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El troquel galletero de la integración cultural

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Un amigo mío treintañero, cosmopolita y con buen nivel de inglés, trabaja a caballo entre Italia e Inglaterra y ha viajado por todo el mundo. De él se puede afirmar que es a todos los efectos un hombre de su tiempo. Pues, bien, un día me habló de las diferencias que había entre sus progenitores. El padre era un hombre abierto, relativista y dispuesto a entender las diversas culturas que Italia ha ido asimilando a lo largo de los últimos treinta años. La madre era menos tolerante. Es una mujer que cree que se debería ser intransigente con respecto a las otras culturas; por ejemplo, prohibiéndoles a las musulmanas cubrirse el rostro en público.

"Yo era como mi padre pero confieso que me estoy volviendo como mi madre. En el fondo, pienso que nuestra cultura occidental, científica y laica, es superior a ésa otra que se sustenta en el fundamentalismo religioso y, más concretamente, en un Islam que apela a unos esquemas mentales del siglo VII. Así que no creo que seamos nosotros quienes nos tengamos que adaptar a sus diferencias sino más bien lo contrario."

choque2Esto me ha traído a la memoria lo que ha escrito hace un par de semanas Ernesto Galli della Loggia en el Corriere della Sera intentando absolver a los italianos de un presunto sentimiento de culpa para con los inmigrantes extranjeros provinientes de países en vías de desarrollo. El editorial suscitó importantes cuestiones.

Pero, ¿"tan difícil es, si se cree en determinados valores, asumir simultáneamente otros"? ¿Es, acaso, justo que se castigue por ley "los sermones con carácter político que puedan ser pronunciados en los lugares de culto"? Esto implicaría penalizar también las predicaciones de la religión católica. Y es que se ha instalado "una cierta idea sobre el otro sexo, sobre la relación entre el hombre y la mujer, sobre la relación entre religión y Estado, sobre mi pasado histórico, su significado y lo que tiene que ver con el de los otros. Si de cada una de estas ideas se desprenden toda una serie de lógicos comportamientos, cómo conseguiré integrarme alguna vez en 'otra cultura' "?
Estas interrogaciones no revelan sino una cerrazón ideológica y política y una estrechez mental que, desgraciadamente, encuentran respuesta, aunque quizás en un modo no tan articulado,  en las más bajas reacciones que trasladan un cierto descontento de los italianos en relación con la inmigración. Se trata de una posición legítimamente conservadora.

¿Por qué debe resultar tan difícil, si se cree precisamente en una determinada serie de valores, asumir simultáneamente otros distintos? ¿No es acaso en esto en lo que consiste la evolución personal y, en general, la de la humanidad? Si no creyéramos en la posibilidad de cambiar, de transformarnos; si no tuviéramos fe en nuestra capacidad de cambiar de punto de vista a la luz de nuevos conocimientos, qué habría sido de la historia del pensamiento y de la cultura? No habría habido evolución alguna.

choque6En el contexto de una realidad global, europea y mediterránea en proceso de contíiua transformación, ¿no es más acertado (incluso para el desarrollo intelectual y el de la especie) quedarse con lo mejor de cada cultura? Si, por haber vivido unos años en Latinoamérica, he adquirido una mayor humanidad; por haber residido en los Estados Unidos, un pragmatismo más eficiente y por encontrarme ahora en la India, una serie de secretos racionales en relación con prácticas espirituales que me han permitido llevar una vida más serena (estoy hablando de la presencia mental, por ejemplo), ¿por qué no adoptar estos nuevos valores que me hacen vivir la vida de una manera menos dolorosa y más serena?

"Nuestros valores" no producen por definición una sociedad capaz de generar siempre felicidad. Disfrutamos de enormes ventajas. Tienen un precio que tenemos que pagar. Consideremos, por ejemplo, su lado oscuro: el porcentaje de suicidios, el volumen de psicofármacos que consumimos en Occidente, el constante sentimiento de malestar psicológico que se puede percibir no sólo en los medios de comunicación sino también en el ámbito de estudios más específicos. Nosotros también tenemos margen de mejora.

