Bonifacio Singh: Madrid Sumergida
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El miedo es como el fuego

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El miedo es como el fuego. Me pasé la primavera de este año caminando por Madrid, de arriba a abajo y de abajo a arriba, diciendo a todo el que quisiera escucharlo con un ferviente odio anti gilipollas que si me encontraba a Emiliano García-Page por la calle le iba a meter un puñetazo en toda la cara de cerdo subnormal que tiene. Ahora ya se puede decir la palabra “subnormal” sin ofender a la pobre gente que sufre el dolor de una discapacidad mental de nacimiento, porque los subnormales ya hemos aclarado que son estos otros del estilo de Emiliano el bocachancla. También juré sobre la biblia de Madrid y sobre las tablas de su ley no escrita que si me sucedía el mismo encuentro con el montón de mierda de Chimo Puig le arrancaría el peluquín de cuajo sin mediar palabra. Pasaron los meses entre maldiciones y odios, y al fin traspasamos la frontera con Francia, y comencé a entender lo que sentían esos vecinos que cada año me hacen encontrarme tan bien allí, y entonces también prometí que si me encontraba al lamepollas de Emmanuel Macrón le metería una bofetada en la cara con la mano abierta, un buen cate que le dejara marcados mis dedos en esa faz asquerosa de moreno de rayos UVA que tiene ese ser. Macrón da soberano asco a gran parte de los franceses, y por extensión a mí también, provoca arcadas cuando abre la boca y cuando calla. Es una mierda con patas. En una ocasión me encontré durante unos instantes a solas en la antesala de entrada de un museo con Jose María Aznar. Fueron apenas diez segundos, incómodos, porque se cerraron unas puertas automáticas y su séquito quedó al otro lado, pero él pasó y allí estuvimos sin mirarnos el uno al otro más que de reojo porque yo estaba por casualidad esperando, como casi siempre, a alguien que siempre me hace esperar, de mal humor y no le solté una hostia como quizás hubiera debido hacer, porque luego él organizó aquella repugnante manifestación de los paraguas después de los atentados del 11 de marzo en Madrid, aquella concentración a la que asististeis casi todos que daba tanta vergüenza y arcadas porque os estabais tragando una patraña manchada con sangre de vuestros vecinos, y él merecía una buena hostia, pero mira que soy gilipollas que aquel hombre hasta me produjo en aquel instante ternura y pena, a mí, que soy la mierda del lumpen más bajo y rastrero, que yo sí que la doy. Aznar tenía unos buenos abdominales y seguramente se hubiera defendido bien con un golpe de aikido, ese arte marcial tan poco heterosexual, o mediante movimientos espasmódicos como los que hacía en la cama de Rashida Dati. Tenía el cuerpo bien cuidado porque entrenaba por las mañanas unas tablas de ejercicios con el viejo pelota repelente de Bernardino Lombao, que si le hubiera dejado Jose María se la hubiera felado sin problemas, y además porque debía ir de putas una noche sí y otra también a Capitán Haya para tratar de olvidarse de la cara de su mujer, que es más fea que pegar a un padre con un calcetín sudao, y que quizás por ello, por ella, él me daba cierta pena, aparte de por tener esos hijos tan feos y gilipollas, que superaban incluso a los imbéciles vástagos de Felipe González, aunque no eran tan horrendos como las hijas focas del idiota de Zapatero.

Cruzamos la frontera el 1 de agosto con bastante aprensión por lo que nos pudiéramos encontrar. Íbamos trufados de certificados de vacunación y todas esas mierdas que nos han hecho creer que iban a ser necesarias para circular por el mundo. En las garitas de la frontera no había ni un mísero policía y más tarde nos enteramos de que hacía meses que no controlaban estos pasos entre países yo creo que por pura vaguería. Pensábamos que los franceses estarían portándose dócilmente con sus poderosos y sus normas, porque durante la supuesta normalidad planetaria ese país suele ser un remanso de paz en contraposición al nuestro. Pero nada más lejos de la realidad. El francés, como dice mi amigo Mercado Navas, es un ser acostumbrado a ir con el “no” por delante frente al poder, como diciendo siempre al interlocutor de enfrente aquello que se gritaba antes en los campos de fútbol de “me cago en tu puta madre por si acaso”, el francés está vacunado de nacimiento mediante una inyección de irracionalidad contra las mentiras y las caras de cartón. Cuando cruzamos, el país del norte de Los Pirineos estaba descontrolado absolutamente, nadie llevaba mascarillas y todo el mundo trataba de ignorar la enfermedad mediante un juego de “ojos que no ven, corazón que no siente” que por una parte puede parecer un tanto suicida, pero ante tal sarta de imbecilidad reinante en los gobernantes y en la ciencia es lo mejor para quitar el miedo a vivir a cualquiera. Vivir mata, hijos de puta. Porque sí, el virus existe, y sí, las mascarillas y las vacunas evitan el sufrimiento, pero vosotros habéis causado mucho más, muchísimo, soltando todas esas heces supuestamente bienintencionadas por vuestras sucias bocas, cosa que nunca olvidaremos y trataremos que los demás, esa masa hija de puta que os arrolla, tampoco lo haga.

