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Filología

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Estaba yo leyendo el otro día una novela policiaca de Marco Vichi lápiz en mano, como acostumbro a hacerlo para anotar maneras de decir, expresiones gráficas y algún elemento de vocabulario marginal pero que me pueda servir para un posible empleo metafórico en una hipotética expresión escrita, filologia2cuando me topo, en una intervención en estilo directo enmarcada en un diálogo entre los padres de uno de los policías asistentes del comisario protagonista con la siguiente pregunta-exclamación:

- Ma come lo dici a fare ?

Inmediatamente, comprendo que se trata de una brutal atracción de significados entre dos formas verbales muy usuales, las de dire ('decir') y fare ('hacer'). En resumidas cuentas, que, en vez de que se hubiera pronunciado la frase gramatical Ma come fai a dirlo ? ('¡Cómo puedes decir eso?'), se optaba por la enrevesada solución de marras ('¡Cómo lo dices poder?), algo tan difícil de entender en español como automáticamente comprensible cuando el lector está suficientemente familiarizado con la oralidad en italiano. Pero, con todo y con eso, no deja de ser mi 'primera vez' al respecto.

Interrumpo la lectura y me paro un buen rato a considerar los estrafalarios modos de los que se vale la oralidad para teñir de sentimiento y pasión los mensajes, echando mano de procedimientos tan salvajes y anormativos como es el de la traslación de significados del caso que nos ocupa.

filologia3Atropellos parecidos los tenemos en español. Ocurre que me fascinan menos porque estoy, muy a mi pesar, bastante más habituado a ellos. Y me da por reflexionar sobre  por qué los códigos lingüísticos, que están tan tasados y fundados en la Lógica, se pueden llegar a ver tan alterados por un número creciente de hablantes. ¿Será que no se paran a pensar en que la mayoría de las reglas han sido concebidas para ayudarnos a mejor y más fácilmente construir nuestros mensajes? ¿Será que el locutor está tan encantado de haberse conocido que es incapaz de no hacer girar todo lo que dice en torno a su subjetividad?

A esa altura de mis cavilaciones, la trama de la novela ha pasado a un remotísimo plano. Me pongo a hojear las páginas anteriores para hacerme una idea de la cantidad de material que he ido señalando y que deberé clasificar convenientemente en mi base de datos de vocabulario italiano, donde todas las entradas están convenientemente contextualizadas, y que me propongo repasar periódicamente.

filologia4Un día aprendí que, según los científicos, hacen falta siete recurrencias convenientemente motivadas para que cualquier contenido lingüístico se asiente espontáneamente en la cabeza de un hablante. Claro que, para ello, no hay que vivir en situación de alofonía, como es mi caso en italiano. Así que no queda más remedio que inyectarse periódicamente en vena dichas recurrencias. Y emplearlas en cuanto se dé mínimamente la oportunidad: una charla quincenal con otro italófono, un correo electrónico a un conocido periodista en la lengua de Dante.

Pues, lo importante, además de hablar correctamente, es hablar correctamente diciendo las cosas como las dice la gente que habla correctamente. Entre las múltiples maneras gramaticales en que podemos expresar nuestro pensamiento debemos aprender aquéllas que más probablemente escucharemos decir a los hablantes nativos que hacen buen uso de su lengua. Ésa es la última frontera, el bendito e inalcanzable horizonte al que me dirijo desde la más ferviente curiosidad. Soy filólogo.

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