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Un contacto muy provechoso (I)

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Como una mañana más, el día de su sexagésimo cumpleaños, Sung Hyun Su comenzó la jornada con su ritual de abluciones y cuidados corporales. Sin embargo, en esta ocasión, al aplicarse la crema hidratante en la cara se demoró más de lo habitual, repasando con delicadeza sus pómulos, sus mejillas tirantes, el contorno de su boca y su barbilla. contacto2Estaba orgullosa de su rostro, no tan maltratado por la edad como la de algunas de sus contemporáneas. Sin embargo, no podía evitar sentir una punzada de envidia hacia aquella joven que fue. A veces, cuando esos celos asomaban, miraba fijamente los ojos negros del espejo y se perdía en ellos hasta sentir que se evadía de la realidad, con el anhelo de que, al volver en sí, el espejo la compensara con la imagen de su juventud. Pero una vez más, éste no accedió a sus deseos y en un ataque de rabia golpeó el agua del lavabo, emborronando su reflejo. Entró de nuevo en la alcoba y sacó dos fotos del cajón. Cuarenta años separaban aquella en la que todavía era una chiquilla de la que recientemente había encargado. Todavía sentía calor en su corazón cuando contemplaba los destellos de sus ojos de juventud y esa preciosa boquita gruesa, que tantos corazones había roto. En su lugar ahora, tenía que admitir muy a su pesar, su cara parecía esculpida en mármol. Cuando sonreía, su boca no era la misma. Las malditas operaciones tenían un precio que trascendía el económico, robándole su esencia.  En cambio, cuando su sirvienta se reía, a pesar de todas las manchas y arrugas que afeaban su cara, por un momento traía al presente la Kim Hee Sook que un día fue. Así pues, cuando la veía sonreír la trataba con dureza y le encargaba alguna tarea penosa. Era su castigo por recordarle lo que ella había perdido.

Había sucumbido a la tiranía de la imagen perfecta. El rechazo del transcurso del tiempo la llevaba a escudriñar con la frialdad de un perito cada centímetro de su cuerpo en busca de defectos que retocar y de partes que mejorar. Con todo, por más operaciones a las que se había sometido, en lugar de acercarse a su recuerdo de juventud se alejaba más y más de ella misma para convertirse en un rostro inexpresivo que veía reproducido con cada vez más frecuencia en su círculo de amistades. Se negaba a ser una más en aquel ejército de clónicas estúpidas. contacto4Ella estaba muy por encima de ellas. Se negaba a renunciar a sí misma. Y ahora llegaba su oportunidad.

 El día anterior, con gran secretismo, le habían recomendado un cirujano plástico que había obrado milagros entre algunas celebridades y mujeres de la alta sociedad, cuyas identidades, por supuesto, no habían sido reveladas. La mujer que le entregó la tarjeta del cirujano le dio a entender que la señorita Lee había pasado por sus manos y que en realidad tenía treinta años más de los que aparentaba. Si aquello era cierto, no le importaría vender su alma ciento una veces al mismísimo diablo. Todo fuera por volver a ver ante el espejo a la muchacha que algún día fue. Los métodos del médico eran de dudosa legalidad pero sus resultados parecían compensar cualquier riesgo. Del bolsillo de su albornoz extrajo una tarjeta negra con una máscara roja gofrada:   

Dr. Gray, escultor plástico
XXX XXX XXX

Continuará…

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