Bonifacio Singh: Madrid Sumergida

El miedo es como el fuego

tierraprometida1

El miedo es como el fuego. Me pasé la primavera de este año caminando por Madrid, de arriba a abajo y de abajo a arriba, diciendo a todo el que quisiera escucharlo con un ferviente odio anti gilipollas que si me encontraba a Emiliano García-Page por la calle le iba a meter un puñetazo en toda la cara de cerdo subnormal que tiene. Ahora ya se puede decir la palabra “subnormal” sin ofender a la pobre gente que sufre el dolor de una discapacidad mental de nacimiento, porque los subnormales ya hemos aclarado que son estos otros del estilo de Emiliano el bocachancla. También juré sobre la biblia de Madrid y sobre las tablas de su ley no escrita que si me sucedía el mismo encuentro con el montón de mierda de Chimo Puig le arrancaría el peluquín de cuajo sin mediar palabra. Pasaron los meses entre maldiciones y odios, y al fin traspasamos la frontera con Francia, y comencé a entender lo que sentían esos vecinos que cada año me hacen encontrarme tan bien allí, y entonces también prometí que si me encontraba al lamepollas de Emmanuel Macrón le metería una bofetada en la cara con la mano abierta, un buen cate que le dejara marcados mis dedos en esa faz asquerosa de moreno de rayos UVA que tiene ese ser. Macrón da soberano asco a gran parte de los franceses, y por extensión a mí también, provoca arcadas cuando abre la boca y cuando calla. Es una mierda con patas. En una ocasión me encontré durante unos instantes a solas en la antesala de entrada de un museo con Jose María Aznar. Fueron apenas diez segundos, incómodos, porque se cerraron unas puertas automáticas y su séquito quedó al otro lado, pero él pasó y allí estuvimos sin mirarnos el uno al otro más que de reojo porque yo estaba por casualidad esperando, como casi siempre, a alguien que siempre me hace esperar, de mal humor y no le solté una hostia como quizás hubiera debido hacer, porque luego él organizó aquella repugnante manifestación de los paraguas después de los atentados del 11 de marzo en Madrid, aquella concentración a la que asististeis casi todos que daba tanta vergüenza y arcadas porque os estabais tragando una patraña manchada con sangre de vuestros vecinos, y él merecía una buena hostia, pero mira que soy gilipollas que aquel hombre hasta me produjo en aquel instante ternura y pena, a mí, que soy la mierda del lumpen más bajo y rastrero, que yo sí que la doy. Aznar tenía unos buenos abdominales y seguramente se hubiera defendido bien con un golpe de aikido, ese arte marcial tan poco heterosexual, o mediante movimientos espasmódicos como los que hacía en la cama de Rashida Dati. Tenía el cuerpo bien cuidado porque entrenaba por las mañanas unas tablas de ejercicios con el viejo pelota repelente de Bernardino Lombao, que si le hubiera dejado Jose María se la hubiera felado sin problemas, y además porque debía ir de putas una noche sí y otra también a Capitán Haya para tratar de olvidarse de la cara de su mujer, que es más fea que pegar a un padre con un calcetín sudao, y que quizás por ello, por ella, él me daba cierta pena, aparte de por tener esos hijos tan feos y gilipollas, que superaban incluso a los imbéciles vástagos de Felipe González, aunque no eran tan horrendos como las hijas focas del idiota de Zapatero.

Cruzamos la frontera el 1 de agosto con bastante aprensión por lo que nos pudiéramos encontrar. Íbamos trufados de certificados de vacunación y todas esas mierdas que nos han hecho creer que iban a ser necesarias para circular por el mundo. En las garitas de la frontera no había ni un mísero policía y más tarde nos enteramos de que hacía meses que no controlaban estos pasos entre países yo creo que por pura vaguería. Pensábamos que los franceses estarían portándose dócilmente con sus poderosos y sus normas, porque durante la supuesta normalidad planetaria ese país suele ser un remanso de paz en contraposición al nuestro. Pero nada más lejos de la realidad. El francés, como dice mi amigo Mercado Navas, es un ser acostumbrado a ir con el “no” por delante frente al poder, como diciendo siempre al interlocutor de enfrente aquello que se gritaba antes en los campos de fútbol de “me cago en tu puta madre por si acaso”, el francés está vacunado de nacimiento mediante una inyección de irracionalidad contra las mentiras y las caras de cartón. Cuando cruzamos, el país del norte de Los Pirineos estaba descontrolado absolutamente, nadie llevaba mascarillas y todo el mundo trataba de ignorar la enfermedad mediante un juego de “ojos que no ven, corazón que no siente” que por una parte puede parecer un tanto suicida, pero ante tal sarta de imbecilidad reinante en los gobernantes y en la ciencia es lo mejor para quitar el miedo a vivir a cualquiera. Vivir mata, hijos de puta. Porque sí, el virus existe, y sí, las mascarillas y las vacunas evitan el sufrimiento, pero vosotros habéis causado mucho más, muchísimo, soltando todas esas heces supuestamente bienintencionadas por vuestras sucias bocas, cosa que nunca olvidaremos y trataremos que los demás, esa masa hija de puta que os arrolla, tampoco lo haga.

