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¿Para qué sirve aprender una lengua extranjera?

Andaba yo escuchando “Flor de Pasión” en Radio 3 cuando Juan de Pablos pinchó una canción que me gustaba y me sonaba muchísimo pero que no lograba localizar. Así que arrimé la oreja a mi radio-submarino amarillo, que me acompaña siempre en la ducha, y rapidito me fui a Google a teclear la frase que había memorizado. La encontré a la primera, sin esperar a que finalizara la canción, sin necesidad de que el locutor me revelara el título y sin que la aplicación de moda hiciera el trabajo por mí. Y entonces me dio por pensar en la importancia de conocer una lengua extranjera.

Si nos preguntamos para qué sirve aprender una lengua extranjera, estoy segura que una gran parte de la población española le diría a su hijo “estudia inglés/chino/lo-que-esté-de-moda porque es bueno para tu futuro”. En este caso futuro suele traducirse como potencial laboral.

Si tuviera que recomendar a un hijo mío el estudio de lenguas extranjeras diría “estudia idiomas porque te abrirá la mente”. Pero, ¿para qué sirve aprender una lengua extranjera si el aprendizaje es largo, complejo y puede convertirse en una verdadera pesadilla?. A continuación os enumero aquí las utilidades que particularmente he experimentado:

lenguas21-    Como os acabo de relatar, me sirve para encontrar canciones. Escucho una frase, busco por internet y rápido localizo la canción en YouTube. Es mucho más satisfactorio que el que lo haga una “app” de esas. Me hace sentir capaz y orgullosa de entender algo que parecería un galimatías.

2-    También hace posible que pueda leer a escritores en su lengua madre. Hay magníficos traductores, no hay duda, pero en la traducción siempre se pierde parte de la esencia que el autor nos quiere transmitir. Ese espíritu en ocasiones nos lo vuelcan a través de las famosas “N. del t”, pero no es lo mismo.

3-    Es genial para ver películas en V.O. La infinidad de chistes, guiños y juegos de palabras que a veces resultan intraducibles (El Jovencito Frankenstein con su “werewolf”);  por no decir que en el caso de las películas estadounidenses encontramos muchos personajes de origen latino que pierden su gracia en el doblaje (como el personaje de Sofía Vergara en Modern Family) o líneas de guión en español que mutan (desde la escena de Los Goonies con la señora de la limpieza, que en España la pasaron al italiano para que no perdiera su gracia; o el famoso “Hasta la vista baby” de Terminator). Y no digamos apreciar el verdadero trabajo de un actor (aluciné con Matthew McConaughey en True Detective).

4-    Me permite reflexionar, encontrar lugares en común e influencias entre las lenguas que nos rodean. Por mencionar un caso, el adjetivo inglés beautiful y su sustantivo beauty. Si tenemos en cuenta que en francés bello se dice beau… empiezo a preguntarme si estos términos provienen del francés… De acuerdo con la etimología que he encontrado, el término beauty (y su derivación) provienen del  “Middle English beaute, bealte, from Anglo-French, from bel, beau beautiful, from Latin bellus pretty”. Así pues, ¡ahí va!, los de las islas se apropiaron de un latinajo a través del francés. Pero hay casos más graciosos, como el de la palabra alemana para mesa, Tisch, que proviene del latín discus = disco, plato para lo que nos interesa ahora. Los habitantes de las islitas antes mencionadas fueron más vivos y lo adaptaron como “dish”, pero los teutones eran más borricos y confundieron el plato con la mesa…

5-    Disfruto mucho más en mis salidas al extranjero: me permite conocer a la gente ¡e incluso extraigo beneficios! Dos anécdotas rápidas: con un simple “danke schön” la dependienta de una tienda me hizo esperar y salió de la trastienda con un par de galletas abizcochadas; y en la Torre de Londres, después de un rato de cháchara con los vigilantes, nos colaron por una zona no accesible al público.
Además, me puedo acoplar a más visitas guiadas porque el español no me limita. Y también puedo entender mejor la cultura del país siguiendo sus programas de la tele (por cierto, la risa que me pasé con un documental sobre los impresionistas, porque en un momento de la emisión nombraron Manet, Monet y el dinero en la misma frase y sonó algo así como: “Manei”, “Monei” y “mani”… todo un juego de palabras).

6-    Puedo ayudar a un extranjero que me pregunte cuando paseo por los Madriles.

7-    Propicia que amplíes tu círculo de amistades y ligas que da gusto (eficacia probada).

8-    Por no dejar de mencionar que proporciona un uso mucho más rico de internet. Mi lengua materna no me limita. Y voy más allá: ni te cuento si te las arreglas en dos o tres lenguas… puedes conseguir deducir el contenido en otros idiomas que ni conoces estableciendo similitudes (me pasa mucho con el holandés).

