Se apeó de la motocicleta frente a una verja modernista que imitaba las costillas de un dragón. A lo lejos se vislumbraba la silueta de un hanok (1) de principios del siglo XX. Su misión, asesinar a su dueño. Tras analizar los posibles obstáculos que le separaban de la entrada de la casa, Sung Hyun Su escondió la moto tras un oasis de maleza que sobrevivía al estilo milimétrico que rodeaba la mansión y recorrió el perímetro en busca de un punto débil que de manera instintiva le indicaba su cerebro. Efectivamente, en el lado oeste del muro que rodeaba la finca un árbol le permitiría acceder al interior. Cómo podía saber aquello, le sorprendió, pero no tenía tiempo para analizarlo así que se centró en salvar el muro. Sin embargo, las ramas más bajas estaban a unos tres metros de altura. ¿Cómo alcanzarlas? A pesar de saber que era imposible, probó suerte. Saltó con todas sus fuerzas y salió propulsada hacia arriba golpeándose con las ramas y cayendo de espaldas. No sabía si la conmoción se debía más al golpe contra el suelo o a la impresión de aquel salto inesperado. ¿Cómo podía saltar tan alto? La cara le escocía. Se llevó la mano a la cara y se limpió la sangre que le chorreaba de la mejilla y la frente. No tenía tiempo para limpiarse. Las indicaciones que emitía su mente le urgían a cometer el asesinato antes del amanecer.
Con un salto más prudente logró asirse a las ramas y sortear el muro. Con una carrera ágil y sigilosa se acercó a la casona. Le sorprendió que no hubiera perros guardianes, pero pronto comprendió la razón. Alrededor de la casa se distinguían unos débiles haces de luz que atravesaban en todas direcciones el contorno de la casa. El tiempo apremiaba, no tenía tiempo de buscar y desactivar el mecanismo. Una confianza que surgía de su interior le apremió a atravesar el entramado luminoso y, con una agilidad pasmosa propia de un sulsa (2), sorteó el sistema de seguridad sin que se activara la señal de alarma. Miró hacia atrás intentado asimilar la proeza. ¿Pero qué demonios? Debía continuar. El acceso a la casa no opuso mayor resistencia. De igual modo que había logrado saltar el muro y burlar la alarma, consiguió abrir una puerta lateral e introducirse sigilosamente en el interior. Se dirigió con la seguridad propia de alguien que conocía la casa hacia una puerta ornamentada y pintada de rojo, introdujo la primera combinación de números que llegó a su mente y entró en la estancia, donde dormía plácidamente una silueta. Los primeros rayos de sol comenzaban a iluminar la estancia y ella reconoció al hombre que descansaba en la cama. No podía ser. No podía matarle a él. De entre todas las personas que habitaban el país, ¿por qué a él? El impulso de concluir la tarea era fuerte, y sus manos sin obedecer a su conciencia remataron el plan, inyectando un líquido transparente tras la oreja del hombre. Sung Hyun Su dio media vuelta y huyó, mientras sus ojos se empañaban y su pecho quería dejar de respirar.
En el exterior todo continuaba en calma. Las aves más madrugadoras rompían el silencio con los primeros píos, las gotas de rocío inundaban con frescor el ambiente, la luz rosácea del amanecer iluminaba la tranquilidad del lugar como cualquier otra mañana. ¿Cómo podía respirarse tal paz cuando lo que había hecho cambiaría el rumbo de la historia? Aun embargada por la incredulidad, recuperó la motocicleta y se perdió en la autopista rumbo al sol.
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La bella modelo se estiró y disfrutó del placer de deslizarse por las frescas sábanas de seda. Lo había logrado. Había cazado al soltero de oro por excelencia y sus amigas se morirían de envidia. ¡Ja, que las corroyera por dentro! Ella se lo merecía todo. Tantos años muriéndose de hambre, esculpiendo su cuerpo a base de aburrido ejercicio y operaciones absurdas, haciendo más favores sexuales de los que admitía recordar. Pero el sacrificio iba a dar sus frutos y ahora podría dedicarse a vivir como siempre quiso, disfrutando de una vida opulenta, siendo el centro de las miradas, junto a un hombre perfecto. Dio la vuelta y se abrazó a su marido, se apretó contra él y le susurró un buenos días, pero éste no respondió. Su cuerpo estaba rígido y frío como un maniquí. Elsa se incorporó y le zarandeó sin obtener respuesta.
