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No, Nee

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En el blog orgullo galego (https://orgullogalego.gal/historias-de-neofalantes/), Nee Barros Fernández, de 18 años, nos cuenta cómo se ha convertido en una nueva gallegohablante.

La joven resume su nueva condición lingüística como el momento en que empezó a ser ella misma. En la escuela gallega todo acontecía en castellano y en su familia le hablaban siempre en la lengua de Cervantes por presión social.

El gallego, ella lo fue aprendiendo leyendo libros, escuchando narraciones orales, asistiendo a obras de teatro o disfrutando de la música.

Intentó cambiar de idioma (es decir, pasar definitivamente a expresarse en gallego) en la ESO. Sin embargo, como estaba escolarizada en un colegio religioso, la tarea le resultó prácticamente imposible.

nee2Consiguió, por fin, ser monolingüe (en gallego) en 2018, cuando se fue a estudiar a Pontevedra. Había sufrido acoso por querer hablar siempre en gallego y fue trasladarse de ciudad, poder 'quitarse la careta' y ser ella misma. La Nee de ahora, la de verdad, habla gallego, emplea pronombres neutros y masculinos, promueve la diversidad, escribe, tiene un canal en YouTube y un grupo de música en los que sólo se manifiesta en gallego.

Está feliz porque puede vivir en su idioma y porque, más que críticas, recibe mucho apoyo.

Y recalca que todo esto forma parte de su identidad. Si se lo prohibiesen, le estarían prohibiendo ser ella misma.

Hasta aquí la que me parece triste historia de Nee de la que me he enterado en un gallego reintegracionista sui generis propio de los que quieren hacer transitar el galaico-portugués normativo actual hacia el portugués contemporáneo seleccionando aquí y acullá toda una serie de formas lingüísticas difícilmente justificables.

Pues, bien, yo quiero, a partir de ahora, escribirle una carta a Nee.

Estimada Nee,

Me da mucha pena enterarme de tu historia personal. Naciste en una familia que no te quiso nunca, por eso te condenó a formarte en una institución religiosa en la que estaba prohibido hablar gallego. Para hundirte más en la miseria, cada vez que aparecías, cambiaban de su gallego espontáneo a la lengua de Cervantes y, si tú osabas preguntarles por qué, ellos te respondían que era por presión social.

Ya se sabe, ahí fuera estaba nada más y nada menos que el Reino de España, cuya misión es la de ahogar a las distintas nacionalidades que lo constituyen. Las autonomías, las lenguas cooficiales, la obligación de aprenderlas para los funcionarios 'de fuera' que quieran trabajar en sus territorios, etc., todo eso es pura filfa. Tu familia vivía oprimida y, a pesar de que te habían transmitido los genes de la gallegofalancia, no permitían que se expresaran por tu boca.

nee4Así que tuviste que sufrir, durante los primeros años de tu vida, tener que comunicarte en la lengua de seiscientos millones de personas. La lengua que vehicula una cultura marginal e intranscendente en la Historia de la Humanidad. Una lengua con la que apenas si puedes hacer cosas en este mundo.

Pero lo tuyo, lo intuías y te hervía por dentro, era hablar gallego. Entonces, a hurtadillas, pues vivías en un infierno opresor, te las apañabas para leer libros en la lengua de Rosalía que llegaban a tus manos de estraperlo; sintonizaste medios de comunicación que emitían desde el exilio y comenzaste a asistir a conciertos de música y obras de teatro en gallego clandestinas.

Furtivamente, cruzaste una frontera custodiada con alambre de espino y te plantaste en Pontevedra, capital de la República Gallega, donde, por fin, te pudiste quitar la careta (la de apestosa castellanohablante) y empezar a galleguizar poniéndo énfasis en la segunda parte de esa estrofa de Eduardo Pondal que dice en tu himno:

Os bos e xenerosos
A nosa voz entenden
E con arroubo atenden
O noso ronco son,
Mais sóo os iñorantes
E féridos e duros,
Imbéciles e escuros
Non nos entenden, non.

Te habías apartado, por fin, de los imbéciles, los oscuros y los ignorantes que no te entienden.

Te depuraste de la posible y bastarda identidad de hispanohablante (que te podía haber hecho sentir, en algún momento, amor por España) y te entregaste al monocultivo de lo gallego.

nee3Ahora, imagino que no darás ni los buenos días en español. Pero, ¡oh, sorpresa! ¡Lo que recibes por las redes sociales son, sobre todo, mensajes de apoyo! ¡Increíble! Se nota que ya no vives en España.

Pues ¿sabes qué te digo, Nee? Que me das pena. Fíjate (no es por presumir): yo hablo seis idiomas. Entre ellos, el gallego. Cada uno configura una parte de mi identidad. O podría decirte, también, que tengo, como mínimo, seis identidades. Y, ¡ojo! mi lengua favorita es... el italiano. Sintiéndome europeo, mediterráneo, español... y gallego cuando me toca.

Como filólogo, creo que tienes también que meterle un poquito de razón y de ciencia a tu gallego (o a lo que sea que quieras hablar) porque adolece de falta de coherencia lingüística.

Tu historia es la de una autojibarización cultural y sólo me sale decirte: No, Nee.

Por cierto, ¿fueron las monjas las que te enseñaron a odiar? Nada de lo que has emprendido se podría explicar sin ese combustible.

No, Nee.

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