Bonifacio Singh: Madrid Sumergida

Chicos en apuros

apuros1

Madrid nunca muere. Nunca me digas que ya te lo dije. Conduzco por la M-30 y suenan los chicos en apuros. Fuimos y somos chicos en apuros corriendo por esta ciudad polvorienta. Ésto es un desierto y no hace falta ningún cambio climático para que las dunas de asfalto avancen. Sultan´s of swing. Empezamos a escuchar a los Dire Straits cuando ya eran decadentes y habían empezados a meter en sus canciones los apestosos teclados de Alan Clarck. Ya casi no suenan en la radio, sólo de vez en cuando en el programa de por las mañanas de la buenorra de Marta Vázquez. Su voz te acompaña por las autopistas de la ciudad hasta que se difumina al entrar al túnel, se escucha con nieve radiofónica hasta que sales a la superficie por las obras de la antigua chonera del Calderón y por unos segundos la música resucita como brotando de un túnel del tiempo o un agujero de gusano, hasta que vuelves a precipitarte en el hollín de las entrañas de Madrid. Cuando vuelves a salir a la luz del sol la canción ya se ha terminado, y tienes que controlar la velocidad para que no te multen en el radar de San Pol, pero después de ese cinemómetro puedes ir a la velocidad que quieras, aunque el máximo marca a 70 apuros3por hora, porque nadie vigila. En Madrid nadie vigila nada, los guardias, los guindillas, los pitufos, son una panda de vagos y la ley, cuando nadie controla su cumplimiento, estás en la obligación de saltártela siempre que no mates a nadie.

Bajo del coche delante de la casa de mi madre. Me encuentro con Matilde, que pasea su perrito, un yorki que ni me mira y al que se adivina por su pelo pegajoso que no se ha bañado en unos meses. La conocí durante el confinamiento. Tiene unos diez años menos que mi progenitora. Es el último ser humano en años que ha traspasado la puerta de nuestra casa además de mi familia, porque un día se presentó, sin apenas conocerla, a preguntar qué tal estaba mi madre. Llamó al telefonillo y trepó los cuarenta y tres escalones asfixiándose. Ella camina siempre sola. La saludo y me sonríe, no lleva la mascarilla puesta y me doy cuenta de que tiene un diente roto, uno de los incisivos superiores, y se le escapa el aire por él. Recuerdo que los primeros días de la epidemia, cuando ninguno teníamos mascarillas porque los hijos de la gran puta del gobierno decían que no eran necesarias porque no había, ella tenía todos los dientes intactos, me la encontraba cuando ella bajaba al perro a la calle, la excusa perfecta para poder salir, y yo paseaba con una bolsa de plástico en la mano disimulando como si fuera a comprar. Parábamos a dos metros el uno del otro para no echarnos el aliento, habían aprovechado para prohibir por apuros2decreto tocarse ni respirar cerca de otro humano, y nos decíamos las vaguedades habituales con las que combatir la soledad callejera. Matilde tendrá que pedir permiso a los del PACMA para poder tener perro, tendrá que sacarse el carnet de tener perro para poder pasear a su yorki lleno de mugre.

Siempre he tenido mucho miedo de romperme los dientes. Sobretodo los incisivos, los que se ven cuando abres la boca. Hasta creo que a veces sueño con ello, aunque nunca recuerdo lo que he soñado. Mis sueños se paran siempre cuando la mujer se desnuda del todo o cuando tengo que marcar un número de teléfono que nunca puedo terminar de marcar, pero sólo me acuerdo de detalles, no de la trama absurda principal. Sueño con que me rompo los dientes, dormido y despierto, y tengo miedo de ello porque no tengo dinero para repararlos y no me gusta llamar la atención, y que te falten los dientes hace que destaques entre la multitud por tu aspecto sucio y desaliñado imposible de disimular, y a mí me gusta ir sucio y desaliñado pero que no se note a simple vista. Repararte la piñata cuesta una lana que no puedo asumir. Tuve un amigo que llevaba toda la dentadura reimplantada, como la de un caballo.