El científico Carlo Rovelli, en respuesta al artículo de Della Loggia,  nos recuerda la historia de la península italiana, desde la época del Imperio Romano hasta la de la Serenísima  República de Venecia. Una historia abierta a las choque4distintas culturas. "Dejémonos serenamente influir por todo aquello que nos convence y digamos serenamente no, con la ley y sin temor, a todo lo que creamos negativo", escribe Rovelli.

¿Y cómo se puede desarrollar el acceso a esta "serena influencia" de lo que nos convence? El profesor Gary Weaver, en su curso de Comunicación Multicultural de la American University de Washington D.C., explica que ni existe ni existió el tan cacareado melting pot estadounidense, el crisol de culturas norteamericano. Fue el dramaturgo Israel Zangwill quien se inventó este concepto en 1908 para dar cuenta de la amalgama racial y cultural de Nueva York: una menestra,  un crisol. Si acaso, la  teoría podría valer para Nueva York, aunque no mucho. Pero en modo alguno para los Estados Unidos.

Weaver sostenía que la teoría que mejor se adaptaba al caso de los Estados Unidos era la del cookie cutter, el troquel para hacer galletas. Todo lo que se encuentra dentro del molde es una cultura específica. Si uno se quiere integrar en Estados Unidos, está obligado a dejar fuera del troquel sus características personales y adecuarse a los nuevos límites. El inmigrante que abandona sus códigos culturales propios y aprende lo antes posible los de la cultura WASP, blanca, anglosajona y protestante, ése será el que se suba al ascensor social del sueño americano. Sólo asi esperará poder crecer, enriquecerse, vivir prósperamente y tener éxito.

Pretender que las culturas asiática, africana, medioriental o mediterránea han podido determinar la cultura estadounidense es aglo difícil de demostrar. La aportación de las culturas mejicana, china, india o vietnamita (por citar tan sólo algunas oleadas migratorias más recientes que la italiana o la irlandesa) es algo tan indudable como relativo puesto que no ha modificado sustancialmente la identidad fundacional de la cultura WASP norteamericana.

choque5Para que podamos lograr integrar las novedades culturales que las diferentes oleadas migratorias nos aportan, tendríamos que saber en qué consiste nuestra propia cultura, conocer cuál es nuestro troquel galletero. Sólo así podríamos dejarnos influir por todo aquello que nos convence, sin miedo de que amenace aquello con lo que nos sentimos identificados. ¿Cuál es, pues, nuestro troquel? ¿Somo católicos? ¿Socialdemócratas? ¿Ilustrados? ¿Laicos? ¿Democráticos? ¿Y cómo se amalgaman todos estos rasgos? ¿No es acaso en la convivencia pacífica de toda esta diversidad de valores como se expresa nuestra mejor identidad europea?

¿No es precisamente por esta indefinición, por esta identidad polimorfa que no nos sentimos a gusto ante determinadas culturas más monolíticas? Quizás si examináramos mejor este vacío e hiciéramos por colmatarlo,  por definir con mayor precisión lo que contiene, quizás así seríamos capaces de entender de dónde sale tanta rabia, tanta intolerancia. Dejémonos de fijarnos sólo en lo diferentes que son los extranjeros. Hemos de comprender quiénes somos y por qué somos como somos. Nos tenemos que preguntar, de verdad, honestamente, en qué consisten "nuestros valores" y cuántos los compartimos. Estoy convencido de que esto nos sería de gran ayuda. Entonces y sólo entonces, con una conciencia acrecentada, podríamos identificar mejor las cosas por las que nos dejaríamos influir entre los valores que las migraciones nos proponen. Y rechazar todo lo que no se corresponde con nosotros. O lo que cada vez menos se corresponde con nosotros como, por ejemplo, la desigualdad entre hombre y mujer, la intolerancia y "una mentalidad del siglo VII" que, dicho sea de paso, se  abre paso todavía con demasiada frecuencia entre "nuestros valores".

