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De la posibilidad de volver al latin

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Me ha quedado un título pintón, ¿verdad? He querido remedar la contundencia con la que nuestros antepasados titulaban la mayoría de sus obras en latín. Este modus operandi fue también muy utilizado por muchos clásicos en castellano y lo sigue siendo en las comunicaciones canónicas vaticanas: las encíclicas.

Les propongo hoy este asunto animado por la lectura de un artículo optimista y apasionado de Rubén Amón en El País del pasado día 9. En su luminoso y divertido contenido se da cuenta del éxito que está teniendo en Italia la publicación del libro de Nicola latin2Gardini, Viva il latino, storia e bellezza di una lingua inutile (Garzanti), que va ya por su octava edición. Ya se podrán imaginar que no voy a tardar en comprármelo para absorberlo con toda la fruición de la que sea capaz.

El periodista interpreta, legítimamente a nuestro modo de ver, esta súbita y encendida pulsión para con lo latino, despojado completamente del chovinismo enmascarado que presidió la institución del adjetivo regalado por los franceses a la comunidad iberoamericana y al que ésta se entregó para emanciparse formalmente de sus antiguas metrópolis sin saber que se estaban entregando al subterfugio lingüístico de otro colonizador (y no precisamente mejor), como una reacción lógica ante el creciente ninguneo al que los poderosos del mundo someten a la vieja Europa, incapaz de defenderse internacionalmente desde la Unión con una sola voz.

El recurso al latín como lengua de estudio y, por qué no, tarde o temprano, como lengua vehicular entre los pueblos europeos constituiría una especie de repliegue cultural hacia unas esencias que saben a mejores tiempos para este apéndice occidental de la gigantesca mole euroasiática. Decía Ortega en En torno a Galileo que, en toda época crítica, los pueblos escarban en lo que interpretan como mejor de su pasado para encontrar las herramientas que los puedan proyectar hacia un futuro más halagüeño. No puedo concebir un expediente mejor en materia lingüística y formativa a no ser el que integrara de algún modo el protagonismo del griego clásico. Pero, bueno, a estas alturas de la película, quizás esté pidiendo demasiado y tenga que 'conformarme' con esta vuelta a la lengua de nuestros ancestros romanos.

Y es que, amén de todas las virtudes que desgranan Amón y Gardini, yo siempre he considerado que el Latín (así, con mayúsculas, como asignatura) es la vieja mecánica (aunque no por ello menos sofisticada, ni mucho menos) sobre latin4la que han ido evolucionando las lenguas romances, entre las que está nuestra admirada lengua española.

Todos aquéllos que hemos intentado comprender los mecanismos gramaticales de nuestra lengua madre por excelencia, todos los que hemos bicheado por entre sus vericuetos, manchándonos las manos y los sesos con su bendita grasa, estamos en mejores condiciones para reflexionar sobre el uso que hacemos de la lengua que hablamos todos los días o para hacerla crecer en el más absoluto respeto de sus mecanismos fundadores.

Volver al latín es tomar carrerilla y escarbar como los toros para embestir con mayores garantías los desafíos que la Historia nos pone por delante. Pues, al fin y al cabo, no sé qué filósofo dijo que los pueblos que ignoran su pasado son incapaces de vivir con responsabilidad su presente.

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