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Tirando la toalla en la playa

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Con ocasión de la vuelta vacacional permitidme una pequeña reflexión sobre la playa.La playa. ¡Qué bonita es la playa! ...en una fotografía, en un cuadro, en abstracto. Aguas turquesas y brillantes, arena suave y cálida, sol apaciguado por el sombrero o la sombrilla… casi llegamos al Nirvana sin tener que meditar. Un lugar para perderse y no encontrarse hasta que a uno o una le dé la gana… ¡Una mentira más gorda que la de los Reyes Magos! Esas playas, de haberlas, hay que buscarlas a conciencia y guardarlas en secreto, no sea que la pompa de espuma de mar explote. La realidad entra en escena como un elefante en una cacharrería y esa playa soñada no existe. La playa es, en verdad, una auténtica… ¡pesadilla!.

Los casi siempre breves momentos en que el mar accede a mis deseos los atesoro y los reverencio, porque el resto de las ocasiones, sea por el tiempo, sea por los monstruitos que me rodean, la cosa se vuelve un tanto compleja.

playa2Contra el mal tiempo nada se puede hacer y en ocasiones es una bendición porque nos regala estampas bravas y poderosas, poniendo a nuestra disposición el milagro de la naturaleza en acción. Compartir un momento de playa con el cielo plomizo y el agua encendida puede convertirse en la mejor experiencia natural del año.
Sin embargo, la fauna costera es arena de otro costal. No me estoy refiriendo a aves y peces. Dirijo mi responso a unos seres que todos conocemos. Y aquí os presento mi bestiario playero:

- Mater gruñonis (corregid mi latín, que por desgracia no sé): una especie en auge. Recuerdo, antaño, cuando la madre era una devota de sus hijos; aunque eso sí, el carácter español se pregonaba bien alto, como parodiaban Los Morancos con su ¡Josuaaaaa! Sin embargo, las madres modernas van a la playa con el propósito de descansar junto a sus retoños. ¡Pobres ilusas! Niño y descanso son dos sustantivos que no suelen llevarse bien en la misma frase, salvo que el primero esté amordazado y atado a un árbol. Tengo ejemplos para empapelar la playa entera: la madre que se queja al padre “¡Que triste es mi vida, ni siquiera me han dejado leer una página!” ; o la que le dice a su niño “¿qué quieres ahora pesadilla?”; pasando por casos en los que se oye cómo insultan a su prole (inadmisible, seré una antigualla, pero esto es inadmisible). Consejo: si eres madre/padre y quieres descansar (y que los convecinos playeros descansen) NO lleves niños. En ocasiones sueño con playas donde se prohíbe el acceso a menores de edad irritantes y a padres todavía más exasperantes (extensible a centros comerciales, parques y demás lugares públicos). Lo que me fascina es que debe ser un fenómeno local. Aunque no he veraneado por la Costa Azul, sí he tenido la oportunidad de compartir arena con familias francesas. Me desconcierta aprender cómo, además de no levantar la voz, razonan con los niños como si fueran… ¡seres racionales!, cosa que en Francia lo deben ser y aquí en España al parecer no lo son.

- La famiglia: estos especímenes se desplazan en hordas y emponzoñan el ambiente a lo Atila, de quienes deben ser descendencia directa. Padre, madre, abuelo, niños, perrito enano cabreantemente ladrador, tortilla de patatas y sandía. En cuanto localizo una, huyo como de una zona chunga nocturna. A medida que pasan los días los distingues por las sombrillas. “¡Ostras, los de la Amstel están ahí, vamos al lado contrario!” Porque es que se ponen a conversar a decibelios por encima de lo permitido legalmente. Que no se dan cuenta, vaya, de que sus conversaciones no son objeto de mi interés, ni del de al lado, ni del otro. Y con la invención del móvil la famiglia llega hasta Sicilia. “¿Qué dices Juanín? Que no te oigo bien. ¡Ah, ya has conseguido hacer caca? ¡Ay, cómo me alegro! Oye- dice al resto como si no se hubiera enterado, ¡leñe!, que me he enterado yo- que el niño ya consiguió hacer caca”. Esto es verídico y lo juro ante un tribunal. Las conversaciones entre hordas presentes o distantes son surrealistas. De hecho, siempre me bajo a la playa con una libretita para apuntar anécdotas. Así, si me van a dar el día, saco algo de provecho.

- Los pregoneros: especie emparentada con la anterior pero grupalmente más pequeña, que puede reducirse a la unidad si viene acompañado del artilugio telefónico. Además de escuchar el “cocacola, agua fría, cerveza”, “coco frío” o los avisos a los bañistas cada hora a todo meter como si fuera una discoteca, también sufrimos esa especie, generalmente (aunque no exclusivamente) viejuna de señoras que le dan al pico que da gusto, mientras sus maridos asienten pero no abren boca. Aquí también saco mi libretita, porque las conversaciones cruzan la frontera con el surrealismo y me encuentro con verdaderas historias de terror que ya hubiera querido para sí H.P. Lovecraft.

- Los deportistas: porque no sólo de tostada solar vive el género humano. Que esto de hacer deporte está fenomenal pero ¡dale con la pelotita al lado de las toallas ajenas!, cuando tienen a su disposición más de diez metros de arena únicamente desvirgada por las huellas de las patitas de gaviotas. Debe ser que el instinto gregario les impide desapegarse del resto de la población. Y así me empanan en arena que da gusto. Vamos, que me echan un chorrete de aceite y me convierto en pollo frito listo para devorar por la famiglia.  ¡Oigan!, no soy una gallina, no disfruto con los baños de arena y mucho menos protagonizar actos de canibalismo. ¡Ay mis ojos, como escuecen cuando me los espolvorean!

- Los “tonto el último”: también por aquello de ser una especie gregaria existe una pasión exacerbada a apiñarse a la orilla del agua, formando una toalla de playa común que parte de Chiclana de la Frontera y termina en Rosas, digna de entrar en el libro Guinness. Hay verdaderas peleas por la primera línea, bajando horas antes a clavar la sombrilla-bandera proclamando que el terruño ha sido conquistado. Y en esa franja nace el sentido de comunidad, de solidaridad, compartiendo sudores y otros olores, aspersores de tierra y de agua, conversaciones a grito en el oído como en la discoteca del pueblo. Para mi suerte o desgracia, yo nací descastadísima y siempre he sido una outsider de primera categoría, así que tiendo a poner una distancia mínima de dos toallas imaginarias entre la línea de la turbamulta y una servidora.

playa5En definitiva, para conseguir disfrutar un poquito de mi playa ideal, necesito colocar mi toalla de rayas tras un cálculo propio de ingeniería, máster incluido: evitando la línea del infierno comunal, pero también valorando dónde podrían situarse los deportistas, localizando la sombrilla non grata, las madres histéricas y las viejas cacatúas. También opto por acudir a principios de junio o finales de septiembre, rezando un poquito porque los cielos me concedan una mijita de buen tiempo y entonces sí, disfrutar de la playa para mí solita y poder concentrarme en un libro “antiguo”, de esos de papel, y sumergirme en alguna historia con el rumor del oleaje como banda sonora.

Creo que con esto queda claro que los monstruos marinos no se encuentran tanto en el fondo del mar como en las afueras. Ya me gustaría a mí que, en una de estas, el mar tuviera el detalle de comportarse como en el corto protagonizado por Ewan McGregor y dirigido por Jeff Stark “Desserts”


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