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Recordar Katmandú

4 de mayo de 2015.

Son las 6 de la mañana. Acabo de fotografiar el reflejo del sol en las nubes del Himalaya. Estoy en Himachal Pradesh, al norte de la India. Y pienso en el hecho de que ahí abajo, un poco más hacia el sudeste, más allá de aquel halo de luz que envuelve las nubes, está Nepal en un estado de destrucción que alcanzo a imaginar no sólo porque la haya visto hasta la saciedad publicada en los medios de comunicación estos últimos días sino también porque, en octubre, estuve allí. Primero, en Katmandú. Luego, en Bhaktapur y Dhulikhel.

He esperado para escribir sobre este terremoto. Muchos se han puesto ya manos a la obra. Menos mal. He pensado que habría sido más útil (si es que esto es posible) escribir en el momento en que pueda empezar a desvanecerse la empatía por los afectados de una tragedia que ha causado más muertos que el derrumbamiento de las Torres Gemelas. Y considero que ya no es aceptable la máxima por la que cuanto más lejanos sean unos muertos, geográfica y culturalmente, menos nos deban importar. El mundo ha cambiado tanto como lo ha hecho nuestra sensibilidad para con todo lo que acontece lejos de nosotros.

recordar2Por otro lado, podríamos pensar que Nepal, especie de territorio-bocadillo entre dos superpotencias, es una pieza tan disputada en la contienda entre chinos e indios que éstas ambiciones le podrán procurar fondos y apoyo suficientes para su auxilio y su reconstrucción. Puede ser pero yo no contaría con ello. En este sentido, se ha publicado que las autoridades nepalíes han prohibido los vuelos con fines humanitarios de aviones indios en el espacio aéreo fronterizo con China con lo que las tareas de ayuda y monitorización por parte de ONG europeas podrían facilitar la coordinación. Hay ocho millones de personas que necesitan algún tipo de asistencia como ha señalado el Secretario General de la ONU, Ban Ki-Moon en un reciente llamamiento.

Y me sigue asombrando comprobar cuánta gente es capaz de dar muestras de efectiva solidaridad. Se trata a menudo de aquéllos que se las ven y se las desean para pagar la hipoteca o el alquiler a fin de mes; o, simplemente, de aquéllos a los que agobia de alguna manera la llegada del "fin de mes". La excesiva emotividad de quien ha crecido en la península italiana, emotividad por la que somos el hazmereír del mundo, es una característica que compensa en estos casos y que nos redime a nosotros, italianos, de los muchos errores a los que nos haya podido conducir.

Y luego, claro está, tenemos que lidiar con la desconfianza. Justificada, a veces, no lo discuto. Quién no ha escuchado pronuciar frases del tipo: "Yo también haría un donativo pero vaya Vd. a saber dónde acabará el dinero...". No pocas investigaciones han demostrado dónde, a veces, acaba. No donde debería. Así que acabamos por fiarnos de las garantías (¿sólidas?) dadas por personalidades públicas de las que nos fiamos o por personas que conocemos aunque sólo sea através de Facebook.

recordar4Este flujo de solidaridad puede ser debido a que vivimos sobre territorios propicios a los seísmos, desde el Carso hasta los Apeninos, Campania y Sicilia. Lugares en que los terremotos no son una sorpresa. Yo diría, incluso, que están garantizados. Antes o después, se sabe que la tierra nos atizará. Vivimos al borde de un precipicio y, de vez en cuando, el Gigante sobre cuyas espaldas nos hemos encaramado se las sacude y hace que se precipiten en la oscuridad decenas, centenares o, como es el caso, miles de amigos, familiares, conocidos y desconocidos. Llevándose por delante en su espiral de destrucción ladrillos, cemento, camas, muebles, recuerdos y falsas certezas.

Desde los que se acuerdan del temblor de tierra de Friuli en los años '70 hasta los que se encontraban en L'Aquila saben perfectamente lo que es un terremoto. Un terremoto en un país de clima frío, con una economía pobre, un Estado sin constitución atrapado en el pulso diplomático y económico de China por una parte pero con la necesidad de no incomodar a la India por la otra parte, es una catástrofe que implica retroceder más de 10 años. Partiendo, eso sí, de una especie de Edad Media revisitada que tuve la ocasión de contemplar durante mi viaje y del que ya escribí en su momento en LNMO.

recordar6En Katmandú encontré una metrópoli con un tráfico asfixiante, donde a los gases de combustión se añadía un polvo omnipresente que se desprendía de los edificios y de las calles bastante sucias cuando la repentina lluvia no las lavaba y lo convertía todo en un fangal. Construcciones ilegales que harían palidecer a las de la Italia de los años '60 y '70. Fábricas de frágiles ladrillos por todos lados. Altas chimeneas e improvisados silos donde cocer rojos parelelepípedos destinados a las construcción de casas de los tres cerditos que, sopla que te sopla, estaba claro (cf. Besos y abrazos desde Katmandú) que se desmoronarían a la primera sacudida.

Ahora bien, ¿de qué sirve haber denunciado todo esto, incluso desde canales mucho más prestigiosos que los que están a mi disposición? De poco. Porque ya es demasiado tarde. En un país que conoce una durísima realidad agrícola y montañesa, el dinero que llega desde hace años de hermanos, mujeres, maridos, hijos, primos o parientes que viven en condiciones de semiesclavitud en los países del Golfo donde trabajan como albañiles, asistentas, obreros, porteros u operarios, ese dinero, digo, se traduce en felicidad y certeza de poder sobrevivir mejor a inviernos fríos y despiadados.

recordando8Entonces, esas casitas que he visto encaramadas sobre el filo de las colinas, esos castillos de arena tan poco sólidos, era obvio que acabarían por desplomarse. Y no creo que todo esto se pueda atribuir al desconocimiento del peligro sino, más bien, a la desesperación por ausencia de otras soluciones. "Con este dinero nos podemos construir esta cajita de cerillas. Sí, es un poco precaria, es posiblemente una trampa. Y si no, ¿qué? ¿Seguimos a merced del frío, hacinados y pagando un alquiler demasiado alto? ¿Qué hacemos? ¡Pues venga esa trampa!" Creo que éste ha podido ser también el razonamiento que ha hecho posible el desastre de este terremoto, más allá de los miles de chanchullos y demás especulaciones criminales que roían arena de las colinas en las que se asentaban templos y edificios. Espero que el recuerdo de estos temblores de abril no vuele demasiado aprisa porque ayudar, contribuir con donaciones o, por lo menos, estar presentes para coordinar el auxilio, la recuperación y la reconstrucción podría al menos darnos la ilusión que estamos evolucionando (a mejor) como especie humana.

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