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De la pasión por la novela policiaca italiana

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Un amigo extranjero criado en Italia, Francia y Estados Unidos me refirió su pasión por la novela policiaca italiana.

"Pero no por las del comisiario Montalbano, no," decía. "A Camilleri sólo lo leo por las recetas". Carlotto, Carofiglio, ésos sí que le gustaban y decía también que estaba empezando a leer (mejor para él) a Giorgio Scerbanenco, autor de quien recibe su nombre el premio más importante del género. A mi amigo le parecía italiana2que, a través de las investigaciones policiales de las novelas, se le transmitía una imagen de la realidad italiana. Era el modo por el que seguía en relación con uno de los países en que había vivido.

A pesar de ello, tenía que reconocer que nadie como la escritora de obras literarias (y no de narrativa policíaca) Elena Ferrante era capaz de transportarlo hasta lo más profundo de una realidad aparentemente italiana que no es sino el trasunto de un relato de humanidad universal.

En lo que a mí respecta y para mi desgracia, pues tan sólo me he forzado a leer unas pocas novelas de este género para comprender algunas cosas sobre la edición en Italia, no me definiría ni como un conocedor ni como un apasionado del género policiaco. Sin embargo, tengo la impresión de que estamos cayendo en una trampa (esta sí digna de la novela negra) si, cada vez que metemos nuestras narices entre las páginas de un libro o delante de una pantalla,  pensamos que pueda existir un comisario o un detective privado capaz de poner orden en el caos.

Y me parece que es precidsamente ésta la trama de toda novela policiaca italiana de éxito en los últimos tiempos. Creo, además, que esta arquitectura de relato explica el sentimiento de alivio y satisfacción que imagino experimentan sus entusiastas lectores.

Hace ya muchos años un productor americano quiso convencerme para que yo escribiera un guión que diese cuenta de cómo el juez Antonio Di Pietro se había convertido en el heredero de sus colegas Falcone y Borsellino. La película tenía que contar no sólo cómo la Mafia se las había arreglado para italiana4asesinar a dos héroes, extendiendo así su poder por el norte del país y aumentando su capacidad de influir en la política sino también cómo (pues el bien siempre triunfa) el magistrado Di Pietro pudo ponerle coto a la corrupción en el norte echándole el guante a políticos cómplices y empresarios deshonestos.

Esa película no se hizo. Pero es que tampoco se ha materializado en la vida real la visión de ese productor estadounidense según lo que voy interpretando al leer los periódicos. Quiero decir con ello que, a pesar de la detención de importantes personalidades, a pesar de las condenas ejemplarizantes y de todos esos personajes otrora famosos hoy oficialmente infames, no parece que se haya tratado del desmantelamiento de un sistema sino del descabezamiento de una cosca o de una famiglia en beneficio de otra. Tan sólo eso. Se ha tratado de una especie de débil reformismo y no de una revolución sistemática que ponga fin a las endémicas malas prácticas. 'Endémico' proviene de 'endemia': enfermedad infecciosa enquistada en un determinado territorio, aunque pueda manifestarse de manera esporádica.

Es por todo ello por lo que considero que los lectores italianos que se deleitan con esos libros cuyo único prurito intelectual es desafiarlos a descubrir 'quién ha sido' no cosiguen sino autoengañarse sin darse cuenta. Estas personas alivian su malestar concreto poniendo su propia fantasía en manos de un hombre de leyes que acaba imponiendo el orden utilizando la virtud, la lógica, la deducción y el raciocinio.

italiana5De esta manera, los lectores transfieren al ámbito de la realidad una ilusión y ello acabaría también por explicar cómo, al enfrentarse con la caótica realidad, se multiplica con fervor la impresión de contrariada disociación por la que los italianos somos conocidos en toda Europa. Adiós, pues, a esa imagen de Bel Paese jovial.

Por eso le decía yo a mi amigo que prefiero a Edgar Allan Poe, Raymond Chandler o al inspector Maigret de Simenon.

Aunque, por encima de todos ellos, me encanta leer una y mil veces a Friedrich Dürrenmatt, un tipo que, en esa atmósfera de sombríos valles suizos, no busca restaurar el orden sino dejar en el anonimato al Monstruo (al desviado, al asesino, al Mal) o, mejor aún, inducir a comprender que ese Monstruo, ese caos, ese verdadero Mal es el propio pueblecito en su totalidad, es la ciudad, la nación toda.

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