Bonifacio Singh: Madrid Sumergida
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Leonidas Breznev (nada ni nadie)

Hay que poner
de moda
odiar,
pero no te vayas lejos
porque este viaje es muy
corto.
Yo seré
tu reloj
tu salvación
tu nota al margen
tu zarza ardiendo
la que sí se quema
y tu luz blasfema.
Yo seré
tu santo y seña
y tu valor
el clavo
en tu ataúd
yo seré tu campo
y tu asfalto
seré tu bronce
y tu miga
de pan
tu ladrillo
y tu río desbordado
tu puente y tu lluvia.

¿Piensas que es
suficiente?
No porque pongas la música
alta
la escucho,
estoy hasta la polla
de comer pollo.
Yo seré
tu memoria
y tu llaga,
el Ketchup
en tu salchicha,
tranchete
caducado
en tu
bocadillo
tu comida basura
tu agua sucia
la tapa de tu water
desafiantemente levantada.

Lobos bailando
con corderos,
en esta tierra
seca
no se puede
nadar
sin salir a
respirar
mugre.
Miento incluso
cuando digo la verdad.
Yo seré tu boxeador
de puños de mantequilla
y mandíbula de
cristal,
seré tu león
casi siempre
cobarde,
tu estatua de marfil
que caga mazapán.

Ni a ti ni a mi nos importa
una puta mierda
el futuro
de la especie
ni ser felices
ni nada ni nadie
desde tu cama,
como una gota
estratégicamente lanzada
desde mi prepucio
hasta su cara.
Yo seré tu
Erick Honecker
besando en la boca
a Leonidas
Breznev.


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Consultoría

Madrid, la ciudad donde casi nunca nieva, pero sin el casi. Madrid, experimento cinegético de las multinacionales farmaceúticas. Madrid adoradora de la espuma. Mi madre siempre me cuenta, tres o cuatro veces a la semana, que el día en que nació mi hermana, a mediados de noviembre, colgaban chupetes de hielo de nuestro balcón. Pasadas unas décadas, noviembre es casi una prolongación del verano, otoñea cada vez menos. Ahora estamos atravesando al “general febrero”, como decían los rusos de Stalingrado, pero es un alto oficial degradado a simple cabo chusquero, de esos que roban la mitad del rancho. ¿Dónde estamos? Cómo con mi madre la sopa recalentada de verduras descongelada mientras vemos “La ruleta de la fortuna”. Siempre quise participar en ese concurso, sueño con romperles la banca, con resolver el panel imposible y con estrangular al cantante que ameniza con gallos el concurso. “Pobrecillo, ¿quién lo habrá enchufado?”, dice mi madre al verle entonar. Sueño con mentir como un cabrón en el cásting para conseguir al fin que me llamen, diciéndoles que soy tornero fresador y que me gustan las películas de Stallone, incluso las porno iniciales de su carrera. De segundo comemos filetes de pollo, también descongelados, yo les añado encima una salsa barbacoa barata que compro en el Alcampo. Me cuenta mi madre hoy que Almudena, la peluquera de toda la vida del barrio, acaba de morir, llevaba un tiempo en silla de ruedas, habrá descansado en paz. Mi madre se ha enterado hoy. Su hijo murió hace pocos años de un derrame cerebral, seguramente a causa de las sustancias que ingería con asiduidad. El padre y marido de ellos se fue al otro barrio ya hace un par de décadas. No queda ya ninguno de esa estirpe, ni el perro que siempre paseaba con David, el hijo, el pobre can que hace dos años murió de viejo. Muchas muertes, hablamos casi siempre en las comidas de muertes o enfermedades, como elaborando una especie de vacuna de las propias que inevitablemente nos esperan, de la extinción de nuestra ralea.

