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La Nada, una historia verdadera (I)

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Muchos de vosotros seguramente habréis leído “La historia interminable” de Michael Ende (o así lo espero). Si no es el caso, ya estáis tardando en comenzarla, a ser posible en su versión bicroma, verde y roja). En la novela  aparece La Nada, un fenómeno que va aniquilando todo lo que encuentra a su paso. Esa nada existe y hoy os voy a hablar de ella.

nada4La Nada apareció un día cualquiera. Tenía el tamaño de un átomo y flotaba sin rumbo en una sustancia gris suculenta. Poco a poco La Nada fue royendo un poco de aquí, otro de allí hasta alcanzar el tamaño de un grano de arroz, todavía tan minúscula que nadie podía percibirla como una amenaza, así que la vida transcurría con normalidad. Los días se sucedían mientras ese ente informe fue adquiriendo mayor apetito y mayor peso.

Al principio Ella pensó que simplemente el cansancio le estaba pasando factura y que, con un poco de descanso, simplemente desaparecería.  Pero éste no hizo más que agravarse. Cada día le costaba más levantarse para ir a trabajar y durante los fines de semana enlazaba el descanso nocturno con una siesta post-desayuno y otra después de comer. Y es que La Nada estaba ganando un nada despreciable terreno.

Curiosamente cuanto menos activa se volvía su vida, más ajetreados eran sus  sueños, que llegaron a acaparar dieciocho horas diarias, fagocitando fines de semanas completos.  En tanto la vida se ralentizaba, la subconsciencia se llenaba de verdaderas películas multicolores. Incluso Ella llegaba a tomar nota mental de las aventuras que corría en el mundo onírico, porque eran dignas de convertirse en cuentos que merecían la pena contar. Los vívidos recuerdos de aquellas historias le acompañaban durante el resto de la semana como una realidad alternativa que merecía la pena.

nada2Entre tanto, el cansancio se acentuaba con su paso lento pero seguro. Ese cansancio, que era el peso intangible de La Nada, le comenzaba a impedir subir unas simples escaleras, así que decidió ir al médico para encontrar respuesta a esa falta de vitalidad. Quizás fuera anemia, falta de vitaminas o el síntoma de alguna enfermedad menor que pudiera solventar un periodo breve de medicación. Sin embargo, los resultados de los exámenes médicos no revelaron nada de importancia que pudiera causar tal extenuación. Y es que La Nada, como ocurre con el dolor, no se puede evidenciar con pruebas clínicas.  Las semanas transcurrían y La Nada ya era palmaria en cada quehacer, en cada respiración; la más simple actividad requería un esfuerzo extraordinario. Hasta que finalmente, un día el peso de La Nada adoptó la forma de un elefante tumbado encima de ella. No podía levantar las piernas, ni las manos, ni siquiera las pestañas. El peso le impedía respirar. Así pues Ella cerró los ojos y se dejó llevar por un mundo mucho mejor.

Cuando Ella logró reunir los escombros de unas fuerzas derrumbadas, acudió a su médico de familia. Perdida, desubicada, ¿cómo he llegado hasta aquí?, entró en la consulta de su doctor y le explicó su problema. El médico, que se había encontrado con La Nada en sus largos años de experiencia, supo reconocerla.

La Nada tenía un nombre y clínicamente se conoce como depresión. La Nada no solamente constituye un estado de tristeza inabarcable y un mar de lágrimas, que es lo que la mayoría de las personas asocia con esta enfermedad. La nada nubla la mente y enturbia la fuerza vital. Es un dolor sordo y abrumador, que paraliza el cuerpo y coge fuerza en cada exhalación. La Nada impide pensar con claridad, altera la concentración, el sueño, revienta la motivación, la creatividad, el corazón y, poco a poco, aniquila la vida. Porque ésta pasa por delante sin que el afectado pueda subirse al tren, y lo ve partir, impotente, pensando que nunca más podrá llegar a su destino.

Continuará…

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