Bonifacio Singh: Madrid Sumergida

Deuteronomio

deuterononio1

Madrid. Hace calor a finales de octubre. Madrid tiene los ojos grises, llenos de legañas, preciosos ojos sucios. El calentamiento global avanza, gracias a Dios, a un Dios amable y generoso, o a la nada, la maravillosa nada. A mí me gusta el calor, cada día más, tu calor. El invierno se acorta. Que le follen al invierno. Ya quedan menos inviernos. Es posible que ese mamón helado se acorte hasta quedarse casi en nada, y entonces yo habré llegado a esa misma mierda de inexistencia, al final del sucio camino, llegaré pronto a ella, pero seguiré aquí hasta entonces, eso está claro, como un puto árbol podrido. Cuando lees estas mierdas que escribo piensas en si van dirigidas a ti, y es cierto, van a tí, y hacia otros muchos hijos de puta a los que odio, pero también a otros, muy pocos, a los que amo, aunque amar siempre suene a cursi. Te sientes bien cuando te digo lo hijoputas que pienso que son muchos de esos que se autoproclaman santos, aunque a veces te parece que tú lo eres y que lo tienes todo, toda la bondad y todo lo bueno junto, y que yo no soy más que un cabrón de esos que pululan por Madrid dando sermones sobre lo malo que es el hombre, el mono humano. Pero a veces despiertas de repente y te das cuenta de que no vas más que a ninguna parte, exactamente como yo, aun con toda tu supuesta moral heredada vencedora e incorruptible, aún llevando todas esas joyas heredadas de tus antepasados en tu mochila, toda esa mentira que no vale ni para tomar por el culo cuando caminas sobre estas calles.

deuteronomio2El día de todos los santos mi padre siempre compraba un kilo de buñuelos de viento. Al principio solamente los hacían de nata y de chocolate, pero luego sacaron la especialidad de crema. Mi abuelo al parecer había empezado con la tradición de comprarlos cuando trabajó en La Mallorquina durante un tiempo. Mi padre cogió el testigo de comer nata y chocolate deliciosamente rebozada, pero cuando se introdujo el tercer sabor se producía un cisma familiar entre nosotros, porque nos acusábamos mutuamente de devorar los de chocolate y de nata de forma egoísta y dejar para el más tonto los de crema. Mi padre se ponía de muy mala hostia con ello, y blasfemaba. Solía cagarse en Dios y en la puta virgen, literalmente. Un año a mi padre se le ocurrió vender helados en la tienda. Corrían el principio de los años ochenta, y le trajeron un arcón entero de Frigo. Había Frigopies, Frigomanos y Frigopollas, pero el helado estrella, el que todos queríamos comernos, era el cono de chocolate denominado de forma acertada, pero políticamente incorrectamente para el siglo XXI, “negrito”. Cuando mi padre bajaba por la tarde a despachar siempre se comía uno o dos africanos de chocolate. Si mi padre entraba a la trastienda, aprovechábamos para comernos uno nosotros. Así fuimos deglutiéndolos todos. Mi padre escudriñaba la caja de esas delicias de chocolate y cada vez quedaban menos. Los Frigochochos y los Frigomierdas estaban allí todos, intactos, pero los panteras negras cada vez mermaban más, y él nos echaba la culpa a nosotros y nosotros a él, y ambos bandos teníamos razón. Los helados fueron muy deficitarios aquel verano y juró que no los traería más. Los polos de limón, los Dráculas y los Frigoculo que quedaban se los casi regaló a mi amigo Vicente, le vendió cuatro cajas por veinte duros. El Vicente fue muy feliz por un rato, hasta que se los comió todos y le salió un terrible acné por todo el cuerpo, porque el médico le había prohibido comer azúcar a saco. Mi padre y el Vicente estarían ahora prohibidos, en chirona, por tomar demasiado azúcar. Van a prohibir el azúcar pasado mañana, para que te mantengas bien en forma y no hagas gasto a la seguridad social.



