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Cómo los quinceañeros japoneses combaten la soledad

soledadjapo1Pantallas, láser y desafíos grupales se convierten en antídoto a la alienación.

Mientras que en el resto del mundo las salas de juegos se convierten a menudo en antros donde se trapichea y reina la violencia, en Japón, gracias a una estrategia comercial muy concreta, están viviendo un glorioso renacimiento. En la foto, un grupo de cosplay.

Carlo Pizzati,
Tokyo.

soledadjapo7En los mejores barrios de la capital nipona llaman la atención unos edificios de seis o siete plantas que parecerían de Lego si no fuera por el modo en que resplandecen en las ventanas sus variopintos letreros. Por la planta baja, uno ingresa en la atmósfera de alegre cacofonía electrónica del último grito en videojuegos. Hay quien se entrega a un desenfrenado baile con el que, tip tap, tip tap, intenta golpear platos luminosos en el suelo y quien se ha puesto unos guantes antibacterias (característicos de la obsesión higienista japonesa) para liarse a tortas con una pantalla circular.

En la pantalla van apareciendo flechas y globos fluorescentes que hay que atrapar siguiendo un ritmo. Estos jugadores parecen naúfragos desesperados e hipnotizados llamando a la ventanilla de una gran nave virtual que los rescate de la realidad. Pero no es así. Ni mucho menos.

Durante los últimos años, los jóvenes tokyotas abarrotan, en pleno revival de las arcades, los salones de juegos recreativos que en el resto del mundo se han convertido a menudo en antros donde se trapichea y reina la violencia. Sin embargo, aquí, gracias a una estrategia comercial muy concreta, están viviendo un renacimiento glorioso. Estamos hablando de actividades empresariales que, en Japón, han alcanzado cifras de récord: el mercado de las apps, consolas familiares y videojuegos de salón representa un volumen de negocio de 8 000 millones de euros. Y es que los japoneses se gastan en videojuegos más que nadie en el mundo: 110 euros per cápita al año, lo que representa el doble de la media europea.

Con todo, los datos económicos no explican la importancia social que ha cobrado este fenómeno en el marco de una cultura compleja. Una cultura que le ha regalado al mundo la palabra otaku, que se refiere a ese individuo monomaníaco o socialmente aislado que ha optado por refugiarse en la realidad digital.

soledadjapo2Porque en los salones de Sega, Round One o Taito es donde se puede estar efectivamente solos aunque a la vista del público. Uno se encuentra aislado en el juego pero, simultáneamente, enganchado a la posibilidad de encontrar a alguien jugándolo. Uno vive la sublimación de la típica batalla de los deportes de competición pero también la narrativa de videojuegos como World of Warcraft, algo más parecido a un empleo, una rutina, un progreso cotidiano aunque infinito en el que se se avanza junto a virtuales compañeros de viaje o de batalla.

En el reducido espacio de las viviendas japonesas es difícil encontrar reductos donde instalar consolas para jugar con los amigos. Así que, aquí, el salón de juegos sigue cumpliendo la función de espacio de atracción pública que tenía en Occidente en los tiempos de Space Invaders, Frogger y Pac-Man.

Es así como en el salón Round One del barrio de Ikebukuro se puede observar a jugadoras quinceañeras vestidas con esos reclamos de los años '50 con los que sigue obsesionado Japón: minifaldas que realzan la longitud de las piernas, ombreras y quedadas cosplay por doquier. Niñas que babean de admiración ante un guapo coetáneo que está batiendo un récord. La pantalla se convierte, de este modo, en un espejo en el escudriñarse o a través del cual conocer a otras personas, interaccionar en esta realidad y no sólo como amigos virtuales en las redes sociales.

soledadjapo8Fumihiro Ishiwata, community leader del juego de ritmos Precise lo explica de este modo: "Mientras jugaba para conseguir la puntuación más alta me hice un porrón de amigos. Así es como el gaming se ha vuelto una manera de hacer muchos amigos más que de conquistar cualquier tipo de cima."

Los salones japoneses responden asimismo a una jerarquización que se aprecia también a nivel arquitectónico. Lo explica Umehara, "la Bestia", indiscutible campeón mundial de street fighting: "Te encuentras a los jugadores más experimentados en el último piso. Los menos diestros, en la planta baja. Cuanto más te implicas en este mundo, más ves que vas subiendo de piso en los salones." Literalmente.