Él llevaba unos dientes implantados que decía que le habían costado a su padre millón y medio de pesetas. Un puto millón y medio de pesetas y se quedaba tan ancho diciéndolo. Se cayó montando en la bicicleta y se metió un tremendo golpe en la boca con el manillar. Me dio dentera cuando me lo contaba. Luego él además se insertó más tarde una especie de gel en el labio superior para tenerlo más bonito estéticamente porque es gilipollas, pero esa es ya otra historia. También es otra historia que ya no somos amigos, porque es una sucia rata y tengo ganas, si lo vuelvo a ver, de meterle una hostia y romperle los dientes postizos. Hostia se escribe con hache. Él es el hermano pequeño de un famoso muy famoso que sale en la tele, un famoso que se hizo mucho más famoso durante la pandemia, si cabe. Un famoso al que ahora medio país dice que es guay y medio país odia. A mí el famoso me parece majo, al contrario que su hermano pequeño, que es un gilipollas. El hermano mayor enchufó en un buen puesto al pequeño en cuanto pudo y allí sigue con sus mierdas. Todo el mundo le llama enchufado a sus espaldas, y es cierta la cosa, pero son una panda de cobardes al hacerlo. Yo nunca consentí que nadie lo dijera en mi presencia, pero eso era cuando fuimos amigos, ahora me la sudas y tengo ganas de meterte un puñetazo en la cara en cuanto te vea. La primera vez que lo vi me dio pena, porque tiene un tic que le hace mover la cabeza espasmódicamente y la gente se reía al verlo. Decían “¿qué le pasa a este tío?” y se reían a sus espaldas, lo mismo que le ponen a parir sus compañeros de trabajo. Entonces su hermano todavía no era muy muy famoso como ahora. El hermano famoso me pareció siempre un tío muy majo. Le ponía los cuernos a su entonces mujer con otra famosa, esta más de tres al cuarto, mientras su hermano pequeño le hacía las coberturas y se masturbaba, porque nos lo contaba, pensando en la entonces amante de su hermano mayor. Esto último nos daba bastante asco porque siempre que apuros4íbamos a su casa tenía pañuelos de papel tirados por la mesa del comedor, y nos lo imaginábamos haciéndose pajas pensando en ella y nos daba tanto asco él como su futura cuñada. Ahora su hermano, que ya es muy muy famoso, se ha casado con su entonces querida y él cada día es más y más famoso, y a mí me parece majo a pesar de su actitud sentimentalmente lamentable. Jugamos un par de veces al fútbol y a mí se me suele escapar alguna hostia con hache por deporte durante las pachangas, pero a él me dio cosa porque era majo y jugué como una niña para que no se molestase, y mira tú por donde ahora es muy requetefamoso.

Cuando éramos niños, chicos en apuros, conocí a otro famoso. También éste se hizo famoso porque era el hermano pequeño de otro famoso. En este caso me dio asco desde el primer minuto que me lo crucé. Entonces él no era famoso, no de nacimiento, solamente su hermano lo era, y era gilipollas de origen. Desprendía un olor peculiar a rancio, es posible porque llevaba ropa usada por sus hermanos mayores. Se creía muy gracioso, pero a mí no me hizo ni puta gracia desde que me lo eché en cara, y a veces fantaseo también con soltarle una hostia, como al otro famoso, en los dientes y partírselos.

Lo recuerdo muy bien cuando los chicos nuevos llegaban al colegio y él se reía de ellos protegido por sus amigos, porque era un mierda, y también me acuerdo cuando un chico homosexual de nuestra clase salía a la pizarra y él lo ridiculizaba iniciando el coro de muchos hijos de puta seseando con la letra final de su nombre. “Luisssssssssszzz”, canturreaba por lo bajo el ahora famoso, que se creía muy gracioso, un gracioso sin medio cuarto de hostia. Ahora es famoso y va de progresista, defensor de causas justas, intelectual y todo eso, pero es un ser que me repugna cuando lo veo en los mentideros porque en realidad es un mierda al que me gustaría partir los dientes.