tierraprometida2

Hemos sufrido un bombardeo constante, y continúa, desde todos los frentes para que nos creyéramos que somos muy malos y que no merecemos nuestra libertad. Querían que nosotros mismos nos atizásemos con el cilicio en las nalgas, querían no tener ni que trabajar para imponerlo, que surgiera esa fuerza interior del gilipollas de nosotros mismos para que implorásemos recibir castigo. Afortunadamente el cartón se terminó por caer, y ahora los llamados “jóvenes”, esos tan malos, salen a la calle a defecarse en vuestras caras. Ahí lo tenéis, os lo habéis ganado a pulso, ese maravilloso espectáculo de niños borrachos y contenedores volcados. Comprar una botella de ginebra y darle doble uso, primero que el líquido te haga olvidar por un rato la mierda que es vivir, el dolor y vuestras caras de buenos mierdas, y después lanzarle el casco de vidrio no retornable a la policía municipal para que se den cuenta de que ellos no mandan en nadie, que son una escoria de vagos que no han ayudado ni por el forro en los peores momentos. Joder al poder, a sus lacayos, y de paso dejar un poco de basura para que quede claro que vuestra supuesta lucha por la noble causa del medio ambiente nos importa una mierda, ver a esos “jóvenes” joderos de este modo vuestras avenidas y vuestra tranquilidad me da por pensar al menos durante una décima de segundo que no todo está perdido, que esa lava de volcán del botellón os demuestra que no vamos a tragar con todo y que sois inútiles intentando que lo hagamos. Decíais que había controles en las carreteras, que estábamos aislados, que no debíamos movernos, que eso lo solucionaría todo, pero lo único que solucionaba es que os quedabais más tranquilos teniéndonos atados por nosotros mismos. Cómo os crece la nariz, hijos de puta, se os nota demasiado.

Estábamos en Francia y mi hermana me envió un mensaje guasap para decirme que mi tío se había muerto. Noventa y dos vueltas al sol ha dado. Ya llevaba un tiempo muerto, porque perdió la razón hacía unos años. Ya no era el mismo cabronazo echado para alante que fue. Primero me enfadé con mi hermana, porque pienso que esas noticias no deben darse cuando estás lejos, pero después me di cuenta de que me quitaba parte del marrón de encontrarme a mi madre de sopetón montando el típico drama, llorando sin lágrimas como lo hacen los viejos que ya no tienen memoria ni para el dolor. Hacía un par de años que mi madre y él no se veían, solamente hablaban a diario por teléfono, pero no se visitaban nunca, y eso que vivían a menos de un puto kilómetro de distancia. Siempre había una excusa perfecta. El año pasado murió también su mujer. Descansó por fin de mil achaques, de varios cánceres y del parkinson, y también de él, porque fue un tipo bastante insoportable y algo postinero. Su mujer tenía una hermana en una residencia con alzheimer a apenas quinientos metros de su casa y nunca fueron a verla, murió sola sin acordarse, afortunadamente, de ellos. A mi padre nunca le acabó de caer bien mi tío, porque mi padre de primeras siempre fue confiado con la gente y luego se llevaba hostias. A mi padre se le daba bien la gente, pero no le gustaba tratar con ella, como a mí. Prefería dormir tumbado sobre una piedra que tratar con gente, a pesar de ser buena persona y tener cierta simpatía innata incluso sin beber, que ya cuando bebía era el rey de las fiestas, tenía mi pobre un pedo muy gracioso. Era bueno, mi pobre pies grandes. No como mi tío. Ni siquiera llamé a mis primos, ya hace tiempo que me di cuenta de que no habitamos en el mismo mundo, y es mejor así, ser realista y afrontar que no hay nada de lo que hablar. Mi madre, gracias al Dios Covid, no tuvo ni que ir de entierro. Gracias, Covid, que estás en el interior de cada hombre, e incluso en los divinos cielos, por salvarnos de mierdas sociales y de tener que saludar dando dos besos, que es una cosa que siempre he odiado a muerte. Me llevaban al pueblo de mi abuela y como yo era muy mono tenía que besar a todo el mundo, y yo sentía profundo asco, porque cuando de muy pequeño estuve muy enfermo esas mismas gentes tan efusivas apartaban a sus hijos de mí, y por una parte era puto sentirse solo, pero por otra te enseña lo mierda e hijos de puta que son todos los humanos y lo asqueroso es el trato con ellos. Cuando estuve para morirme solamente estaba mi madre, mi padre y mi tía Antonia, y de verdad que los demás os podéis ir a tomar por culo de mi vida o de año sabático permanente, y me haréis un gran favor.

