vida contra los hijos drogadictos de otras mujeres del barrio. Mi madre dice que los compadece, pero en realidad los desprecia. Yo lo máximo que he tomado es algunos tripis, y unos cuantos cientos de porros, quizás mil, y nunca coca, porque por suerte siempre estuvo fuera de mi alcance económico. El cuñado de un amigo mío murió de dosis letal. Se lo encontraron sentado en un sillón con el cuerpo en estado de descomposición.

Me reí de la desgracia ajena, ayer. Una vez más. Me reí de la desgracia ajena. Él me dijo una vez: “salgo a la calle para ver gente, para sentirme vivo”. Fue una nochebuena cuando me lo dijo, se quedó tan ancho. Yo, ahora, me río de su desgracia. medianoche6Durante una época pensé que sólo era un gilipollas, sólo un pobre gilipollas más como tú y como yo, pero desde hace tiempo me río de su desgracia, sin poder ni querer evitarlo. Eso a mi me hace sentirme vivo, me hace hombre, me hace vestirme por los pies, me hace respirar, me hace sentir los cojones flotando en la entrepierna, me hace tener esperanza en que habrá un mañana y que saldrá el coprófago sol allá en el horizonte. Reírme de su desgracia. Reírme de su desgracia. Reírme de cómo nació y de cómo morirá sin verse en el espejo, sin ser capaz de ello. Resulta jodidamente agradable. Parece una autocrítica, una flagelación, aunque no lo es. Pero él tiene suerte. Tiene mucha suerte, porque no es consciente de nada, sobretodo de su propia mierda. Ser gilipollas supone la mayor de las suertes, un don divino. Pero yo me consuelo con lo bien huele la desgracia ajena por la mañana o, como ahora, en mitad de la noche de Madrid, no el napalm en Danang sobre la selva, sino la desgracia ajena, la noche y la sangre de Madrid.

Madrid, eres más puta que guapa. No somos lo que comemos, somos lo que cagamos. Cretinizarse o morir, esa es la cuestión. Me tuve que sentar al ver aquel tumor en su radiografía, yo, que quería mantenerme siempre de pie sin flaquear, cediendo siempre mi asiento. Vivo en ti, Madrid, protegido del sol de la mañana debajo de tus mantas.

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