Una chica queda con una amiga en la habitación de su colegio mayor. No hacen la tijera, porque son cristianas católicas, pero hay quien dice que en el fondo se desean. Se sientan delante de la ventana y preparan su teléfono móvil para grabar. Vigilan el bloque de enfrente, un colegio mayor de tíos en el que habita un amigo suyo, que les ha pedido que graben un bestialismo grupal que van a escenificar para anunciar una fiesta de alcóhol y drogas que van a realizar el siguiente fin de semana, a la que todos irán a intentar follar. A la hora en punto ponen a funcionar la cámara apuntando hacia el machocolegio, y comienza el espectáculo, en el que mediante una perfecta coreografía de groserías y gritos los jóvenes se llaman unos a otros a los habituales rituales de apareamiento. Las dos chicas suben el video al llutube y se hace viral. Al día siguiente pongo la tele y de repente ponen el vídeo en el programa del hijo feo de Joaquín Prat. Me descojono. Pero al presentador y sus contertulios parece que les ofende la acción y que la ven como una afrenta al mundo y al ser humano. Después sacan unas imágenes de unas supuestas chicas feministas quejándose en la puerta del colegio femenino con pancartas, unas chicas del sindicato de estudiantes, un ente liderado por un tipo que hace veinte años que terminó la carrera. La derecha y la izquierda se dan la mano tertulianamente para condenar esa violencia tan tremenda que es chillar, beber y follar. Porque la izquierda y la derecha quieren ser los dueños también de vuestra moral y de vuestros cuerpos. Quieren que seáis todos abstemios y que folléis, por ley, con amor. Quieren encauzar vuestras fantasías sexuales hacia el bien. En las tertulias televisivas tardan diez minutos más en echar la culpa de todo al porno y a los jóvenes, personas vagas y sin expectativas ni valores vitales que levanten al país. Me cago en toda vuestra puta moral, cerdos. Quieren que todos seáis como Los Monkees, o como Los Archies. Que seáis dibujos animados. Entonces provocó el efecto contrario, escuchasteis sus canciones de mierda y os inspiraron: visteis sus caras de hijos de puta y os hicisteis creyentes en el alcohol y las drogas, sin rastro de duda en el pensamiento, os hicisteis borrachos, drogadictos, putas y chaperos para llevarles la contraria a todos esos mierdas. ¿Quién os ha dado vela en nuestro, en su, entierro, hijos de puta?

deuteronomio4Fatty Arbuckle era un gordo muy ágil que triunfó con sus películas de cine mudo. Hacía gracietas ingeniosas que encantaban a la muchachada. Se hizo muy famoso. Fatty, o Roscoe como se llamaba en realidad, era un tipo borracho y libertino. Su mejor amigo era cara de palo Buster Keaton. A Fatty le gustaba correrse juergas. Montó una grande en la habitación de un hotel, con mujeres y alcohol suficiente para calmar su sed de gordo gracioso. Cuando todos estaban pedo una de las chicas entró a cagar al water, y se encerró, y no salía. Llamaron a la puerta pero no contestaba, tuvieron que tirarla abajo. Cuando entraron vieron que ella sangraba abundantemente por la vagina. Trataron de parar la hemorragia como pudieron, pero ella murió. Vino la policía, los lacayos de turno que paraban por allí. Detuvieron a Arbuckle. A la prensa no le gustaba Fatty, porque era un gordo famoso y le gustaban la farra, las gachises y el alcohol. Corrieron la voz de que él había violado a la chica con una botella debido a su impotencia y que eso la había matado. William Randolph Hearst, ese hijoputa, se encargó de difundir la historia. Acabaron con la carrera de gordo gracioso de Fatty, aunque fue exonerado totalmente en el juicio. La masa hizo su juicio moral paralelo, el juicio puritano y estúpido de la masa informe humana, esa a la que no le gusta que la gente se divierta, a los que les da rabia que un gordo sea feliz. Solamente Buster Keaton siguió dando trabajo a Arbuckle, fue el único que siempre le creyó. Fatty murió a los cuarenta y seis años de un ataque al corazón, Keaton dijo que la gente se lo había roto fácilmente porque era un buen tipo. Me cago en vuestra moral, abstemios.

Aquella noche estábamos en la puerta de la Facultad de Derecho de la Complutense. Dentro había una fiesta del club deportivo de esa facultad de la ley y el orden, e intentábamos provocar una avalancha entre el gentío para entrar gratis. Empujábamos a la gente contra la puerta, el miedo al aplastamiento hacía el resto, ya habíamos entrenado la maniobra muchas veces en el fondo Sur del Bernabéu. Hasta que cedió, petó el cristal y la puerta se derrumbó. Entramos todos en tropel, como hijos de puta desbocados. Nadie, milagrosamente, salió herido, salvo algún corte que otro, pero entonces no había nunca heridos, nos limpiábamos la sangre, poníamos cara de póker y seguíamos. Llegamos a la barra y allí estaba el Sevillano, un héroe de ese deporte tan noble que es el rugby, un deporte para gordos fuertes donde gana el hijoputa capaz de hacer más daño al contrario, nobleza extrema. Tenía la mano hinchada, me contó que le había partido la mandíbula al pilier de un equipo contrario pero que se había roto el pulgar porque había dado mal la hostia y le habían tenido que meter una placa de titanio para soldárselo. Me puso una copa con un ligero sabor a Coca-Cola, casi todo whisky de garrafón. Sacó una botella por debajo del mostrador y nos la dio, regalo del club y del deporte. Nadie se explicaba cómo Sevillano había aprobado COU, pero había entrado en derecho porque solamente pedían un aprobado de media. Además, él no pegaba nada en aquella facultad de nazis, porque decía que era comunista del PCPE. Comunistas y nazis, todos borrachos a una. Aprobó la carrera y ahora es madero en Baleares. Mi medio hermano se puso a mear sobre una columna del hall de la facultad en medio de la fiesta, y el único guarda de seguridad que había entre la muchedumbre lo vio y se lio a perseguirlo corriendo alrededor como en el cine mudo cómico de Buster Keaton y Fatty Arbuckle. Consiguió terminar de mear sin ser alcanzado. Salimos de la fiesta y él condujo borracho hasta casa, porque además con mucho alcóhol en el cuerpo se conduce siempre mejor.



