Un paseo por mi coco
No puedo elegir cuando escribo ni lo que escribo. Mi esponjita neuronal se pone en marcha cuando le da la gana. Lo que otros llaman inspiración, yo lo llamo anarquía de un cerebrito rebelde. Ahora le da por ponerse a escribir, en medio de un velorio al que no quería ir.
Después de repartir unos cuantos pésames-no-somos-nadie-la-vida-son-cuatro-días, comienzo a escribirme un correo electrónico con unas cuantas frases que me parecen brillantísimas y que probablemente me parezcan un despropósito en una próxima revisión. Pero no lo puedo evitar. La imagen no puede ser de peor educación. Porque darle a la teclita en medio de un corral de caras largas en homenaje al finado no es decoroso. Lo siento, pero el grupito de blanco de la esquina está contando chistes y se ríe a carcajadas. Además, hace ya tiempo que mandé al carajo las normas sociales y el sentido común. ¡Ya está bien de hacer lo común! Ahora toca hacer lo que a uno le da la gana y mandar a hacer gárgaras de miel y limón a las miraditas de desaprobación (y regocijo por dentro por tener tema de crítica mordaz, metiendo el dedo en la llaga, ahí, ahí, ñaca-ñaca-ñaca, ¡qué disfrute, señor!).
Esta gente me importa un pito, no la conozco de nada. Yo he venido aquí de acompañante. ¿Para qué voy a invertir tiempo en quedar bien? Aquí habría que dar gusto al muerto, que dicho sea de paso, no está por la labor de agradecer la presencia de nadie porque está muy ocupado buscando su camino al más allá. Me imagino que debe de estar en un precipicio con lenguas y escupitajos de fuego abrasando sus piernas mientras escucha cánticos celestiales con una brisa fragante a la altura de la nariz. Todas estas distracciones no le permiten centrarse cuando llega a una encrucijada con una docena de flechas indicando los próximos destinos. Por aquí al infierno, por allí al cielo. El muerto las desecha por llevar demasiado de moda en los últimos dos mil años. ¡Qué va! Él es más único e irrepetible que nadie y quiere algo menos mainstream, que no tiene ganas de encontrarse con los de siempre y seguir hablando del tiempo: ni abajo, al calorcito del brasero– este calor me está matando, a ver si viene ya el otoño- , ni arriba, que nunca le gustó el aire acondicionado – con tantas capas de ropa lo único que tenemos seguro es un resfriado-.
Está también la vía de la reencarnación, pero no le hace mucha gracia. Fue un poquito hijoputilla en su vida y se veía de escarabajo pelotero, empujando la pelotita con esas patas raquíticas y asquerositas que le iban a tocar por haber sido un cabrón de pro. Una de las flechas anunciaba el camino de las almas en pena, ésas para seguir fastidiando a unos cuantos reunidos alrededor de la ouija, a cuatro imbéciles que pensaron que era muy molón irse a acampar a una casa a medio deshacer, o simplemente inspirar “Bitelchús 2: el regreso””. A cinco mil millas celestiales está el limbo, para los que están perdidos como un cigoto en su bolsa amniótica en plena crisis existencial - ¿Y ahora que hago con mi muerte?, próximo lanzamiento en las mejores librerías-.
El señor es incapaz de tomar una decisión porque los pies le abrasan y el hilo musical de los de arriba no es muy bueno. Bien visto, podría quedarse un rato. Total, tenía toda una eternidad por delante. Pero no cuenta con que estaba formando cola con todos los muertos que vienen detrás. La cola empieza a quejarse y amenaza en un sinfín de idiomas. Al que más cabreado se le oye es a un bosquimano de la selva amazónica. Lo mejor de estar muerto es que puede entender lo que dice. Ahora se puede decir que habla idiomas, y sin haber invertido un segundo en su vida terrenal ¡ja, chúpate esa método Vaughan! Después de dejarles un rato protestando, se decanta por la dirección “Fuerzas de la naturaleza”. Como hubiera vacante para ser “El Niño” iba a dar rienda suelta a su vena creativa, como yo...
Pero me he desviado del tema. Es lo que tiene dejarse llevar por el “stream of consciousness”. Y aquí estoy yo, en medio de la sala taca-taca con el móvil, cuando mi amiga se me acerca.
¿Qué haces aquí? Llevo tres cuartos de hora buscándote. Te dije que el padre de Susana estaba en la planta uno, no en la menos uno.- Alzo la vista, me fijo en las batas blancas y en el popurrí formol-muerte del ambiente. Bueno, un fallo lo tiene cualquiera.