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Aquelarre

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Sus carcajadas no paraban de retumbar, maléficas, espeluznantes, horripilantes, aterradoras, más y más altas a cada vuelta que daban alrededor del caldero del que salían, de forma intermitente, enormes llamaradas de fuego que iluminaban la sutil oscuridad de aquella noche de luna nueva, proyectando a lo lejos sus terroríficas siluetas.

Sus sombreros rematados en punta, sus cabellos desaliñados, sus vestidos desgarrados, sus botas puntiagudas y sus escobas despeluchadas asidas fuertemente en sus manos las delataban desde la lejanía. Más de cerca, sus ojos inyectados en sangre, sus dentaduras irregulares y sus gestos de crueldad no dejaban lugar a dudas de lo que eran.

Bailaban descontroladamente alrededor del caldero, alzando y bajando sus brazos, dando zancadas y convulsionando todo el cuerpo a un ritmo frenético, al compás de la única melodía de sus estruendosas y estridentes carcajadas, que enmudecían el canto de los búhos y demás animales nocturnos que se atrevían a competir con ellas.

Varios gatos negros se arremolinaban a su alrededor, observándolas hipnotizados y maravillados por el espectáculo que se desarrollaba ante sus pequeños ojos felinos, que ya no acostumbraban a ser testigos de tales acontecimientos, poco comunes en esa época y en ese lugar.

Una familia de murciélagos volaba a toda velocidad sobre ellas, atraídos por el ruido que provocaban y por la luz y el calor que irradiaba el caldero.

Más allá no se veía nada, sólo la oscuridad más absoluta que se extendía por aquel bosque que de día les servía de patio de recreo a los habitantes de los pueblos de alrededor. Ni siquiera las estrellas habían querido iluminar aquella terrorífica noche y se escondían detrás de espesas nubes que plagaban el cielo amenazando lluvia.

De repente, una de ellas se paró en seco, cesando el baile y las carcajadas de todas las demás.

-El caldero está preparado-proclamó con voz aflautada pero solemne-Podemos comenzar el conjuro.

akelarre2Todas asintieron y ocuparon sus puestos alrededor de la lumbre. La que había dado la orden, que parecía ser la más experimentada y la que mandaba sobre las demás, removía enérgicamente el agua hirviendo que llenaba el caldero con un gran palo en su mano derecha. Al tiempo, con la otra mano, sacaba de un bolsillo de su vestido decenas de fotografías que lanzaba al interior del caldero, aunque el viento provocó que alguna cayera fuera.

-¡Pata de conejo!-gritó, sin dejar de remover y lanzar fotografías.

Una de las presentes dio un paso al frente y, estirando la mano, dejó caer su contenido en el caldero.

-Pata de conejo-confirmó.

-¡Cola de lagartija!

-Cola de lagartija-asintió otra de ellas, imitando los gestos de la anterior.

-¡Piel de culebra!

-Piel de culebra.

-¡Ojos de pez!

-Ojos de pez.

-¡Pelos de gato!

-Pelos de gato-sentenció la última de ellas, sin ser consciente de que, al oírla, los gatos que las habían rodeado salieron corriendo espantados, cada uno en una dirección.

La hechicera continuó moviendo el contenido del caldero, ahora aderezado por los ingredientes que había vertido cada una de sus compañeras y por las fotografías, que parecían haberse disuelto por completo.

-Pata de conejo, cola de lagartija, piel de culebra, ojos de pez, pelo de gato, pata de conejo, cola de lagartija, piel de culebra, ojos de pez, pelo de gato, pata de conejo, cola de lagartija, piel de culebra, ojos de pez, pelos de gato...! -repetía cada vez más alto, esperando que así su conjuro llegara a los oídos del mismísimo Satanás.

Las demás, cogiéndose de las manos, la coreaban mientras balanceaban sus cuerpos hacia uno y otro lado como sumidas en una especie de trance diabólico que sólo se pudo interrumpir con unas nuevas palabras salidas de la boca de la hechicera.

