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'Gustar' gusta

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Que el verbo gustar guste y sea muy empleado no debe extrañar puesto que traslada un valor esencial en todas las lenguas. De hecho, no sé cuántas horas de clase han de pasar para que cualquier estudiante de español se vea impelido a aprenderlo aunque ya se podrán Vds. imaginar que muy poquitas. Si les escribo estas líneas no es para demostrarles el éxito de gustar a través de todos sus equivalentes y registros posibles en la hispanofonía sino para aportar una reflexión a propósito de la atracción morfosintáctica que genera y se materializa en una amplia contaminación lingüística en la construcción práctica de buena parte de los verbos que se encargan de significar apreciación o parecer.

gustar3Consultando la vigésima primera edición del Diccionario de la Lengua Española publicado por la Real Academia en 1992 descubro en la página 1077 del primer tomo (la última para más señas) los siguientes valores para la entrada gustar:

1. (tr.) Sentir y percibir el sabor de las cosas. / 2. Probar o experimentar de otro modo otras cosas. / 3. (intr.) Agradar una cosa; parecer bien. / 4. Desear, querer y tener complacencia en una cosa. [Úsese con la preposición de: GUSTAR DE correr, DE jugar].

A primera vista, puede resultar curioso cómo, de lejos, la acepción más usada es la tercera, aquélla que se construye intransitivamente, es decir sin objeto directo (de persona o de referente personalizado, se entiende):
    
                   "A mi perro le gusta mucho bañarse".

                   "No le gustó el modo en que lo mirabas".
    
                   "¿Os gustan las patatas bravas?"

Sin embargo, resulta aún más sorprendente enterarse en disgustar que no hay registrado ningún valor construíble intransitivamente que autorice frases como:
    
                   *"A mi perro le disgusta bañarse".

                   *"Le disgustó el modo en que lo mirabas".

En "Os disgustan las patatas bravas", donde os sería, esta vez, objeto directo, estaríamos (siempre según la R.A.E. en la misma edición de su Diccionario) ante un ejemplo de la primera acepción atestada de disgustar:

1. (tr.) Causar disgusto y desabrimiento al paladar.

Lo que nos llevaría a deber construir frases como:
    
                    "Las minifaldas las disgustan" (empleo metafórico).

gustar2Como quiera que sea, yo los había convocado a Vds. a considerar la atracción gramatical que ejerce gustar sobre todos los verbos que acrecientan o minimizan hasta el máximo grado su tercera acepción. Me refiero a verbos como encantar, volver loco y entusiasmar (en sentido aumentativo) o como aborrecer, repeler y espantar.

La mayor parte de estos verbos asimilados en su construcción a gustar son transitivos y cada vez más se imponen usos intransitivos que, en algunos casos (como el de encantar) la R.A.E. está empezando a avalar. Si Vds. teclean este vocablo en la versión Internet del Diccionario comprobarán cómo ya aparece una acepción intransitiva calcada del patrón de gustar. En la versión física que manejo y que nos ha ilustrado hasta el momento no aparece todavía este nuevo valor. No parece, pues, descabellado anticipar que es la suerte que espera a todos los empleados en abundamiento apreciativo o depreciativo y que, por tanto, la Academia acabará por autorizar usos como:
    
                    *"Le entusiasma escuchar llover desde la cama" [referido a una mujer].
  
                    *"Ese modo de hablar tan irrespetuoso les repele" [ibid.].

Nos encontramos, en fin, ante un enésimo ejemplo de cómo una enseñanza errada de la asignatura de Lengua española acaba alterando su funcionamiento y de cómo nuestra Gramática va obedeciendo cada vez menos a las leyes de la Lógica.

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Frágil canción

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La Gramática Textual irrumpió para hacernos ver que había que sobrepasar el ámbito de la oración compuesta como máxima unidad lingüística con personalidad reconocible. Hasta el advenimiento de esta corriente científica se le atribuía tal rango a la oración. Por debajo de ella quedaban la proposición, el sintagma, la locución, la lexía (la palabra, para los profanos), los lexemas (mínima unidad dotada de significado) y los morfemas (mínima unidad de función). A partir de entonces, el texto nacía como unidad de sentido y ello me parece un gran acierto puesto que pienso que no se puede desentrañar completamente el valor de cualquier integrante que esta nueva unidad encierra sin considerar sus relaciones lógicas, sintácticas y semánticas con el resto de sus "compañeros de viaje".

Así, por ejemplo, no estamos ante la misma palabra "rechazo" en un ensayo de Psicología que en la crónica de un partido de fútbol. El texto es el universo que engloba las distintas galaxias de sus subpartes (que podrían ser capítulos o, según los casos, párrafos)fragil2 quienes, a su vez, contienen los múltiples sistemas solares de sus oraciones.

Pues bien, desde mi experiencia, me atrevo a plantearles lo que percibo que puede ocurrir con la experiencia que podamos acumular a propósito de cualquier canción. Parece claro que, según la Gramática Textual, cada canción es un texto independiente (más o menos relacionable con el resto de canciones que son publicadas en el mismo álbum), responsable de aportar los últimos valores (que yo me permito identificar como "valores de resonancia", algo así como las últimas sensaciones capaces de ser transmitidas por un vino) a cada uno de las unidades lingüísticas que desgrana.

