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La escuela más pequeña del mundo

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Lejos de las luces de Bombay, en el corazón profundo del estado del Maharashtra, se encuentra la escuela más pequeña del mundo que permanece abierta para una única alumna con su babi azul.

Tanu Madavi oculta los ojos detrás de un flequillo que acaba en coleta y esconde su sonrisa bajo el velo de la timidez de sus nueve años. Cada mañana se sienta en una alfombra que cubre un suelo de piedra de 5 meescuela2tros cuadrados en el interior de una chabola de cuatro paredes de aluminio lacado en blanco cubiertas de carteles amarillos con los sinónimos de la lengua marathi.

Sólo hay una silla de madera pero es para el maestro y director Arun Satpute, un hombre de cincuenta años que cada día se mete entre pecho y espalda una hora de motocicleta para llegar al pueblo de Kopra y que, cuando llueve, tiene que dejar su vehículo allá donde acaba el asfalto para recorrer los tres últimos kilómetros descalzo por el fango del último tramo en tierra batida.

Los horarios en el verano indio están previstos para darle a la gente un respiro de la calorina que se abate sobre el subcontinente indio entre abril y mayo. Con que, a las siete, Tanu se planta en la escuela, donde se encuentra con su maestro Satpute. Estudian juntos hasta las once con una pausa de veinte minutos a media mañana. Luego, se va corriendo a casa y se apalanca frente al televisor intentando no sudar demasiado.

escuela3La casucha, equipada con pizarra y libros de texto, era la cantina de una antigua escuela, ahora en ruinas, en la que Tanu se para a comer sola su merendilla durante la pausa. A la chiquilla no parece importarle quedarse en medio de la broza, aun a riesgo de que la pueda atacar una serpiente que, dicen, se ha mudado allí. Después, retoma las clases con gramática, inglés, aritmética y ciencias sociales.

Hasta el curso pasado Tanu no estaba tan sola. Estaba también Prem, su hermano de 11 años. Ahora, sin embargo, el chaval ya está hecho un hombrecito, ha acabado la primaria y se ha ido a otro sitio a estudiar secundaria. Tanu está triste y melancólica sin él. El maestro dice que la niña se concentraba mejor cuando estaba ese empollón de Prem. Al menos eran dos. Pero sus padres, pobres cabreros, no tienen tiempo de acompañarla y, cada vez que la chica se va sola, no las tienen todas consigo. Hace veinte años, una crecida del río Wana se llevó por delante medio pueblo. Las autoridades reconstruyeron el pueblecito lejos de las aguas. Casi todo el mundo acabó yéndose a vivir al Nuevo Kopra.

A Raju Madavi, el padre de Tanu, le dieron una parcela en el pueblo nuevo pero no tiene dinero para construir una casa: “No es que nos guste o no vivir aquí. Es que no nos queda otra.”

250 rupias de ingresos al día, lo que vienen a ser 3 euros, es demasiado poco incluso para la India. Así que los Madavi se tienen que quedar en el viejo Kopra, junto con otras 60 personas sin recursos y con los niños demasiado pequeños como para ir a la escuela.

escuela4Entre el rumor de las hojas de los árboles mecidas por el viento, el trinar de los pajarillos y el balar de las cabras transcurre en bucólica soledad la mañana de Tanu, que dice no ver la hora de crecer y que pasen esos otros dos años de primaria antes de que pueda ella también empezar a correr al Nuevo Kopra junto a Prem.

A contracorriente con respecto al horror del maltrato a las niñas indias o a las relaciones totalmente irrespetuosas entre alumnos y profesores de las que se habla en Italia, esta historia la ha sacado a la luz el reportero Tariq Engineer, del Mumbai Mirror, aventurándose por los campos de esta India profunda para descubrir qué puede haber tras la dulzura y la soledad del suceso.

En realidad, la supervivencia del barracón de chapa, antiguo comedor escolar transformado en aula única, también se opone a la tendencia actual. La modernización india iría mucho más allá de los deberes de la que, según la Constitución, sigue siendo una República Socialista y el gobierno del Maharashtra ha anunciado, de hecho, en diciembre, que cerrará la cuatro mil escuelas rurales con menos de 10 alumnos, síntoma y concausa de la urbanización que merma poco a poco la demografía rural. Ocurre como en todasescuela5 partes: no hay dinero para la escuela pública. Pero es que, además y a pesar de la oposición de mucha gente, ha aumentado la venta de conciertos educativos a centros privados.

Con todo, la pequeña aula blanca de Kopra resiste porque, según la Ley del Derecho a la Instrucción, todos los ñiños indios entre seis y catorce años deben ser escolarizados. Y, si un centro se queda con menos de veinte alumnos, se deberá integrar en otro siempre que éste se encuentre en un radio de 1 km. Acontece, no obstante, que el viejo Kopra inundado está a 3 km del pueblo nuevo.

Así que la pequeña y solitaria Tanu, que sueña con ser médico, recitará poesías, aprenderá cálculo y estudiará los rudimentos del inglés cada mañana durante otros dos años con su maestro Satpute en la escuela más pequeña del mundo.

<<Publicado en La Stampa el 22/04/2018>>

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