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De la pasión por la novela policiaca italiana

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Un amigo extranjero criado en Italia, Francia y Estados Unidos me refirió su pasión por la novela policiaca italiana.

"Pero no por las del comisiario Montalbano, no," decía. "A Camilleri sólo lo leo por las recetas". Carlotto, Carofiglio, ésos sí que le gustaban y decía también que estaba empezando a leer (mejor para él) a Giorgio Scerbanenco, autor de quien recibe su nombre el premio más importante del género. A mi amigo le parecía italiana2que, a través de las investigaciones policiales de las novelas, se le transmitía una imagen de la realidad italiana. Era el modo por el que seguía en relación con uno de los países en que había vivido.

A pesar de ello, tenía que reconocer que nadie como la escritora de obras literarias (y no de narrativa policíaca) Elena Ferrante era capaz de transportarlo hasta lo más profundo de una realidad aparentemente italiana que no es sino el trasunto de un relato de humanidad universal.

En lo que a mí respecta y para mi desgracia, pues tan sólo me he forzado a leer unas pocas novelas de este género para comprender algunas cosas sobre la edición en Italia, no me definiría ni como un conocedor ni como un apasionado del género policiaco. Sin embargo, tengo la impresión de que estamos cayendo en una trampa (esta sí digna de la novela negra) si, cada vez que metemos nuestras narices entre las páginas de un libro o delante de una pantalla,  pensamos que pueda existir un comisario o un detective privado capaz de poner orden en el caos.

Y me parece que es precidsamente ésta la trama de toda novela policiaca italiana de éxito en los últimos tiempos. Creo, además, que esta arquitectura de relato explica el sentimiento de alivio y satisfacción que imagino experimentan sus entusiastas lectores.

Hace ya muchos años un productor americano quiso convencerme para que yo escribiera un guión que diese cuenta de cómo el juez Antonio Di Pietro se había convertido en el heredero de sus colegas Falcone y Borsellino. La película tenía que contar no sólo cómo la Mafia se las había arreglado para italiana4asesinar a dos héroes, extendiendo así su poder por el norte del país y aumentando su capacidad de influir en la política sino también cómo (pues el bien siempre triunfa) el magistrado Di Pietro pudo ponerle coto a la corrupción en el norte echándole el guante a políticos cómplices y empresarios deshonestos.

Esa película no se hizo. Pero es que tampoco se ha materializado en la vida real la visión de ese productor estadounidense según lo que voy interpretando al leer los periódicos. Quiero decir con ello que, a pesar de la detención de importantes personalidades, a pesar de las condenas ejemplarizantes y de todos esos personajes otrora famosos hoy oficialmente infames, no parece que se haya tratado del desmantelamiento de un sistema sino del descabezamiento de una cosca o de una famiglia en beneficio de otra. Tan sólo eso. Se ha tratado de una especie de débil reformismo y no de una revolución sistemática que ponga fin a las endémicas malas prácticas. 'Endémico' proviene de 'endemia': enfermedad infecciosa enquistada en un determinado territorio, aunque pueda manifestarse de manera esporádica.

Es por todo ello por lo que considero que los lectores italianos que se deleitan con esos libros cuyo único prurito intelectual es desafiarlos a descubrir 'quién ha sido' no cosiguen sino autoengañarse sin darse cuenta. Estas personas alivian su malestar concreto poniendo su propia fantasía en manos de un hombre de leyes que acaba imponiendo el orden utilizando la virtud, la lógica, la deducción y el raciocinio.

italiana5De esta manera, los lectores transfieren al ámbito de la realidad una ilusión y ello acabaría también por explicar cómo, al enfrentarse con la caótica realidad, se multiplica con fervor la impresión de contrariada disociación por la que los italianos somos conocidos en toda Europa. Adiós, pues, a esa imagen de Bel Paese jovial.

