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Cómo morir de hambre rodeada de comida o malnutrición a la americana

Siempre pensé que cuando la gente decía que en USA se comía penosamente era un cliché; que independientemente de que cada cultura posea una dieta particular, suponía que cada americanito en su casa se preocuparía de comer sano en mayor o menor medida. Cierto es que su tasa de obesidad revela que, bien existe un gran número de adultos irresponsables, bien la comida que se ofrece en los supermercados no es todo lo saludable que debería. Así pues, con estas ideas preconcebidas, partí para las Américas con ansias de comprobarlo empíricamente en mi propio organismo.

Sin tener demasiada experiencia en el ámbito de supermercados y de restaurantes americanos, el poco tiempo que desafortunadamente pude disfrutar de San Francisco me reveló que aquello era digno de ser juzgado por el Tribunal Penal Internacional.

En primer lugar, por la cantidad de porquería que se vende. Este hecho me aclara bastante los altos índices de obesidad. Con más sodas de colores y sabores que una paleta de pintor hiperrealista, con tal cantidad de comida precocinada, con tanto snack en forma de chocolatinas, patatas fritas y derivados (que son adictivos), no es de extrañar que un alto porcentaje de la población estadounidense luche por ser Jabba the Hutt.

En segundo lugar, la falsa variedad de los restaurantes. Salvo que quieras dejarte un verdadero pastón en un restaurante “de verdad”, la mayoría de restaurantes de precio asequible para un turista ofrece la misma porquería grasienta y poco variada (estoy hablando de unos 30-35 USD que no es calderilla ni McBurguer). El tercer día de mi estancia no podía ver más un desayuno a la americana (ni tortitas, ni gofres, ni huevos en todas sus formas y preparaciones, ni el maldito jarabe de arce que hasta entonces me entusiasmaba). Mi cuerpo, que confieso que en España toma fruta una vez al mes “porque toca”, me reclamaba frutas y verduras a granel, a embudo. Me alarmaba que si mi cuerpo me estaba pidiendo eso el tercer día cuando no lo exigía en mi casa era porque algo no debía andar muy bien.

Pero lo peor, lo más maléfico, lo más obsceno y lo más alarmante de la pésima nutrición de ese país no es lo que, por así decirlo, se permite al ciudadano comprar a su libre albedrío. Lo más aberrante es que, a pesar de las campañas que se realizan constantemente en esa nación, la institución más representativa al respecto no siente ejemplo. Estoy hablando de los hospitales.  De un hospital no se puede esperar desde luego un servicio gourmet pero sí saludable. Por lo menos esta es mi percepción de la comida hospitalaria en España. Podrá gustar más o menos, pero un caldito, un pollo, carne magra o un pescadito, entra en la dieta habitual de los ingresados que puedan ingerir alimentos sólidos. En Estados Unidos no es así.

Por mi breve paso por California, tuve la desgracia de terminar ingresada en un hospital. Aprovecho para hacer un inciso y añadir que el trato es exquisito tanto por médicos como por todo el personal hospitalario, desde enfermeras, auxiliares, asistentes sociales… eso sí, a un precio escandaloso que será objeto de otro articulito. Ahora bien, lo de la comida era una auténtica pesadilla.

comida2Tras día y medio sin poder ingerir siquiera agua, pasé a nivel uno: dieta de líquidos. El panorama era desconsolador. Por supuesto, existe el agua, que es lo único que accedí a tragar (aun así con cierta suspicacia). Pero ¡no es inusual que ofrezcan refrescos!. No estoy hablando de bebidas isotónicas que añaden electrolitos y otros elementos minerales necesarios para la recomposición post-deshidratación. Estoy hablando de refrescos o como lo llaman ellos sodas. Cuando sentía nauseas me sugerían que bebiera Sprite. ¡Que-de-qué? ¿Es que no existe otro compuesto anti-nauseas que no añada azúcares y gases alegremente? No way man! Ni se me ocurrió hacer semejante barbaridad (¡sobre todo teniendo en cuenta que el motivo de mi ingreso afectaba gravemente al sistema digestivo y esa bebida podía tener efecto bomba!).

Pero cuando llegó el momento glorioso de pasar a nivel dos, a la dieta de sólidos, mi desconcierto y perplejidad alcanzó el pico K-2 y para luego caer rodando sus 8.611 metros. Los sólidos son denominados regular diet, que mi compañero de andanzas agudamente tradujo como “comida regulera”. Porque eso no era comida normal. Era bazofia. ¿Cómo se puede ofrecer para desayunar tortitas con huevos y salchichas a una persona ingresada? Aunque su sistema gástrico esté más a punto que un motor de fórmula 1, ¡es un hospital! Debería ofrecer alimentos ricos en proteínas y fructosa, no en grasas saturadas.  A la hora de la comida ofrecían calditos tipo Starlux (agua y pastillita salada, ¡viva la sal en el hospital!) y sándwiches de pan de molde con una loncha de pavo… y aquí viene lo bueno… redoble de tambor… kétchup, mostaza y mayonesa. Pero, pero, pero… WTF!!! Cuando les pedí que me facilitaran una ensalada con lechuga, tomate y atún me miraron como si fuera extraterrestre o les hablara en chino filipino; como si les pidiera un yogur de gambas o un puré de chocolate con espárragos trigueros. Y el postre tampoco le iba a la zaga: gelatina y helado. Todo ello  le venía a mi estómago y mis recién suturados hígado e intestino… maravillosamente. Así pues, me veía abocada a “maltragar” tres cucharadas de porridge y no probaba bocado hasta la mañanita siguiente. Así me he quedado, que soy la envidia de las anoréxicas…

No soy nutricionista, únicamente soy una persona que lo único que tiene son unos conocimientos alimenticios básicos y algo de sentido común (salvo en lo de la fruta, en lo que merezco un correctivo). Es posible que mi percepción en el ámbito doméstico y de servicios alimentarios norteamericanos no sea muy precisa por la falta de experiencia (animo a que compartáis puntos de vista). Sin embargo, a nivel hospitalario, del que sí puedo hablar desde la experiencia y que considero debería ser un paradigma de la salud, ¿creéis que estoy exagerando cuando denuncio el horror de la nutrición de Estados Unidos?

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