consultoria2Mi progenitora y yo somos de otro tiempo, de uno que ya se está muriendo, que está casi palmando, vamos derechitos al negro hoyo. No somos de esta época, de los geek, de los palos de selfies ( el gran invento que sirve a partes iguales para hacer el gilipollas y para darte placer anal), de la consultoría. “Consultoría”, un vocablo chusco, de sentido muy abierto, de enorme extensión y referencia, que huele y sabe a humo. “Consultoría”: dícese de estudiar en universidades caras del primer mundo para administrar bien el mal ajeno en el tercero. “Consultoría”, un cajón de sastre lleno de caspa y mierda a partes iguales. La encargan los vagos o los idiotas, y los antiguos como yo preferimos a los hijos de puta conocidos que a los boludos por conocer. El fontanero es consultor de cubos sinfónicos atascados de caca, venga, vale ese sí me sirve. Pero, aparte, hay otros miles de tipos de consultores, que no desatascan mierda, sino que se dedican al disimulo, a viajar al tercer mundo a administrar las limosnas de las ONG, en plan turista accidental. A veces los consultores los empalan los bravos mandingos de las minas de coltán, o los ajusticia el ISIS, y no no puedo negar que me río para mis adentros y para mis afueras. Señor consultor: ¿crucifixión? Sí, por favor. Pero, aún debajo de ese permafrost de hez, en lo más ruin del subsuelo, por debajo del imperio subterráneo de las ratas, están los consultores a sueldo de fundaciones lavadero y de estados absurdos, de esos que gobierna gente a quien le gusta sacar leyes que obligan a llevar la ropa interior por fuera. No puedo ocultar que Maduro es uno de mis héroes, porque me encantan sus chandals y su bigote a lo Sadam Hussein.

Sospecháis de esta verborrea, ¿verdad? Hay algo raro en mi supuesta argumentación “¿Toda esta mierda para hablar de Monedero?” Más o menos. No sólo de Monedero, aunque él es el hombre de moda. Es que no puedo disimular que uno de los estratos de la sociedad que más repugnancia, si cabe, me provocan es el de los departamentos universitarios. Qué hijos de puta con licencia para decir misa. Nunca me gustaron las iglesias, prácticamente me obligaron a hacer la comunión. Para escuchar misa prefería las aulas, sin duda, me siento cómodo haciendo crucigramas o sudokus en las clases de la universidad, allí sentía un calorcito reconfortante, como si asistiera a un oficio en la catedral de Chartres, y los catedráticos y profesores tradicionales me acunaban, me hacían pasar el rato en amor y compañía. Hasta que el hijo de puta de Ángel Gabilondo, con su cara de follar de canto para no asustar a la hembra, implantó el Plan Bolonia, que convirtió ese paraíso en continuas charlas de café entre profesores y alumnos con ansia de notoriedad. Dichosos los que no tienen que disfrutar de más dialéctica que la escrita sin rendir a la usura de la erudición oral vasallaje.

Destruyeron mi lugar favorito, donde se vegetaba tan agradablemente. Esas clases ahora aumentan el ego sin fondo de personajes como Errejón, que es uno de esos tipos a los que antiguamente amenazábamos desde las filas traseras de las aulas. Errejón es uno de esos gilipollas que impiden e impedían el camino a gente con verdadero talento. Sí, he conocido a algunos tipos con verdadero talento, además conjuntado con los huevos suficientes como para hincar los codos de verdad, tíos ante los que hago genuflexión sin dudarlo. Ninguno de ellos ha llegado a nada en los departamentos universitarios “gracias” a los Errejones hijos de puta de turno, a su sempiterno talante chupapollas. Dirán que me pongo un poco dramático, pero es cierto lo que digo, los odio a muerte. Ahora me arrepiento de no haberme cargado a unos cuantos en su momento, cuando los teníamos a nuestro alcance, hagamos crowfunding para pagarles un viaje a Mosul para intentar convencer a los de ISIS de que matar es malo para el colesterol.

