Bonifacio Singh: Madrid Sumergida

La isla de Karim (comanchería)

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Madrid sin fin, sin rumbo, sin sentido. Madrid páramo. Madrid comanchería. El calentamiento global es algo lógico e innegable. No podéis decir que no se ve a simple vista, ni que no os dais cuenta de la mierda que respiráis, del cielo lleno a tope de mierda. También nos hemos acostumbrado a ello y nos la suda, pero hay que ser consciente de que toda esa hez hará que el planeta se vaya a tomar por el culo, y da un poco de pena que los pájaros y otros animales así de nobles y bonitos desaparezcan. Cierto. Pero no penséis que por ello vamos a cargar con vuestros habituales brochazos, con vuestra ideas de mierda que no solucionan nada, que solo sirven para sentirse culpables y darse en la espalda con el cilicio a modo de penitencia. No, no se os pase por la cabeza que vamos a ser siempre los que carguemos con todas vuestras buenas ideas desarrolladas en estudios concienzudos en vuestras universidades para sabios de pacotilla, en esos templos del saber de esa ciencia que da grandes golpes de pecho para luego hacer el ridículo cuando nos damos cuenta de que ellos somos nosotros mismos y que casi no sabemos nada de nada sobre lo que realmente hace falta. No sabemos una puta mierda de nada, disimulad al menos un poco, hijos de puta. No vamos a lavar vuestras conciencias ni a pagar porque a vosotros se os antoje, ni lo soñéis. Antes que se muera el mundo, que os jodan. El paso del tiempo lo único que enseña, y deberíais saberlo, es que si os prohíben salir a la calle pero salís todos a la vez no habrá autoridad ni fuerza de lacayos que os contenga. La autoridad no existe, daros cuenta, si la turba, la masa, la muchedumbre, se harta no habrá presa que retenga tanta agua que sale a borbotones. Durante la puta pandemia hemos visto como nunca esta gran mentira de la autoridad, cacareaban mucho pero, en realidad, no estaban ni se les esperaba. Las carreteras no estaban bloqueadas más que ocasionalmente y los pitufos y maderos procuraban casi siempre mirar para otro lado cuando alguien hacía el cabra. Daros cuenta de que no están ni nunca han estado, que esos lacayos, que en realidad somos nosotros mismos disfrazados con gorra y sueldo del señor de turno, son cuatro gatos y solamente están para eso, para defender a sus amos de turno.

Madrid es una isla entre autopistas. A pie no puedes escapar, siempre te encontrarás un océano de carreteras que no puedes cruzar. Madrid es un archipiélago donde el único que está al volante es Karim Benzema. Karim es el rey moro que conduce a través de la M-40 sus Lamborllinis y sus Maseratis a toda velocidad, es el único que de vez en cuando viene a salvarnos, con su cara de gañán despistado. Sólo Karim y las golondrinas nos salvarán. Abres la ventana y respiras cuando las escuchas chillar, han llegado un año más para rescatarnos en medio de los cañonazos que se pegan unos a otros. Nos han abandonado una vez más bajo el fuego, han salido corriendo al estilo del hijo de puta de Largo Caballero en cuanto el cerco se ha estrechado, nos han dejado solos a nuestra suerte, les importamos una mierda y tenemos que ofrecerles reciprocidad y asco a cambio. Madrid es una isla sitiada por tierra, mar y aire, por dentro y por fuera, como Julio César en Alesia.

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El primer día que nos permitieron salir de la isla de Madrid atravesamos Somosierra y llegamos hasta Sepúlveda. Te conté que de allí era Vidal, el amigo de mi padre que murió este invierno pasado. Tropezó un día y calló al suelo, se metió un golpe en la cara que le partió la nariz. Lo llevaron a urgencias con miedo de que cogiera el puto virus, y los héroes que en ese momento despachaban en el hospital le curaron y enderezaron la napia con un apósito a toda prisa antes de empaquetarlo de vuelta a casa. No se dieron cuenta de que el golpe había sido mayor de lo que parecía, y unos días más tarde le atizó un jamacuco a causa de un derrame que le había producido la hostia. El pobre Vidal. Había sido repartidor y durante los veranos salvajes de los setente y principios de los ochenta cargaba a su familia en la furgoneta de reparto, ponía un colchón en la parte trasera y recorría las carreteras del sultanato de Hispañistán hasta sus confines. Mi padre y él quedaban en un punto determinado un día del mes de agosto y allí acudíamos a hacer guardia hasta que pasaba. Su mujer decía que a las niñas les daba leche en polvo, agua, y que con el movimiento de la furgoneta se agitaban solas y se hacía la mezcla. Íbamos a su pueblo a comer cordero a unos bares que no podríais imaginaros, más que restaurantes eran comederos, unos lugares en los que te ponían cantidades brutales de cordero y patatas y que eran baratos, esos locales que ahora en la época del cambio climático vas tú y te cobran lo que les da la real gana porque eres gilipollas y te mereces que te timen porque eres un mierda de ciudad que va los fines de semana a disfrutar de las delicias culinarias y a cagarte en los prados.