Moises se dirigió a los judios antes de entrar a la Tierra Prometida en unos discursos coñazo en los que Dios les decía lo buenos que tenían que ser y cómo tenían que actuar para ganarse un lugar en el reino. Pero todo era mentira. Moisés era un cabrón con patas con mucha labia, y en realidad se lo inventó todo para que su familia siguiese dominando a las masas narigudas y avarientas judías. La moral y el arrepentimiento llevarían a los israelitas hacia Yahvé. Era el Deuteronomio, que hoy sigue y seguirá para siempre. Seguiremos viviendo en el Deuteronomio, eternamente. Ahora está de moda entre la gente de bien elogiar a sus hijos cuando éstos sacan buenas notas y son abstemios. Me siento a tomar unas cervezas con mi medio hermano y mi medio sobrino y éste último me alarma cuando me dice que no le gusta ese maravilloso zumo de cebada. Pero me traquiliza cuando me cuenta que él lo que toma es ron con Coca-Cola. No te fíes nunca de un abstemio, ni de cualquier cosa que te diga alguien mayor de veinticinco, como decía Homer Simpson. Les gustan los jóvenes que sean tan viejos como ellos, los que absorven moral y no alcohol. Los jóvenes que creen en el Deuteronomio como futuro, en su Deuteronomio. deuteronomio3La derecha y la izquierda se dan la mano en el Deuteronomio. Veo a los jóvenes hacer retroceder a botellazos a la policía municipal y pienso que por esa rendijita hay esperanza. Se han emborrachado y estando pedo y drogados se han dado cuenta de que todo es mentira y que son muchísimos más que la policía. Los lacayos, cuando se ven en minoría, salen corriendo como conejos y dejan a los amos del Deuteronomio con el culo al aire.

Madrid, tu amor es de sombra y de jodido dolor. Os creéis el centro de la fiesta, siempre. Siempre crees que estas mierdas que escribo se refieren a tí. A veces sí, de muchos hijos de puta me acuerdo siempre. Ya sabes, Wittgenstein escribió aquel libro tan putamente mal escrito e insoportable en cuanto a estilo en el que venía a contar que las palabras tienen el significado que tú les quieras dar en cada momento. Lo que quiere decir es que cada cual puede expresar lo que quiera, pero que los hijos de puta es mejor que te dejen en paz, que debes mantener a su moral lejos, que no debes darles vela en tu entierro, porque lo que persiguen es que creas que las palabras significan siemrpe lo mismo, o sea, lo que a ellos les parece, lo que les conviene que creas. Vi la cara de Madrid, su sucia cara, y me hice creyente. Me quedé prendado de tu rostro y dije que jamás podría olvidarme de tu mirada gris hollín, Madrid. Me cago en vuestra moral, hijos de puta. Madrid y yo nos cagamos en tí.

Deuteronomio
era un antiguo útero
social.
Por favor, hijo de puta,
márchate de mi entierro.
La tierra prometida.
Abstemios.
Jóvenes viejos.
Querer follar y no poder.
Jóvenes de ochenta y tres años.
Eso es lo que quieres que sea el mundo.
Carly Simon metiéndose un pico con James Taylor.
Bonnie Tyler
cagándose en tu cara,
en un eclipse de mierda sobre tí.
Kebabs de caca de cordero.
Fatty Arbuckle y Buster Keaton borrachos
riéndose de tí.
Te esperaremos con los brazos abiertos
allá abajo.
Los Archies
haciendo una orgía.
Los Monkees tocando rock and roll.
Deuteronomio
no se refiere a tu coño
aunque suene a ello.
Tu amor es trolera sombra.
Tu dolor de tripas no es apendicitis
sino gases.
Moises, el más mentiroso de los judíos
se fue a cagar al monte y
bajó con las tablas de la ley.
Madero y, luego, comunista,
nada es imposible.
Cerdos huyendo de la matanza.
Ojos con legañas
que te hacen ver claro.
Wittgenstein haciéndose el muerto,
retorciéndose en su tumba.
Baño de vapor moral
que limpia hasta el sucio tuétano.
Derecha e izquierda dándose la mano
para que folles con amor.
Prohibir los helados con sabor
a polla
por si acaso acaban por gustarte.
Mejor que vela
date
hijo de puta
boleto
de mi entierro.
Deuteronomio
es el útero de
tu madre,
como la boca del metro de
Tirso de Molina
donde puedes irte
a cagar
a la vía.
Nubes de leche
de hombre
en tu café.
No eres nada
ni nadie,
eres tan mierda
como yo.
Siempre piensas que todo habla de tí,
pero no eres más que cagada de perro en el jardín,
que se seca y se la lleva la lluvia
sin esfuerzo.
La tierra prometida
no existe porque
tu Moises
subió al monte a cagar y
bajó con las tablas de
tu ley.

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