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Hemos sufrido un bombardeo constante, y continúa, desde todos los frentes para que nos creyéramos que somos muy malos y que no merecemos nuestra libertad. Querían que nosotros mismos nos atizásemos con el cilicio en las nalgas, querían no tener ni que trabajar para imponerlo, que surgiera esa fuerza interior del gilipollas de nosotros mismos para que implorásemos recibir castigo. Afortunadamente el cartón se terminó por caer, y ahora los llamados “jóvenes”, esos tan malos, salen a la calle a defecarse en vuestras caras. Ahí lo tenéis, os lo habéis ganado a pulso, ese maravilloso espectáculo de niños borrachos y contenedores volcados. Comprar una botella de ginebra y darle doble uso, primero que el líquido te haga olvidar por un rato la mierda que es vivir, el dolor y vuestras caras de buenos mierdas, y después lanzarle el casco de vidrio no retornable a la policía municipal para que se den cuenta de que ellos no mandan en nadie, que son una escoria de vagos que no han ayudado ni por el forro en los peores momentos. Joder al poder, a sus lacayos, y de paso dejar un poco de basura para que quede claro que vuestra supuesta lucha por la noble causa del medio ambiente nos importa una mierda, ver a esos “jóvenes” joderos de este modo vuestras avenidas y vuestra tranquilidad me da por pensar al menos durante una décima de segundo que no todo está perdido, que esa lava de volcán del botellón os demuestra que no vamos a tragar con todo y que sois inútiles intentando que lo hagamos. Decíais que había controles en las carreteras, que estábamos aislados, que no debíamos movernos, que eso lo solucionaría todo, pero lo único que solucionaba es que os quedabais más tranquilos teniéndonos atados por nosotros mismos. Cómo os crece la nariz, hijos de puta, se os nota demasiado.

Estábamos en Francia y mi hermana me envió un mensaje guasap para decirme que mi tío se había muerto. Noventa y dos vueltas al sol ha dado. Ya llevaba un tiempo muerto, porque perdió la razón hacía unos años. Ya no era el mismo cabronazo echado para alante que fue. Primero me enfadé con mi hermana, porque pienso que esas noticias no deben darse cuando estás lejos, pero después me di cuenta de que me quitaba parte del marrón de encontrarme a mi madre de sopetón montando el típico drama, llorando sin lágrimas como lo hacen los viejos que ya no tienen memoria ni para el dolor. Hacía un par de años que mi madre y él no se veían, solamente hablaban a diario por teléfono, pero no se visitaban nunca, y eso que vivían a menos de un puto kilómetro de distancia. Siempre había una excusa perfecta. El año pasado murió también su mujer. Descansó por fin de mil achaques, de varios cánceres y del parkinson, y también de él, porque fue un tipo bastante insoportable y algo postinero. Su mujer tenía una hermana en una residencia con alzheimer a apenas quinientos metros de su casa y nunca fueron a verla, murió sola sin acordarse, afortunadamente, de ellos. A mi padre nunca le acabó de caer bien mi tío, porque mi padre de primeras siempre fue confiado con la gente y luego se llevaba hostias. A mi padre se le daba bien la gente, pero no le gustaba tratar con ella, como a mí. Prefería dormir tumbado sobre una piedra que tratar con gente, a pesar de ser buena persona y tener cierta simpatía innata incluso sin beber, que ya cuando bebía era el rey de las fiestas, tenía mi pobre un pedo muy gracioso. Era bueno, mi pobre pies grandes. No como mi tío. Ni siquiera llamé a mis primos, ya hace tiempo que me di cuenta de que no habitamos en el mismo mundo, y es mejor así, ser realista y afrontar que no hay nada de lo que hablar. Mi madre, gracias al Dios Covid, no tuvo ni que ir de entierro. Gracias, Covid, que estás en el interior de cada hombre, e incluso en los divinos cielos, por salvarnos de mierdas sociales y de tener que saludar dando dos besos, que es una cosa que siempre he odiado a muerte. Me llevaban al pueblo de mi abuela y como yo era muy mono tenía que besar a todo el mundo, y yo sentía profundo asco, porque cuando de muy pequeño estuve muy enfermo esas mismas gentes tan efusivas apartaban a sus hijos de mí, y por una parte era puto sentirse solo, pero por otra te enseña lo mierda e hijos de puta que son todos los humanos y lo asqueroso es el trato con ellos. Cuando estuve para morirme solamente estaba mi madre, mi padre y mi tía Antonia, y de verdad que los demás os podéis ir a tomar por culo de mi vida o de año sabático permanente, y me haréis un gran favor.

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Todavía queda alguna esperanza en la humanidad. Los jóvenes borrachos acosando a la policía municipal, quemando el centro de las ciudades para que no estéis agusto en vuestras chozas, y también deja ver rayitos de esa puta luz verde placentera poder comprar cecina del Bierzo, o de donde mierdas sea, en Aldi a dos Euros cincuenta, y cerveza Oettinger de ochenta y cinco céntimos el medio litro, y comérselo y bebérselo todo ésto en casa sin que nadie te moleste a la salud de todos esos chavales salvajes. Y ver en la tele a Sean Young con el pelo desbocado a lo afro lloriqueando porque se va a morir en plan replicante, y pensar en cómo acosaba sexualmente al idiota de James Woods y el subnormal ciego la ignoraba, esa imagen también hace pensar por una milésima de segundo en que esta Tierra no se debería ir toda por el sumidero hacia el depósito de caca que es el mar. Amo echar una buena meada debajo de uno de mis pinos favoritos de Madrid, y que esa agüita amarilla recorra el Manzanares, luego el Jarama, porque el Tajo en realidad es afluente del Jarama y este baja hasta Portugal como en una gran eterna mentira que nos creemos porque no hemos visto nunca al uno confluir con el otro en Aranjuez, y que finalmente vierta mis orines en el mar para contaminarlo, que se evapore y caiga como lluvia ácida sobre tu cara cuando miras al cielo de Madrid. Madrid y su cielo azul hollín que tú quieres que sea puro, pero que nunca lo será para ti. El fuego es como el tiempo. Madrid nunca te prometio ser la tierra prometida.