karim3Te levantas por la mañana y ves a los gitanos búlgaros riéndose a grandes carcajadas en el bar de enfrente, bebiendo vodka con Redbul para desayunar sobre la mesa de fumar, todos sin mascarilla porque se la sudáis el virus y tú, antes de irse a trabajar robando tus coches, levantándotelos para ponerlos a la venta luego en Marruecos o en Ucrania. Son maravillosos salvajes comanches que reinan en tu comanchería, donde tú vives en tu casa como si fuera el fuerte Secúritas Direct en medio de su territorio, a merced de ellos y del séptimo de caballería de pitufos, maderos y picoletos, que si es menester acudirán a apalearte delante de tus hijos a las órdenes de los caprichos de su señor. Los comanches eran un noble pueblo guerrero de las grandes praderas. Llegaron del norte para echar una mano a su tribu amiga de los Utes esquilmando las tierras de las tribus vecinas. Muy pronto se hicieron independientes, eran demasiado fuertes para ser simples ayudantes. Nunca fueron derrotados ni siquiera por los blancos, aprendieron rápidamente a manejar los rifles cuando los arcos y las flechas se quedaron obsoletos. Se dedicaban a la caza del búfalo y al tráfico de seres humanos, a capturar esclavos, hablando el plata. Mediante la violencia extrema y el miedo, que aderezaban con la mutilación, despojaban a sus cautivos de su identidad y los convertían en comanches de tercera clase. Sus enemigos se convertían en sus sirvientes, les encantaba verlos transformados en zombis. Los comanches eran un gran pueblo guerrero invencible que vivía en paz en su comanchería manteniendo una próspera economía y un orden social estable.

A mi padre le gustaba emborracharse en navidad. Lo hacía una vez al año con sus amigos. Bebía hasta caerse de culo. Tenía un pedo muy gracioso, nada violento, al contrario que el mío a veces. El resto del año le gustaba estar sólo, a su bola, era lo que más deseaba. Los domingos salíamos de la isla de Madrid por aquellas carreteras que la cercaban, íbamos a lugares despoblados. Le gustaba pescar porque podía estar solo. Una vez nos dejó a la orilla de un río y se marchó a pescar a una garganta de un río. Apoyó la caña en una roca que hacía el modo de precipicio sobre un gran caudal bravo que circulaba por abajo, lanzó el sedal y se tumbó a la bartola. Lo despertó la cesta que tenía a los pies al golpearla. Se había arrastrado dormido hasta el borde de aquel acantilado, estaba a punto de caer al vacío sobre el agua. Se caía muchas veces por el campo, pero nunca se rompía nada, le veíamos regresar con costras en un brazo o en una pierna, pero no se quejaba nunca, siempre en mangas de camisa con aquellos pulmones enormes que le dejaban caminar sin rumbo por cualquier selva de las que entonces había alrededor de Madrid sin cansarse. Siempre nos ha gustado alejarnos de Madrid por sus carreteras y sus autopistas, alejarnos de la isla para luego volver a ella, que nos atrae como si fuera un gigantesco imán, un enorme Júpiter a sus satélites, no nos deja, no nos dejará nunca escapar.

Durante el confinamiento del año pasado cuando salía a la calle caminaba siempre por el centro de la carretera, puede ser que con la idea de que no me cayeran las miasmas que lanzaba la gente que escupía o tosía desde las ventanas y los balcones. Ahora sigo haciéndolo, como una extraña costumbre heredada. Me levanto por la mañana y me encamino hacia el puesto de periódicos. El último puesto que queda. Allí está Antonio despachando. Le compro el periódico y alguna revista solo por mantener encendida su llama, ya casi extinguida. Su madre tiene noventa años, le pregunté el otro día y ya la habían puesto la primera dosis antimiedo de la vacuna, parecía que estaba llegando a la playa después de nadar un largo trecho. Cuando llego al puesto veo que no ha abierto. Sobre la parte delantera un cartel reza: “cerrado por defunción hasta el martes”. Nadar para ahogarse sobre la arena de la playa. Pero aquí debajo de los adoquines no hay de esa arena, como decía el pijo rojo parisino que escribió sobre aquel muro, sólo hay huesos, tierra y mugre. Todos esos tiempos que vivimos se están muriendo, todos los días hay una baja que reseñar. Acabarán con el papel, no habrá ni periódicos ni billetes, a cambio llevarás tu alma en un teléfono móvil para estar siempre localizado, para que sepan hasta dónde cagas y cómo meas.

