decine

Wild

Me sorprendió el año pasado Jean Marc Vallée en “Dallas buyers club”, este señor tiene algo, esa cosa que te distingue del resto hagas lo que hagas. Pues sí, “Wild” es una grata sorpresa en casi todos los sentidos. En primer lugar Reese Witherpoon. Fui a ver esta película, con, en general, buenas referencias, aunque condicionado por la protagonista, a quien recuerdo por su cara de pasa infantil y por papeles absurdos en películas para dormir la siesta a mediodía frente al televisor que tradicionalmente ha perpetrado. Además, en uno de esos olvidables films fornicó con Mark Walberg, el peor actor del mundo, personaje odioso por excelencia que debería ser enviado a Marte en misión sin retorno. También me quedaba, en la retina y la memoria, el recuerdo y la sospecha de que “Wild” pudiera ser una copia de “In to the wild”, la algo excesiva obra de Sean Penn sobre el genial libro de Jon Krakauer del mismo nombre (Krakauer marca un antes y un después cuando lo lees).

Pero, a pesar de estas inevitables comparaciones y similitudes, Vallée aporta cosas, importantes, se deja llevar por sí mismo. No es fácil de observar esos detalles a simple vista sin la mirada tamizada por la memoria. Son imágenes oníricas sueltas, flashes y flashbacks que inundan el subconsciente del espectador a través de esa parte oculta, Bergsoniana, de la protagonista. Lean algo a Bergson, si se atreven ustedes. Todos tenemos esas cargas bajo la superficie, esos lastres que hunden pero que, al mismo tiempo, alimentan la vida. “Wild” es así una película más de paisajes interiores que de exteriores y aunque una road movie montañera como ésta podría caer fácilmente en la contemplación paisajista Vallée elije no ensuciarse haciéndolo.

wild2Reese Witherspoon, extremadamente delgada y amoratada por dentro y por fuera, transmite esa fuerza que da la consciencia de la fragilidad propia. El humano consciente es fuerte porque sabe de lo quebradizo de su ser y juega con más facilidad al “nada que perder” de la vida. Witherspoon transforma su cara de tonta de siempre en la de una tía atractiva, salvaje y algo pirada. Su relación con su madre, interpretada en los flash-backs por una cada vez más facialmente momificada Laura Dern (nunca entendí lo de que fuera actriz fetiche del colgado de David Lynch, tiene un rostro desagradable de cojones), marca el verdadero desarrollo de la historia, más que los desiertos y las montañas.

Asumir los fantasmas, convertirlos en parte del fluir propio de la vida, esa es la cuestión en sí de “Wild”, más que la aparente superación de los obstáculos físicos. La soledad es el Everest a escalar por el humano, la auténtica ruta insuperable, y por muchos libros de autosuperación que se lean y consejos que se reciban en algún momento hay que enfrentarse cara a cara con ella. Es un muro infranqueable al que sólo tus paisajes interiores y tu empatía hacia los tuyos pueden ayudarte no a rebasarlo, sino a conseguir vivir con él delante. Darse cuenta de que la batalla está perdida, de que la adversidad es una parte más, e inevitable, de la existencia, que la muerte es un elemento esencial de ella (tanto la propia como la ajena) es una asignatura difícil de aprender y una corriente interna casi imposible de domesticar para conseguir, al menos, un equilibrio interno suficiente. Y negar la evidencia, o apartarse de ella, tampoco es una solución, ni la mejor de las drogas le consigue un sueño eterno a los vivos.

Las miradas del caballo al humano, esos ojos enormes e inquietantes, sólo esos planos ya valen la pena por sí mismos para acercarse a ver esta película. En medio del frío y de la nada incluso hombres y animales domésticos son capaces de reconocerse como compañeros de viaje y fluir juntos. Ripple in still water, when there is no pebble tossed, nor wind to blow.