-La poción está lista. Podemos beber.

Todas se agacharon a la vez y cada una recogió un pequeño cuenco que previamente había depositado a los pies del caldero.

Como si estuvieran ejecutando los pasos de una coreografía, todas introdujeron a la vez el cuenco en el caldero y se lo llevaron a la boca para bebérselo de un trago haciendo caso omiso de la alta temperatura a la que se encontraba el brebaje, que sin duda hubiera quemado las papilas gustativas de cualquier simple mortal.

En el preciso momento en el que la última gota pasó a través de su gargantas, comenzó a llover.

akelarre4Las nubes decidieron descargar con fuerza toda el agua que retenían en aquel instante, lo que fue tomado por las brujas como una señal de su maléfico amo, asegurándoles así que el conjuro había surtido efecto.

Emprendieron nuevamente su danza alrededor del caldero, bailando aún más frenéticamente que antes, riéndose aún más fuerte y empapándose con la incesante lluvia que amenazaba con apagar las llamas del caldero.

Era el punto y final, lo único que restaba para que el conjuro fuera completado. Prácticamente lo habían conseguido y ni la lluvia ni nada lo iba a impedir...

-¡¡¿¿Se puede saber qué narices estáis haciendo??!!

La danza paró de golpe al darse cuenta las brujas de que estaban siendo observadas por un hombre cubierto por un chubasquero que, al acercarse, reconocieron como el padre de una de ellas.

-¡Os hemos estado buscando por todas partes!-siguió gritando-¡Nos habéis dado un susto de muerte!

Las chicas bajaron la cabeza en señal de arrepentimiento. Habían salido de casa hacía varias horas, prometiendo que no tardarían en volver y se les había pasado el tiempo sin darse cuenta. Siempre les sucedía cuando hacían conjuros...Sobre todo cuando eran conjuros de amor.

-¡Para casa todas ahora mismo! Ya veréis cuando vean vuestros padres la pinta que lleváis y encima estáis empapadas...¡Y apagad ese fuego, que vais a provocar un incendio! Recogedlo todo y vámonos de aquí.

Las chicas, profundamente decepcionadas por tener que suspender su danza ahora que habían llegado al clímax del conjuro, apagaron las llamas y recogieron el caldero derramando su líquido para que pesara menos. Por el suelo quedaron los restos de todos los ingredientes que habían vertido así como todas las fotos de Justin Bieber que habían echado a la poción, descoloridas y rotas al haber hervido en agua.

-Estoy ya harto de los numeritos que montáis cada vez que os ponéis esos disfraces y seguro que vuestros padres también. Si fuera por mi, no saldríais ninguna de casa en una temporada...

Las chicas no escuchaban las palabras de aquel padre al que odiarían toda la vida porque, por su culpa, no habían podido rematar aquel conjuro de amor con el que habían estado a punto de conseguir que su ídolo, al que adoraban con todo su corazón, enloqueciera por ellas.

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Apocalipsis zombie

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No podía recordar cuándo había empezado todo. Solo era consciente de que ahora mismo, a su alrededor, todo era muerte, desolación y destrucción. El mundo, tal y como había sido anteriormente, ya no existía. Ahora todo era oscuro y terrorífico.

Ni sabía cuándo, ni sabía cómo había empezado.

Había escuchado algo sobre un virus expandido en la carne de ternera, pero también le habían dicho que había sido en el agua. Otros decían que se había esparcido por el aire... Lo único que parecía cierto es que se había tratado de un acto terrorista, el peor de todos los tiempos.

Tampoco entendía qué pretendían los terroristas con una acción así. Infectar a todos los hombres y mujeres, matar a todos los seres vivos, extinguir a la humanidad de la faz de la Tierra... ¿Por qué? Había que estar realmente loco, y quererse muy poco a sí mismo.

No valía la pena darle vueltas, ya estaba hecho, y ahora lo único que se podía hacer era tratar de sobrevivir, por todos los medios posibles.