En el primer piso están también los simuladores de juegos de azar. Caballos de carreras en 3D por los que apostar galopan dentro de grandes pantallas de alta definición. Es como estar en el hipódromo pero sólo se pierden fichas. En el tercer piso te topas con los simuladores de vuelo. Se asemejan a los que hay en las escuelas de adiestramiento de pilotos y en el interior de sus cabinas, que se estremecen a cada explosión, parece que estuvieran los jóvenes kamikazes de la Segunda Guerra Mundial. Y en el piso de arriba del todo, por fin, los campeones, los que no se andan con chiquitas.

Los videojuegos está ganando adeptos por todo el mundo. De los casi 3 000 millones de personas que tienen acceso a Internet, 1 800 millones son gamers, que llegan a gastarse en el sector 80 000 millones de euros. Los videojuegos interesan a Hollywood desde hace 15 añossoledadjapo4 pero ahora se está trabajando en el desarrollo de películas a partir de aplicaciones. Se encuentra en fase de proyecto un largometraje inspirado en Fruit Ninja y el hijo de Mel Brooks y Anne Bancroft acaba de publicar una novela apadrinada por Majong que está completamente ambientado en la app Minecraft.

Las estadísticas dicen que la llegada de las consolas familiares ha reducido el horario de trabajo de los ociosos [svagati] millenials. Pero hay que saber también que la californiana Activision Blizzard ofrece 50 000 dólares a los mejores jugadores que se exhiben en público. Las empresas promueven el producto. Y los campeones viven de ello.

Mientras tanto, Japón, uno de los países con mayor porcentaje de suicidios entre los jóvenes, cuenta ahora con los videojuegos y los grandes salones (donde también se puede jugar a los bolos y al ping pong) para asumir una función social agregadora y no alienante.

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"Mejor las muñecas y los mangas", o cómo los japoneses se despiden del sexo

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Aumenta el número de jóvenes que no mantienen relaciones sexuales. La abstinencia se da también en las parejas.

Un sonriente individuo en los cincuenta deambula por el tercer piso de un edificio del barrio de Akihabara, capital mundial del anime. Está buscando algo en medio del estrépito de los videojuegos y las siglas de los dibujos animados japoneses. Introduce una monedita en una máquina distribuidora dentro de la que un brazo-grúa se activa y agarra un cojín estampado con la imagen de una preadolescente en minifalda, la diva de un manga. El tipo se va feliz abrazando su onanístico juguete. Ésta es la imagen que sintetiza japoneses4mejor la serie de problemas que acucian Japón, que empiezan por la crisis del sexo y acaban en el decrecimiento del producto interior bruto y la posible quiebra del sistema de pensiones.

Según las últimas estadísticas, lo que está, de hecho, ocurriendo es que las complicaciones libidinales en un número creciente de japoneses están conformando una tormenta perfecta. Éstos son sus factores. En primer lugar, está aumentando desmedidamente el el porcentaje de vírgenes casi cuarentañeras. En segundo lugar, las parejas casadas de entre 35 y 50 años practican poquísimo el coito. Mientras tanto, proliferan las waifu, esas mujeres virtuales a las que los reclusos digitales de los otaku viven pegados en sus minúsculas habitaciones. Y todo ello al punto que un economista ha llegado a proponer un "impuesto a los guapos" para hacerles pagar a éstos una tasa que convierta a los feúchos empollones en individuos al menos más atractivos desde el punto de vista económico. Aumenta asimismo el número de situaciones en las que el marido convive con un maniquí mudo (a menudo en el marco de un triángulo amoroso en el que a la mujer le repugna el sexo). Y esto ocurre al mismo tiempo que una legión de machistas llaman "mujeres del diablo"a aquéllas que decidieron retomar su carrera profesional después de haber alumbrado una progenie, lo que está empujando al 70% de las madres primerizas a no volver al trabajo.

japoneses2La colegiala

En el imaginario de un creciente número de varones lo único que se demuestra capaz de regalar la felicidad es el simulacro manga de colegiala. Muchos asalariados estresados por el trabajo y la familia no alcanzan a encontrar el mínimo retazo de felicidad si no es echando mano a sus recuerdos de adolescencia. Consideremos los datos que confirman esta situación de "extraño Japón" ateniéndonos a hechos y no a estereotipos culturales. La sekkusu shinai shokogun o "síndrome del celibato" existe realmente. Los datos estadísticos del Instituto de Investigaciones Sociales y Poblacionales confirman que el 70% de los solteros y el 60% de las núbiles entre los 18 y los 34 años no mantienen relaciones sexuales. Y que el 42% de los varones y el 44,2% de las féminas reconocen ser aún vírgenes.