consultoria4¿Qué queda en Monedero del joven Pasha Antipov, ese que miraba atolondrado a los ricos desde el exterior de las cristaleras de los restaurantes cuando iba de “manifa”? ¿Se ha convertido totalmente en Strelnikov? ¿Vive en un tren que viaja sin rumbo buscando a la casta de los rusos blancos para arrancarles los huevos? Yo pienso que no, no tiene cara de tener huevos. Él sigue soñando con follar con Carmen Lomana, su Lara de turno, en el Ritz, porque en realidad todo el misterio humano trata de eso, de follar. A pesar de haber ejercido el poder de profe universitario charlatán sobre las alumnas durante años, en la cara de Monedero se nota a una legua que no ha follado lo suficiente.

consultoria6Quito la televisión justo al comenzar el Telediario. Luego sesteo un rato al calor del radiador de gas natural argelino o libio. Entra en mi mente, poco a poco, el rumor del sueño mientras escucho cómo Rick Harrison insulta sin mala intención a Chumlee. Luego me despierto y, para curar malos sueños, espero hasta que oscurece. Entonces salgo y camino durante cincuenta y dos minutos exactos desde mi casa hasta la Puerta del Sol, de Varikyno a Yuriatin y, luego, en la puerta de La Mallorquina, cojo el metro, de vuelta. Todos en el vagón viajan acompañados por sus móviles, con los que viven una apasionada historia de amor en medio de la tundra helada de la meseta. Uno washapea, otro juega a mierdas, otro ve “Pasapalabra”, ese concurso tan aborrecible con ese presentador que se cree guapo y listorro. Salgo a la superficie el primero de mi tren, trepando por los escalones a saltos, Ahí arriba se ve la luna, ahora que el viento y la lluvia medio ácida han limpiado los cielos de Madrid. Y allí, en algún sitio, está Marte, adónde algún militante de Podemos viajará en la próxima expedición sin retorno patrocinada la China post apocalíptica, por El Corte Inglés y por un par de compañías petrolíferas de un jeque. Dirán, como reclamo, para que los incautos se alisten en la suicida empresa sin preguntar, que les acompañarán un par de astronautas yonkis prositutas rusas, traviesas y abiertas a todo. Folla pagando y al final acabas ahorrando. Mala ciudad Madrid, experimento de consultoría, ciudad borracha de revolucionarios del superyo. Madrid plutócrata. Madrid, restaurante antropófago de lujo. Madrid descabalgada. Madrid en cohete espacial hacia Alfa Centauro, sin billete de regreso. Madrid sorbiendo sopa recalentada. Madrid, ¿dónde has estado?


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Raíces y hologramas

Era pleno agosto, pero el sur de Francia vivió una especie de invierno glaciar transitorio veraniego. Aunque en realidad estábamos pasando unos días en la alta montaña del Sistema Central, digamos que el frío era algo lógico, con explicación. Aquella mañana me sentía raro, con los pies congelados, algo que casi nunca me sucede, nunca tengo frío. Aparcamos el coche y subimos a pequeños pasos hacia el Puy Marie. Siempre te digo que camines como si fueras una niña, que todo es cuestión de ritmo, de no subir demasiado tus pulsaciones, de no petar en el intento. Mis pulmones son como dos odres, reconozco que algo más grandes de lo normal, los tuyos como dos pequeños bolsillos alojados debajo de las tetas. Mi padre y mi abuelo murieron por cáncer de pulmón, y seguramente yo también lo haga dentro de no mucho tiempo. Cuando alcancé el punto más alto del monte, miré hacia abajo y te vi allí, con la cara casi amoratada, algo desencajada. Hacia el otro lado, la niebla comenzó a levantarse, dejando un claro entre las nubes de plastilina blanca. A lo lejos, a mil y pico de kilómetros, tras enormes llanuras y montañas, pude vislumbrar Madrid. Desde cualquier punto del planeta veo Madrid, incluso cuando duermo o cuando sueño despierto.