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71

La guerra ha sido tan representada en el cine que, es cierto, ya resulta un poco coñazo. Si además una película trata sobre el sempiterno conflicto enquistado en el Ulster, ese que enfrenta a los mascachapas lealistas británicos contra los siempre pintados como pobrecitos y sin embargo rancios terroristas católicos del IRA, entonces apaga y vámonos. Entiendo perfectamente la postura de mi acompañante habitual, que se opuso frontalmente a entrar a la sala donde ponían “71”. Finalmente, alentado por las críticas favorables y por mi espíritu dictatorial vencí su resistencia.

He de decir que en el pasado no soporté peliculitas de “buenos y malos”, moñerías típicas como “En el nombre del padre” (monumento una vez más a la egolatría de Danny Day Lewis) u odas a la santidad de los católicos irlandeses como “Domingo sangriento”. Al comienzo parecía que “71”iba a ser “más de lo mismo”, además aderezado con unas escenas estilo “Rambo III”, llenas de ese espíritu castrense trufado de ese típico honor, camaradería y fuerza que tanto aborrezco. Por suerte, la cosa cambia rápidamente. El grupo de mozalbetes bien afeitados vestidos de caqui se encuentra con la cruda realidad: hostias por doquier por los cuatro costados y verdadero paisaje bélico, guerra urbana sucia. Y no precisamente en un territorio donde las lindes entre buenos y malos se distinguen con claridad. La guerra en el Ulster es en realidad un único monstruo con varias cabezas, incontrolable, un terreno más parecido al far west que a un campo de batalla al uso. No hay allí ni santos ni demonios, sólo hijos de puta tratando de sobrevivir en medio del caos irracional.

712Aunque esta road movie de huída se me hizo pesada en algunos momentos, quizá por la insensibilización que sufrimos ante el dolor humano visto en una pantalla, “71” tiene ratos hasta de buen ritmo, y algunos personajes bien esculpidos por la metralla y la humedad del lugar. Durante la noche, desde las partes altas de Belfast, puede observarse cómo los paisajes oscuros son arrasados por el fuego y escucharse la banda sonora de esta ciudad maltratada, su música de explosiones y tiros, una sinfonía sin final con unos músicos empeñados en alcanzar cada cual la nota más alta.

Tras la peripecia existencial al límite, para el soldado no termina una batalla, sino la noche de los muertos vivientes. Ha visto el horror y retorna hacia el sol. Se da cuenta de que lo importante es el día a día y de que el tiempo perdido no se recupera, que hay que aprovecharlo y exprimirlo con los tuyos, a toda costa y sin perder un minuto. Nunca se sabe se sabe cuántas veces se verá el amanecer a lo lejos, ni si al día siguiente desaparecerá por sorpresa su luz.

Pero lo más destacable de la película se desarrolla al observar cuando, en el preciso instante de la muerte, hasta el pistolero más avezado mira al enemigo como si fuera uno de los suyos, como si en su viaje dando vueltas alrededor del sol la persona a la que estaba enfrentado no fuera más que un compañero, una sombra humana a la que aferrarse en ese instante final que es la enorme soledad hacia la nada. Esa mirada de hombre a hombre en la que, ante el agujero infinito del fin de la existencia, los oponentes se diluyen y pasan a ser semejantes. “71” afortunadamente no sólo hablaba del Ulster.


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Leviathan

Cuando era pequeño, en las batallas que librábamos con soldaditos de plástico siempre iba con el bando de los pro-soviéticos. No sé por qué, pero durante mi juventud siempre fui muy antiyanki, y tenía una imagen bastante romántica e idílica del telón de acero; los americanos eran unos gilipollas y los rusos unas bestias pardas a los que admirar, tío Stalin era un tío simpático de sonrisa burlona y Breznev ese abuelo que nunca llegué a conocer. Esa entelequia se me ha ido, afortunadamente, diluyendo. Rusia es ahora para mí sinónimo de burocracia, mafia, latrocinio y falta de humanidad. ¿Qué quiere decir “humanidad”? En fin, corramos un estúpido velo sobre la "humanidad". Esa es la linea que metafóricamente traza “Leviathan”.