La cosa no está mucho más boyante entre los adultos. Sólo un tercio de las parejas casadas tienen relaciones sexuales una vez por semana. Por cierto, según una encuesta de la Asociación para la Planificación Familiar, la mitad de los entrevistados entre 16 y 49 años no ha hecho el amor durante el último mes, lo que representa un aumento del 5% con arreglo a lo que ocurría hace dos años.

japoneses5¿Por qué Japón no quiere fornicar? Los entrevistados responden que es a causa del agotamiento con el que la gente llega a casa después de una jornada laboral pero es que también interviene la estrategia de evitación de las complicaciones emotivas en la relación con cualquier otro ser humano. Para el 23% de las mujeres casadas, el sexo es "un fastidio" mientras que para casi el 18% de los hombres el interés por el sexo con una mujer varía de "escaso" a "realmente muy escaso". Así que más vale un maniquí o un cómic. Y, dentro de poco, los robots.

Los expertos hablan de huida de la intimidad en el marco de una economía muy desarrollada aunque con grandes desigualdades de género. Hace tres años, Japón alcanzó el punto de crecimiento demográfico más bajo de su historia. Si las cosas siguen así, dentro de 50 años, su población podría descender de los 120 millones de habitantes actuales a los 87 millones.
 
Pañales para todos  

Japón es un archipiélago montañoso superpoblado. Sin embargo, el problema radica en que la pirámide de las pensiones, compuesta hasta hace veinte años por una población joven que sostenía menos ancianos, ahora está invertida. Japón es el país con el mayor porcentaje de ancianos del mundo. La venta de pañales para la incontinencia en los mayores ha superado japoneses3a la correspondiente para neonatos. Los homicidios, los atracos y los hurtos cometidos por la tercera edad han aumentado un 5.000% en veinte años. Los presos mayores de 65 años representan hoy el 20% de la población reclusa. Otro record mundial.

En una nación donde la mitad de la gente joven no quiere holgar y cada vez más ancianos se entregan al crimen, si el crecimiento económico persiste en su encefalograma plano y la relación deuda pública / PIB no mejora, los japoneses no serán nunca capaces de enfrentarse con éxito al déficit.

Así que no hay más remedio que hacer más el amor. ¿Es posible que uno de los pasatiempos más agradables del mundo se convierta en la solución? No queda otra: forniquemos más para salvar Japón.

 

<Publicado en La Stampa el 07/07/2017>

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Un día como voluntario entre los enfermos de Madre Teresa

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En Calcuta su recuerdo sigue vivo entre las hermanas que cuidan a los más necesitados. Ayudar a los que sufren es la cura para la lepra de Occidente: la soledad.

El voluntario llega a la callejuela donde está el letrero que reza Mother House. En la pared de enfrente han pintado una hoz y un martillo. Una hermana vestida con un sari blanco bordado de franjas azules aplica unos polvos de color mostaza a las desolladuras de un perro cojo. Al entrar, al voluntario lo acogen las sonrisas de otras dos monjas. En el primer patio, una estatua gris de la Santa tiende una mano con la palma boca abajo para que los peregrinos bajen la cabeza y reciban la bendición de la escultura.

Ingresando en un patio más amplio al que dan cuatro pisos de celdas y despachos, una breve escalinata conduce a mano izquierda al cuarto de Madre Teresa (con su cama, su banco y su escritorio). Tirando por la derecha se acaba llegando a su tumba.