El miedo es como el fuego
el fuego es como el tiempo.
Cervezas en el congelador,
sacarlas justo antes de que se hielen.
Sean Young con el pelo a lo afro y
Cecina de león
a dos Euros con cincuenta céntimos.
El Jarama es quien manda sobre el Tajo
aunque vuestra mentira gobierne el mundo.
Manos acartonadas al levantarme.
Odiar el invierno,
desear
fervientemente,
con todas mis fuerzas,
que se mueran
con dolor
García Page, Zuckerberg, Musk, Chimo Puig y Jeff Bezos.
Acidez estomacal todas las noches.
Docurealitis en la tele.
Carlota Corredera eclipsando el sol con su culo.
Nadie te prometió la tierra prometida.
Masturbarse pensando en ti desnuda
una y otra vez,
una vez detrás de otra, tierraprometida4
como único sentido del universo.
Si no duele no vale,
si no te arde
es que estás muerto.
Y Daniel Prieto mezclando prozac con
ginebra y
sin
poder empalmarse.
Eustace Conway serrando maderas,
y haciéndose pajas
en su aserradero.
Emmanuel Macron
chupando pollas
a dos manos,
con un botellín de cerveza Oettinger,
de Aldi,
milagrosa cerveza,
metido en su culo.
Asco, asco y más asco
como destino de tu vida.
Heterosexualidad patriarcal
bendito sea tu nombre,
hágase en sus chochos tu reino.
El miedo es como el fuego
el fuego es como el tiempo.
Si no duele no vale,
si no te arde
es que estás muerto.
Nadie te prometió la tierra prometida.
Botellones en la calle,
contenedores ardiendo,
policías municipales apedreados,
maestros de hacer el vago con gorra,
la juventud borracha como única esperanza,
Juventud follando policías
juventud quemando ciudades
juventud bebiendo Covid y botellas de los chinos.
Soñar con una zarza ardiendo que no se quema.
Dios Covid, arquitecto del mundo,
Virus maravilloso deshollinador del universo.
El Jarama vierte agua sucia en Lisboa
porque manda sobre el Tajo
aunque tu puta mentira gobierne la Tierra.
El miedo es como el fuego
el fuego es como el tiempo.
Si no duele no vale,
si no te arde
es que estás muerto.
Nadie te prometió la tierra prometida.


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Ver el mundo arder

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Sobre los descampados de Madrid vertieron lava ardiente y poco a poco fueron tapando aquella tierra grisácea que reflejaba el cielo. Los veranos hervían exactamente como ahora. Vivíamos en las calles. Entrábamos a los bares a jugar a las máquinas y así pasar las horas a la sombra. Sobre la barra descansaban los borrachos que no tenían lugar al que regresar y en las máquinas nos apoyábamos los niños que no teníamos más pueblo de nuestros antepasados que el que pisábamos, Madrid, estas tierras que arden en verano y hielan en invierno. Me juntaba con Jose, que era el último que escapaba al pueblo de su abuela de vacaciones. Mi padre solamente podía cerrar la tienda una semana y nos íbamos a la aventura de vacaciones, en coche a lugares desconocidos, porque hacía tiempo que él ya no quería volver a la tierra de su sangre. Mientras Jose seguía en Madrid íbamos por las mañanas y las tardes de bar en bar o deambulábamos de parque en parque. También bajábamos a la piscina del Parque Sindical caminando de subida y bajada atravesando la Dehesa de la Villa. yo12Los dos nadábamos fatal y no nos gustaba mucho lucir aquel estilo perro natatorio en la piscina, además él tenía un dedo del pie torcido sobre otro, su gran secreto solamete visible descalzo. Jose era un tipo que atraía a las chicas como la mermelada a las avispas, siempre estábamos rodeados por algún grupo de sus admiradoras que venían a rondarle. Además era el que más corría del barrio, el más rápido y el más resistente, y era listo, y era bueno. Era esa especie de ángel que sin buscarlo siempre se encuentra en el centro de todo. Vivimos así unos cuantos veranos. Yo temía los días de aburrimiento abrasadores cuando él era el último mohicano que se marchaba de vacaciones antes que yo. Así crecimos por estas tierras. Jugábamos al fútbol en los parques y una perra que se llamaba Canela, que era de unos tipos que vendían heroína por la ventana de una casa que daba a un callejón, nos seguía por aquí y por allá porque vivía todo el día en la calle como nosotros. Fuimos al mismo colegio hasta que a mí me llevaron a los curas a hacer el BUP y a él a un instituto cercano. El verano siguiente de aquel curso de bachillerato nos vimos menos, y en invierno apenas tuve noticias suyas. Así pasó algo de tiempo hasta que una mañana me llamaron por teléfono. Jose había salido en el periódico. Porque se había ahogado. Fue en una excursión a Toledo. Bajaron unos cuantos hasta el Tajo y se metieron con ropa en el río. De repente, Jose desapareció. Lo sacó la Guardia Civil. Vi su foto de espaldas sobre la lancha neumática. En el funeral su familia lloraba y algunos de nuestros amigos comunes hablaban de fútbol y sonreían mientras el cura impartía el sermón de serie de alivio mortuorio. Jose era el tuerto del país de los ciegos.

