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Mi experiencia como actor

Hace poco coproduje un video-reading de mi relato breve "Mi cara de neoyorquino". Un amigo se sorprendió de mi pinta de tipo duro en la grabación pero era lo que exigía el guión: un ricachón de Wall Street con el corazón de piedra a quien no le importan los vagabundos un comino y acaba, precisamente por esto, convirtiéndose en uno de ellos.

Un poco después, me preguntaron si estaba interesado en participar en un casting para una película de presupuesto medio en lengua marathi que se iba a rodar en Bombay. Vamos, lo que viene a ser el sueño inconfeso de todos los extranjeros que viven en la India: un papel en un película. Que sea de Bollywood es lo de menos. Y, claro,  quisieron saber si tenía alguna experiencia como actor. Lo que me retrotrajo a tres vivencias básicamente inútiles al respecto.

actor2Mi primera experiencia como actor tuvo lugar en Nueva York hacia 1991. George Bush padre acababa de decidir invadir Irak y a los neoyorquinos no es que les hiciera mucha gracia. Yo tenía que hacer de camarero del Caffè Reggio del Greenwich Village para una actividad de clase de estudiantes de una Facultad de Imagen y Sonido de Nueva York. Y tenía que perseguir a una chica que se había ido del restaurante sin pagar. Mientras el que suscribe corría a todo correr por la calles adoquinadas del Village seguido por un equipo de grabación novato que agarraba como podía el armatoste de una Bolex 16mm, tenía que gritar, como decía el guión: "¡Eh! ¡Para!" (algo bastante fácil de memorizar). La chica corría también muy deprisa y, en un momento dado, sobrepasó a dos italo-americanos de Little Italy como dos torres que por ahí andaban y se metieron por error en nuestra escena.

Según me iba aproximando a ellos, se plantaron uno a cada lado como para impedirme el paso y atraparme en una red.

- "¿Pero qué estáis haciendo?", les dije.
- "Uno no va así por la calle, chillando a las jovencitas", me contestó uno de ellos, poniéndose con los brazos en jarra.
- "Y tampoco las va persiguiendo de esa manera", dijo el otro.

Me quedé mirándolos y, luego, intenté zafarme. El equipo de rodaje seguía filmando desde una distancia prudencial.

- "Supongo que no me creeréis si os digo que hago kárate, ¿verdad?". Estaba mintiendo, ignorando, por otra parte, lo estúpida que podía sonar esta frase. La verdad es que lo único que puedo decir en mi defensa es que, por entonces, acabábamos de sobrevivir a los '80.

- "Ya en serio", me apresuré a añadir cuando me di cuenta de la cara de pocos amigos que ponían los tíos, "es que estamos rodando una película" y apunté al taxi donde, a lo lejos, el director de fotografía estaba ajustando su zoom. Jadeando, podía sentir en mi pecho el lío en el que se había metido el irritado camarero superponiéndose al miedo que me daba la auténtica amenaza de los dos tiarrones. En ese mismo instante, me di cuenta de que yo era demasiado sensible como para meterme en un papel y que ello me afectaba demasiado. Actuar era demasiado para mí.

-"¿Lo véis?", les dije mientras les señalaba al equipo de rodaje que se encontraba en la otra punta.
- "Sí, claro, lo que tú digas... Pero de aquí no pasas."
- "Pues nada, sin problemas". Así que me retiré humildemente, como humildemente me retiré de cualquier tipo de actuación por otros diez años.

actor7Mi segunda experiencia como actor tuvo lugar en Roma, Italia. Fue en 2002; las Torres Gemelas ya habían caído y el mundo había cambiado drástica y rápidamente. Sin embargo, Roma seguía caminando a paso lento por las carreteras secundarias de una Historia que un día le perteneció.

Mi amigo Adam estaba trabajando en el equipo de producción de una película de Ettore Scola sobre la Ciudad Eterna. El homenaje que el director le tributaría al alma de Roma y su influencia en el signo de los tiempos.

Me habían enviado como periodista de televisión a hacer un reportaje de los alrededores de la cárcel de Regina Coeli, frente al Tíber, en el Trastevere. Eso se encontraba literalmente a tres manzanas del lugar donde yo vivía. Por entonces, presentaba una tertulia política en directo que se emitía todas las mañanas en una cadena estatal. La verdad es que, según me explicó Adam, no tenía que actuar mucho. Se trataba simplemente de una figuración.

Las tomas eran pocas. Ettore Scola me pareció una persona afectuosa y entrañable. Me enseñó a reir sólo con los ojos. Por supuesto que mi pequeña contribución a la causa no salió al final en la película. A pesar de todo, ésta puede ser considerada como la cima de mi experiencia como actor. Y no por el Gran Maestro Scola sino por la visita que recibí unas semanas después a la puerta de casa.

Se trataba de un asistente de producción que venía a pagarme por el papel que hice: un cheque por lo que me pareció la excesiva suma de 500 euros. Ocurrió, sin embargo, que, cuando abrí la puerta de casa, llevaba yo puesto mi mejor albornoz. Parecía como si acabaran de interrumpir mi sueño de actor-modelo que necesita recomponer su belleza antes de la próxima sesión. Lo que tan sólo me llevaría... diez años.

actor4Mi tercera experiencia como actor fue en Venecia en 2011. El mundo se estaba preparando para su final, previsto para 2012 incluso por los más brillantes y talentosos cineastas. Yo me estaba quedando en el palacio de mi tía, a orillas del Gran Canal. Cada vez que asomaba mi careto barbudo a la ventana, los turistas me gritaban: "¡Marco Polo!".

Y yo les devolvía el saludo con gracia, al modo papal (con la mano en forma de cuchara, alzada frente a la cara, moviéndose de atrás hacia adelante). Pocos días después, me enteré por los golondoleros de que, para que no tuvieran que remar Canal arriba hasta la auténtica casa de Marco Polo, les pidieron que les dijeran a los turistas extranjeros que embarcaban en el puente de Rialto que el viejo palacio de mi tía (los antiguos Fondamenta de los armenios) perteneció a mi ilustre paisano explorador. Lo único que se me pedía era que devolviese el saludo. Lo que hacía.

Mi amiga Anita me contrató, pues, par un papel de psicoanalista en un vídeo onírico y muy visionario que ella expondría en la Bienal de Arte de Venecia, en la galería de Ca' Pesaro, un palacio que se encontraba aguas arriba de donde yo vivía.

Recuerdo que me sentí raro al contemplar mi rostro envejecido y escuchar mi voz tranquila recitando en inglés en una secuencia de imágenes que tenían muy poco sentido para lo que es la narrativa cinematográfica. Sin embargo, tuve la sensación de comprender de alguna manera el mensaje filosófico y artístico de la obra por muy rebuscado y misterioso que pareciera.

Y ésta es toda mi relación con la profesión de actor, por no hablar del video casero de una historia de terror en 8mm rodado en Pensacola, Florida, en 1982.

Pero, vamos, que lo que más hago es escribir.

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