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DÍA DEL LIBRO (día del amor catalán y de otros alternativos)

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Por motivos logísticos inicié mi historia de amor un 14-F (resultó ser la primera tarde libre post-exámenes, ¡qué se le va a hacer!). Aunque parezca muy romántico desde un punto de vista cinematográfico o literario, la celebración de un aniversario en semejante fecha es una autentica… pesadilla. La comercialización capitalista del amor exige que los enamorados, semi-enamorados, encaprichados y otros animales se gasten los dineros en demostrar que existe un vínculo emocional especial, único e intransferible. Es la Navidad del Amor: si el 25 de diciembre hay que ser más bueno que Jesusito, el 14 de febrero hay que amar (y gastar) como si no hubiera un mañana. Así pues, el día señalado es cita obligatoria para el ovejismo amoroso que padece una gran porción de la población parejil (para discriminación de los solitarios por convicción o por obligación).

En mi caso, si no fuera mi aniversario, mandaría el día señalado a Corea del Norte, por aquello de ser puñetera y anti-mainstream. Ya nos encargamos mi chico y yo de mostrarnos nuestros afectos los 365 días del año de una manera más original que mediante un estipendio impuesto (en el doble sentido de imposición “moral” e imposición “fiscal”). Con todo, dado que es nuestro día, siempre tenemos un detallito conmemorativo que debe cumplir la siguiente norma: no debe superar los diez euros.

A, Día Internacional del Libro, día del amor a la catalana (que a la sazón tuve el privilegio de presenciar en una ocasión y resultó divertidísimo). Ahora bien, la fecha tenía truco porque la intención de celebrar nuestro día de amor en San Jorge era simple pretexto para declarar nuestro amor por la lectura: el regalo tiene que ser un libro (se admiten comics). Leer ¡qué placer! Un libro no sólo entretiene, desarrolla intelectualmente y proporciona cultura. Un libro es un pedacito de alma que un autor nos cede por un precio (pero el precio de los libros es una historia que debe contarse en otra ocasión, parafraseando a Michael Ende).

Y hete aquí que este año no sólo hemos celebrado la compra compulsiva del libro. Este año también ha consistido en una demostración de amor. Mi increíble compañero de alegrías y desvelos me ha demostrado que me escucha, que le importo y que mi felicidad está por encima de todo (incluso del precio, con lo “agarrá” que soy yo…). Y así llegó el momento del intercambio de regalos. Me desconcertaba el peso del paquete, que no se correspondía con el de un libro al uso. Él, entretanto, pensando que quizá había metido la pata. Sus dudas se disiparon con mis lagrimones de diez minutos de duración y el desgaste de la palabra gracias, que aún siguen padeciendo sus oídos. Y es que mientras escribo este párrafo todavía me emociono al recordar el momento en el que abrí el paquete y me encontré con la trilogía de Arlette Cousture (Emilie/Blanche/Elise), por la que llevaba años bebiendo los vientos y que no logré encontrar ni en cuerpo presente en Fnac-París-Francia. Por fin tenía mis libritos en francés canadiense, en cartonné, con su olor a libro, su tacto de libro,… imposible de superar por un e-book. Soy Analógica, no puede ser de otra manera.

Y de este modo, el Día Internacional del Libro de este año se convirtió en una auténtica declaración de amor.

Colorín, colorado, esta historia se ha acabado.

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