Madrid. Mañana abrasadora. Cojo el coche por autopistas polvorientas de las afueras. Llego a casa de mi madre, que es como decir mi casa, mi barrio, mi agujero, pero que ahora me sorprendo muchas veces a mí mismo calificándolo así, como casa ajena, quizás porque mi madre se muere poco a poco y ya no es la misma persona y cada vez que llego es como un infierno de discusiones provocadas por la mala memoria y terminamos a gritos porque cada día nos reconocemos peor el uno al otro, y ya no solamente es un refugio, sino una tumba, la que reconozco que será también mi tumba aparte de la de ella. Entro por la puerta y comienzan las discusiones porque mi labor es de intendencia simple y llanamente, tengo que bajar a hacerle la compra, al cajero automático a sacarle dinero que no sé en qué gasta, porque cuando somos viejos solamente queremos estar en casa, y no puedo pasar un momento tranquilo bajo techo porque mi madre se venga de que todo ésto se acaba conmigo, porque soy la única espalda sobre la que puede descansar su venganza contra la puta vida, porque la vida es así y no hay vuelta de hoja, la vida es un pozo de estiércol con muerte al final, solitaria muerte. Un alivio y una putada todo ello a la vez. Me tumbo en la cama cinco minutos y la almohada, la que era mi almohada, huele raro, a una mezcla entre naftalina y amoniaco, un hedor repugnante. Descubro que ella la ha lavado con un detergente con el que le tengo prohibido lavar porque huele peor que la peor de las mierdas y además me produce como una especie de irritación en la nariz estilo covid-19 que me hincha los cojones hasta límites de querer acabar en el momento con la raza humana, aunque yo13este deseo sé que viene insertado de serie en mi cerebro. Suena mi puto teléfono móvil. Cierro la puerta de la habitación. Cuando estoy hablando mi madre entra a preguntar no sé qué, una y otra vez, cierro la puerta, cierro la puerta, cierro otra vez. Entra para intentar saber quién está al otro lado porque siempre teme, siempre el miedo, que hable sobre ella, sobre sus maldades de anciano o sobre si va a morirse pronto. Vuelve a entrar y vuelvo a cerrar y cuando estoy cerrando ella empuja el cristal por el otro lado y se parte en mil trozos sobre mi espalda. El suelo se llena de gotas de sangre. Ella lloriquea con lágrimas de cocodrilo al otro lado con un pequeño corte en el dedo, como si la hubieran matado, para eludir su culpa. Un trozo de cristal me ha acuchillado el codo, ha cortado una especie de filetito de carne como la que comemos de cerdo adobado. Tengo otro clavado en el hombro, una pequeña esquirla, otro en la espalda y diversos cortes que manchan y manchan y manchan el suelo y las paredes. Busco esparadrapo pero tenemos un canutillo que no pega de lo viejo que es. Meto el brazo debajo del grifo. Y de repente desespero y tengo que agacharme en cuclillas, como cuando vi la radiografía de mi padre con el tumor. Caigo rendido. No puedo más. Pero hay que seguir, poner un pie sobre otro sobre el suelo de Madrid, continuar caminándolo, con las botas puestas hasta que no puedas más. Generales Custer contra el tiempo. Y no hay más que añadir, una voz interior me levanta del suelo y sé que debo, como siempre, seguir. Adelante. Es jodido ver cómo la gente se muere. Ver cómo alguien pierde su identidad y la memoria es un Everest mucho más alto que el Everest. Cuesta mucho escalarlo todos los días sin oxígeno, no hay oxígeno suficiente en toda la galaxia ni en todo el universo. Es una batalla en la que luchas con todas tus fuerzas, como si fueras Rommel en el desierto, pero sabiendo que es para nada, que todo está perdido, que la llamita puta verde de la esperanza no es más que un espejismo muy cabrón. Sólo luchas por el instinto de luchar, por mantener el rescoldo en la memoria de los tuyos, de tu gente y de tus calles. Peleas a puñetazos contra el vacío. Por mucho que atesores solo te quedarán la imaginación y la memoria guardando las espaldas la una a la otra. Detrás de todo esto solo hay mierda y barro. Estiercol y asfalto.

La vida es un botellín de cerveza, que en cuanto te descuidas se calienta y parece que bebes pis. Lo único que te quedará es soñar con convertirte en estiércol, si te dejan, porque muchas veces no te permiten ni eso, solo autorizarán que te achicharres en un horno lleno de mierda mezclado con las cenizas de otros. Te entregarán a tus familiares en un batiburrillo de mierda y les dirán que eso eres tú, pero en realidad es una mezcla con los restos del viejo de la residencia que antes de ayer palmó empastillado por sus cuidadores y de los cigarros que fuma el embalsamador, ese señor que te dejará maquillado hecho una mierda irreconocible con cara de gilipollas para que te observen al otro lado de la ventanita, irreconocible no por gilipollas, sino porque el tipo de la funeraria encargado de la casquería parece que trabaja borracho o puesto de ácido. No te dejarán ni siquiera que abones la tierra, yo15y tus cenizas nadie se peleará por esparcirlas, como las de mi padre, que descansan el sueño de los justos dentro de una descalzadora roja de eskai de los años setenta de mi madre. Quiero dejar bien claro que no quiero que donen nada de mi cuerpo, ningún órgano, ni los ojos ni ninguna mierda así. No quiero que ningún humano hijo de puta lleve mis sucios entresijos, bastante tiene con haber malgastado los suyos. Lo mejor es no ir al médico y morirse a la antigua usanza, de repente, sin largas agonías ni miedo. Una buena hostia en el corazón y dejémonos de pamplinas y de hacer el cretino, en realidad todos esos héroes de hospital nunca te curarán sino que sólo aplazarán tu muerte, y justificarán sus sueldos y su estatus. Toda esa ciencia podéis meterosla lo más hondo en el culo que os quepa.

