estela

Ojos azules

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“Ojos azules que espantan a las nubes”.

Siempre se acordaba de aquella frase. Recordaba a su madre diciéndosela, una y otra vez, a su hermano mayor. Su hermano el guapo, el simpático, el inteligente, el generoso, el responsable, el cariñoso...El de los ojos azules.

Le repetía esa frase a todas horas, en cualquier momento, sin venir a colación de nada. Simplemente le miraba a los ojos, le sonreía enseñando todas las perlas maravillosamente perfiladas que tenía por dientes y, con la voz más dulce y risueña que podía existir, le decía:

azules2- Ojos azules que espantan a las nubes.

Entonces su hermano, que era bastante vergonzoso, se sonrojaba y dejaba escapar una pequeña risa nerviosa. Su madre también se reía, mientras lo abrazaba y lo llenaba de besos y abrazos.

A veces él estaba a su lado cuando le echaba esa especie de piropo maternal. Pero él no recibía ninguno. Él no era tan guapo, tan simpático, tan inteligente, tan generoso, tan responsable ni tan cariñoso. Él no tenía los ojos azules.

Acostumbraba a pasar varias horas mirándose al espejo, con la mirada fija en sus propios ojos, sin apenas parpadear. No paraba de preguntarse por qué sus ojos no eran de ese color tan especial que, al parecer, tenía el inusual poder de espantar a las nubes. No entendía por qué sus ojos eran de color marrón, de ese color marrón tan común que ni siquiera tenía una rima que poder escuchar de boca de su madre.

Odiaba esos ojos de color azul profundo que le daban a su hermano ese aspecto tan angelical. Odiaba esos ojos y odiaba a su hermano, el favorito de su madre.

Daba igual lo que él hiciera o dijera, nunca sería su preferido. Nunca lo sería, porque sus ojos eran del color equivocado.

Cuando estaba frente al espejo, se juraba a si mismo en voz baja que, algún día, él también poseería unos ojos capaces de espantar a las nubes.

azules4Lo probó con lentillas de colores. Le encantaba el aspecto que le daban aquellas pequeñas lentes coloreadas sobre sus iris. Cuando se miraba al espejo con ellas puestas, realmente se sentía capaz de espantar a las nubes.

El problema fue que no podía aguantar más de dos minutos con ese objeto extraño sobre sus córneas. Sus ojos rechazaban ese elemento que le causaba un picor insoportable, impidiendo que su madre le viera con su nuevo color de ojos, ese color que a ella tanto le gustaba.

Cada vez que intentaba ponérselas, terminaba saliendo del baño con sus ojos marrones completamente enrojecidos, que volvían a ser testigos, junto con sus oídos, de la complicidad entre su madre y su hermano.

Con el paso del tiempo no pudo evitar un creciente sentimiento de odio hacía todas las personas poseedoras de aquel envidiable poder de espantar a las nubes. Siempre que conocía a alguna persona que tenía la fortuna de haber nacido con los ojos azules la miraba con recelo. Nunca establecía amistad con nadie cuyos ojos fueran de un color distinto de los suyos, no le inspiraba confianza nadie que tuviera ojos claros, todos ellos le recordaban demasiado a su detestado hermano quien, mientras tanto, seguía manteniendo una relación idílica con su madre que distaba mucho de la que la unía con él, a pesar de que hacía ya varios años que ambos vivían independizados.

Tras mucho recapacitar, cayó en la cuenta de lo que tenía que hacer para solucionar de una vez por todas aquella situación.

Coincidiendo con una comida familiar, apareció un buen día en su casa con unos ojos de un increíble color azul cielo. Le había costado mucho conseguirlo, sangre, sudor y lágrimas, como se solía decir. La elección del color exacto, aquél que más se asemejaba al que poseían los ojos de su hermano, también había sido ardua y exhaustiva.

Pero pensó que había valido la pena. Su aspecto con aquellos increíbles ojos azules era espectacular. Con ellos se sentía un espanta-nubes en potencia. Pensó que a su madre le encantarían, que incluso dejaría a la altura de los zapatos a los ojos de su hermano.

Nada más lejos de lo que ocurrió.

