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Sacro GRA

No he estado nunca en Roma, Italia no es mi país favorito, y por mucho que tratan de convencerme a cerca de las maravillas de la supuesta “ciudad eterna” no consiguen atraer mi interés. Roma me suena a cartón piedra, como el resto del país en el que siento como en ningún otro sitio que “perro come perro”. Pero “Sacro Gra” no habla de la patria chica de Rómulo y Remo, no, ni por asomo. Al principio de la película hay una declaración de intenciones. El autor quiere referirse a una parte que todas las ciudades tienen y en las que el turisteo y el gafapasteo no repara: la sempiterna autopista de circunvalación. Muy acertadamente la caracteriza como “los anillos de Saturno”. Roma es Saturno, devorador de su hijo, pero ahora fagocitado por sus propias larvas interiores. Como las larvas parásitas que se comen el interior de las frondosas palmeras.

Alrededor de la “Sacro Gra” sobreviven unos habitantes parecidos a los desheredados que la Tyrell Corporation no dejaba salir del pútrido planeta debido a su imperfección, los que sobreviven en los márgenes. Roma es esa Tyrell Corporation, decadente, pero lo que hace es no dejarles entrar a su supuesto centro, paraíso terrenal del esnobismo y de una supuesta maravillosa cultura antigua. La Roma imperial obligaba a enterrar a sus muertos en los márgenes de las vías exteriores, tal como ocurre ahora. Todo lo que no se quiere ver allí es desterrado.

gra2Todas las grandes ciudades tienen su circunvalación, a modo de frontera y de muralla. A su alrededor habita todo tipo de fauna, lumpen que aspira a acceder a su interior y que admira en la distancia lo que tan cerca, pero al mismo tiempo tan lejos, está de ellos. La urbe nunca los aceptará. Los de dentro y los de fuera quieren ser aspirados por la fuerza centrífuga de la ciudad, se aferran a esa gravedad para no salir despedidos hacia el exterior. Cada ciudad es un planeta que gira alrededor de una estrella, y por ella pululan una serie de elementos fugaces que se diluyen entre el paisaje polvoriento a veces y húmedo otras, entre el frío y el calor, entre la nieve y la lluvia, como actores secundarios en la acción de la catarata de asfalto que siempre fluye.

Las carreteras son los nuevos ríos, igual que los televisores sustituyeron a las hogueras y que las ventanas a medio abrir que ocuparon el lugar de los cielos estrellados. Viendo esta “Sacro GRA” a mi lado se durmió mi acompañante. Un señor de cierta edad que se sentaba a mi lado y yo no nos perdimos ripio de lo que salía en la pantalla. Su mujer, sentada más a la derecha, se quejaba de aburrimiento y de sueño. “Vámonos, papá, tengo sueño”, no paró de decirle. Pero parece ser que a él y a mí nos gustan esas fieras cotidianas que habitan en el extrarradio. “Blade Runner” puede suceder a muy pocos kilómetros del Foro Romano, del gran Coliseo o de la cuidad de pecado de El Vaticano. La nevada cae sobre el cementerio humano, se suceden las estaciones entre las luces de freno de los coches, y la Sacro GRA brilla somnolienta sobre las ruinas de lo que pudo ser y fue, y sobre el espectáculo de lo que es.


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