Yo era del Real Madrid y de Mercadona hasta la pandemia. Ahora solamente soy vikingo, porque comencé a odiar Mercadona cuando durante los días más duros del confinamiento sus empleados mutaron en fuerzas del orden y en portadores de los buenos valores sociales. Cuando entrabas tenías que comprar bienes de primera necesidad y en cantidad, nada de alcohol o aperitivos, o te llamaban la atención por insolidario con el señor Roig. Daban ganas de patearles la cabeza cuando te decían que te lavaras las manos con el maloliente gel de sus botellas, y comencé a sentir asco y a no entrar. Ahora solamente voy a DIA porque son sucios, pobres y ladrones, pero no van de buenos como los mierdas mercadonianos. La única obligación que tienes en tu vida es oponerte, de forma racional o irracional, a las fuerzas del orden, tengas razón o no, es tu misión sagrada en la existencia, no debes darles nunca tregua por tierra, mar y aire, donde quiera que estés y hasta el último aliento.

yo17Los dependientes de DIA desaparecen como los ancianos en las residencias. Se esfuman el día menos pensado del supermercado y no vuelves a saber nada de ellos. Los llevarán a un gulag en la estepa castellana y allí los eliminarán mediante un holocausto de las balas. Durante el confinamiento había dos tíos majos en el DIA del barrio, dos argentinos que se sabían el nombre de las señoras. Y un negro que colocaba las cajas durante todo el día y al que parecía que tenían prohibido hablar con los clientes. De repente cerraron entre un martes y un jueves y el viernes habían cambiado el orden de las cosas, y los empleados antiguos desaparecieron. Los llevaron a las duchas de Zyklon-B y les hicieron inhalar el vapor, luego los quemaron en los hornos de pan de DIA, esa nueva innovación, el pan de virutas de madera. Muy pronto comenzarán a vender lámparas como en Lidl o Aldi, y serán maravillosos focos de iluminación hechos con piel de los empleados. Lo peor de todo es que el otro día iba caminando por Bravo Murillo y de repente me encontré con que el cine Lido ha sido reconvertido en un Aldi. Entré allí a llorar su pérdida y a comprar dos cervezas de medio litro a ochenta céntimos. Luego me las bebí a la salud del cine muerto. A la salud de todos los muertos de Madrid.

Vivir es estar triste
si no estás ciego.
Vivir sobre las calles asfaltadas con lava
de Madrid.
Ver el mundo arder.
Disfrutar viéndolo.
Se muere tu padre y
después morirá tu madre.
Imaginación y memoria
reducto de los vivos.
Vivir es un genocidio
y tú eres un armenio rodeado de turcos.
Pozo de estiercol y gloria
con muerte al final.
Mañanas abrasadoras,
atardeceres con cielos naranjas.
Descampados de tierras grises. yo18
Todos nadamos muy mal
cuando llega el momento de nadar.
Lo único que te quedará es soñar
con convertirte en
estiercol
si te dejan,
si es que no te abandonan
hecho cenizas
dentro de una descalzadora vieja.
Cervezas de Aldi,
nazis patrullando por Mercadona,
debes procurar
patear unos cuantos culos
antes de perder la memoria.
Madrid ardiendo como lava en verano.
Todo se olvidará
hecho pedazos.
Imaginación y memoria
reducto de los vivos.
Pozo de estiercol y gloria
a la salud de todos vostros
que ya casi estáis muertos.
Sueños salvajes,
niños viviendo
felices
en descampados.
Vivir es estar triste
si no estás ciego.
Ver el mundo arder
y disfrutarlo.


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Dios es un cabrón despiadado