Por eso le decía yo a mi amigo que prefiero a Edgar Allan Poe, Raymond Chandler o al inspector Maigret de Simenon.

Aunque, por encima de todos ellos, me encanta leer una y mil veces a Friedrich Dürrenmatt, un tipo que, en esa atmósfera de sombríos valles suizos, no busca restaurar el orden sino dejar en el anonimato al Monstruo (al desviado, al asesino, al Mal) o, mejor aún, inducir a comprender que ese Monstruo, ese caos, ese verdadero Mal es el propio pueblecito en su totalidad, es la ciudad, la nación toda.

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Donaciones de mentira, inundaciones de verdad

Me encuentro estos días en Chennai (India), en medio de un desastre ambiental que corre el riesgo de convertirse en una tragedia humanitaria.  En noviembre ya causó 140 muertos y, desde hace dos días, otras decenas más al cabo de diversos otros episodios. Han suspendido el suministro eléctrico. Los ríos se han desbordado llegando, incluso, a sumergir algunos puentes. El tráfico ferroviario se ha visto interrumpido. El metro, parado. Millares de sintecho han afluido a campos de emergencia y otros tantos miles de habitantes se han quedado bloqueados en sus casas sin comida, agua ni electricidad. Muchos de los barrios de una metrópolis de 4 millones de habitantes, en un área donde se concentran 8 millones, han sido anegados por un metro de agua. Manadas de perros callejeros demacrados vagan, hambrientos y agresivos, por las calles semisumergidas. Gente nerviosa se afana en llenar sacos de arena en la playa para levantar pequeños diques. El aeropuerto internacional se encuentra inundado y fuera de toda actividad desde hace dos días y así seguirá durante casi una semana. 1 500 pasajeros han sido evacuados. Se ha movilizado al Ejército de Tierra, la Marina, donaciones2la Aviación y a los Servicios de Protección Civil, sin contar a los bomberos y demás servicios de emergencia. Un barco de la Armada india ha zarpado hacia la ciudad para prestar ayuda. Los helicópteros han empezado a peinar el terreno para evaluar daños. En casa, empieza a escasear el agua porque la bomba de extracción es eléctrica. Muchos supermercados han sido ya vaciados. La leche se vende un 20% más cara en el mercado negro. Y, mientras estoy escribiendo estas líneas, Facebook me pide que confirme que estoy seguro en esta zona de emergencia.

Chennai, ciudad del sur de la India, situada un poco por encima de Sri Lanka, ha sido golpeada por el monzón más potente desde hace más de un siglo pues el récord precedente lo ostentaba la estación de 1901.

Pero no se crean que estoy escribiendo estas cosas para proponerles una reflexión sobre la gran cumbre climática y sus consecuencias. El periódico indio en el que colaboro, Scroll.in, hace días publicó un análisis muy pormenorizado que apunta a la responsabilidad política, a las corruptelas, como culpables de que se haya vendido suelo público destinado a remansar y almacenar el agua de lluvia como la que nos ocupa para hacerla fluir seguidamente conforme, entre otras, a las necesidades de la agricultura local. En los lugares de embalsamiento previstos encontramos, por el contrario, chalets y edificios ilegales. Y la ciudad se hunde. He traducido para los indios el dicho en todos los sitios cuecen habas pues también Italia es un país de víctimas de inundaciones, terremotos y corrimientos de terreno causados menos por causas naturales que políticas o de negligencia.