Para ello lo mejor era estar acompañada, ya se había dado cuenta. El problema era que, la gente con la que comenzó esta singular andadura, en su mayoría, estaban ya muertos. Sus desapariciones habían sido como puñaladas desgarradoras para ella. Aunque no habían sido familiares suyos, ni siquiera amigos cercanos, pasar esos duros momentos junto a ellos los había unido con lazos profundos, y verlos morir le había causado un gran dolor.

Ya solo quedaba junto a ella aquel chico, de rasgos duros y mirada penetrante, al que ni siquiera conocía antes de que todo esto empezara, y ahora era todo su mundo, sobre todo después de que le salvara la vida, impidiendo que fuera mordida por uno de esos infectados.

Porque aquel virus, esparcido por donde quiera que estuviera, no solo mataba a la gente. Si hubiera sido así, el problema no hubiera sido tan grave. Hubiera muerto, y seguiría muriendo mucha gente, pero sería controlable. Sin embargo, ese virus, a los pocos minutos de matar a su portador, lo resucitaba.

Pero no lo resucitaba tal y como estaba antes de ser infectado. Esa persona resucitada no respiraba, su corazón no latía, su cerebro solo funcionaba para las funciones más primarias. Se convertían en muertos vivientes, verdaderos zombies cuyo único instinto era intentar morder a todo ser vivo que, si caía en sus garras, se convertía, sin remedio, en uno de ellos.

Y a ella había estado a punto de pasarle, pero él lo había impedido.

En un momento dado, se había visto acorralada por tres de esos seres de ultramundo, y él había salido de la nada, le había tendido una mano y había tirado fuertemente de ella. Habían salido corriendo, todo lo rápido que les permitieron sus fuerzas, y los muertos vivientes, aunque les habían seguido en un primer momento, no habían sido capaces de alcanzarles. Afortunadamente, no eran tan rápidos.


Ahora estaban los dos juntos, acurrucados debajo de un coche. Quizá no era el mejor de los refugios, pero al menos esperaban no ser vistos ni olidos allí por los zombies.

- Toma, come un poco -le dijo, sacando de dentro de su chaqueta una bolsa de patatas-.

- ¿De dónde has sacado esto? -Preguntó ella, incrédula, ya que hacía tiempo que no había comido nada, ni había visto comida por ningún lado-.

El chico, por toda respuesta, se encogió de hombros.

Muertos de hambre como estaban, dieron buena cuenta de las patatas, como si de un manjar se tratara, cogiéndolas con las manos llenas.

Una vez terminada la bolsa, se abrazaron y se besaron dulcemente, como si no recordaran que se hallaban debajo de un coche, huyendo de una amenaza que en cualquier momento se podía cernir sobre ellos, y haciendo caso omiso del hecho de que hacía tiempo que no se bañaban, y el sudor y la suciedad acumulada en sus cuerpos comenzaban a provocar ya un olor algo desagradable. Pero, dada la situación, no era algo que les importara.

Estaban tan concentrados, el uno en el otro, que no fueron conscientes de los ruidos que se empezaron a oír, zombie22y que cada vez se aproximaban más a aquel coche. Los muertos vivientes les habían descubierto y se acercaban a ellos.

Fue el chico el primero que se dio cuenta.

- Tenemos que salir de aquí -dijo rodando sobre sí mismo para salir de la protección del coche-.

En seguida volvió a rodar para volver bajo la carrocería. Era demasiado tarde.

- Estamos rodeados -susurró-. No podemos salir de aquí.

- ¿Qué vamos a hacer? -Preguntó, asustada, la chica-.

- No podemos hacer nada.-Aseguró el chico, con una tranquilidad absoluta.-Estamos muertos.-Sentenció.

Como para ilustrar sus palabras, aparecieron de repente, por los laterales del coche, decenas de manos que hacían esfuerzos sobrehumanos por alargarse al máximo, para llegar a tocar a las dos personas, futuras víctimas, que se escondían bajo aquel vehículo.

Los chicos, abrazados, se encogían todo lo que podían sobre ellos mismos, en un intento de escapar de las garras de los monstruos.