La canción, además, es un género particular pues suele tener un correlato melódico. Por ello, en su caso, pueden cobrar, además, especial relevancia otros aspectos lingüísticos físicos vehiculados por efectos fonéticos y de rima.

Parece indiscutible que la canción es un producto cultural complejo y completo destinado a reclamar la atención de un oyente, que puede ser también lector, porque sea capaz, amén de evocar determinados contenidos, de despertar toda una variedad de sentimientos.

Es por todo ello por lo que admiro a aquéllos que son capaces de inventar la letra y la música de una canción que me emocione. Y me siento, entonces, conmovido por la impresión de que el autor ha acertado en adecuar las dos grandes esferas de este género híbrido: fragil3la de un texto escrito y la de la "nave musical" en la que viaja.

De vez en cuando, descubro lo que puedo dar en llamar una obra maestra, una canción que me arranca lágrimas y me estremece a las primeras de cambio. Experimento, entonces, una total identificación con la obra y tengo la impresión de que su creador, más que haberla imaginado, la ha descubierto, la ha extraído de una suerte de baúl de las grandes canciones donde hubiera, hasta entonces, dormido el sueño de los justos.

Sólo a partir de ese descubrimiento podré asociar la canción a un determinado momento, a una determinada persona, a otro determinado recuerdo. Podré, también, gracias a ella, aprender nuevas palabras o expresiones y asumir nuevos retos fonéticos (si se trata de una canción en lengua extranjera y decido aprendérmela para cantarla).

Pero, por experiencia, ya les digo que también me cuidaré muy mucho de sobreexponerme a dicha obra pues sé que, cuanto más la escuche, más me habituaré a ella y menos me hara vibrar. Lingüísticamente, tendré menos conciencia de la posibilidad de reutilizar en otros contextos todos los elementos nuevos y enriquecedores que conlleva. El texto que me conmovió exacerba su carácter unitario (su carácter de irrefutable unidad lingüísitica) y, poco a poco, en mi cabeza y en mi corazón, se va transformando en una larga y bonita palabra, en la que podrá resultarme difícil adentrarme para contemplar con el mismo primer embeleso su polifacética belleza. Haré, pues, lo posible por frecuentarla con moderación para poder disfrutarla casi como la primera vez.

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De la posibilidad de volver al latin

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Me ha quedado un título pintón, ¿verdad? He querido remedar la contundencia con la que nuestros antepasados titulaban la mayoría de sus obras en latín. Este modus operandi fue también muy utilizado por muchos clásicos en castellano y lo sigue siendo en las comunicaciones canónicas vaticanas: las encíclicas.

Les propongo hoy este asunto animado por la lectura de un artículo optimista y apasionado de Rubén Amón en El País del pasado día 9. En su luminoso y divertido contenido se da cuenta del éxito que está teniendo en Italia la publicación del libro de Nicola latin2Gardini, Viva il latino, storia e bellezza di una lingua inutile (Garzanti), que va ya por su octava edición. Ya se podrán imaginar que no voy a tardar en comprármelo para absorberlo con toda la fruición de la que sea capaz.

El periodista interpreta, legítimamente a nuestro modo de ver, esta súbita y encendida pulsión para con lo latino, despojado completamente del chovinismo enmascarado que presidió la institución del adjetivo regalado por los franceses a la comunidad iberoamericana y al que ésta se entregó para emanciparse formalmente de sus antiguas metrópolis sin saber que se estaban entregando al subterfugio lingüístico de otro colonizador (y no precisamente mejor), como una reacción lógica ante el creciente ninguneo al que los poderosos del mundo someten a la vieja Europa, incapaz de defenderse internacionalmente desde la Unión con una sola voz.

El recurso al latín como lengua de estudio y, por qué no, tarde o temprano, como lengua vehicular entre los pueblos europeos constituiría una especie de repliegue cultural hacia unas esencias que saben a mejores tiempos para este apéndice occidental de la gigantesca mole euroasiática. Decía Ortega en En torno a Galileo que, en toda época crítica, los pueblos escarban en lo que interpretan como mejor de su pasado para encontrar las herramientas que los puedan proyectar hacia un futuro más halagüeño. No puedo concebir un expediente mejor en materia lingüística y formativa a no ser el que integrara de algún modo el protagonismo del griego clásico. Pero, bueno, a estas alturas de la película, quizás esté pidiendo demasiado y tenga que 'conformarme' con esta vuelta a la lengua de nuestros ancestros romanos.

Y es que, amén de todas las virtudes que desgranan Amón y Gardini, yo siempre he considerado que el Latín (así, con mayúsculas, como asignatura) es la vieja mecánica (aunque no por ello menos sofisticada, ni mucho menos) sobre latin4la que han ido evolucionando las lenguas romances, entre las que está nuestra admirada lengua española.

Todos aquéllos que hemos intentado comprender los mecanismos gramaticales de nuestra lengua madre por excelencia, todos los que hemos bicheado por entre sus vericuetos, manchándonos las manos y los sesos con su bendita grasa, estamos en mejores condiciones para reflexionar sobre el uso que hacemos de la lengua que hablamos todos los días o para hacerla crecer en el más absoluto respeto de sus mecanismos fundadores.

Volver al latín es tomar carrerilla y escarbar como los toros para embestir con mayores garantías los desafíos que la Historia nos pone por delante. Pues, al fin y al cabo, no sé qué filósofo dijo que los pueblos que ignoran su pasado son incapaces de vivir con responsabilidad su presente.

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