9-    Ejercito el cerebro y potencio mi capacidad de expresión oral y escrita (no es la primera vez que primero aprendo una palabra en otro idioma para luego descubrir… que ¡existe una versión muy parecida en español!... qué vergüenza me da confesarlo…).

10-    ¡Porras!, ahora que me doy cuenta, si relleno este párrafo esto se convierte en un decálogo y a lo mejor creo escuela como Lars Von Trier… a ver que piense… ¡Por supuestísimo!: Me sirve para insultar a cualquier imbécil a la cara sin que se entere de qué va la vaina. Y lo a gusto que me quedo… ¡Ah! y su versión inversa. Si me insultan o me toman el pelo el ofensor se queda con tres palmos de narices cuando le hago saber que me he enterado perfectamente.

Visto lo visto, y esto son únicamente mis experiencias (a saber lo que podéis aportar los demás en los comentarios), creo que merece la pena ¿no?.  Por eso yo siempre animaré a aprender idiomas, sin establecer como único objetivo su utilidad para la carrera profesional.

Por cierto, no os voy a dejar con la incógnita, la canción que escuché en la radio era “I Fought the Law”, canción compuesta por The Crickets, popularizada por Bobby Fuller Four y genialmente versionada por The Clash.


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DÍA DEL LIBRO (día del amor catalán y de otros alternativos)

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Por motivos logísticos inicié mi historia de amor un 14-F (resultó ser la primera tarde libre post-exámenes, ¡qué se le va a hacer!). Aunque parezca muy romántico desde un punto de vista cinematográfico o literario, la celebración de un aniversario en semejante fecha es una autentica… pesadilla. La comercialización capitalista del amor exige que los enamorados, semi-enamorados, encaprichados y otros animales se gasten los dineros en demostrar que existe un vínculo emocional especial, único e intransferible. Es la Navidad del Amor: si el 25 de diciembre hay que ser más bueno que Jesusito, el 14 de febrero hay que amar (y gastar) como si no hubiera un mañana. Así pues, el día señalado es cita obligatoria para el ovejismo amoroso que padece una gran porción de la población parejil (para discriminación de los solitarios por convicción o por obligación).

En mi caso, si no fuera mi aniversario, mandaría el día señalado a Corea del Norte, por aquello de ser puñetera y anti-mainstream. Ya nos encargamos mi chico y yo de mostrarnos nuestros afectos los 365 días del año de una manera más original que mediante un estipendio impuesto (en el doble sentido de imposición “moral” e imposición “fiscal”). Con todo, dado que es nuestro día, siempre tenemos un detallito conmemorativo que debe cumplir la siguiente norma: no debe superar los diez euros.

A, Día Internacional del Libro, día del amor a la catalana (que a la sazón tuve el privilegio de presenciar en una ocasión y resultó divertidísimo). Ahora bien, la fecha tenía truco porque la intención de celebrar nuestro día de amor en San Jorge era simple pretexto para declarar nuestro amor por la lectura: el regalo tiene que ser un libro (se admiten comics). Leer ¡qué placer! Un libro no sólo entretiene, desarrolla intelectualmente y proporciona cultura. Un libro es un pedacito de alma que un autor nos cede por un precio (pero el precio de los libros es una historia que debe contarse en otra ocasión, parafraseando a Michael Ende).

Y hete aquí que este año no sólo hemos celebrado la compra compulsiva del libro. Este año también ha consistido en una demostración de amor. Mi increíble compañero de alegrías y desvelos me ha demostrado que me escucha, que le importo y que mi felicidad está por encima de todo (incluso del precio, con lo “agarrá” que soy yo…). Y así llegó el momento del intercambio de regalos. Me desconcertaba el peso del paquete, que no se correspondía con el de un libro al uso. Él, entretanto, pensando que quizá había metido la pata. Sus dudas se disiparon con mis lagrimones de diez minutos de duración y el desgaste de la palabra gracias, que aún siguen padeciendo sus oídos. Y es que mientras escribo este párrafo todavía me emociono al recordar el momento en el que abrí el paquete y me encontré con la trilogía de Arlette Cousture (Emilie/Blanche/Elise), por la que llevaba años bebiendo los vientos y que no logré encontrar ni en cuerpo presente en Fnac-París-Francia. Por fin tenía mis libritos en francés canadiense, en cartonné, con su olor a libro, su tacto de libro,… imposible de superar por un e-book. Soy Analógica, no puede ser de otra manera.

Y de este modo, el Día Internacional del Libro de este año se convirtió en una auténtica declaración de amor.

Colorín, colorado, esta historia se ha acabado.

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