karim4Mi tío Pedro era comanche. Cuando terminaba la guerra su padre se largó, carretera y manta, los abandonó a él y a su madre porque iban a fusilarlo por político rojo. Huyó con el rabo entre las patas a Francia. Mi tío se crió como pudo en las calles de Madrid. Era amigo del boxeador Fred Galiana, con el que iba de vez en cuando a hacer guantes y a coger borracheras. Conoció a la gilipollas de mi tía y se casaron. Él tuvo siempre una doble vida, la de padre abnegado y la de bala perdida. Hacía reformas en locales en el centro, de algunas de ellas cobraba el dinero por adelantado y si te he visto no me acuerdo. Tuvo mil y una queridas. Mi padre lo odiaba. Era un tipo simpático y me contaba con mucho acierto cuales eran las porciones de poder a las que podían aspirar los partidos políticos a derecha e izquierda. Se enfadaba porque yo lo ganaba al ajedrez y él no se consideraba lo bastante tonto como para que le ganase un niño de nueve años. Su padre volvió a Madrid a finales de los 70, enfermo y pobre. Felipe González lo había apuñalado por la espalda en Suresnes y habían tenido que formar otro partido. Murió pobre y triste. Mi tío cada día fue teniendo menos trabajo y más pufos. Se arruinó. Tenía un Citroen GS con el que pululaba por todas las tabernas y puticlubs. Seguía teniendo una doble y hasta una triple vida por las calles de Madrid. Le compró un coche pequeño a mi prima e intentó reconciliarse con mi tía. Se fue por primera vez con ella y con su hija de vacaciones al pueblo. En la carretera de La Coruña dejó conducir a su hija. Su hija pegó un volantazo y dieron dos vueltas de campana y un palo de los que marcan los metros de autopista entró por su ventanilla. Murió en el acto. Mi padre y mi tía fueron a su despacho cerca de la calle Fuencarral. Descubrieron que al menos tenía otra hija más reconocida, muchas deudas y fotos con mil putas. Mi padre lo odiaba más que nunca, pero a mí y a mi madre siempre nos siguió cayendo simpático. Cuando introducían su ataúd en la fosa llegó un repartidor con un enorme cactus y lo introdujo junto a la caja, alguien lo había encargado para que acompañara al comanche en su último puto viaje. Sólo Samuel Colt y la muerte igualan a los hombres, todos tienen en el fondo la misma fuerza, ninguna.

En Madrid no hay fiestas de pueblo, porque no tenemos pueblo, sólo tenemos a Madrid que es algo muy diferente a éso. Una niña de mi barrio escribió a Tierno Galván para que nos hiciera unas fiestas, las fiestas de La Bomba. Tierno Galván vino, el pobre viejo, y las organizó para contentar a la niña, y fueron una mierda de fiestas postizas, duraron apenas tres o cuatro años. Mi fiesta, mi verdadera fiesta, es poder disolverme en las venas de Madrid y que nadie me reconozca cuando camino por milmillonésima vez por sus calles polvorientas. La capa de invisibilidad divina que te regala Madrid cuando naces y que llevas puesta hasta cuando mueres. Madrid, tierra de promisión y hollín. Madrid en permanente estado de sitio, de alarma, de excepción. Madrid más intratable que indomable. Madrid.


Madrid, tierra de promisión
y virus.
Comanchería.
Madrid,
atravesar acompañado
este
brutal campo de estrellas
e incendios
sin más allá,
recorrer con absoluta falta
de esperanza
tus grandes llanuras,
tus sucios páramos,
tus calles infectadas
de enfermedad y gente,
enfermedad de gente.
Samuel Colt y la muerte
igualando las fuerzas de todos.
karim5Karim Benzemá
y las golondrinas chillando
acudiendo al rescate
de Madrid.
Pediste un gin tonic
y te trajeron anís del mono con RedBull.
Calderero, sastre, policía, sanitario
soldado y espía,
héroe de pacotilla.
Prejubilado
enviagrado
con un gps en la polla,
con su guasap destino metido en el bolsillo
iluminandole los huevos con coltán cuando
llegan mensajes de nadie.
Adorar al Dios Pfizer.
No te engañes,
sólo quiero ser tu ídolo
para follarte.
Atravesar este
brutal campo de estrellas
envenenado
sin un final
más que
el que tú tendrás
más temprano que tarde.
Pedro Sánchez Popeye
Ayuso Super Ratón.
Nunca sabrás
cuando será la última vez.
Es el regalo que te hace
Dios.


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