- ¡Oh Dios mío! ¡Oh Dios mío! – se llevó las manos a los labios. No podía ser cierto lo que estaba ocurriendo- ¡Oh Dios mío, Dios mío! – una mezcla de grito y sollozo se escuchó por toda la mansión.
Segundos después la puerta roja se abría y entraba el personal de seguridad, uno de ellos se llevó la mano al oído y sonó un chasquido.
- Avisen a la policía. El doctor Choi está muerto.
(1) Casa tradicional coreana (2) Élite de guerreros coreanos
En una conversación de sala de espera se me presentó una cuestión moral en la que no había reflexionado en profundidad hasta hoy. ¿Es la caza moralmente reprobable? Desde luego para los vegetarianos, partidos animalistas y una parte de los amantes de los animales la cuestión no ofrece duda. Puede que se trate de personas más evolucionadas que yo, carnívora confesa, porque la cuestión no la zanjé tan rápidamente.
Para analizar el problema comencé distinguiendo entre el tipo de animal que se caza. Dejé fuera de concurso a los animales en peligro de extinción, a los animales trofeo y a cualquiera que no se cace por razones alimenticias. Considero que matar a un ser vivo sin tener una utilidad de supervivencia es extremadamente cruel. Bien es cierto que a mí me toca la fibra sensible aplastar un mosquito o arrancar una flor pero, dejando aparte mi comportamiento extremo, no soy capaz de ponerme en la piel de aquellos que disfrutan con la muerte de un elefante o de colgar cabezas de renos en las paredes (además de ser una horterada escalofriante). No encuentro justificación ni comprensión en acabar con la vida de otro ser vivo por razones que encuentro tan superficiales.
Cosa distinta es la de aquellos animales salvajes de los que podemos extraer alimento, por supuesto, con los límites que reglamentariamente se establezcan y preservando la pervivencia de la especie: codornices, conejos, jabalíes, etc. El asunto de matar a Bambi ya me da más reparo por una cuestión cultural, pero no puedo reprochar a nadie que se alimente con él. Encuentro que en estos casos hay cierta dignidad en la actividad ya que, puestos a comer carne, se ha tenido la valentía de encargarse del proceso personalmente, dando caza y preparando al animal para el alimento. Lo encuentro más honesto que ir a la carnicería y comprar un pedazo informe de bicho, sin haber sido testigo y ejecutor del proceso. Además, el animalito salvaje ha podido disfrutar de la felicidad de una vida libre, en contraste con la de mayoría de animales de granja, hacinados y alimentados con la calidad mínima exigible, en una condición de esclavitud desde su nacimiento hasta su muerte, en la que todos los carnívoros miramos hacia otro lado.
Los vegetarianos y otros defensores acérrimos de los animales considerarán que podemos sobrevivir sin carnes y derivados y zanjar la cuestión ya no sólo de la caza sino de nuestra manía omnívora. Yo no lo tengo científicamente tan claro, así que seguiré con mi mala/buena costumbre (rodéese lo que prefieran).
Entonces, si persisto en comer carne, como me siento responsable del proceso de esclavitud animal (porque yo no cazo), pienso en sacrificar mi bolsillo y comer carne de granjas ecológicas. De este modo, salvo mi conciencia y prosigo con mi tradición carnívora. Pero la solución no es tan fácil como parece. La producción de animales felices y la contribución indirecta a la reducción de emisiones gaseosas al ambiente parece una buena alternativa. Sin embargo, si sólo se comercializara carne ecológica una gran parte de la población no tendría acceso a ella porque no podría pagarla, no sólo por el precio actual sino también por el precio que alcanzaría al tratarse de un producto menos generalizado. Por lo tanto, se generaría una mayor desigualdad. Pero es que además la alimentación de calidad que exige sería difícilmente sostenible ya que habría que destinar una producción ingente de cereal y vegetales para proseguir con esta clase de explotación, con el consiguiente agotamiento productivo de la tierra y la reducción/dificultad de acceso a dichos alimentos destinados a consumo humano.