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Dios es un cabrón despiadado. Un hijo de puta con patas, un mamón con pintas. Jesucristo y Mahoma fueron hijos putativos de este ser cruel y destructor, o sea que debían ser otro par de cabrones. Hice un examen de religión con un cura que se hacía llamar don Ángel, que era un sádico y un salido con capa exterior de santo, y me puso un cero enorme en la hoja entre grandes interrogantes. Me sentí muy orgulloso por aquello. Un compañero de clase me quitó el examen porque dijo que quería plastificarlo y enmarcarlo. Hace unos meses leí en internet que el tipo se había muerto. Llevaba gafas de culo de vaso con un cristal como nublado para que no se le notase que tenía un ojo pipa. No sentí alegría al conocer su muerte, ni alegría ni nada, me produjo una gran indiferencia. No recuerdo las preguntas del examen, pero dos de mis respuestas empezaban con peroratas como “Jesucristo era un señor con barba muy bueno” y “el mundo es una guerra de todos contra todos donde siempre deberían ganar los cristianos”. Me salió un examen redondo, pero mi compañero de clase lo perdió o se limpió el culo con él, nunca lo enmarcó. Mi libro de religión estaba cotizado entre el alumnado, porque todas las fotos estaban redecoradas como si fueran un comic en el que se resltaba lo hijos de puta que eran los curas, mi libro de religión era una maravilla excepto para don Ángel, que una vez lo vio y se escandalizó, al contrario de lo que hacía con los exámenes de un ahora conocido director de cine que era compañero nuestro y cuyos exámenes encantaban a los hijos de puta de los curas porque decía muy bien lo que ellos querían leer, exactamente lo mismo que ahora hace en sus películas, que a mí me parecen una puta mierda todas porque recuerdo lo asqueroso y chupapollas que era el tipo con los curas. Don Ángel llamaba a capítulo a su despacho a mis compañeros cuando eran más pequeños y les preguntaba si se masturbaban, y les reprochaba hacerlo, pero cuando ellos se marchaban del despacho él se debía hacer unas pajas tremendas pensando en ellos, yo creo que don Ángel fue quien inventó el gotelé en su despacho en los años ochenta a base de lefazos en el techo. Que yo sepa él no violó nunca a ningún alumno, como hicieron otros curas de allí, pero a pajas se mataba, por eso estaba ciego de un ojo. Una vez lo operaron de una hernia y estuvo unos días sin venir a jodernos, y cuando os dijeron que volvía un compañero le cambió la silla del profesor por una de las nuestras, que eran muy pequeñas e incómodas, y cuando el puto don Ángel se sentó lanzó una especie de bramido gutural a causa de los puntos de la hernia gracias al cual nos descojonamos un rato, nos reímos de su mal porque era un cabrón, como su Dios. No podía tocarnos un pelo de la ropa, porque teníamos ya trece o catorce años y lo hubiésemos matado cualquier de nosotros al instante, y él era un cobarde y un mierda aparte de un cabrón como su Dios. Un día subió a nuestra clase a varios niños pequeños de otro curso. Los subió a la tarima y delante de nosotros le dio un par de hostias a cada uno, como en una demostración de fuerza y cobardía supremas ante los débiles. Y yo pensaba en levantarme y partirle las gafas por abusón, pero no lo hice, mientras otros, como el actual director de cine, se reían de los chavales fostiados por ese mierda. Una simple patada en los huevos hubiese bastado para humillarlo y para hacerte un ídolo de multitudes en el colegio, pero nadie se atrevió, porque nos tenían bien domados y amenazados con llamar a nuestros padres, que no se sabía muy bien por qué nos habían dejado a cargo de aquellos hijos de puta y violadores servidores de Dios. Don Ángel no era un violador, simplemente era un hijo de puta y un sádico. Qué bien muerto que está, ha durado demasiados años, y peor aún es que nadie lo haya matado con dolor, porque lo merecía, porque los cobardes y los abusones son los que más merecen que los hostien. Mi amigo Rafa era bastante cobarde, pero sí que se atrevía a meter miedo a los curas que veía por la calle, porque los curas son los seres más cobardes entre los cobardes, cuando veía a uno se acercaba a él y se ponía a agitar los brazos y a graznar como si fuera un cuervo. Los curas cuando salen de la iglesia tienen miedo hasta de su sombra, y al verle burlarse de aquel modo de ellos salían corriendo, corrían despavoridos y acojonados delante de un niño de catorce años. Ratas de sacristía adoradores de los culos jóvenes.

