Pascalianos bajo la lluvia

Parte de mi vida ha llegado a donde yo quería que llegase, mis grandes itinerarios del placer son: cama-cine, cine-cama, cama-Alcampo, Alcampo-cama, cama-bici, bici-cama. Dormir e ir al cine son cosas muy parecidas. Veo a Daniel Day Lewis haciendo de chica Almodóvar en “Lincoln”. Y a Ben Affleck levantando premios. Ben Affleck se deja barbita y un flequillito muy mono para no parecerse al gilipollas de Ben Aflleck. Pone cara de sufrir en silencio sus hemorroides durante dos horas de película y, al final, con una bandera yankee de fondo, se folla a su exmujer, la que le había echado de casa por ser todavía más gilipollas que en la vida real. La cuadratura del círculo. Una historia redonda, de esas que hacen que los cretinos aplaudan al acabar la sesión en el cine, que podría suceder perfectamente tanto en Teherán como en Wisconsin, en Albacete o un domingo por la tarde cualquiera mientras ves flotar moñigos sobre el represado Manzanares y afirmas hinchando el pecho: “qué maravillosa ciudad”. Recuerdo aquellos días convulsos de la “Era Carter”, la portada de aquel periódico que trajo mi padre por la mañana con la foto del helicóptero de los Delta Force caído sobre el terruño de los simpáticos iraníes, cuando el bizarro cuerpo de élite estadounidense acudió a liberar a sus pobres rehenes de la embajada. Curiosamente ese detalle se omite en “Argo”. Me caía bien el Ayatollah Jomeini, ese señor barbudo con eterna cara de mala leche que se dedicaba a intentar dar por culo a los americanos con cualquier excusa. Sin embargo, Jimmy Carter era un gilipollas estreñido, con cara de echar ambientador en el retrete para que su mujer no protestase cuando salía de cagar. Ronald Reagan era mucho más simpático, y nos alegramos mucho cuando le ganó aquellas elecciones al puto georgiano. Billy Carter era un cachondo mental, ese gran hermanísimo, tanto como el borrachuzo de Gerald Ford. Qué tiempos aquellos. Todo ha cambiado para no cambiar nada. Dice el mareaperdices de Murakami que todo se va disolviendo con el tiempo, que todos los tuyos van desapareciendo poco a poco, hasta que no te queda nadie o tú mismo te vas por el sumidero. Leer es como montar en bici, correr o volar. O deambular. O fornicar a piñón fijo pensando en otra que no está. Y en una pelea entre los Stones y los Beatles siempre me gustaría que muriese Paul McCartney, a ser posible con dolor.
Cada mañana deambulo por Madrid en compañía de la tribu que trata de matar el tiempo sin lugar adonde ir ni rumbo. Famélica legión de jubilados, yonkis, parados, escépticos, cínicos, borrachos… acompañados por una tropa travestida con chalecos reflectantes: lacayos-policía, vigilantes de aparcamiento, hombres anuncio que compran oro, ciclistas de acera. Pero hay otra tribu, la enemiga, la que sale de las oficinas a las siete de la tarde corriendo y se dirige rápidamente a su casa a soñar con beber gintonics mezclados con ginebra de marca, a soñar con matar la mañana en largos brunchs, a soñar con comer sushi a precio de oro, a soñar con tomar delicioso café aguado en un Starbucks, a soñar con vestir zapatos de marca para disimular sus tobillos gordos, a soñar con practicar sexo tántrico y yoga todo a cien, a soñar con que su esposa o marido al abrir la puerta les sorprenda y vuelva a estar follable (si es que lo estuvo alguna vez), a soñar con que el horóscopo se confirme científicamente de una puta vez. “Todos tus deseos pueden cumplirse”, les gritan una y otra vez desde sus teles planas, “con esfuerzo todo es posible”, afirman, “si te lo propones con fuerza alcanzarás tu objetivo”, nos cuentan. Dicen que venceremos en la lucha contra el cáncer mediante revolucionarios tratamientos homeopáticos, que alcanzaremos la vida eterna, que la naturaleza es sabia y buena, y que para cuando el sol se expanda para achicharrar el planeta Caspa-Tierra ya habremos construido naves espaciales lo suficientemente potentes como para emigrar hasta otros lejanos e infectos sistemas solares. Pero si aprietas fuerte y lo deseas con toda tu alma es más que posible que sólo te salga un pedo. Todo seguirá igual, sé feliz, enhorabuena, lo has conseguido. Hay pocas cosas más mentirosas e ignorantes que la sabiduría popular, cargada siempre del positivismo más rancio. Finales con moralina. Venderán sonrisas en latas Hacendado, y botes de esperma Carrefour con cien por cien de efectividad demostrada. Pero lo único realmente cierto es que nadie gana, que todos pierden, aunque algunos tarden más que otros en hacerlo.