Al verle aparecer con ese color de ojos recién estrenado, su madre dejó escapar un alarido de terror. Era evidente que no le había gustado la sorpresa. Quizás no le hizo gracia que los ojos de su niño del alma tuvieran ahora competidores. Quizá para ella los únicos ojos dignos de espantar a las nubes eran los de su hijo preferido. Quizá, por mucho que él intentara que sus ojos se parecieran a los de su hermano, nunca podría cambiar la elección de su madre en cuanto a sus ojos favoritos. Quizás jamás podría hacer sombra a los ojos de su hermano, por mucho que se esforzara.

azules5Sin dejar de chillar, su madre lo echó de casa, antes incluso de que hubiera podido sentarse a la mesa para disfrutar de aquella comida familiar. Tanto su padre como su maldito hermano la apoyaron en aquella decisión. Tampoco ellos querían compartir la comida con él. También se mostraban visiblemente indignados con su nuevo color de ojos.

Fue en ese preciso momento, bajando las escaleras para irse de aquella casa que había sido su hogar de la infancia, aquella casa de la que lo acababan de echar como si de un perro sarnoso se tratara, cuando su cerebro, que funcionaba a miles de revoluciones por minuto, tuvo la idea definitiva, la que supo que funcionaria con absoluta certeza. Y para que funcionara, necesitaba a su hermano.

Tardó varios días en convencerlo de que fuera a su casa, puesto que se mostraba reticente a hacerlo. La verdad era que apenas había visitado su casa un par de veces desde que habían dejado de vivir bajo el mismo techo, puesto que apenas habían tenido relación desde entonces.

Pero esa tarde había accedido a hacerlo. Esa tarde marcaría el punto y final a todos sus traumas infantiles. Sabía que el amor de su madre no se le resistiría a partir de ahora.

Su hermano se encontraba frente a él. No había querido colaborar, por lo que había tenido que atarlo a la mesa de operaciones y amordazarlo. Aún así, no dejaba de moverse en un intento de liberarse de las cuerdas que oprimían sus extremidades.

Sus preciosos ojos azules miraban con terror a su alrededor. La sala perfectamente iluminada donde se encontraba estaba repleta de pares de ojos conservados en tarros de cristal, todos ellos de color azul. Algunos más claros, otros más oscuros, unos con un ligero tono verdoso, otros con un matiz gris...Ninguno era exactamente como los suyos. Quizá ninguno era capaz de espantar a las nubes. Quizás solo los suyos tenían ese poder.

No cabía duda. Eran los suyos, solo los suyos y no otros, los ojos que necesitaba para ser querido por su madre como lo era su hermano mayor.
Se acercó hacia él, escrutándolo con sus ordinarios ojos marrones.

Los ojos azules de su hermano lo miraban suplicantes, enrojecidos de tanto llorar. Aun así, eran unos ojos bellísimos. Con su garganta intentaba emitir gritos de socorro, que eran acallados por la mordaza que ocupaba toda su boca. Su frente no paraba de sudar, de tal manera que su pelo estaba completamente empapado.

azules3- No te preocupes hermanito, no te va a doler.

Con una incisión certera del bisturí, acertó a separar el ojo derecho de su cuenca. Su hermano desfalleció de forma inmediata, incapaz de aguantar el dolor. Seguidamente, separó el ojo izquierdo.

Cuando los tuvo en la palma de su mano, los comparó, uno por uno, tomándose su tiempo, con los demás que tenía en su colección. Era cierto que no se parecían a ninguno de aquellos pares. Eran distintos, eran especiales.

Salió a la calle con sus ojos nuevos, los definitivos, dispuesto a encaminarse a casa de su madre, esperando que esta vez, al haber acertado con los ojos que realmente le gustaban, su reacción fuera distinta a la que experimentó aquella vez que lo vio aparecer con unos ojos que no eran los suyos. Esta vez seguro que le gustarían. Ahora él se convertiría en su hijo favorito, el que era capaz de espantar a las nubes con sus ojos.

Llovía a mares cuando puso el primer pie fuera de casa pero, al mirar al cielo, las nubes se apartaron de forma repentina, despejándose el cielo donde se abrió paso un sol radiante, como nunca antes había visto.

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