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Los curas eran homosexuales represores de homosexuales. Yo veo lógico que si eres guei te atraiga meterte a un seminario rodeado de tíos jóvenes. Cuando eres joven el centro de tu existencia es el follar, si eres hetero con churris, si eres guei con tíos, y qué mejor sitio que un seminario para comerte y meterte pollas dobladas dentro. Si yo hubiese sido guei no lo hubiese dudado, al seminario de cabeza hubiese ido. Pero esos cabrones de curas follaban mucho pero debían evitar por todos los medios que los gueis lo hicieran, y si de paso vejaban a alguno que otro pobre guei pues mucho mejor. Uno de mis ángeles era guei, uno de esos ángeles que se te cruzan y te salvan sin que tú se lo pidas, y los curas le crearon un buen cacao mental, porque él se sintió mal en su juventud siendo homosexual y no lo aceptaba. Hasta con un ángel de los de verdad pueden los servidores del cabrón de Dios. Mi pobre ángel se murió, lo mataron, durante una noche de farra, unos moros, apareció muerto en una alcantarilla. Los curas se relamían cuando los chavales iban a confesarse. O llegué muy tarde a aquella mierda de sitio y jamás fui a confesarme, porque no me salió de los cojones. Al principio me cubría y ponía excusas para no hacerlo, pero luego los demás me daban vergüenza ajena, porque todo el mundo tomaba como algo natural contarle tus pajas a aquellos pajilleros y violadores. Porque allí había una colonia de violadores protegidos expulsados de otros colegios, les daban alojamiento y les protegían de los padres furiosos trasladándolos a sitios donde recuperaban el anonimato y nadie quería matarlos. Uno de éstos violó al hermano de una amiga de mi hermana, el chaval tendría unos diez años por aquel entonces. Había un tío guei que era abiertamente guei en el colegio. Alberto se llamaba. Le colocaban pupitres vacíos alrededor para que no contagiase al resto. Alberto era muy gilipollas, los cortés no quita lo valiente, era hijo de un directivo de una gran compañía, siempre manejaba pasta y alardeaba de ello, un subnormal, pero se merecía respeto por decir abiertamente que era guei y no ocultar que le molaban los tíos con buena polla. Tenía un par de cojones, era un valiente, y eso es lo importante. A los curas aquello les jodía más que cualquier cosa en el mundo. Busqué hace unos meses a Alberto en Feisbuk, a ver qué había sido de su vida de guei. Y resulta que ahora está casado y con hijos. La sociedad le había cortado los cojonazos que atesoraba de niño. Los curas violadores y represores le convirtieron de guei a maricón, porque ser homosexual no es ser maricón, y ahora él también merece la muerte, como don Ángel el pajillero, Don Ángel, el que soñaba con comerles la polla a sus alumnos, pero que nos contaba que si él necesitara hacerse un análisis de semen no se haría una paja, sino que para mantener su pureza diría que le punzaran los testículos con una jeringa. Y pensando en ello también se empalmaba. Una vez salió a la pizarra un tipo muy listo, Arturo, a debatir sobre el tema de la existencia de Dios. Arturo expuso el tema desde el punto de vista de que era imposible probar la existencia del cabrón de mierda de Dios, y don Ángel retorció toda la demostración diciéndole a Arturo que entonces su madres tampoco estaba probado que fuese su madre, y al final lo hizo llorar y bajarse del estrado sin demostrar que el hijo de puta de Dios existían tan a ciencia cierta como la madre de Arturo, o si no no existiría ninguno de los dos. Y yo volví a soñar, al ver llorar a aquel chaval alto y fuerte, con levantarme y meterle una hostia en la boca al hijo de la gran puta del servidor de Dios de don Ángel, que bien muerto está, y espero que haya sido de Covid ahogándose. Y si Dios existe, seguro que pensará lo mismo que yo, en plan sádico, porque Dios es un cabrón despiadado. Durante la pandemia los curas no suspendieron las misas, ni siquiera las organizaron para que la gente mayor pudiera asistir segura y aislada. No hicieron nada útil contra la transmisión del virus en sus ceremonias, porque necesitaban el diezmo, el cepillo, el euro que los viejos echan al cesto cada día. Algunos viejos cuando no tienen moneda suelta echan un billete de cinco, o de diez. Los curas animaron a cuatro o cinco de las viejas feligresas para acudieran cada la tarde a la iglesia todos los días a escucharles y después de paso a limpiar con lejía los bancos. Las viejas pagaban un Euro al cura por trabajar de limpiadoras porque los curas son Robin el Robin Hood de los ricos, roban a los pobres para darles la pasta a ellos. A los curas les importa el dinero y sobar culos de jóvenes, e intentar follárselos con o sin consentimiento, pero que los ancianos, los putos viejos, vivan o mueran a ellos les trae al fresco mientras los cambien por otros nuevos que aporten su donativo para que el obispo pueda pagarse los chaperos.

Inauguraron el edificio Telefónica y mi padre nació muy poco después detrás de él. El edificio paraba los cañonazos que lanzaban los moros desde la Casa de Campo. Mi padre estuvo allí toda la guerra, pero apenas me contaba nada de ella, mi padre pasaba de las historias de la guerra, el caso es que sobrevivieron y que la guerra, a él y a mi abuelo, les traía al fresco. Luego llegó la familia de mi madre, desterrados de su tierra se refugiaron en Madrid. Se pusieron a ganarse la vida en lo que podían. Mi abuelo reparaba camiones en un garaje destartalado, no sé ni como ni donde había aprendido a hacerlo, quizás en la cárcel, en la que estuvo siete años condenado a muerte. Pero mi otro abuelo también pasaba de la guerra. Tampoco contaba nada de ella. Solamente sé que durante la ofensiva de los italianos caían bombas sobre el pueblo y que la gente se escondía en cuevas, no toda la gente, porque él se quedaba en casa, no sé si por que le daba igual morirse o porque iba borracho. dioscabron3Todos corrían menos él. Nunca lo conocí, nunca conocí a ninguno de mis dos abuelos. Murieron antes de que yo naciera, a uno le dio un jamacuco cerebral y se quedó en el sitio, el otro agonizó un poco ahogándose. Mi abuelo materno reparaba aquellos camiones de posguerra, y enseñaba a hacerlo a mis tíos. A mi tío Doroteo le arrancó un dedo la correa del ventilador de un motor. Ni intentaron reimplantarlo, le hicieron un cosido y siguió reparando motores. Se hicieron con un camión y empezaron a transportar en él arena de río a las obras, e incluso suministros a la base de Torrejón, donde de paso robaban piezas de maquinaria a los americanos. Hasta que los pillaron y entonces se dieron cuenta de que podían vivir de la ecología. Las fábricas de celulosa compraban papel usado, era más barato reutilizarlo que hacerlo nuevo. Entonces ellos repararon otro camión abandonado y con esos dos vehículos se pusieron a recoger papeles y cartones usados por Madrid, como si fueran gitanos rumanos, lo almacenaban en el taller y lo revendían, también compraban a la gente que se lo traía, trucaban los pesos y todo era más rentable, y aprendieron a prensar el material y a regarlo para que pesara más antes de revenderlo a las fábricas. E hicieron dinero y se convirtieron en nuevos ricos gracias a que ahora eran ecologistas, y se fueron muriendo, todos, y la hija mayor de mi tío Doroteo fue mi madrina cuando nací, mi prima la mayor, y hace poco fueron a hacerla una operación rutinaria y cogió una infección también rutinaria en el quirófano y allí mismo palmó. Tenía 61 años y toda una feliz vejez por delante en la que pasar miedo y dolor. Durante las últimas décadas solamente nos habíamos visto en funerales y entierros, esas ceremonias a las que la gente va a hablar de fútbol y a comerse pasteles y sandwiches que traen a las salas de los tanatorios para hacer disfrutonas las animadas veladas. Allí aparecí con mi madre, la última persona viva de su generación en la familia. Mi madre es una extraterrestre, una viajera en el tiempo proveniente del pasado que no para de repetirme que le gustaría marcharse al planeta donde ahora habitan los suyos. Nos llamaron para que saliéramos de la sala porque iban a celebrar una pequeña ceremonia religiosa en otra. Nos sentamos en aquella iglesia improvisada y el cura, seguramente pederasta en su juventud y homosexual represor de homosexuales toda su vida, lanzó su diatriba, la misma de siempre, de carrerilla. Todo el mundo mira al vacío y espera que la ceremonia necrófila pase lo más rápido posible, nadie escucha esa mierda regurgitada, que no es más que un formulismo. ¿Nadie? No. Porque entonces se levanta mi prima, la loca de mi prima, la hermana pequeña de la muerta, y se pone a afearle su actitud al cura delante de todos, diciéndole que no estaba de acuerdo con lo que estaba diciendo, que era todo una mentira, y que él era un hijo de puta sin piedad por lanzar en la cara toda aquella mierda a gente dolorida por la desgracia, por tanta desgracia. Pero mi prima en buena parte es gilipollas, porque el pobre hijo de puta nos lanza esa mierda sobre la cara para aliviarnos el trance y hacer que no pensemos. Porque mucho peor es esas ceremonias laicas en las que los familiares narcisistas del difunto se suben risueños a un estrado a contar y cantar sus bondades imaginarias mientras el resto mira al vacío con vergüenza ajena preguntándose dónde está todo el dolor que esos aprendices de actores narcisistas deberían sentir, y te das cuenta de que en realidad no conocen de nada al muerto y que no son al menos profesionales de la muerte como el hijo de puta del cura, sino que simplemente son gentes que pasaban por allí y que se ven en la obligación de decirnos que a ellos la muerte no les afecta, como si estuvieran hablando de felicidad en su fiesbuk, los hijos de puta. Y luego wasapean en grupo lo bonita que ha sido la muerte de su padre allí todos juntos en festejo.