donaciones4En cualquier caso, no se preocupen Vds. que no les hablaré de una ruina tan lejana y tan asimilable a territorios que estamos acostumbrados a considerar como devastados y devastables. No teman. Quisiera hablarles de algo que puede que los interese más. Escribo para tratar de Mark Zuckerberg y de sus engañosas donaciones. Ya verán cómo todo esto tiene que ver con las inundaciones de marras. Resulta que el que suscribe, en plena calamidad, rentabilizando el 48% de batería del móvil para mantenerse al tanto de la devastación circundante bajo la violenta lluvia, se entera del gran entusiasmo suscitado por la donación del 99% de las acciones de Facebook a favor de una entidad sin ánimo de lucro y ello para celebrar el nacimiento de Maxima, hija del citado magnate. A lo que sigue, siempre en Facebook, toda una serie de congratulaciones, abrazos y felicitaciones de desconocidos y demás grandes estrellas a propósito de un gesto tan generoso, iluminado y magnánimo. Investiga que te investiga, descubro después que la tal fundación se llama Chan Zuckerberg. Chan es el apellido de la mujer. Y descubro también que no se trata de una fundación sino de una sociedad limitada, una S.L. para que nos entendamos. Y que la misión de esta sociedad controlada por el propio Mark Zuckerberg es la de llevar a cabo una serie de iniciativas a veces, no hay duda, humanitarias pero, en cualquier caso, ligadas siempre a promover el uso de Internet y, por tanto, de Facebook. Como lo explica acertadamente él, detrás de todo esto resplandece la intención de alcanzar un beneficio fiscal.

Hasta ahora, se ha utilizado esta sociedad para mejorar las conexiones Internet en escuelas estadounidenses (20 millones de dólares), para promover un software didáctico (5 millones), para pagarles los estudios universitarios a los inmigrantes ilegales (5 millones), para financiar proyectos de donaciones6aprendizaje personalizado y tecnológico en las escuelas (15 millones). ¿Por qué, entonces, se habría de aplaudir que alguien encontrase un modo, quizás incluso más astuto que el de su normal condición financiera, para promover indirectamente sus negocios bajo la aparencia de un presunto altruismo? No es lo mismo una donación caritativa pura para curar, ¡qué sé yo!, el dengue en Chennai y Tamil Nadu (enfermedad que, en estas circunstancias, corre el riesgo de agravarse) que una donación que contribuye a fomentar indirectamente tus propios negocios. ¿O no?

Y lo digo porque durante estas inundaciones en la India, el servicio de e-catering Zomato se ha puesto a ofrecer descuentos a todo aquél que encarga una comida para los damnificados. O sea que se aprovecha un mercado cautivo, un captive market, como se dice en la jerga de la mercadotecnia. La empresa telefónica que ostenta prácticamente el monopolio de la telefonía fija, BSNL, ha anunciado que se podrá telefonear gratis durante una semana desde el fijo de casa. ¡Chupao! Como han saltado todas las líneas fijas de todos los que conozco... Uber, por su parte, ha proclamado que todas las carreras resultarán gratuitas durante la emergencia: pero, ¿quién se va a atrever a desplazarse en coche si las calles están inundadas?

Todo esto me lleva a concluir que nos hallamos ante un ejemplo más del discurso dominante en nuestros días. Por si no lo supieran: las empresas han descubierto recientemente que, para vender un producto, hay que vender una historia afín que donaciones5nos lleve a amar a la propia empresa, no sólo al producto. Este tipo de media beneficiencia, estas donaciones de mentira, forman parte del propósito de construcción de una determinada narrativa sacando partido de una emergencia humanitaria en el caso de Chennai y explotando la presunta misión salvadora de Internet en el caso de papá Zuckerberg.

Es por ello por lo que, ahora, me merecen mucho más respeto los buitres que venden leche por encima de su precio en el mercado negro de una Chennai inundada. Una ciudad donde se busca a los cadáveres de las víctimas de descargas eléctricas producidas por los cables caídos en las calles anegadas. Una ciudad en cuyo zoo de cocodrilos se espera que no siga subiendo el nivel de agua. Y se espera, sobre todas las cosas, que no vuelva a llover.

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