Bajamos hasta Aranjuez, y antes de llegar al pueblo nos desviamos a la derecha por una carreterucha que casi nadie conoce y llegamos hasta un paraje donde hay plátanos de más de doscientos años. Está todo abandonado porque en 1931, cuando el entonces rey putero y hemofílico Alfonso XIII, el putero de turno, se marchó del país, expropiaron los terrenos del antiguo hipódromo y los entregaron a particulares para que los labrasen. Ahora toda esa zona está semiabandonada por los vagos particulares y porque las gentes de bien no la conocen, por lo que es un paraíso escondido. Compramos un pollo asado y nos lo comemos allí a mano debajo de los árboles. Paseamos y vemos una casita que usan a veces para guardar caballos con la puerta abierta, nos acercamos y salen dos pequeños perros. Nos ladran, pero luego se acercan sumisos. La perra se me sube encima. Está mugrienta y llena de pulgas, quiere que la raptemos y la llevemos a casa, porque los han abandonado allí a su suerte. Me habla con los ojos, pero no puedo hacer nada por ella, debo dejarla en aquel cenagal con los hijos de puta de sus dueños, que pronto se sacarán también el carnet para tener perro. Cobrarán una buena pasta por el carnet y pedirán hacer un cursillo para poder llevar a uno cogido con la correa, apuros5y hacer un examen en el que tendrás que hacer una paja al examinador como si fuera un perro al que sacas el semen para inseminar, porque prohibirán a los perros y a los jóvenes ser perros, jóvenes y follar porque todo eso está muy mal. El volcán de La Palma se caga en todas vuestras bocas de mi parte, hijos de puta. Pedidle al volcán un carnet por ser volcán si tenéis cojones.

Volvíamos a Madrid las tardes de domingo por la carretera de La Coruña, cuando todavía faltaban siglos para conocer a Daniel Prieto el de Sada, que no es famoso ni falta que le hace, que es esclavo y morirá siéndolo, y a mucha honra, y veía desde la cuesta de las perdices la luz amarilla de las tardes de verano brillando abrasadora sobre la silueta del desierto de Madrid, una ola de sol que tapaba el tsunami de asfalto de esta puta ciudad. Ahora bajo hacia el sucio río por las mañanas por la nacional cuatro y las casas del lumpen brillan resplandecientes bajo el cielo azul eléctrico que tienes todos los días, Madrid, y seguimos siendo chicos en apuros apretando los dientes para que no se rompan y para que no sean capaces de decirnos qué es el bien y qué es el mal. Quieren prohibir la juventud y el amor porque su bien común está por encima de tus cojones. Nunca me digas que ya te lo dije, Madrid.

Cuando tengo razón, tengo razón
pero nunca me digas ya te lo dije.
Muerte entre las flores
de plástico.
Chicos siempre en
apuros.
Prohibir el botellón.
Es lo que tú quieres
en el fondo.
Dientes que crecen rotos.
Pensar lo que tu piensas,
decir lo que tú hablas
creer en tu bien y en tu mal.
Prohibir por decreto el amor y
la juventud.
porque tú ya no puedes follar
ni en sueños.
Los jóvenes son muy muy malos,
tú lo sabes
porque fuiste tan hijo de puta como ellos.
apuros6Somos idiotas
por
soportar
que unos idiotas
nos
digan las idioteces que tenemos que
hacer,
esos idiotas tan idiotas como tú.
Chicos siempre en
apuros.
Añadir a las miserias
un ayer y un hoy que no existen.
Parar por decreto el tiempo y el espacio.
Prohibir caminar por toda la faz de la tierra.
Es lo que tú quieres
en el fondo.
Tener la respuesta del millón de bitcoins.
Ir a hoteles de lujo, comer escalibada de castañas caramelizadas
y decir que ese vino da muy bien en boca
como un gilipollas que asiste
a su propio funeral.
Las dunas de asfalto avanzando como tsunamis
hacia Madrid.
El volcán de La Palma cagándose en vuestras caras
con una sonrisa en sus bocas.
Carnet para tener perro.
Obligar a tener garrapatas.
Impedir por ley que se ofendan las pulgas.
Prohibir a los perros blasfemar.
Prohibir el sol,
prohibir la lluvia
prohibir morir y vivir.
Ostia se escribe sin hache
y hamor con ella.
Pedir permiso para beber y para follar.
La tierra es plana
y llueven las ofertas de trabajo,
torrencial diluvio de esclavitud
vendido como tu paraíso.
Prohibir por decreto la juventud y
el amor.
Es lo que quieres en el fondo
porque tú ya no puedes follar
ni en sueños.
Cuando tengo razón, tengo razón
pero nunca me digas ya te lo dije.
Chicos siempre en apuros.


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