Ahí, todo es un flamear de saris blancos en un ir y venir de fieles que cantan y rezan en la misa que oficia un cura joven. Dan vueltas en el sentido de las agujas del reloj y desgranan toda una ristra de peticiones milagrosas apoyando la frente en una losa. Es de mármol grisáceo y de su centro brota un corazón de pétalos de rosas rojas. Una mujer coge uno y se lo come como si fuera una hostia consagrada. A través del contacto con la estatua y el sabor dulzón del pétalo se busca algún tipo de proximidad sensorial con Santa Teresa, cuyo nombre original en albanés significa por cierto Rosita.
 
calcuta2La acogida

El voluntario pregunta si puede visitar uno de los centros en los que viven moribundos, leprosos, enfermos y otros desamparados. Para recibir a los visitantes que quieran saber algo más está Sor Blessiella, que responde al tópico de la monja severa: "¡Pero si apenas queda tiempo! Debería haberlo solicitado por escrito. Ya se ve que Vd. no entiende nada de lo que hacemos aquí. Pero, bueno, preséntese mañana a misa de seis y veremos lo que se puede hacer." "Le ruego me disculpe", responde el voluntario pensando en un famoso dicho de la Santa: "El sufrimiento es un don de Dios".

Amanece. Las calles están desiertas. En el primer piso, 100 monjas y 60 voluntarios rezan de rodillas. Las novicias admiran extasiadas a un cura español con barba y concentran sus miradas en un Cristo Crucificado que se encuentra detrás de él y al que de verdad se parece mucho. La Madre Superiora tiene más de 70 años pero resiste también de rodillas, pálida e impasible junto a una hermana Organista que, al teclado, ondea como transportada por un canto angélico a dos voces que desafía a los berridos, los bocinazos, los gritos y los ladridos que se cuelan por las ventanas abiertas.   
 
El rezo

Y hétenos aquí una comitiva de 45 fieles de Madrid dispuesta a vivir el último de sus dieciocho días de voluntariado. Mujeres con trenzas, camisetas y pantalones estampados tipo "vengo de una hora de yoga". Hombres con pantalones pirata y coleta. Tras una hora de avemarías, meaculpas, aleluyas y padrenuestros, una monja se adormece con el breviario en la mano.

Hace calor. Estamos en Calcuta. Es verano. El voluntario casi que se lo piensa. Piensa en el aire acondicionado. Pero ya es demasiado tarde. Desayuno de pan de molde, plátanos y té con leche para, luego, salir y pegarse una caminata de 40 minutos de sudor atravesando los barrios bajos, esquivando carros del culí, jeeps de la policía, trenes, cacas de vaca, vacas, individuos que se enjabonan en duchas colectivas, niños que les quieren tomar el pelo a los extranjeros, cuadras a cielo abierto, montañas de basura por todas partes, multitudes bajando del tren mientras canta, melancólica, una mujer al fondo del andén.

calcuta3Todo parece tan bien coreografiado. Pero el voluntario sabe que hay que armarse de paciencia. Alguna alegría deberá de proporcionar La Ciudad de la Alegría. Llega por fin al portón azul de Prem Dan, casa para moribundos y desamparados tal y como se lo había advertido la hermana americana del registro de entradas. Mutilados con las gasas manchadas de yodo, enfermos y discapacitados sentados bajo un techo de chapa ondulada tomando el fresco. Los que están en un estado más grave se encuentran en un gran dormitorio. Un hombre con una malformación estomacal del tamaño de un recién nacido y las piernas y los brazos esqueléticos yace en su camilla. Otro, en los huesos, se agacha y ya no se quiere volver a poner de pie. Un ambulancia se lleva a un muerto.

Hay que subir a la terraza que hace las veces de tejado. El voluntario se pone un delantal y durante dos horas, pañuelo anudado a la cabeza a lo Mauro Corona, escurre trapos, pantalones cortos, camisetas, blusas, paños y sábanas con un calor abrasador. A tres chicos españoles les ha entrado la vena mística. "Para mí, el hombre es bueno por naturaleza. Lo que pasa es que luego lo corrompen", dice Francisco, papa-boy catalán con una pulsera que advierte: "Digan no a las nuevas drogas" (la pornografía, explica). Lucas, el andaluz, es un escéptico: "No creo en un ser superior. Creo que hay seres iluminados como Madre Teresa o Vicente Ferrer, que han cambiado algunas cosas del mundo. Pero no creo en el Dios cristiano o en el paraíso. Aunque, si hay un infierno, ¡seguro que tiene una sala VIP para catalanes!"; y lo dice dándole una palmada a Francisco.
 
