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Ponga un animal en su vida

Hace unos días me distraía en mi mesa de trabajo evocando las pestilencias de mi gata. A pesar de rascar los dos meses de edad, sus pedos son puro veneno - ¿cómo puede ese ser tan mínimo y generar tanto metano?-. Con todo, tal era mi melancolía, que me recreaba en sus flatulencias y compuse este haiku de mala calidad, pero muy sentido:

Tu pelo suave
El olor de tus pedos
Te añoro Pro

animal2Mi compañero de andanzas, que jamás había tenido una mascota, se ha visto arrasado ante el tsunami de amor que se le ha venido encima. Yo, privilegiada por un amor animal previo, reconozco paso a paso lo que está experimentando. Ha superado la primera fase de aceptación del cambio y encariñamiento. Actualmente, acusa la  fase dos, en la que el bichejo se convierte en un ser muy querido y considerado como miembro de la familia de pleno derecho. La tercera fase abarca el amor desmedido por animales ajenos, domesticados o salvajes, en vivo o en imagen. Estoy esperando su entrada en la última fase, donde el amor crece de manera exponencial a todo el entorno natural, cuando cada brizna de hierba es considerada un privilegio. Entonces entenderá mi comportamiento lunático: por qué me abrazo a los árboles; por qué beso la tierra y me revuelco como un puerco; por qué recolecto cientos de fotos de babosas, gusarapos y otras sabandijas, emocionada como si hubiera descubierto América.

animal3El amor es un crisol de sentimientos que tienen un mismo origen y refractan en diferentes direcciones: es habitual crecer con el amor parental, disfrutar del fraternal que dispensan hermanos y amigos, caer en el más intenso de los amores románticos... Sin embargo, a diferencia de los anteriores, el amor a la naturaleza hay que aprenderlo, porque no se suele percibir la reciprocidad inmediata; ni por ratones de campo, tan familiarizados que no lo valoran; ni por ratones de ciudad, que apenas saben de su existencia.  Uno siente la caricia de la madre, el abrazo del hermano, el beso del amado y responde a ello, pero no identifica como muestra de amor las expresiones del entorno: el brillo de una gota de rocío en una hoja, la hormiguita llevando una pipa en su lomo, el gorjeo matutino de un gorrión. Lo damos por sentado y rara vez lo agradecemos. Quizá nos sensibilizamos más al inicio de la primavera, cuando apreciamos el sol cálido y la explosión floral, o cuando caemos rendidos ante un atardecer multicolor. Pero descuidamos nuestras calles, no apreciamos la belleza de los parques más humildes, y menos aún la pequeña fauna que nos rodea. ¡Como para pararnos a analizar el grave problema del cambio climático! Es posible que, si se conviviera con un animalito, una gran parte de la población cruzaría el umbral de la fase cuatro y sentiría que formamos parte de un todo común, honrando a la naturaleza como se ama y respeta al padre, al amigo, al amado / a la madre, a la amiga, a la amada.

Porque la naturaleza nos lo demuestra de tantas maneras que, aunque nos empeñemos en ignorarlo, no podemos pasar sin ese amor. Aprovechémoslo y mostrémonos dignos de él. Cuidemos nuestro entorno con pequeños gestos, apoyemos iniciativas a favor de la conservación y la sostenibilidad. Si no lo hacemos por amor, hagámoslo por egoísmo. Un día se apagará el calor del sol, nos abandonará el aire, perecerán las especies que nos alimentan y las que nos acompañan. Entonces será demasiado tarde para enmendar nuestra estupidez.

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