- Es el fin -dijo él-. Me alegro de haber podido vivir estos últimos momentos contigo.

- Yo también -dijo ella, intentando evitar las lágrimas que asomaban a sus ojos-. Te quiero.

El chico se la quedó mirando, tan sorprendido que no se dio cuenta de que uno de los muertos vivientes se había echado al suelo, y estaba reptando hacía él.

- ¡Cuidado! -Gritó la chica, tan alto como se lo permitieron sus cuerdas vocales-.

El grito hizo que el chico reaccionara y, volviéndose, le dio un fuerte golpe al zombie, que retrocedió.

Entonces fue cuando sonó la sirena.

Los dos se miraron, sorprendidos. Eran incapaces de reaccionar.

Acto seguido, los muertos vivientes se apartaron del coche.

Lo habían conseguido. ¡Habían ganado!

Lentamente, salieron del coche, dirigiendo miradas prepotentes a los zombies, que seguían a su alrededor. Ya no podían hacerles nada.

En cuestión de minutos, llegó la furgoneta que recogía a todos los supervivientes. Se montaron en ella. Apenas eran una decena los que habían logrado sobrevivir toda la noche, los que habían ganado ese juego, organizado por el ayuntamiento de su pueblo para que los jóvenes se divirtieran.

El premio era un viaje a Roma, para dos personas. Seguramente no pensaron que fuera a sobrevivir tanta gente, si no, el premio no hubiera sido tan costoso para las humildes arcas del ayuntamiento.

-¿Te parece si vamos juntos a Roma?-Le preguntó el chico- Y si nos gusta podemos repetir, ya que tenemos dos premios.

-¿Ir contigo de viaje? -Se asombró ella- ¡Si no te conozco de nada!

-Pero... Si hace un rato me has dicho que me querías... -se quejó él-.

-Ya lo sé, pero tienes que comprenderlo, la situación me confundió...-se explicó.-Estábamos a punto de morir-...

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Presencias paranormales

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[Ilustraciones: Elena Summers] 

Un escalofrío le recorrió la espalda de arriba a abajo, haciendo que se tambaleara su columna vertebral.

Últimamente le ocurría mucho, demasiado para su gusto, cuando se encontraba en casa. Le pasaba mientras cocinaba, mientras limpiaba, mientras veía la tele, leía un libro, o simplemente cuando estaba tirada en el sofá...De repente sentía una presencia extraña, desconocida y siniestra, como si alguien estuviera junto a ella. Incluso, en ocasiones, notaba como si la tocaran, y alguna vez había sentido lo que parecían ser unos labios susurrando en su oído, lo que le hacía entrar en pánico.

No lo había hablado con nadie, ni siquiera con su familia ni con sus amigas más cercanas. No quería que pensaran que estaba loca...Pero había dejado de invitar a la gente a su casa, no quería que sufrieran las mismas experiencias terroríficas que sufría ella en cada momento, y que ya empezaban a preocuparle de verdad.

Pasaba los días nerviosa, intentando alargar al máximo las jornadas de trabajo, las visitas a sus padres y las salidas con amigos, para pasar en casa el menor tiempo posible, e incluso procuraba dormir fuera siempre que podía.

Pero había ocasiones en las que no tenía más remedio que estar en casa. Y, entonces, se moría de miedo.

Le temblaba la mano al introducir la llave en la cerradura y, según abría, lentamente, la puerta, encendía todas las lámparas. Le aterraba permanecer a oscuras, aunque la luz no le garantizara estar libre de aquellas extrañas sensaciones que experimentaba siempre que estaba en su hogar.

No siempre había sido vivido así, ni mucho menos. En realidad, había sido muy feliz en esa casa, que había comprado, arreglado y amueblado con tanta ilusión.

Pero, de un tiempo a esta parte, su dulce hogar se había convertido en la casa de los horrores, donde cada día era un sufrimiento para ella, que estaba comenzando a perder los nervios y, seguramente, la cordura.