¿Dónde encontrar, pues, el equilibrio? La solución es muy compleja. Por mi parte optaré por comer una menor cantidad de carne y procuraré que sea de procedencia ecológica, porque necesito que el animal que mato al menos haya podido ser feliz. También aplaudiré a aquellos que practiquen su caza reglamentada y se sirvan de su afición para satisfacer su necesidad carnívora. Sin embargo, tampoco podré reprochar nada a aquel que no puedan permitirse estas vías, ya que no tienen otra opción. Quizás sea necesario un estudio en profundidad que derive una regulación con conciencia que permita a todos el acceso a una carne digna.
Bip,Bip,Bip – un lejano pitido comenzó a despertarla de la oscuridad. La luz empezó a filtrarse a través de sus párpados hasta que fue capaz de pestañear, trabajosamente, y enfocar su campo de visión. Unas paredes y un techo blanco inmaculado. ¿Dónde estoy? Apenas unos segundos después tomó conciencia. El cambio se había producido. Todo había ocurrido tan rápido que todavía no asumía el paso que había dado. Apenas separaban setenta y dos horas el momento en que la tarjeta del clandestino cirujano había llegado a su poder y aquel momento, tendida en una cama a la espera de poder ver los resultados de la operación. Todo había sucedido más rápido de lo que podía imaginar: una cita concertada; una entrevista con un doctor transparente y ubicuo como el Mago de Oz; la sensación de la aguja intravenosa atravesando su mano; cuente hasta… diez, nueve, ocho…
El sonido de la puerta precedió a dos enfermeras. Tras escrutar brevemente las imágenes, una de ellas inyectó un líquido azulón a la vía. No le dirigió una sola palabra, únicamente una mirada heladora. Con lo costoso y exclusivo que era este tratamiento no lograba entender cómo podían contratar a personas con tan poco tacto. No estaba acostumbrada a estos malos modos. En cuanto recuperara fuerzas iban a enterarse de con quién estaban tratando… Un hombre en traje de cirujano entró en la estancia y tras despachar a las enfermeras con cuatro palabras ininteligibles se acercó a la cama de la paciente:
- Soy el doctor Gray. La operación ha sido todo un éxito. La recuperación será rápida por lo que en breve podrá juzgar por usted misma los resultados. Más tarde mi equipo le explicará los detalles de su tratamiento, pero no debe olvidar jamás lo más importante. Todas las noches, antes de dormir, debe inyectarse esta medicación -dijo golpeando con suavidad el conducto teñido de azul–. Es vital que no olvide una sola dosis, ya que potencia la regeneración celular y elimina posibles efectos adversos.
Sung Hyun Su parpadeó gracias a su benefactor y el mundo volvió a desvanecerse ante ella.
Volvió a abrir los ojos, la habitación había cambiado. El aséptico color blanco había dado paso a los colores grises y negros de su alcoba. Se sorprendió de sentirse como un día cualquiera, como si no se hubiera sometido a una intervención tan larga y compleja. Se apresuró hacia el espejo de pie que descansaba junto al ventanal de la habitación. No podía creer lo que estaba viendo. Sabía que los resultados iban a ser satisfactorios pero su reflejo era extraordinario. Llevándose la mano a los labios, ahogó un sollozo, pero no pudo evitar que las lágrimas de emoción rodaran por sus mejillas. Era ella de nuevo. Era un milagro.
No solamente habían recuperado su aspecto exterior sino que sentía la vitalidad propia de una adolescente. El sentimiento de liberación y triunfo la embargó. Una nueva vida se abría ante ella.
Aquella noche, siguiendo las instrucciones del Dr Gray se inyectó el preparado azul, su elixir de la vida. Minutos después, ya era presa de un profundo sueño. Una hora más tarde, el cuerpo de Sung Hyun Su sufrió una leve sacudida. Sus ojos se abrieron como platos y se incorporó de un salto. Se dirigió con paso marcial hacia el armario de donde extrajo una caja grande que contenía un traje negro, que se enfundó con cuatro gestos precisos. Saltó con gracia felina desde la gran ventana de su habitación y salió de la mansión en una motocicleta. Las instrucciones eran precisas…