tierraprometida3

Todavía queda alguna esperanza en la humanidad. Los jóvenes borrachos acosando a la policía municipal, quemando el centro de las ciudades para que no estéis agusto en vuestras chozas, y también deja ver rayitos de esa puta luz verde placentera poder comprar cecina del Bierzo, o de donde mierdas sea, en Aldi a dos Euros cincuenta, y cerveza Oettinger de ochenta y cinco céntimos el medio litro, y comérselo y bebérselo todo ésto en casa sin que nadie te moleste a la salud de todos esos chavales salvajes. Y ver en la tele a Sean Young con el pelo desbocado a lo afro lloriqueando porque se va a morir en plan replicante, y pensar en cómo acosaba sexualmente al idiota de James Woods y el subnormal ciego la ignoraba, esa imagen también hace pensar por una milésima de segundo en que esta Tierra no se debería ir toda por el sumidero hacia el depósito de caca que es el mar. Amo echar una buena meada debajo de uno de mis pinos favoritos de Madrid, y que esa agüita amarilla recorra el Manzanares, luego el Jarama, porque el Tajo en realidad es afluente del Jarama y este baja hasta Portugal como en una gran eterna mentira que nos creemos porque no hemos visto nunca al uno confluir con el otro en Aranjuez, y que finalmente vierta mis orines en el mar para contaminarlo, que se evapore y caiga como lluvia ácida sobre tu cara cuando miras al cielo de Madrid. Madrid y su cielo azul hollín que tú quieres que sea puro, pero que nunca lo será para ti. El fuego es como el tiempo. Madrid nunca te prometio ser la tierra prometida.

El miedo es como el fuego
el fuego es como el tiempo.
Cervezas en el congelador,
sacarlas justo antes de que se hielen.
Sean Young con el pelo a lo afro y
Cecina de león
a dos Euros con cincuenta céntimos.
El Jarama es quien manda sobre el Tajo
aunque vuestra mentira gobierne el mundo.
Manos acartonadas al levantarme.
Odiar el invierno,
desear
fervientemente,
con todas mis fuerzas,
que se mueran
con dolor
García Page, Zuckerberg, Musk, Chimo Puig y Jeff Bezos.
Acidez estomacal todas las noches.
Docurealitis en la tele.
Carlota Corredera eclipsando el sol con su culo.
Nadie te prometió la tierra prometida.
Masturbarse pensando en ti desnuda
una y otra vez,
una vez detrás de otra, tierraprometida4
como único sentido del universo.
Si no duele no vale,
si no te arde
es que estás muerto.
Y Daniel Prieto mezclando prozac con
ginebra y
sin
poder empalmarse.
Eustace Conway serrando maderas,
y haciéndose pajas
en su aserradero.
Emmanuel Macron
chupando pollas
a dos manos,
con un botellín de cerveza Oettinger,
de Aldi,
milagrosa cerveza,
metido en su culo.
Asco, asco y más asco
como destino de tu vida.
Heterosexualidad patriarcal
bendito sea tu nombre,
hágase en sus chochos tu reino.
El miedo es como el fuego
el fuego es como el tiempo.
Si no duele no vale,
si no te arde
es que estás muerto.
Nadie te prometió la tierra prometida.
Botellones en la calle,
contenedores ardiendo,
policías municipales apedreados,
maestros de hacer el vago con gorra,
la juventud borracha como única esperanza,
Juventud follando policías
juventud quemando ciudades
juventud bebiendo Covid y botellas de los chinos.
Soñar con una zarza ardiendo que no se quema.
Dios Covid, arquitecto del mundo,
Virus maravilloso deshollinador del universo.
El Jarama vierte agua sucia en Lisboa
porque manda sobre el Tajo
aunque tu puta mentira gobierne la Tierra.
El miedo es como el fuego
el fuego es como el tiempo.
Si no duele no vale,
si no te arde
es que estás muerto.
Nadie te prometió la tierra prometida.


Imprimir

lanochemasoscura