Había pensado, seriamente, en vender la casa, pero se le antojaba una misión imposible, no ya por la imposibilidad de recuperar la inversión que le supuso en su momento, si no porque aquellas presencias, que la acompañaban día y noche, parecían no querer permitir que se deshiciera de la casa, y por lo tanto de ellas, y siempre que venía algún posible comprador se dejaban notar, espantando así a cualquiera que mostrara un mínimo interés en el piso, así que había perdido completamente la esperanza de desprenderse de él y así olvidar de una vez por todas aquellos sucesos que la inquietaban tanto a diario.

Ese día había llegado a casa ya de noche, cuando ya no había podido retener más a sus compañeros de trabajo, a los que había logrado convencer para ir de cañas un miércoles, y desde el primer momento que puso el pie dentro de casa había sentido un escalofrío tras otro.

Primero, al escuchar la tele encendida, cuando hacía días que ella no la veía, y por lo tanto no la había podido dejar puesta antes de irse por la mañana. Rápidamente, cogió el mando, la apagó, y desconectó la toma del enchufe, aunque no estaba segura de que sirviera para que no volviera a suceder.

Después, al desvestirse, tuvo la sensación de que estaba siendo observada, por lo que se puso el pijama lo más rápido que pudo y se fue corriendo al cuarto de baño.

presencias4Pero ahí no acabó todo.

Mientras se lavaba los dientes notó como aquella presencia extraña, probablemente la misma que la había estado mirando mientras se ponía el pijama, se acercaba a ella por su espalda y, de alguna manera, notó como la rodeaba con unos brazos que se le antojaron tan etéreos como siniestros, mientras pronunciaba palabras inentendibles cerca de su oreja izquierda.

No pudo contener un alarido de terror, que pareció espantar a su vez a la criatura que se le había enganchado al cuerpo, ya que sintió como se separaba repentinamente de ella.

Sin enjuagarse siquiera la boca, corrió desesperadamente hacia la cama, donde se metió de un salto, tapándose hasta la cabeza con la funda nórdica, a pesar de que hacía calor, esperando que así aquella presencia no pudiera encontrarla.

Pero el truco del escondite no le funcionó, y a los pocos minutos sintió otra vez aquel escalofrío que le recorría todas y cada una de las vértebras de su espalda.

Para su espanto, sintió como la funda nórdica se levantaba en el otro extremo de la cama, y notó como un peso muerto se tumbaba sobre el colchón, dejando caer de nuevo el nórdico sobre él.

Las lágrimas brotaron de sus ojos cuando aquel espeluznante ser comenzó a acercarse poco a poco a ella y, como había hecho en el cuarto de baño, la rodeó con sus brazos.

-¡Déjame! ¡Vete de aquí! ¡Déjame tranquila de una vez!-Gritó espeluznada, mientras se aproximaba todo lo que podía al borde de la cama, intentando huir de aquellas garras aterradoras.

Segundos después, todo acabó. Repentinamente, la extraña presencia había desaparecido.

Ya no la volvió a notar aquella noche, pero aun así fue incapaz de dormir. Sabía que, tarde o temprano, volvería a tener que enfrentarse a ella, y eso la aterraba.

En el salón, el hombre se afanaba en colocar los cojines bajo su cabeza para que, por la mañana, no le doliera la espalda por haber dormido, una noche más, en el sofá.

No sabía cómo habían podido llegar a este punto. Llevaban muchos años juntos y habían tenido miles de discusiones, pero jamás habían estado tan mal, tan lejos el uno del otro.

Él había intentado una y otra vez arreglar las cosas, todavía no había perdido la esperanza de reconquistarla, de que lo perdonara...

Pero no era el enfado de ella lo que más le preocupaba. Podía afrontar que le tuviera rencor, podía afrontar incluso que hubiera dejado de quererlo...

Pero lo que no podía soportar era esa indiferencia con la que lo trataba, como si no existiera, como si no pudiera verlo, como si su presencia junto a ella le diera miedo, como si se tratara de un simple...Espectro...

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