El trabajo  

Aquí ya sí que se empieza a percibir un atisbo de esa euforia y esa energía que van en aumento por mucho que estén rodeadas de sufrimiento y muerte. O quizá sea precisamente por ello. Cuanto más desagradables y humildes resultan las tareas, mayor es la carga de aquéllas que parecen infundir a los voluntarios en su desempeño. Por no hablar de la sensación de unión, de esa cura para la que Madre Teresa llamaba la lepra de Occidente: la soledad.

Así, Alfonso, vasco corpulento y hablador, visita a los desamparados ofreciéndoles cortarles las uñas de los pies y de las manos. Andreas, el hippie argentino, parece feliz vaciando cuñas llenas de orina después de haber hecho las camas de medio dormitorio entre enfermos en diálisis, tuertos algunos, otros con malformaciones en las extremidades pero todos con una luminosa sonrisa en la boca.

Llegó la hora de fregar los platos y los vasos. Rocío, María y Cristina, tres hermanas madrileñas, dicen que en el sector femenino se hace más o menos lo mismo. "Sólo que, además de cortar las uñas, las pintamos", ríe María. Pilar regresa mañana a Madrid. Retoma su trabajo como secretaria de notaría. "Se trata de una experiencia que te cambia. Durante los tres primeros días, el shock es total. No pensaba que fuera capaz de aguantarlo. Calor, ruído, hedor, perros, cuervos, suciedad, comida. Trauma. Luego, te acostumbras. Pero ahora estoy feliz de volverme a casa. Nada que ver con las vacaciones en la playa cuando el final rima con tristeza..."

¿Volun-turismo? De alguna manera. No se puede negar que hay quien se entrega a estas dos o tres semanas de Madre Teresa no por vocación sino para vivir una experiencia, para decir que lo han conseguido.
 
Volun-turismo  

Andy es un estudiante alemán. Alto, delgado, de simpática sonrisa: "La próxima etapa: Benarés y Bombay. En tren. Vine para tener una experiencia. No soy muy religioso. Quede claro que le entrego el 0,08% a la Iglesia pero si vine fue para comprender. Ver a la gente durmiendo al raso o estar aquí con los desamparados es impactante. Pero a nadie le sirve que tú te emociones, que empatices. Aquí se da el callo. Y esta experiencia me servirá cuando piense que las cosas no me están saliendo como quisiera en Alemania, cuando me enfade porque no haya wi-fi o no encuentre un Starbucks. Entonces, me acordaré de que afeité a un enfermo tembloroso en Calcuta."

calcuta4Keith, ex-legionario neozelandés, se centra en llevarles bandejas de té caliente a los necesitados en tanto que Lucas admite mientras enjuaga los vasos de aluminio que, al cabo de tres semanas, "¡Qué aburrimiento! ¡Siempre lo mismo!". Más allá, el argentino le grita a un grupo de voluntarios que han sacado sus móviles: "¡Pero os parece el lugar más apropiado para hacerse un selfie?"

Sor Sabina se acerca. En 1961, a 18 años, tomó los votos en Kerala. Madre Teresa vino en persona a la estación a recogerlas a ella y a su hermana. "Llevaba en la mano nuestra carta. Nos dijo que fuéramos con ella. La seguimos. Fue un viaje cansado, nunca habíamos cogido el tren. Luego, nuestra vida cambió. Mi hermana se fue a Siberia. Ahora está en México. Tiene 80 años. Yo me he recorrido toda la India con las monjas misioneras. De vez en cuando vuelvo a Kerala para ver a mi familia. Pero ahora ésta es la familia. ¿Como era la Madre? La madre es la madre. Lo es todo. Era la madre que me llevaba las medicinas a la boca cuando yo tenía fiebre. Ésa era la madre. Todo corazón. Todo amor".

Y así prosigue la cosa hasta el atardecer. Lepra, enfermos terminales. Dolor. Pero fuerza. Por la noche, vuelta a la Casa Madre. "Lo que se vive externamente aquí -concluye Pilar, católica practicante- es lo que siento dentro de mí durante la oración." La jornada es larga pero, al final, aun no siendo creyente, el voluntario siente con sorpresa que no está cansado; antes bien, que tiene incluso más energía que por la mañana a las seis. Ese voluntario soy yo.

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