dioscabron4Madrid. Levantarse por la mañana y escuchar por la ventana a las golondrinas chillar, y tener miedo, y que la cerveza que te supo bien por la noche se te revuelva agria en el estómago después. No podré abrazarte en esta vida, aunque quiera ya sabes que no podré hacerlo, pero espera un poco más para irte, espera a que yo lo haga para que al menos no me dejes tan solo atravesando este seco páramo, este sucio valle. Mi vecina me enseñó la radiografía de mi padre con un tumor como una naranja de grande mientras me decía que la vida era un puto valle de lágrimas. Y a mí no me salían lágrimas en ese momento porque me mareé un poco y tuve que sentarme y no la escuchaba mientras me hablaba. Dios es un cabrón despiadada y mentiroso, porque aquí abajo no hay nada más que mierda, y todos vosotros no sois más que cabrones despreciables a su imagen y semejanza. Somos así en este páramo desolado de Madrid.

Dios es un cabrón despiadado.
No te vayas todavía
de este puto páramo,
aún habrá más
mierda y dolor
para todos.
Dios es un hijo de puta despreciable,
Dios es un mamón con patas
y tú estás hecho a su imagen y
jodida semejanza.
La cerveza se agria en tu estómago
por las mañanas,
de noche sabía bien
pero despiertas con un agujero en la tripa.
Cagar es el único placer del hombre
mucho más que nacer.
El aguacate está de moda,
la vida sana y
robar a los pobres para dárselo a los ricos.
Dios es un hijo de puta Robin Hood
a la inversa.
Los moros disparando cañonazos sobre el edificio Telefónica
y tú deseando que pare el ruido
para poder empezar a morirte.
Alergia a vivir como alegría.
Curas pederastas haciéndose pajasdioscabron9
pensando en tu culo tierno.
Dios es un cabrón de tres pares de cojones.
Cada viejo deja una moneda de Euro en el cepillo
cada obispo puede pagarse con él
un chapero.
Dios es un cabrón despiadado.
Un bote de tomate frito
lentejas de lata.
Gazpacho
en tetrabrik
muy sano y nutritivo,
un polo de limón a tres Euros con cincuenta céntimos,
un trozo de hielo pintado elaborado de forma artesana
ecológico y nutritivo
para
alérgicos a las vacunas, al gluten y al aguacate
pero no a las pollas.
Mareos y vértigos por las mañanas
dolor de estómago y unas décimas de fiebre.
Miedo.
Odio a los médicos
causantes de todos los miedos y las enfermedades del mundo.
Las enfermeras sólo son útiles si tienen
buen culo y la falda corta.
Dios es un hijo de puta retorcido y silencioso
una rata de alcantarilla
con perdón para las ratas.
Dios es Hitler y tú un judio.
El cura don Ángel
está muy bien muerto.
Es una pena
no haberle metido una buena patada en los huevos
en su momento.
Curas violadores y recaudadores
para su Dios y su obispo.
Dios, eres un hijo de puta muy salao
un cabrón despiadado.
Un grano
o una polla en el culo
para la humanidad.
No somos más que un reflejo tuyo
de tu rostro podrido
caminando por este páramo,
pero no te vayas tan pronto
aún queda mucha
mierda y dolor
para todos
espérame
no quiero sentirme tan sólo.
Ya no podré abrazarte en esta vida
lo tengo prohibido por los usos y costumbres,
esperaremos a la próxima.
Dios es un cabrón despiadado.

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