Madrid está construído sobre roca dura debajo de toda una capa vegetal, animal y mineral, no es más que un monte árido en medio de un páramo. Lo que hay encima, cemento, madera y carne, existe sólo circunstancialmente, es todo un holograma. Asciendo cualquier montaña y cuando lo veo latir a lo lejos me doy cuenta de que es una simple ilusión, producto de mi imaginación, de millones de imaginaciones que lo habitan o lo han habitado, no es más que una paja mental Jungiana. Mis antepasados, mis dos tribus llegaron desde lugares distantes. Unos llegaron desde lo más frío, los maragatos, un pueblo maldito del norte que practicaba una insana consanguineidad. El otro pueblo en el que me reconozco es el de los carpetanos. Sé que pertenezco a ellos porque un día introducirán mis cenizas en una urna y la única joya que conservaré entre ellas serán pequeños cantos rodados de río. Una vez profané una de sus tumbas y hundidas en el suelo pude ver esas riquezas, sin valor más que para ellos, esas piedras redondeadas por el rodar que escondían entre el óxido de sus huesos requemados. Creo que es una especie de metáfora de amor profundo a la tierra.

Una parte de los míos se instaló a principios del siglo pasado en la calle Fuencarral, cerca de la Gran Vía. Los otros en la calle Galileo, pero más tarde se trasladaron al entonces territorio frotnerizo de Tetuán. Nos hemos ido separando poco a pocoAparte de esos últimos mohicanos y morriqueños que son mi sangre el resto de los que flotáis ahora por Madrid no sois más que una numerosa y familia política. Nunca me han gustado las familias políticas, que son un poco como “amigos a la fuerza”, o sea, entelequias.

hologramas2He tenido unas cuantas parejas estables, soy monógamo múltiple. Tras algunos encontronazos con sus allegados sanguíneos, pensé que lo mejor es que pagasen justos por pecadores, y mantener las distancias con ellos. Tengo claro que debo comportarme de forma agradable en su presencia, sin polémicas ni que la mala hostia que me caracteriza salga a flote, hay que convivir pero sin forzar ni fomentar las habituales relaciones artificiales. Pero que corra el aire, que fluya la cosa a mis espaldas, que cada culo viva su vida, su existir no es asunto mío si no se me tocan los cojones. Es una indiferencia casi imposible, un trabajo de Sísifo que nunca llega a ser perfecto.

Puede que aún no te hayas dado cuenta, pero eres totalmente impotente ante el tiempo, ante el paisaje y ante las personas. No se echan raíces en los hombres y en los paisajes que atraviesas, tus surcos a la larga no hieren la roca ni marcan veredas, son ellas los que se instalan en tu interior. La imaginación y la memoria son los motores del planeta, las manecillas que marcan la historia del mundo de los humanos. El paisaje interior se construye con tiempo y se grava a fuego y fuerza en la retina. Las personas dejan surco a base del tesón y el coraje de nuestra imaginación, que necesita sentirlos, pero que es incapaz de seleccionarlos, nuestra mente no es una oficina de selección de personal, es más bien una institución abandonada al estilo del INEM. Somos “amigos a la fuerza” de nuestra esencia. Sólo el flotar silencioso pero imperturbable del reloj cincela a la persona, que simplemente se mantiene a flote a ver qué pasa esperando la ola que la sumerja. Madrid aturde, Madrid suena como los Stray Cats, y entre Phantom, Setzer y Lee Rocker son capaces de hacer, ellos tres solos, mucho ruído.

Los miro, los observo, y meterme en su cabeza es fácil. Es como si calentara su mantequilla con la mirada y después me introdujera dentro de ellos atravesándoles como un cuchillo. Hace unos meses fui a renovarme el DNI. "La foto no es válida", me dijo la chica oficinista con aire de ofendida. "Pero si es de hace poco tiempo", respondí con una ridícula mentira. Hacía mucho que no me miraba al espejo, de repente mi cara se reflejó en un charco y me dí cuenta de que había encanecido diez años. Entonces salí de la oficina a comprar aquellas gafas que prometían dejar ver en el interior de las personas, ofrecían los mismos servicios que el rayo verde pero a la inversa. El chino del bazar me ofreció unas que no llevaban cristales. Decidí entonces comprar unos prismáticos, y empecé a mirarte con ellos puestos del revés. No hubo manera de solucionar nuestro tremendo ataque de miopía de visión interior. Tempus fugit.


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