Rusia es hoy una caricatura mala de lo que fue, un paisaje decadente de edificios en derruidos y de barcos semihundidos en el contaminado mar Caspio o en el casi extinto mar de Aral. Pero las desgracias no son por obra y gracia de la ideología, sino de la propia condición humana, el más repugnante de los contaminantes, más potente que Chernobil en pleno incendio. Tras la época del llamado “procedimiento de choque” privatizativo capitaneado, tras la grotesca glásnost gorbachovesca, por Yeltsin y Gaidar, una serie de “amiguetes” del poder metidos a mafiosos de nuevo pelo expoliaron al país de su riqueza y, lo que es peor, de su contenido, de su alma. En realidad eran los mismos de siempre, los que antes habían esclavizado a las masas mediante el puño de hierro del KGB, los que las habían mandado al gulag durante la era soviética, que ahora se metían a capitalistas salvajes. Hoy en día, Rusia arrastra la misma burocracia anquilosada y la misma tiranía abyecta que en el pasado, lLlámalo soviético o zarista. Pero ahora, para colmo de males, suma sobre sus espaldas el peso de una enorme, gigantesca, desigualdad social. Es un estado gobernado por una mafia supuestamente democrática ("Democracia", otra palabra para cubrir con otro tupido velo), sin justicia ni rumbo. Es el país del “esto es lo que hay, y si no le gusta se jode usted”.

leviathan2“Leviathan” habla de esa falta total de esperanza. Resignación y vodka, es lo único que les queda a muchos en ese inmenso territorio congelado por dentro y por fuera, un país enorme hundido hasta la cintura en un infecto permafrost. El vodka no sirve sólo para calentarse al ruso, sino también para olvidar el presente y para recordar supuestos mejores años, donde casi cualquier tiempo pasado fue mejor a pesar de cualquiera de los pesares. Resignación, ahora cristiana, donde antes huvo resignación soviética atea. Siempre les toca pagar a los mismos bajo la bota del vecino, del que es más listo o del que se mueve más deprisa para arrimar el ascua a su sardina. Aunque, al menos, antes papá estado aportaba cierta pátina de dignidad aún bajo su brutalidad, y pagaba, en parte, la calefacción de los pobres.

Rusia es ahora el país donde todo vale y donde todo es posible. Donde gobierna un taxista de Leningrado antiguo trabajador del KGB. Rusia es ese gigantesco “Leviathan” barado en la playa, devorado hasta los huesos por las aves carroñeras más voraces: los hombres. Un país de guerras patrióticas donde los popes han sustituido a los comisarios políticos, donde la mafia ha tomado las riendas del juego, ese que antes manejaba embriagado hasta las trancas el politburó.

leviatan9En los títulos de crédito iniciales de la película de Andrey Zvyagintsev puede leerse que el film cuenta con la financiación del Ministerio de Cultura Ruso. Me froto los ojos, incrédulo. Dentro de la vorágine sin fin del régimen putinesco, la crítica hasta ahora se combatía directamente con dosis Polonio suministrado en ricos platos de sushi o de caviar Beluga. ¿Qué coños pasa aquí? ¿Putin se ha vuelto blando? ¿Ya no habrá más Politkóvskayas ni más Litvinenkos? Quizás la respuesta sea que ya da todo un poco igual, que han vencido la resistencia de todo bicho viviente, que han carcomido hasta el esqueleto al país, que la resignación es la moneda corriente del pueblo ruso a través del tiempo y de los regímenes del color que sean. Esa resignación una divisa mucho más potente que el rublo o que el petroleo de Yukos, más ladina que el maquiavelismo de los Berezovskis, de los Jodorovskis, de sus barbudos popes o de sus putas madres. Todos a Siberia, todos al gulag....


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lanochemasoscura